Por REGINALDO CANSECO PÉREZ
Hay lugares que por su belleza fascinan, esto es lo que sucedió con El Apompo: balneario natural que llenó toda una época en Acayucan y que hoy muchísimos todavía rememoran.
El espacio otrora de solaz y esparcimiento, mencionado, se ubica al noroeste de esta ciudad, aproximadamente a 14 kilómetros de distancia. Para llegar a él, partiendo de Acayucan, debemos ir por la carretera Costera del Golfo, como rumbo al puerto de Veracruz, y antes de alcanzar el pueblo de Ixtagapa, congregación del mismo municipio, junto a una escuelita, desviarnos a la izquierda, es decir al poniente.
La etapa de esplendor de El Apompo transcurre en las décadas que abarcan entre los años 40 y los 70 del siglo XX. En ese lapso era recurrente visitarlo y refrescarse en sus aguas. Las familias y grupos de jóvenes acostumbraban excursionar a El Apompo en los tiempos de calor, obviamente, sobre todo en marzo, abril y mayo, los días domingos y días festivos. En los 40, antes de la irrupción del progreso alemanista en la región de Acayucan, y por ende de las carreteras tal cual las conocemos hoy, muchos iban a ese lugar de recreo a pie o a caballo, por el camino viejo de San Andrés, que lo mismo le nombraban entonces el camino del rancho La Chingada, (antigua senda que sale por el barrio La Palma, al oeste de la avenida Juan de la Luz Enríquez) y por ese camino llegaban hasta allá, por ejemplo, Carlitos Lara Ortiz y Claudio Ramos Ramos, cada quien con su “palomilla”. Sin embargo, algunos excursionistas salían hacia El Apompo por el camino que hoy es calle principal de la colonia urbana Lombardo Toledano, o por el camino de San Pedro Soteapan, actualmente carretera. Otras de las personas entrevistadas que iban a ese sitio de esparcimiento en distintos decenios son Aurelio Aguilar Amaya, Pedro Santos Gutiérrez, Vicente García Trujano “El Ñeris”, Marcelo Velasco Azamar, Félix Narváez Moscoso y el profesor jubilado Julio Vázquez Reyes.
En cuanto a las familias y amigos que se organizaban para ir juntos desde muy temprano a disfrutar de la agradable y refrescante naturaleza en El Apompo, se mencionan a las familias Krujer Ochoa, Rodríguez Placeres, Domínguez Dalzell, Pavón Rodríguez, Lagos González, Pavón Preve y la familia Barreiro, así como a Antonio Mortera y familia, Antonio Barragán y familia, Oliverto Reyes y familia, Eligio Fonseca Vázquez y familia, y a sus amigos el médico Guillermo Acero de la Fuente, Chema Baruch, el ingeniero Godard y los empleados de Telégrafos de Acayucan, entre otras familias y amistades. Todos ellos hacían este paseo los domingos de casi cada semana, partiendo de Acayucan a las 7 a. m. Para ello pedían alquilado uno o dos redilas, o algún amigo se los proporcionaba prestado. Para comer allá llevaban preparados diferentes alimentos como sandwuiches y tortas de cerdo, huevos enteros cocidos, pollo en distintos guisos y frutas tales como mango y naranja, y para beber limonada, todo natural. En este grupo, estaba prohibido cargar armas y proveerse de licores y similares. Para ambientarse aún más no olvidaban llevar consigo la guitarra.
Pero no solo los acayuqueños disfrutaban de la generosa y primigenia naturaleza entonces intacta en aquel cercano entorno de El Apompo, sino también visitantes de otros pueblos, adyacentes a Acayucan o más lejanos. De Coatzacoalcos venía la familia Rodríguez, religiosamente los sábados, en camioneta, ex profeso para olvidarse de las preocupaciones y dejarse consentir por las caricias de El Apompo.
