Déjame que te cuente…
Por
Sergio M. Trejo González
El
ambiente de celebración se calienta desde el primer día de septiembre, pues de
repente amanecieron las guirnaldas tricolores en las calles del centro de la
ciudad. Qué bonito! estas fechas son ocasión de proclamar el gusto por
pertenecer a una historia pero poco más, no se trata de “fechas de examen
colectivo, ni de critica a la tradición" diría don Carlos Monsiváis,
refiriendo que desde hacía más de medio siglo que en la celebración no se grita
literalmente aquella arenga original del don Miguel Hidalgo y Costilla, y que
más bien se "bebe a la salud del tequila y del mezcal", todavía matizaba
que no se le puede pedir otra cosa a una celebración en la que no puede
pensarse como una "mesa redonda con la conciencia".
Poco
queda de las Fiestas Patrias de antaño. Hoy la cosa ha cambiado mucho, ya nada
es como antes, cuando por estas fechas comenzaban a organizarse las kermeses en
el parque. Hasta cabrito norteño llegamos a ver asándose por un lado del
kiosko. Se colocaban enramadas entre las bancas para que se divirtiera el
pueblo-pueblo. Algún palo encebado servía para que algún vecino estrenara en la
fiesta. Soltaban cochinos encebados. Los perros ladraban a los caballos que por
el centro se paseaban. Los mexicanos de todos los barrios colocaban en su
puerta los símbolos de la patria, en el desarrollo del mes se llegaban a cubrir
árboles, automóviles, los escritorios de las oficinas y las mesas de los restaurantes.
En
los días previos se presentan conciertos y recitales musicales. Sones jarochos,
música de marimba, mariachi. Acaso escenificaciones
de batallas famosas, recitales poéticos y concursos de oratoria, patriótica y nacionalista.
La
conmemoración se concentraba especialmente en torno al Palacio Municipal, donde
una multitud espera el momento cumbre de la noche, cuando el presidente Municipal
acompaña el tañer del bronce con proclamas a los héroes patrios y la libertad,
en lo que se conoce como "El Grito de Dolores".
El
15 de septiembre desde la media tarde y comenzando la oscurana las calles se
inundan desde muy temprano con personas que se dirigen a las inmediaciones del
parque Juárez. El olor de los changarros de fritanga; los restauranteros
ofertan sus muestras gastronómicas a base de tamales, chiles en nogada, pozole,
empanadas, tostadas, garnachas, quesadillas. Penetra la noche, y los comensales
apuran sus tragos de agua de jamaica y horchata, Sobre un fondo de fuegos
pirotécnicos, rancheras melancólicas, danzas regionales y un fragor de silbatos
y cánticos, dando inicio a una celebración escandalosa que se extiende hasta la
madrugada.
La
tradición del Grito se remonta a mediados del siglo XIX, pero fue el dictador
Porfirio Díaz, presidente de México durante 31 años, quien le dio el semblante
que aún tiene en la actualidad. Díaz adelantó algunas horas el "Grito de
Dolores" para que la fiesta coincidiera con su cumpleaños, el 15 de
septiembre, y la costumbre se hizo ley hasta consolidar la noche mexicana.
El
ritual se repite sin cambios en todas las plazas públicas, con los
gobernadores, alcaldes y hasta líderes imitando el gesto de Miguel Hidalgo. Cada
mandatario procura imprimirle a la ceremonia su sello personal… así hemos
escuchado gritar proclamas que rompen el
protocolo de tal arenga ¡Mexicanos, viva México!, ¡Viva la Virgen de
Guadalupe!, ¡Viva Fernando VII! y ¡Muera el mal gobierno!, como el cura de
Dolores supuestamente incitó al pueblo a
levantarse contra los españoles. Ahora vemos imprimir el toque personal del
mandatario en turno. Lo mismo a nivel nacional que en la más remota localidad…
"Viva la unidad de los mexicanos, viva la concordia, viva la
solidaridad". No me extrañaría ahora en nuestra ciudad un: “Viva nuestro
pueblo mágico, o viva la alternativa municipal, o un viva la esperanza”.
Podríamos
extendernos en datos, nombres, curiosidades, pero la verdad ¡No quiero ya ni
acordarme! es que de lo que tenemos que hablar es… del agujero municipal y
salió un monólogo patrio. La idea era la claraboya esa, que se ha venido
realizando en la parte frontal del palacio municipal, arriba del balcón
principal, donde todo parece indicar que se colocará un reloj ¿musical? no
sabemos todavía el tiempo en que se escucharán los temas escogidos
meticulosamente, espero que se trate de una bella obra que nos marque las horas, los cuartos y las medias, bien
proporcionadas: “porque voy a enloqueceeer…”.
Mi palacio municipal, almacén de la nostalgia, sede de
las protestas y la autoridad, traiciones y garrotazos en cada desalojo. Asiento
del poder soberano de los acayuqueños, representados en un cabildo que tiene la
fuerza de un Tehuacán sin gas. “La Casa del Pueblo” es siempre lo
irrenunciable. Sí, ni modo, allí estás presente. La vida laboral y familiar de
la inmensa mayoría transcurre lejos del ayuntamiento, pero nuestro poder
simbólico aquí persiste y así será hasta que se produzca de modo convincente y
habitable un palacio virtual. Hasta entonces, el palacio es lo que nos queda de
la idea física y mítica de nuestra ciudad con un centro, es el eje que ordena
los recuerdos y las esperanzas de la comunidad imaginaria y su vaivén de
ambiciones, demandas legítimas, excentricidades, respetos por el orden y el desorden
imperantes, tuteo psíquico con las jerarquías, querellas, evocaciones, duelos,
victorias sobre el individualismo.
Si no fuera por ese inmueble señorial y soberbio, la
noción emblemática del centro se diluiría en incontables oficinas y edificios y
cuartos habitacionales. Mi palacio, accesible y de usos múltiples, inspirador
del gregarismo, democrático en el sentido más diáfano: aquello que,
progresivamente, al admitir todos los ajetreos reales y/o simbólicos, nunca
deja fuera a los espectadores o inquilinos provisionales….
Aún con todas sus farsas, maquillaje, penalidades,
goteras y sueños fallidos, es todavía hermoso.
Mi palacio municipal, en diversos sentidos, es el punto
de partida de la Identidad de los acayuqueños. No hay otra, por más que nos demos
de topes en la pared. Acayucan, algo tan firme que no soporta las definiciones,
es ahora por circunstancias políticas, es como teatro y coliseo donde suelen esquinar, sesgar y fintar los
protagonistas y todo el elenco por las representaciones de poder. Ahora, la
política y las estrategias de resistencia han convertido al palacio en alegoría
que, de tanto ampliarse, representa y acoge a lo más vigoroso del municipio: la
sonrisa del pueblo, de esa gente que como ya sabemos se adapta con facilidad
asombrosa a todo lo que signifique el desmadre, como una necesidad social, algo
más que el desahogo imposible de refrenar; divertirnos borra jerarquías, le da
a los consejeros y adoradores la oportunidad de inventar y a sus clientes la
felicidad de saberse poseedores de la buena suerte. El aplauso, tiene mucho que ver, por eso yo
espero muchas loas en la noche del grito… después de que termine eso que
parafraseamos: “México, creo en ti, en
tus cosechas de milagrería, que sólo son deseo en las palabras. No sé si por
ser bueno o por ser malo, o porque del perdón nazca el milagro”.
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