del recontra espionaje
Oswaldo Candelario y este columnista.
Por Sergio M. Trejo González
En esto del periodismo los acayuqueños hemos tenido versatilidad en cuanto a protagonistas se refiere… auténticos personajes que han desarrollado quehaceres y responsabilidades muy dignas de significar y que se han considerado en cada ceremonia que se realiza, cuando por la “Libertad de Expresión” celebramos. Pero también existen en nuestro medio informativo ciertos actores que han desarrollado de manera singular, curiosa y paradójica, tareas de cierta trascendencia.
Alguien recordará, entre la niebla del tiempo, a Don Agustín Saiz Mayo, director, editor y voceador de “El Sol de Acayucan”. Una edición periodística distribuida cada vez que se podía: Lloviera, tronara o pringoteara. Se trataba de una simple cuartilla resultado de una picada de sténcil, su pasada por el mimeógrafo y ¡listo! salía a circulación varias veces al día cuando, a juicio del responsable de la publicación, se trataba de noticias de primera mano, pues todas eran de ocho columnas. Ahí andaba don Agustín, sin respeto a los picaportes, con toda la confianza del mundo, ingresaba en las oficinas para saludar a quien gobernaba o interrumpía los actos públicos para formular cuestionamientos al funcionario que llegaba a visitarnos. Unos minutos bastaban para la entrevista y otros segundos para que entrara en tráfico la noticia, principalmente por los corrillos de palacio.- Lugar por donde después apareció “El Mago”, Alfonso Luna Izozorbe, chispeante voceador, que más bien chismeaba las noticias, pero que vendía periódicos en “La casa del Pueblo” y en los domicilios particulares, a compradores que necesitaban de sus facturas para justificar la erogación; condición que aprovechaba para nutrirse de información entre su clientela vasta y selecta. El mago, parecía personaje de las canciones del Cronista Musical de México, don Chava Flores, siempre en la juerga y el relajo de sus habilidades prestidigitadoras, cambiaba de mano las monedas con destreza. Vestido de capa y guantes, realizaba pases y suertes con su bastón y su chistera. Era ingenioso y agudo, virulento y mordaz al grado de bautizar al Semanario Notisur como “La Voz del Vaticano” y a su director como “Jorge Cárdenas Ranzáhuer”, por las referencias religiosas que de tal publicación. Traía el embuste, disfrazado de noticia, a flor de labio y la despepitaba por todas las oficinas públicas, sonriendo, complacido por su apostilla sarcástica.- Luego conocimos a Don Manuel Antonio Negroe, cordobés de aspecto y carácter campechano. Columnista mordaz y corrosivo, autor de “La Oreja Derecha”, que resultaba una postemilla para los políticos de aquellos tiempos, cuando Maximiano Figueroa resultaba ser nuestro alcalde. Negroe, un frenético defensor de la posición y derechos de los tundeteclas, en especial de la causa del comunicador José Luis Ortega Vidal, cuando resultó agredido por un furioso e intolerante Síndico. Señalaba, a propósito de tal ataque, que el energúmeno funcionario (alérgico a las cámaras, a las grabadoras y a la tinta) solamente sabía conjugar el verbo matar en todos sus tiempos: “Yo mato, tu matas, el mata…”Así lo imprimía este reportero gordito, que llegó un rato y se perdió de nuestra orbita en los aciagos días cuando asesinaron a José Luis Sanabria, “El Pochiga”, por el rumbo de “La Trucha Ducha” en Porvenir y Benito Juárez. Por ahí, cerquita, de donde vivía otro insólito barbilindo, petimetre de origen jarocho o guatemalteco, extraviado por nuestra urbe: Antonio Quepons, un individuo amigable y cordial, pero exótico e increíble, al grado de llegar a portar en sus visitas al palacio un turbante kalimanesco. Ajuareado siempre con ropajes y calzado multicolor. Cadenas, relojes, prendas y accesorios mayativos eran la utilería natural de su histrionismo.- Por ese sector del barrio “San Diego” surge otro contemporáneo: Oswaldo Candelario, ruego no confundirse, con José Candelario “Tres Patines”. José Candelario es cubano y Osvaldo Candelario es mexicano, acayuqueño nacido en Temoyo hace 25 años. Este es un muchacho de cabello chuzo, peinado hacia el frente con una comba puntiaguda (a la Jim Carrey) generosamente engomada con regular porción de gel, conocido en el bajo mundo de la investigación como “El Galáctico”. Sujeto caminador no identificado, que se ostenta como periodista, actúa como periodista y se mueve en los terrenos de los periodistas.
