lunes, 12 de septiembre de 2011

Columna: CLAROSCUROS


José Luis Ortega Vidal

(1)

Papá está enojado: Pepe y Mari le dijeron a sus hermanos y vecinos que había una bomba en la cocina de la tía Lupe.
Como consecuencia del susto doña Juana se desmayó, tía Pancha salió corriendo de la casa apenas vestida con una bata de baño y se fue unos días a la casa de la suegra con todo y críos porque una semana después del susto no hay modo de controlarle los nervios.
Don Pedro, el señor de la tienda, dejó el negocio abierto para ir al kínder que se ubica a tres cuadras a recoger a sus nietos y cuando volvió el negocio había sido saqueado.
Papá, al enterarse de lo sucedido, llamó a Pepe y Mari y los agarró a cinturonazos.
Para muchos testigos de lo ocurrido, lo del cinturón fue un exceso. No era para tanto, dicen.
Y además, los acusados iniciaron el chisme pero lo del teléfono descompuesto fue obra de todos: vecinos, policías que cuidan el sector, el de la radio del pueblo que a dos horas después de iniciada la bronca en lugar de calmar los ánimos simplemente se quedó mudo.
Pero hubo más: Papá metió a los muchachos a la cárcel.
¿A la cárcel? Preguntaron todos.
¡Ah caray! Se dijeron muchos.
¿En serio? ¿Era para tanto? ¿Hay pruebas contundentes de que los señalados y castigados iniciaron todo, ellos solitos? ¿No hubo más chamacos involucrados en el inicio del problema? ¿Y lo del teléfono descompuesto? ¿Y las responsabilidades de los maestros de las escuelas, de los padres de familia, de los policías que vigilan el área, de la radiodifusora?

(2)

Varias semanas antes de la psicosis colectiva que padeció la ciudad de Veracruz el 25 de agosto, en Coatzacoalcos y Minatitlán se vivió un caso semejante.
Un fin de semana, entre viernes y sábado, las llamadas Redes Sociales crearon una historia de ficción con secuestrados, balaceras, muertes por doquier y un presunto desorden en discotecas y centros recreativos como el malecón de la vieja ciudad de Puerto México.
Ignoro las consecuencias concretas de este evento generado y desarrollado fundamentalmente en la Internet.
No sé de algún padre desesperado que haya ido a buscar a sus hijos al antro; o de choques, saturación de líneas de comunicación, desmayos o daños a la salud de alguna persona que haya creído que su familiar estaba siendo atacado y sufrió un infarto o algo así.
No me extrañaría que algo semejante haya pasado y que todo haya quedado bajo el manto de la privacidad.
Sólo quiero puntualizar que el mal uso de las Redes Sociales no es un fenómeno nuevo ni es privativo de horarios, contextos sociales o entornos geográficos específicos.
La idiotez es la idiotez y constituye un problema universal.
La falta de comunicación antes de vincularse a la tecnología es un tema humano.
Por lo pronto, la liberación de los tuiteros Maruchi Bravo Pagola y Gilberto Martínez constituye una buena noticia.
A Gilberto no lo conozco, pero a Maruchi sí.
Recuerdo que años atrás intentó ser directora del Instituto Veracruzano de Cultura (IVEC).
El deseo de dirigir el IVEC habría sido un acto suicida, en el peor de los casos, pero terrorista no; desde luego.
No me puedo imaginar a Maruchi Bravo Pagola ideando o simplemente llevando a cabo un acto terrorista, lo que la colocaría en la misma estatura moral e intelectual de Osama Bin Laden o los autores de la masacre en el Casino Royale.
La señora tendrá sus defectos, como todo ser humano, pero idiota no es.
Asi que sospecho que los jueces llegaron a la misma conclusión que yo: no había elementos para acusar a esta persona de ciber terrorismo; si es que ese delito existe.

(3)

En México el chisme es un deporte nacional.
Pero en Veracruz el chisme es un asunto cultural; es un elemento de identidad.
En Veracruz, un hogar sin chisme es como un jardín sin flores.
Por otra parte: Dura Lex, Sed Lex, decían los romanos. Y en efecto, la Ley es Dura, pero es la Ley.
Así las cosas, en estricto apego a derecho, podemos decir que Maruchi Bravo Pagola y Gilberto Martínez actuaron como idiotas desde sus respectivas cuentas de Twitter, aquel jueves 25 de agosto en que el puerto de Veracruz sufrió una psicosis colectiva.
Sin embargo, no hay argumento alguno en el Derecho Penal veracruzano que permita denunciar y juzgar a la gente por actuar como idiota en algún momento de su vida.
Vayamos más allá: uno puede pensar que el domingo pasado la Iglesia Católica salvó al gobierno veracruzano de un ridículo legal, al pedir que se perdonara a los tuiteros presos en aras de la clemencia bíblica.
Y sin embargo no hay pruebas para hacer tal afirmación y no vale la pena escribir idioteces y tampoco tiene caso correr el riesgo de un ridículo.
Así que sólo comparto mi impresión de que las Redes Sociales constituyen un fenómeno tal novedoso como lleno de contradicciones: es positivo y negativo; ofrece ventajas para una comunicación masiva tan expedita que permita ayudar a la gente en múltiples escenarios, incluidos los ligados al tema de la inseguridad; pero al mismo tiempo se prestan para agredir a la colectividad precisamente desde la violencia: en este caso la psicosis colectiva.
Frente a la opción de los cinturonazos y la amenaza de cárcel que usó Papá, nos queda la alternativa de educar a los chamacos en el uso correcto de las Redes Sociales y establecer castigos razonables, legales y justos para quienes hagan mal uso de ellas.
Es una opción lenta, difícil, que llevará tiempo y costará muchos recursos, pero no tenemos otra.
Las consecuencias de la psicosis colectiva del 24 de agosto en Veracruz son graves y múltiples.
Pero convertir a la Ley en rehén de acuerdos raros entre los poderes Ejecutivo, Judicial y la Iglesia, también tiene sus implicaciones y consecuencias: no menos graves y tampoco menos múltiples.

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