jueves, 7 de julio de 2011

De abogados y cosas peores.




Columna: Déjame que te cuente…


Por Sergio M. Trejo González.


Colocados se encontraban por las paredes de los juzgados los pergaminos que hacían alusión a la gran cena y baile de los abogados, que servían de notificación en tiempo y forma, para la celebración del Día del Abogado. Luego los quitaron para anunciarse que hubo cambios de sitio, de fecha y de programa por cuestiones de logística... volvieron a cambiar el lugar acordado en asamblea y continúan, no terminan, realizando ajustes. A muchos colegas les llama la atención que el billete sea manejado desde algunos eventos anteriores por persona ajena a la tesorería del Colegio pero, sea como sea, con chicanas o sin ellas los licenciados en derecho habrán de celebrar ¡faltaba más! Esto deviene en razón de que desde 1960, siendo Presidente de la República el Lic. Adolfo López Mateos, se declaró Día del Abogado, el 12 de julio. Sabemos también que se escogió esa fecha porque ese día y mes, en 1553 se impartió la primera cátedra de derecho en América, por el Lic. Bartolomé de Frías y Albornoz, en la Real y Pontificia Universidad de México, hoy UNAM. Medio siglo, y un año ha, que se viene celebrando el Día del Abogado en todos los lugares del territorio nacional en donde los litigantes de diversas formas y con diferentes objetivos realizan actividades de capacitación, agasajo y ventaneo, con algunas conferencias, cursos de actualización, convivios, y otras tareas deportivas, culturales y sociales.
Recuerdo que en mis pininos vacilantes sobre este escabroso camino, de andar picando pleitos, asistí a los convivios que solía organizar el profesor Armando Cordero Valdés. Personaje que lograba convocar a clientes, jueces, Ministerios Públicos, escribientes y postulantes. El lugar resultaba lo de menos porque de alguna manera se ventilaban y se limaban, en tales ágapes o jolgorios, los problemas de la Justicia y su constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi y de nuestros antiguos Tribunales con potestades et su opinio iuris seu necessitatis.
Existen por ahí, en los rincones de Acayucan infinidad de anécdotas y crónicas con episodios e historias de abogados. Muchos nombres y novelas de escribanos y escribientes, se han venido rezagando en la memoria cubierta por el polvo de los tiempos, pues mucho es lo que tiene que decirse y contarse de la profesión desarrollada en nuestra ciudad de manera relevante y significativa, para quienes somos y quienes tenemos que ejercer abogacía. No hablemos por favor del cómo y del porque contamos con una justicia tarda y mañosa, caeríamos en el pozo profundo del tráfico jurídico, del peculio y de las influencias; tendríamos que acariciar cuestiones abruptas que en el sendero de esta profesión se van atravesando. Asuntos y decisiones que para nada sorprenden a incipientes leguleyos ni al más huizachero de los abogados… Dejemos por la paz esos asuntos que tienen rostro, que fueron arreglados por el buen nombre y prestigio de la familia, con capital por delante. Dinero sobre la balanza de Némesis. Fuente inagotable de sofismas: Los abogados le dan una nota de color a la monótona economía… “A la sombra de mi sombra, me estoy haciendo un sombrero; sombrero de largas pajas que he recogido del suelo. Lo haré con ala muy ancha, que casi llegue hasta el cielo, pa’ muchas veces no ver, las cosas que ver no quiero. No quiero ver injusticias, no quiero sentir histeria… Que sólo quiero yo ver a los pobres sin miseria”.
Cuando llego a estos puntos, no puedo negar que mis sentimientos entran en conflicto. Busquemos mejor que mi romántica pluma se deslice sobre este retazo de papel receptor de emociones, de congoja y negra tinta pegajosa y maloliente que a chorros deja mi frente perlada de gran sudor ¿quién dijo que los abogados no tienen corazón?
