LA PALABRA
Por Angel Gabriel FERNANDEZ
“Las clases cultas, que pretenden imponer sus ideas a la
Sociedad, crean las grandes palabras de la época: Libertad, Justicia, Autoridad, Orden, Revolución Patria, Humanidad…”.
Sociedad, crean las grandes palabras de la época: Libertad, Justicia, Autoridad, Orden, Revolución Patria, Humanidad…”.
(Octavio Paz, escritor mexicano).
Buscando y rebuscando en la bien surtida biblioteca “Rubén B. Domínguez” (para los que no lo conocieron: el padre de Guillo), encontré una joya: las “Primeras Letras” de Octavio Paz. Son ensayos y columnas periodísticas escritas entre los años 1931 y 1943.
Las “Primeras Letras” son una manifestación de la lucidez del célebre escritor mexicano. De lo poco –lamentablemente— que tenemos los mexicanos para enorgullecernos, porque la historia ha sido un tanto injusta con nosotros, ya que hemos parido revolucionarios matones, presidentes de la República bandidos, diputados analfabetas, narcotraficantes impunes y la mejor época del cine fue el de las ficheras o prostitutas.
La abulia es la ausencia o muerte de la voluntad. Los mexicanos vivimos ya sin protestar, ya sin inconformarnos, ya sin gritar a los cuatro vientos que algo no nos gusta. Ante la ausencia de la voluntad en acción, nos queda –no hay de otra--, la lengua. En secreto o en grupo hay que darle vuelo a la lengua.
Para eso --y para las mentadas de madre principalmente, los mexicanos nos pintamos solos. Por ello hemos creado palabras que revelan la intimidad de un pueblo. Son palabras poco ambiciosas, salidas de mentes de escaso --pero escasísimo, aunque la Academia de la Lengua no me autorice esta palabra—poder intelectual, pero henchidas --o hinchadas—de sabor y gracia.
A los mexicanos nos queda lo siguiente a la medida: a los hombre no sólo se les conocedor sus actos, también pos sus palabras.
MIEDO A LOS ANIMALES
Las “Primeras Letras” son una manifestación de la lucidez del célebre escritor mexicano. De lo poco –lamentablemente— que tenemos los mexicanos para enorgullecernos, porque la historia ha sido un tanto injusta con nosotros, ya que hemos parido revolucionarios matones, presidentes de la República bandidos, diputados analfabetas, narcotraficantes impunes y la mejor época del cine fue el de las ficheras o prostitutas.
La abulia es la ausencia o muerte de la voluntad. Los mexicanos vivimos ya sin protestar, ya sin inconformarnos, ya sin gritar a los cuatro vientos que algo no nos gusta. Ante la ausencia de la voluntad en acción, nos queda –no hay de otra--, la lengua. En secreto o en grupo hay que darle vuelo a la lengua.
Para eso --y para las mentadas de madre principalmente, los mexicanos nos pintamos solos. Por ello hemos creado palabras que revelan la intimidad de un pueblo. Son palabras poco ambiciosas, salidas de mentes de escaso --pero escasísimo, aunque la Academia de la Lengua no me autorice esta palabra—poder intelectual, pero henchidas --o hinchadas—de sabor y gracia.
A los mexicanos nos queda lo siguiente a la medida: a los hombre no sólo se les conocedor sus actos, también pos sus palabras.
MIEDO A LOS ANIMALES
Esto viene a cuento porque recorriendo algunos palacios municipales de la región, sedes de los poderes más cercanos al pueblo, es común encontrarse a funcionarios o empleados menores que tienen sobre nombre o apodo. Los identifican con algún animal. De esta crueldad --contra los animalitos, no contra los funcionarios, no se escapan ni los mismos presidentes municipales, regidores o síndicos. En algunos casos la comparación no es exacta, pero en la mayoría sí. Voz populi, voz Dei.
En Sayula de Alemán, por ejemplo, hay un empleado que es muy servicial, al que apodan “El Gavilán”.
En los palacios hay verdaderas águilas. Son funcionarios que desde lo alto ven a sus víctimas, las atacan y luego emprenden el vuelo y la huída. El águila es silenciosa voraz, picuda y de mortales garras Y no son solamente los que le van al América.
Están las panteras. Animal silencioso, de andar lento. Ataca siempre por la espalda. Es el matón de la pandilla, el gandaya del grupo, el de grupo de choque que a todos quiere madrear.
No faltan los gallitos, tendencioso y mujeriego; temeroso de que le pisen los callos, gritón y resentido.
Hay coyotes. Torvo, hipócrita, de húmedo hocico y dientes muy afilados. Es insaciable: para el coyote todo es banquete; no deja hueso con carne y porillos muchos municipios están en quiebra. Tiene orejas largas, ojos penetrantes, es ladrón nocturno, depredador de las oficinas públicas.
Hay gorriones que comen de la mano de los amos, de los que tienen el poder. Los burros, acémilas, pollinos que ya ni rebuznan porque no se saben la tonada. Están los sapos que se inflan pero que siempre andan en el agua.
No faltan las víboras oficinescas. Esos y esas que de todo hablan. De todo y de todas, que se arrastran para ocupar los puestos; que son capaces de enroscarse y desenroscarse hasta en los petates o colchones o de fingir amistad y compadrazgo para ganar un mísero sueldo.
Están también los cuervos. Negros, traidores.
Están las vacas, de grandes ubres, que pasta en ciertos salones escogidos. De esas que desde chavillas se pegan a la ubre.
Las mariposas diurnas y nocturnas son especies que parecen ser indispensables en los medios del poder. Salen a mariposear de día y de noche. Lo hacen por si no les alcanza el sueldo o por puritito placer. A cambio de un Torres 10 o de unas Caribes Cooler. Pero al fin y al cabo son como dice la canción de Maná: abren sus alitas ( o muslos) de colores a cualquiera.
