miércoles, 22 de julio de 2009

DE POLITICA Y COSAS PEORES


Futbol

Por Catón
La Selección Mexicana de Futbol se iba a enfrentar a un equipo brasileño de segunda división. El capitán carioca les dijo a sus jugadores: “Quédense en el hotel, muchachos. Conocemos al conjunto de México y sabemos que no es muy bueno. Yo sólo puedo jugar contra los mexicanos, y ganarles”.
Los jugadores le pidieron que por lo menos se hiciera acompañar del portero del equipo, pero él les contestó que precisamente ese jugador era el que menos se necesitaba en los encuentros contra los mexicanos, e insistió en jugar él solo contra la selección azteca. Los brasileños, pues, se quedaron en el bar del hotel, y ahí se pusieron a beber alegremente mientras su capitán enfrentaba sin ayuda al equipo mexicano. Uno de los muchachos calculó que había concluído ya el primer tiempo, y le pidió al encargado del bar que encendiera la tele, a ver cómo iba el juego. En ese momento estaba diciendo el comentarista mexicano: “Al finalizar el primer tiempo Brasil le gana a México por un gol a cero. ¡Nuestros aguiluchos están cayendo con la cara al sol! ¡Parece, amigos, que nos estamos encaminando a otra gran victoria moral!”.
El portero brasileño comentó muy pensativo: “Un gol a cero... No es mucha diferencia. Ciertamente nuestro capitán está jugando él solo contra los once mexicanos, pero a juzgar por el marcador yo pensaría que no se está empleando a fondo”. Siguieron bebiendo y charlando los del equipo de Brasil. Cuando supusieron que había terminado ya el segundo tiempo encendieron otra vez el televisor. Ahora el comentarista mexicano se oía entusiasmado, eufórico. “¡El partido ha terminado en empate, señoras y señores! Brasil: un gol. México: ¡¡¡un golaaaazo!!! ¡Nuestros ratoncitos verdes hicieron la hombrada de empatarle el juego al futbolista brasileño! ¡Faltando un minuto para que el árbitro silbara el final del partido cayó el gol de la igualada! ¡Ya me imagino cómo estará en estos momentos el Ángel de la Independencia, aleteando con las alas sobre la muchedumbre de la multitud de aficionados que festejan la grandeza de esta heroica hazaña, que seguramente quedará inscrita con letras de oro doradas en la historia del deporte mexicano!”. Poco después el capitán brasileño llegó al hotel. Se veía muy avergonzado. “Perdónenme, muchachos -se disculpó con la cabeza baja frente a sus jugadores-. Les fallé”. “No digas eso -trató de consolarlo uno-. Tú solo te enfrentaste a los once jugadores mexicanos, y aun así conseguiste un meritorio empate. Al terminar el primer tiempo ibas ganando. Te igualaron el marcador, es cierto, pero de ninguna manera nos fallaste”. “Si les fallé -responde con tristeza el capitán-. Por tonto me hice expulsar a los 5 minutos del segundo tiempo. Tarde o temprano los mexicanos tenían que anotar el gol del empate”... ¿A qué viene ese cuento, columnista, difícil de creer pues tiene todos los visos de lo apócrifo? Viene a colación para hacer una profunda reflexión acerca de nuestro carácter nacional. La más grande figura en la historia deportiva mexicana es Hugo Sánchez, un futbolista. Y sin embargo nuestro futbol anda casi siempre por los suelos, y eso por la imposibilidad de andar aún más abajo.
Eso habla de nuestra incapacidad para actuar en equipo, cosa que sólo hacemos cuando participamos en algo al lado de extranjeros. Somos individualistas a ultranza. No sólo en el deporte, sino en todos los campos de la actividad parecemos imposibilitados para actuar colectivamente. (Eso explica por qué en México hay tan pocas orgías).
De ahí derivan muchos de nuestros fracasos. (Del individualismo, no de la falta de orgías). Recordemos a este respecto el caso de Pepito. Oía el sermón del nuevo cura párroco. “Llegué anoche a este pueblo -decía el sacerdote con escándalo- y ¿qué vi en la plaza, frente al templo? ¡Vi a hombre con mujer! Fui al lado derecho del templo y ¿qué vi? ¡A hombre con hombre! Luego fui a la parte izquierda del tempo y ¿qué vi? ¡A mujer con mujer!”. Pepito se inclina sobre su vecinito de banca y le dice al oído: “Y qué bueno que no fue a la parte de atrás del templo, porque ¿qué habría visto? ¡A yo con yo!”... Lo dicho: individualismo puro... FIN. (Tomado del Mundo de Orizaba/ 22 de julio del 2009).

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