Cierto que por ahí han salido, sin continuidad ni consecuencia, un par de eventuales notas firmadas con su nombre. Entre las anécdotas endosadas al Galáctico se recuerda que realizó una entrevista gravada a un visitante norteamericano, conversación inaudita (uno hablaba en ingles y el otro en español) que se trasmitió por radio en la XEVZ, sin traducción y sin idea. La insólita y desquiciada información nos recordaba el pasaje bíblico de la Torre de Babel. Pero bien el detalle es que, un servidor, permanece atónito, y más alucinado de lo que normalmente anda, cada vez que escucho u observo las tareas que dicho mortal desarrolla como cosa periodística, pues no me convence ni me queda clara la naturaleza o la vocación de este amigo mío, inefable y fantástico, poderoso estímulo para la reflexión y materia para los filósofos que a menudo se sirven de las extravagancias para revelar la complicación de la realidad. Así, la identificación de los contrasentidos no tiene conceptos que a simple vista parecen simples y razonables. Dicho esto sin la menor intención de transitar por los renglones torcidos del existencialismo, pues no me interesa reflexionar sobre el sentido de la presencia, por encima de cuestiones abstractas que supuestamente encubren los conflictos del hombre. No se trata esto de un ensayo filosófico sino periodístico, tampoco estoy desarrollando una investigación ufológica, aunque muchos encuadran al buen Oswaldo como ser de otra galaxia, dimensiones que no considero, porque me confiesa Osvaldo que su mote de “Galáctico” responde a su afición por practicar el futbol, y dice que le endilgaron el seudónimo comparándolo con los jugadores del Real Madrid; sin embargo alguien insiste con que tal apodo deviene más bien por su parecido con cierto muñequito de los dibujos animados, pues así le dicen al perfeccionamiento cibernético de un clásico de la ciencia ficción, parte de un Festival de los Robots de los años 80s. Hablo de esa historia inspirada por la novela china “Viaje al Oeste” y la trama de esta popular serie refiere que se viene perdiendo fuerza la energía cósmica, lo que provoca que animales y plantas se transformen en perversos mutantes. Conste que este rollo se lo aplicó espontáneamente otro amigo y joven periodista, extrañamente desaparecido en septiembre pasado: Gabriel Manuel Fonseca Hernández, “El Cuco”, quien le bautizó como “El Dino”, porque le llamaba la atención los brazos de Oswaldo, que a su juicio le parecían semejantes a las patatitas delanteras de los alosaurios y los tiranosaurios… pero esa, es otra historia.
Aquí el asunto es que a nuestro Galáctico se le clasifica, como a la mayoría de los periodistas un personaje intruso, un alien de perfil rocambolesco. La verdad a un servidor le parece que Oswaldo camina en parecida línea hasta situarse en la demarcación supercalifragilisticaespiralidosa del investigador. Eso es, un detective como aquel Súper agente 86, el espía protagonizado por Don Adams, como Maxwell. Una variante de James Bond, quien se embarcaba en misiones, causando siempre complicaciones, con éxito, gracias a su casual suerte y a la ayuda de la 99; sin contar con su infalible zapatófono.
Claro que el Galáctico ejerce con celular auténtico, cámara y grabadora, que apantallan a los inocentes e impresiona a quienes no lo conocen; un investigador que cautiva porque anda bien informado, recuerda nombres de gentes importantes del mundo político, asiste a los lugares inimaginables y recopila datos que nadie confirma. Dicen que la mayoría de sus referencias resultan del invento, que los hilvana, zurce y pespuntea. Sabe de su cuento, medio surrealista, que convierte en novela política y hasta romántica, porque ha competido en sueños y amores con el “Grillito” y con un servidor, en cuanto a las miradas tiernas y cautivadoras que dice haber robado a cierta Dulcinea del Mangal.
Alguien podría trastocar mis cavilaciones, confundiendo la realidad. El talento del Galáctico no se pone a discusión, tiene los elementos para ser un periodista pero no salta la barrera de las entrevistas y la conversación. Sus amagos de reportero quedan en la tentativa. Cuando deje de tirar las fintas para el chayote, cuando supere su imagen de ser la fuente de los datos, cuando se aparte del investigador que es, para sentarse a escribir sus notas, podrá pasar al plano de la formalidad del corresponsal. Lo digo muy en serio, una cosa es que nos guste el jelengue y se traiga la jiribilla de escribir y otra, muy diferente, es que se persiga un salario, el poder o el respeto que se obtiene con el manejo responsable de la pluma.
La vida no es seria en sus cosas… somos criaturas del universo, no menos que las plantas y las estrellas, que tenemos todo el derecho a existir.
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