(1)
A pesar del violento inicio del 2014 –un descuartizado en
Coatzacoalcos; ejecutados en Los Tuxtlas y en Tierra Blanca;
descabezados en Veracruz; etcétera- los índices de inseguridad en
Veracruz continúan presos de una profunda y lamentable contradicción: se
disparan o no, como si fueran una ruleta rusa.
Me explico: al mismo
tiempo que delitos como los asesinatos sangrientos de civiles y las
ejecuciones sumarias entre mafiosos disminuyen, el secuestro –suerte de
asesinato del alma, grave y atroz- se halla en pleno aumento.
No es
gratuito que Javier Duarte de Ochoa haya sido uno de los 10 gobernadores
invitados a Los Pinos para un diálogo privado con Miguel Osorio Chong,
apenas entrando el 2014: concretamente el 9 de enero.
El diseño de
una estrategia para disminuir la problemática del secuestro, fue el tema
abordado en ese encuentro al más alto nivel; entre los gobernadores de
diez entidades federativas laceradas por las bandas dedicadas al plagio y
el responsable de la política y la seguridad interna del país.
Las
cifras, datos, estadísticas, informes confidenciales con que cuentan los
gobiernos estatales y federal obligan a una atención especial al tema
del rapto.
Por deducción simple entendemos que los delincuentes no
se han ido de Veracruz ni –arrepentidos de tanto pecado- han mudado su
vocación asesina a la búsqueda del paraíso.
En realidad, el crimen
organizado sólo ha cambiado de giro; acaso –seamos optimistas- como
parte de una estrategia de sobrevivencia.
(2)
El número de secuestros se incrementa día con día de norte a sur en la República y en nuestra entidad.
También aumenta el número de casos no denunciados, como resultado de la
amenaza de los secuestradores de matar a sus víctimas en el caso de que
la policía opere en contra suya.
Al mismo tiempo los sistemas de
prevención del delito -así como de procuración y aplicación de justicia-
siguen requiriendo de una reforma, ajuste, reestructuración,
re-invención a nivel no sólo estatal sino nacional.
La época en que
los ciudadanos confiaban en los policías; los años en que un niño soñaba
con ser gendarme –estereotipo del orden y el cuidado del bien común-
han muerto desde varias décadas atrás pero hoy en día son –literalmente-
mitos geniales.
En forma paralela al surgimiento de más y más
bandas de secuestradores –en Acayucan, por ejemplo; algunas de ellas han
incluido a jóvenes integrantes de familias de clase media y de clase
media alta, con niveles de estudio de bachillerato o universitario- han
aparecido profesionales de la negociación.
Hay casos donde la familia de un secuestrado prefiere contratar a un negociador que denunciar o pedir el apoyo policiaco.
Estamos ante un tema de desconfianza social que se ha convertido en
asunto cultural, a partir de historias compartidas donde los cuerpos
policiacos en realidad son los jefes de la mafia.
A todo esto se
pueden añadir variables diversas, una de las cuales llama la atención:
los secuestros afectan a familias de clase alta lo mismo que a las
clases medias.
Es decir: numerosos secuestros implican la
negociación por cantidades relativamente pequeñas que pueden oscilar
desde los 30 mil hasta los 100 mil pesos.
Ello, implica que se puede
secuestrar lo mismo al potencial heredero de una fortuna o al dueño de
ésta, que al hijo/a de un maestro, de un político de peso menor o a un
comerciante que apenas gana para sobrevivir.
(3)
¿La
llegada del Secretario de Gobernación -Miguel Osorio Chong- a Veracruz
debe ser vista sólo como un hecho político/pre-electoral?
Desde luego que no.
En un estado donde grillar es un deporte que se practica desde el
kínder, resulta claro que el arribo de Osorio Chong tiene implicaciones
pre-electorales. Sin embargo, la parte más sensible y profunda de la
visita a la Academia de Policía de El Lencero el martes 14 de enero, se
vincula al tema de la seguridad y su agenda diversa, compleja, semejante
a un pulpo repleto de tentáculos y una hidra a la que se teme cortar la
cabeza por su capacidad indudable de reproducirse al doble.
En ese
sentido el rubro del secuestro que crece día con día lacerando a las
familias veracruzanas –sin duda- debió ser el asunto principal de la
agenda abordada por el titular de Gobernación.
De no haber sido así; la pregunta obligada sería: ¿Entonces a qué vino?
(1)
A pesar del violento inicio del 2014 –un descuartizado en
Coatzacoalcos; ejecutados en Los Tuxtlas y en Tierra Blanca;
descabezados en Veracruz; etcétera- los índices de inseguridad en
Veracruz continúan presos de una profunda y lamentable contradicción: se
disparan o no, como si fueran una ruleta rusa.
Me explico: al mismo tiempo que delitos como los asesinatos sangrientos de civiles y las ejecuciones sumarias entre mafiosos disminuyen, el secuestro –suerte de asesinato del alma, grave y atroz- se halla en pleno aumento.
No es gratuito que Javier Duarte de Ochoa haya sido uno de los 10 gobernadores invitados a Los Pinos para un diálogo privado con Miguel Osorio Chong, apenas entrando el 2014: concretamente el 9 de enero.