Podríamos entrar en detalles pero no estoy para luchas ni pasiones, mejor permítaseme enderezar mis estrofas por otros atajos, para confesar que a diferencia de muchos colegas, quienes de cuna, hidalguía y aristocracia, les viene la iluminación de juristas y leguleyos, mis primeros contactos sobre la cuestión de las juzgados, las audiencias, alegatos y todos esos menesteres procedimentales, tuvieron su origen en la cantina de don Emilio Béjar, situada en la esquina de las calles La Peña y Carvajal, lugar donde asistían, después de sus labores de gestión y patrocinio jurídico, personajes como Raymundo Pérez Santos (miembro de prominente dinastia de juristas) y Diego Fernández (tío de Magali Constantino Fernández) para saciar la sed de justicia y de agua que dichos litigantes padecían, aunque para ser sincero dicha necesidad la satisfacían con un buen fajazo de guarapo, que entonces provenía de “La Perla Cosauteca” negocio de Gorgonio Solís Lazcano. Ahí, lograba escuchar algunos pormenores de la manera como se resolvían en Acayucan los conflictos; cuando por ministerio de ley los síndicos del ayuntamiento realizaban tareas del fiscal; cuando había que viajar a Salina Cruz para buscar el amparo y protección de la justicia federal; cuando la impartición de los pobres quedaba satisfecha con la historia de Jesús Arriaga, “Chucho el Roto”.
En esas prehistóricas épocas sintonizaba, un servidor, la frecuencia de la XEW para que mis oídos y demás sentidos se complacieran con un cotorrísimo programa (cosa más chocarrera y guasona chico) que sentó jurisprudencia para toda la América latina: La tremenda corte. Un programa de radio con treeeemendos casos, que el tremendo Juez resolvía en tremendo juicio. Quien no recuerda esa legendaria y popular emisión cubana, que nadie se perdía en los años 60s. José Candelario Tres Patines (Leopoldo Fernández)
Luz María Nananina (Mimí Cal), Rudesindo Caldeiro y Escobiña (Adolfo Otero) y obviamente don Aníbal de Mar quien fungía como señor juez, Filomeno, quien recopilaba hechos y desechos con todos los elementos de un juicio oral, como los que ahora pretenden llevarse a cabo en la salita que para tal aventura se edificó en las inmediaciones del reclusorio y la Comisión Federal de Electricidad (estorbando el desarrollo de alguna ampliación que pudiera embellecer en algo el acceso a nuestra ciudad, viniendo de Sayula); en fin que dicha transmisión nos hacia imaginar lo que después veríamos en las películas americanas, más serias, como “Cuestión de Honor” o el “Abogado del Diablo”, sin perjuicio de un “Quijote sin Mancha” que protagonizó en nuestro cine Mario Moreno Cantinflas, con jurados populares y todos esos argumentos técnico jurídicos que nos hacen creer que la justicia en el mundo es pronta, expedita, equitativa e imparcial. Tres Patines, un bribón, de siete suelas, versátil y palabrero, que no tiene oficio ni beneficio, calificado por sus acusadores como bandolero, pillo y sinvergüenza que no tiene forma de que se oriente por el buen camino, pues siempre vive haciendo estafas, trucos, robos y algunas sinvergûenzadas, pero sin llegar nunca a cometer delitos mayores. Sus hurtos consisten en robo de dinero, animales domésticos y artículos comestibles y se vale de estafas o engaños para recibir algún beneficio. Su pasatiempo favorito, como él mismo lo reconoce, es coleccionar condenas; la colección de sus antecedentes penales abarca 9 tomos de 300 páginas cada uno. Tres Patines rechazaba los cargos escudándose en su ignorancia y en tradiciones que invocaba a su conveniencia. La gracia de “Tres Patines”, radicaba en su autenticidad, muchas veces retorcida y disparatada, pero jamás artificial, como al decirle al juez: “cuando yo me robé la maquina pa’ dedicarme honradamente al alquiler...”, yuxtapone robo con honradez, en una lógica espontánea, aplastante e hilarante. Dueño siempre de argumentos y discursos, con palabras y conceptos rebuscados, homónimos u homófonos, tratando de confundir con su jerga, mezcla de modismos y de “lingüicidios”, pero el juez no se chupaba el dedo ante los retruécanos del acusado y dejaba caer todo el peso de la ley con su rima salomónica y tropical, a un José Candelario que tenía otro remedio que gritar: !A la reja! Y así acababa el capitulo que guardamos en la memoria todos los vecinos que escuchábamos la célebre difusión de la que aprendimos que la guagua es un camión de pasajeros, que el boniato es un tubérculo como el que nosotros llamamos camote y que un guanajo es un guajolote y... termino, porque el juez va a dictar su veredicto y nadie quedará invicto de la implacable justicia. Y le digo a quien le importe/ que sigue viva la flama/ de aquel cómico programa / que fue La Tremenda Corte.

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