domingo, 17 de abril de 2011

Columna: CLAROSCUROS

Jicacal y el capitalismo indígena
Por José Luis Ortega Vidal


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Barrillas es un ejido que se ubica a unos 9 kilómetros de Coatzacoalcos. Su territorio forma parte de la demarcación municipal del antiguo Puerto México. Se trata de una pequeña población que vive fundamentalmente del turismo. Está ubicada en un sitio privilegiado: entre las costas abrazadoras del golfo de México y una laguna denominada “del Ostión”. Durante diez minutos de viaje en lancha, se atraviesa la “Laguna del Ostión” y se arriba a la población de Jicacal, caserío indígena que constituye una de las puertas de acceso a la Sierra de Martín y de Santa Martha. Jicacal pertenece al municipio de Pajapan, vecino de los municipios –también indígenas- de Tatahuicapan de Juárez, Mecayapan, Soteapan y Hueyapan de Ocampo. Soteapan forma parte de la lista de los 100 municipios más pobres de México. La semana pasada el gobierno estatal y la Coordinación para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), antes conocida como el Instituto Nacional Indigenista (INI) signaron un convenio en el que se comprometen a invertir 800 millones de pesos en 15 municipios autóctonos de Veracruz. Se trata de los municipios más pobres de la entidad, todos ellos indígenas y ubicados en las zonas serranas de Zongolica, Papantla, Otontepec y Soteapan. En fin, el anuncio está hecho y el compromiso político es que las 15 aportaciones veracruzanas al lamentable listado de los 100 municipios más pobres de México, serán retiradas de esa lista.
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En la sierra de Santa Martha y San Martín, también llamada Sierra de Soteapan, conviven indígenas Popolucas y Nahuas. Se trata de pueblos con presencia milenaria en esta región, que comparten origen, historia, elementos étnicos, lingüísticos y culturales con poblaciones de otros municipios sureños como Oteapan, Chinameca, Cosoleacaque, Zaragoza, Acayucan, Oluta, Sayula, Jáltipan, Texistepec, Playa Vicente, Uxpanapa, San Andrés Tuxtla, Catemaco y Santiago Tuxtla. A las comunidades indígenas que cohabitan en la zona sur los caracteriza su origen prehispánico. Referirse a ellos es abordar un tema sumamente profundo, de pasado y presente que ha sido estudiado por antropólogos, historiadores, arqueólogos, biólogos, etc. La obra intelectual en torno a este universo es tan amplia como incompleta, dada la amplitud del tema. Si hay una historia viva; si hay un presente que respira, habla y camina sobre su pasado: son la historia y presente de los pueblos indígenas veracruzanos.
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En la Sierra de Santa Martha y San Martín, durante las últimas dos décadas encontré muy viva la vida comunitaria y observé en ella un rasgo milenario maravilloso y de un valor incalculable. En lugares como Santa Rosa Loma Larga, de Hueyapan; en Santa Martha y Benito Juárez, de Soteapan; aún en las cabeceras municipales de Mecayapan y Pajapan y en la población de Tatahuicapan de Juárez, tuve oportunidad muchas veces de acudir a eventos religiosos, sociales, a reuniones políticas, a encuentros institucionales federales, estatales o locales; a encuentros de jaraneros o de danzantes, a mayordomías, a funerales o a festejos y siempre observé la presencia de la vida comunitaria; ese concepto de vida tan distinto al mundo que puebla la mayor parte del planeta; esa poesía sagaz, astuta, sabia, que supo sobrevivir a toda clase de abusos y de imposiciones. La existencia del ejido, allí, operó de modo distinto al resto de la región. En la sierra de Santa Martha y San Martín, los ejidos funcionaron bajo el concepto de la propiedad comunal. Reducida, pequeña, muchas veces ubicada en terrenos llenos de piedras y poco productivos, la parcela representaba un bien de todos y cuyo beneficio era para todos. Fui testigo más de una vez de las siembras campesinas desde el universo indígena, distinto al concepto mestizo y más aún, muy diferente del sentido estrictamente individual de la propiedad privada. Pude observar construcciones comunales de la casa de la nueva pareja de desposados; entendí de viva voz la definición del tequio para la atención a los problemas que atañían a unos en particular o a todos.
