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Sepelio de las víctimas del Ejército en Antúnez, Michoacán. Fotos: Miguel Dimayuga |
Por José Gil Olmos
15 de enero de 2014
ANTÚNEZ, Mich. (apro).- Como si se tratara de una fiesta,
decenas de personas acudieron puntuales al panteón municipal. Un grupo de
músicos entonaba corridos de vida y muerte, pero el llanto y los gritos
desgarradores de Juana rompían el ritmo sincopado. “Por qué me lo mataron”,
gritaba la mujer mientras era sepultado el cuerpo de su hijo, Mario Pérez
Torres.
“¿Usted cree que se va a calmar esto?”, pregunta María
Elena, la prima de Mario, inquiriendo al reportero si no es peligroso hablar
con la prensa.
El miedo es el invitado principal a los sepelios de Mario y
Rodrigo Benítez, cuyo último adiós fue acompañado por cientos de habitantes de
esta población que por años ha sido controlada por Los Caballeros Templarios.
[Sepelio de las víctimas del Ejército en Antúnez, Michoacán.
Foto: Miguel Dimayuga]
[Sepelio de las víctimas del Ejército en Antúnez, Michoacán.
Foto: Miguel Dimayuga]
“Tenemos miedo de que se vayan estos señores y nos dejen
solos, por eso no queremos que los desarmen”, dice María Elena, quien se colocó
al pie de la tumba donde la gente se arremolinaba para despedir al jornalero
recolector de limones, asesinado por un soldado.
Mario y Rodrigo participaron en la manifestación del pasado
lunes 13, cuando el Ejército ingresó a varios poblados de Tierra Caliente para
desarmar a los grupos de autodefensa que días atrás arribaron para expulsar a
Los Caballeros Templarios.
“Nadie estaba armado, fueron balas de los soldados que los
mataron. No es cierto que nos enfrentamos con ellos. Primero rafaguearon al
cielo y luego nos dispararon”, dice un joven que presenció la muerte de Mario y
Rodrigo.
La prima de Mario vuelve a preguntar por qué los mataron, si
ellos no tenían armas. “Somos pura gente de trabajo, recogemos limón, no
ofendemos a nadie. Todos trabajamos para vivir, pero ya no tenemos para comer
porque no nos dejan trabajar”.
La queja de María Elena es porque Los Caballeros Templarios
sólo dejaban trabajar a los pobladores tres días a la semana e imponían el
precio de la carne, el huevo y la tortilla. Y, el colmo, les cobraban cuotas.
Por eso dicen que tienen terror de que se vayan los grupos
de autodefensa y los dejen solos. “Esto no es justo para nadie. Tenemos miedo
de que se vayan los autodefensas, que los desarmen. ¿Por qué mejor no los
ayudan para que agarren a los otros?”.
Los pobladores aseguran que no tienen trabajo, ni dinero,
que tienen hambre… y miedo de que los envenenen. Ese es el rumor que se expande
por toda Tierra Caliente. “Nos quieren envenenar el agua y el pan. Nos quieren
matar a todos”, subrayan los asistentes al entierro.
El desamparo se refleja en sus preguntas. “¿Qué vamos a
hacer si regresan esos señores?”. Y aunque siguen acusando a los soldados de la
muerte de los jornaleros, dicen que prefieren morir por las balas de los
soldados que en manos de Los Caballeros Templarios.
“Preferimos morir defendiéndonos de una bala del Ejército,
que amarrados y que nos corten toditos los Templarios”, dice uno de los
pobladores antes de salir del panteón.
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