Los que conocieron en aquellas décadas ese sitio, evocan e invocan su pasado: llegando los recibía, junto al arroyo Michapan, un gran árbol de apompo. Para alcanzar el balneario natural llamado El Apompo, había que descender una topografía pronunciada, “una rampa de cincuenta metros”. Algunos, como Claudio Ramos, dicen que el lugar era una “rejolla”. Los informantes en mayor número aseguran que se hallaba rodeado de apompos y otros árboles, igual que de piedras oscuras, casi negras, de tamaños y formas heterogéneos. El Apompo es una poza grande que ahí forma el mismo arroyo Michapan, con aguas cristalinas en aquel ayer, tanto que aún en su mayor hondura se podía ver nítidamente el lecho lleno de piedras. El profesor Julio Vázquez, que acudía a El Apompo a fines de la década de 1940, recuerda que emergiendo de las orillas de la poza había algunos árboles de apompo, cuyos brazos se tendían sobre ella y sus frutos caían en sus aguas. Por esa razón, con el tiempo, decidieron talarlos. Otros narran que las gruesas ramas de esos árboles en algunas ocasiones eran usadas de trampolines por algunos atrevidos bañistas para tirarse clavados. No faltaron los dramas: hay relatores que presenciaron o supieron de ciertos ahogados allí. Pero también cuentan muchas anécdotas agradables.
En ese hábitat y en su entorno abundaban los changos (negros y de cola larga, para mayor precisión), tepezcuintles, ardillas, conejos, venados, armadillos, brazo fuerte, sólo para mencionar algunos.
En un ámbito primario como el de El Apompo, el misterio y la leyenda no podían estar ausentes. La mayoría de los entrevistados habla de la existencia de cuevas en la periferia de esa área de remanso. Cerca de la poza, había dos cuevas grandes, una a cada lado, coinciden muchos que las vieron; como la educadora Concepción Rodríguez Placeres, Pedro Santos y Félix Narváez, entre otros. La educadora Concepción recuerda que una de esas cavernas la ocupaban los bañistas de vestidor: ahí se cambiaban de ropa y dejaban la que se quitaban, y la otra cueva, era la que se encontraba llena de murciélagos. Juan Flores Damián sitúa ésta última al noroeste de la poza, y agrega que se le veía tapizada de guano de los murciélagos. Sobre la misma caverna, idénticamente contaba doña Manuela López Maldonado. Marcelo Velasco Azamar, que tenía treinta años de edad cuando se bañaba en El Apompo, por 1951, relata: “Miré la cueva y no entré en ella. Allí había muchos murciélagos”. Y todavía hay más: Pedro Santos Gutiérrez, quien con sus amigos iba de paseo a El Apompo por 1947, asegura que vio dos cuevas grandes cerca y otras dos retiradas de menor tamaño. Vicente García “El Ñeris”, oyó por 1954 de los campesinos del rumbo que en una de las cavernas ellos habían sustraído yelmos, arcabuces, pistolas antiguas, espadas. Vicente García andaba entonces por los trece años de edad, y venía de vez en cuando de vacaciones desde México acompañando a la familia Teruí Trujano.
Pero, ¿cómo se encontró y eligió El Apompo como balneario natural? El Centro Recreativo y Mutualista Alma y Juventud, buscando diversión para los socios y sus familiares trataron de llevar a cabo excursiones los días de calor. A principios de 1942 algunas familias llegaban hasta el arroyo Ocozotepec (en el municipio de San Pedro Soteapan), huyendo de los calores que se sentían en la ciudad. Entonces los socios del Centro Recreativo y Mutualista adoptaron ese sistema. Empero, el Ocozotepec era insuficiente para el gran número de bañistas y el agua se revolvía prontamente por su escaso caudal, por lo que se dedicaron a buscar otro lugar más ventajoso. El doctor Francisco Ruiz Flores, en ese mismo año, en una de sus muchas exploraciones, encontró lo que llamaron después El Apompo, recomendándolo; un grupo de socios fue allá y quedaron impresionados por el bello paisaje y la extensión de la poza. Posteriormente, en octubre, desmontaron y exploraron “hasta llegar a dar con las cuevas, al verlas hubo opiniones encontradas en cuanto a la formación de esas cavernas”, (…) “ubicadas a diez metros de la poza”. Este párrafo es un extracto de un texto que Antonio Rodríguez Palma, uno de los exploradores, dejó al respecto, hoy en poder de su hija la educadora Concepción Rodríguez Placeres.
Por su parte, doña Manuela López Maldonado refería hace muchos años que El Apompo fue en los tiempos de la Revolución guarida de rebeldes; aclarando otros que era campamento de Nicanor Pérez.
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