El diseño de una estrategia para disminuir la problemática del secuestro, fue el tema abordado en ese encuentro al más alto nivel; entre los gobernadores de diez entidades federativas laceradas por las bandas dedicadas al plagio y el responsable de la política y la seguridad interna del país.
Las cifras, datos, estadísticas, informes confidenciales con que cuentan los gobiernos estatales y federal obligan a una atención especial al tema del rapto.
Por deducción simple entendemos que los delincuentes no se han ido de Veracruz ni –arrepentidos de tanto pecado- han mudado su vocación asesina a la búsqueda del paraíso.
En realidad, el crimen organizado sólo ha cambiado de giro; acaso –seamos optimistas- como parte de una estrategia de sobrevivencia.
Me explico: al mismo tiempo que delitos como los asesinatos sangrientos de civiles y las ejecuciones sumarias entre mafiosos disminuyen, el secuestro –suerte de asesinato del alma, grave y atroz- se halla en pleno aumento.
No es gratuito que Javier Duarte de Ochoa haya sido uno de los 10 gobernadores invitados a Los Pinos para un diálogo privado con Miguel Osorio Chong, apenas entrando el 2014: concretamente el 9 de enero.
El diseño de una estrategia para disminuir la problemática del secuestro, fue el tema abordado en ese encuentro al más alto nivel; entre los gobernadores de diez entidades federativas laceradas por las bandas dedicadas al plagio y el responsable de la política y la seguridad interna del país.
Las cifras, datos, estadísticas, informes confidenciales con que cuentan los gobiernos estatales y federal obligan a una atención especial al tema del rapto.
Por deducción simple entendemos que los delincuentes no se han ido de Veracruz ni –arrepentidos de tanto pecado- han mudado su vocación asesina a la búsqueda del paraíso.
En realidad, el crimen organizado sólo ha cambiado de giro; acaso –seamos optimistas- como parte de una estrategia de sobrevivencia.
(2)
El número de secuestros se incrementa día con día de norte a sur en la República y en nuestra entidad.
También aumenta el número de casos no denunciados, como resultado de la amenaza de los secuestradores de matar a sus víctimas en el caso de que la policía opere en contra suya.
Al mismo tiempo los sistemas de prevención del delito -así como de procuración y aplicación de justicia- siguen requiriendo de una reforma, ajuste, reestructuración, re-invención a nivel no sólo estatal sino nacional.
La época en que los ciudadanos confiaban en los policías; los años en que un niño soñaba con ser gendarme –estereotipo del orden y el cuidado del bien común- han muerto desde varias décadas atrás pero hoy en día son –literalmente- mitos geniales.
En forma paralela al surgimiento de más y más bandas de secuestradores –en Acayucan, por ejemplo; algunas de ellas han incluido a jóvenes integrantes de familias de clase media y de clase media alta, con niveles de estudio de bachillerato o universitario- han aparecido profesionales de la negociación.
Hay casos donde la familia de un secuestrado prefiere contratar a un negociador que denunciar o pedir el apoyo policiaco.
Estamos ante un tema de desconfianza social que se ha convertido en asunto cultural, a partir de historias compartidas donde los cuerpos policiacos en realidad son los jefes de la mafia.
A todo esto se pueden añadir variables diversas, una de las cuales llama la atención: los secuestros afectan a familias de clase alta lo mismo que a las clases medias.
Es decir: numerosos secuestros implican la negociación por cantidades relativamente pequeñas que pueden oscilar desde los 30 mil hasta los 100 mil pesos.
Ello, implica que se puede secuestrar lo mismo al potencial heredero de una fortuna o al dueño de ésta, que al hijo/a de un maestro, de un político de peso menor o a un comerciante que apenas gana para sobrevivir.
También aumenta el número de casos no denunciados, como resultado de la amenaza de los secuestradores de matar a sus víctimas en el caso de que la policía opere en contra suya.
Al mismo tiempo los sistemas de prevención del delito -así como de procuración y aplicación de justicia- siguen requiriendo de una reforma, ajuste, reestructuración, re-invención a nivel no sólo estatal sino nacional.
La época en que los ciudadanos confiaban en los policías; los años en que un niño soñaba con ser gendarme –estereotipo del orden y el cuidado del bien común- han muerto desde varias décadas atrás pero hoy en día son –literalmente- mitos geniales.
En forma paralela al surgimiento de más y más bandas de secuestradores –en Acayucan, por ejemplo; algunas de ellas han incluido a jóvenes integrantes de familias de clase media y de clase media alta, con niveles de estudio de bachillerato o universitario- han aparecido profesionales de la negociación.
Hay casos donde la familia de un secuestrado prefiere contratar a un negociador que denunciar o pedir el apoyo policiaco.
Estamos ante un tema de desconfianza social que se ha convertido en asunto cultural, a partir de historias compartidas donde los cuerpos policiacos en realidad son los jefes de la mafia.
A todo esto se pueden añadir variables diversas, una de las cuales llama la atención: los secuestros afectan a familias de clase alta lo mismo que a las clases medias.
Es decir: numerosos secuestros implican la negociación por cantidades relativamente pequeñas que pueden oscilar desde los 30 mil hasta los 100 mil pesos.
Ello, implica que se puede secuestrar lo mismo al potencial heredero de una fortuna o al dueño de ésta, que al hijo/a de un maestro, de un político de peso menor o a un comerciante que apenas gana para sobrevivir.
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