Pero entre la fauna palaciega no podían faltar los gatos y las gatas.
Los gatos son serviles pero ingratos. Están al acecho de la gratificación (del bocado) o del araño.
Las gatas son más independientes que los gatos. A algunas de ellas les gusta el fuego del hogar, pero son errantes por naturaleza, van de casa en casa, de barrio en barrio, de pueblo en pueblo, de palacio en palacio; en busca siempre de algún paraíso perdido. Las gatas son desechables: pasan de mano en mano.
Puede usted admirar las changuitas…aunque se vistan de seda.
Las que faltan son las ratas de biblioteca y los búhos estudiosos.
Alrededor de los palacios, en las calles sucias, pulula la variedad de perros: vagabundos, de los que saludan con la cola, policías, chihuahueños, de esos chaparritos pero molestosos, los que escarban la basura, los de circo y marina, los de caza. Hay algunos desdentados, ya viejos, que no tienen dientes, sólo lengua.
En Sayula de Alemán, por ejemplo, hay un empleado que es muy servicial, al que apodan “El Gavilán”.
En los palacios hay verdaderas águilas. Son funcionarios que desde lo alto ven a sus víctimas, las atacan y luego emprenden el vuelo y la huída. El águila es silenciosa voraz, picuda y de mortales garras Y no son solamente los que le van al América.
Están las panteras. Animal silencioso, de andar lento. Ataca siempre por la espalda. Es el matón de la pandilla, el gandaya del grupo, el de grupo de choque que a todos quiere madrear.
No faltan los gallitos, tendencioso y mujeriego; temeroso de que le pisen los callos, gritón y resentido.
Hay coyotes. Torvo, hipócrita, de húmedo hocico y dientes muy afilados. Es insaciable: para el coyote todo es banquete; no deja hueso con carne y porillos muchos municipios están en quiebra. Tiene orejas largas, ojos penetrantes, es ladrón nocturno, depredador de las oficinas públicas.
Hay gorriones que comen de la mano de los amos, de los que tienen el poder. Los burros, acémilas, pollinos que ya ni rebuznan porque no se saben la tonada. Están los sapos que se inflan pero que siempre andan en el agua.
No faltan las víboras oficinescas. Esos y esas que de todo hablan. De todo y de todas, que se arrastran para ocupar los puestos; que son capaces de enroscarse y desenroscarse hasta en los petates o colchones o de fingir amistad y compadrazgo para ganar un mísero sueldo.
Están también los cuervos. Negros, traidores.
Están las vacas, de grandes ubres, que pasta en ciertos salones escogidos. De esas que desde chavillas se pegan a la ubre.
Las mariposas diurnas y nocturnas son especies que parecen ser indispensables en los medios del poder. Salen a mariposear de día y de noche. Lo hacen por si no les alcanza el sueldo o por puritito placer. A cambio de un Torres 10 o de unas Caribes Cooler. Pero al fin y al cabo son como dice la canción de Maná: abren sus alitas ( o muslos) de colores a cualquiera.
Pero entre la fauna palaciega no podían faltar los gatos y las gatas.
Los gatos son serviles pero ingratos. Están al acecho de la gratificación (del bocado) o del araño.
Las gatas son más independientes que los gatos. A algunas de ellas les gusta el fuego del hogar, pero son errantes por naturaleza, van de casa en casa, de barrio en barrio, de pueblo en pueblo, de palacio en palacio; en busca siempre de algún paraíso perdido. Las gatas son desechables: pasan de mano en mano.
Puede usted admirar las changuitas…aunque se vistan de seda.
Las que faltan son las ratas de biblioteca y los búhos estudiosos.
Alrededor de los palacios, en las calles sucias, pulula la variedad de perros: vagabundos, de los que saludan con la cola, policías, chihuahueños, de esos chaparritos pero molestosos, los que escarban la basura, los de circo y marina, los de caza. Hay algunos desdentados, ya viejos, que no tienen dientes, sólo lengua.
LA NUEVE ESPECIE: LAMBISCONES Y AGACHADOS
Una palabra muy común en los palacios “lambiscón”. Con su lengua lame las sobras de la comida, limpia la mesa de los amos o jefes y lo que no alcanza a tragarse, lo ensucia o babea.
Pero la nueva moda son los agachados. Se agachan para comer, se agachan para vivir; son “gachos” no sólo de las orejas, sino del alma. Vuelan tan bajo que han sido pisoteados por los del verdadero poder. Han perdido la dignidad y la rebeldía (hasta se cambian de Partido) por un plato de comida. Son plantas parásitas que, como la yedra, se aferran a rocas impías. Cabizbajos recorren los pueblos, no protestan, hacen chistes, inventan cosas, se embriagan. Encuentran placer en la degradación.
¿Usted, ciudadano, ya identificó al animal?
¿A usted, señor funcionario o burócrata, le vino el saco? Póngaselo.
Pero la nueva moda son los agachados. Se agachan para comer, se agachan para vivir; son “gachos” no sólo de las orejas, sino del alma. Vuelan tan bajo que han sido pisoteados por los del verdadero poder. Han perdido la dignidad y la rebeldía (hasta se cambian de Partido) por un plato de comida. Son plantas parásitas que, como la yedra, se aferran a rocas impías. Cabizbajos recorren los pueblos, no protestan, hacen chistes, inventan cosas, se embriagan. Encuentran placer en la degradación.
¿Usted, ciudadano, ya identificó al animal?
¿A usted, señor funcionario o burócrata, le vino el saco? Póngaselo.
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