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En el transcurso de estas dos décadas recibí una invitación: Un amigo de oficio político me invitó a “darle una vuelta” a una propiedad que recién había adquirido. Tardamos horas en el viaje y arribamos a la Perla del Golfo, una población ubicada junto al mar y habitada por pequeños ganaderos y agricultores de origen mestizo que recibieron tierras serranas de parte del gobierno. Aquello era un ejido pero “por debajo del agua” había parcelas en venta. Desde varios sexenios atrás ha existido el proyecto de construir la carretera que comunique a Coatzacoalcos con Los Tuxtlas y luego con Veracruz, junto a las playas. Miguel Alemán Velasco gobernaba Veracruz cuando fui invitado al viaje aquel y mi amigo me presumió su pedazo de costa y me comentó que el gobernador era su vecino. Aquello ha sido una moda –me cuentan-; muchos inversionistas del sur y de otras regiones del estado han ido adquiriendo pedazos de terrenos que se ubican junto a las playas de Peña Hermosa, Montepío, Perla del Golfo, por referir unas cuantas. Uno de los escasos recursos de alto valor con que cuentan los indígenas del sur, se ha vendido –parcialmente- por los propios indígenas que entraron al Programa de Certificación de Derechos Ejidales (PROCEDE) a cargo de la Procuraduría Agraria, creada en el sexenio del Presidente Carlos Salinas de Gortari. Vaya, la privatización del ejido en México es un tema viejo y la privatización de tierras comunales también es un tema viejo. Hace veinte años aún existía la vida comunal en lugares como la Sierra de Santa Martha y San Martín. Hoy, ese concepto es una especie cultural en peligro de extinción.
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Por todo lo anterior, no me sorprende haber llegado a Jicacal y haber topado con un letrero enorme, de plástico, colorido. Es una lona con un impreso digital y colocada sobre el techo de palma de una palapa. En la palapa se ofrecen mariscos sabrosos y a buen precio. Y en la zona se anuncia: 6 departamentos frente al mar. Zona exclusiva en Residencial Diamante. Aquí, en Jicacal, junto al campo de futbol y con vista al mar. Luego, se ubica una hilera de restaurantes y finalmente una fila de chozas. Los turistas que arriban a las hermosas playas de Jicacal han de pagar 300 pesos por el uso de una mesa o consumir esa cantidad -como mínimo- para tener derecho a ella y a su hamaca. Los precios son accesibles y la comida es de buena calidad. Por otra parte, en cuanto al servicio, comer en la mesa de una choza específica implica acceder a los servicios sanitarios de esa choza, aunque no media letrero alguno al respecto. Así las cosas, intentar acceder al baño de otro restaurante conlleva toparse con una mujer o un joven indígena que le invitará, diligentemente a salir de su propiedad. “Si usted consumió en la choza del lado izquierdo, le toca el baño de allá”, le dirán. ¡Chanfle! Y ni alegar es bueno: el razonamiento de quien le invita a salir de su propiedad es lógico y por otra parte, a menos que usted hable popoluca o nahua, se arriesga a una sonora mentada de madre en tal o cual lengua original.
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Las playas son las mismas de 20 años atrás. Los rostros también son iguales. El habla no lo sé: siempre han hablado en español y en popoluca; o en español y nahua, pero como yo nomás hablo español y no andaba con ningún antropólogo a la mano, no necesité más y me dirigí al baño que me correspondía… porque sí, debo confesar que con todo y mi romántica idea del universo indígena, fui el protagonista de la penosa historia que acá comparto.
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Antes de abandonar Jicacal volví a observar el mismo anuncio: 6 departamentos en “Residencial Diamante”. La nueva realidad del negocio de bienes raíces en una población que antaño le apostó a la vida comunal y lo hizo bien.
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El antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán llamó Zonas de Refugio a las poblaciones habitadas por indígenas que sobrevivieron a la conquista española y su secuela histórica llamada México. Hoy, una de esas zonas de refugio -La de Soteapan- aún forma parte de los 100 municipios más pobres de México. Y otra, la de Jicacal, ya oferta su “Residencial Diamante”. Le recomiendo que la visite. Sólo le recomiendo que tenga cuidado con el uso de los baños: al respecto se ha perdido todo el sentido comunal que allí existió.

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