LA MANGA
Por Angel Gutiérrez Carlín
Verdaderamente harto de
campañas, contracampañas y recontracampañas, se me ocurrió que el lector
descansara, cuando menos conmigo, de tanta política y politiquería. Que si la
lana malhabida, que si los negocios de comida japonesa y otros permitidos por
Mancera, que si el fraudulento Gerardo Buganza renuncia a la diputación, que si
Ricardo Ahued será candidato a la alcaldía por el PAN-PRD. En fin, como dijo
Bueno…. Hasta la madre… Incluso de tanto muerto que a diario llena la nota
roja.
Platicando con el pariente
Gilberto Gutiérrez, líder del grupo musical Mono Blanco, recordábamos visitas y
temporadas de vacaciones en Tres Zapotes y me sugirió recordarlas en este
espacio. Tal vez no a mucha gente interese pero habrá algunos que lo lean
cuando menos con nostalgia. Y oyendo a Gilberto cantando “Malhaya” y a Ramón El
Balajú”, me puse a escribir lo que sigue:
Tendría alrededor de 10 a 12
años cuando me pasaba algunas de las vacaciones “largas”, viviendo mi abuelo
Ricardo Gutiérrez Crespo en ese prehispánico pueblo, donde se descubrieron
importantes vestigios de la cultura olmeca como las famosas cabezas colosales
que, por cierto, mi abuela Catalina Castellanos evitó hasta donde pudo que
salieran de ahí. Siempre mujer controvertida intentó, me contaron, construir
una iglesia católica en el pueblo, cosa que creo no concluyó.
Pues bien, recuerdo como si
lo estuviera oyendo, allá por los años setentas, el molino de nixtamal de
Isidoro Zapot, del que dice Gilberto con puntillosa exactitud que vino a acabar
con la tradición milenaria de la molida del maíz en el metate. Después de oír
el molino alrededor de las 3 de la madrugada, a las 6 íbamos a la “vega” de mi
abuelo a ver a Santos Muñiz ordeñar y probar la leche caliente aún, en medio de
un ambiente campirano y el precioso amanecer en esa hermosa y pródiga tierra.
Regresábamos con Muñiz trayendo a la casa el caballo alazán, de la silla de mi
abuelo, quien sólo movía la cabeza cuando me veía montar a pleno sol de
mediodía y recomendándome que mejor lo hiciera ya “cuando el sol bajara” para
que el equino no “se fuera a picar de sol”. Las galletas Marías o las de
“animalitos” acompañaban el café mañanero, mientras Toño, el hermano menor de
los Gutiérrez Castellanos iniciaba el hamaqueo que concluía hasta bien entrada
la noche, escuchando música norteña de una de las tantas cantinas que acababan
con la “raya” de jornaleros y demás peonada que llegaban a ellas sedientos de
trago y de diversión.
Otras visitas se daban en
los cumpleaños bien fuera de mis abuelos o alguno de mis tíos, que siempre
acababan en borracheras al principio de ellas con buena música, jarocha en su
mayoría, interpretada por la familia y amigos de todos ellos a quienes llamaban
“gente del arma”, mostrando sus talentos musicales y su inclinación por la
bebida. Realmente los antecedentes familiares de Gilberto y Ramón Gutiérrez, lo
más representativo para mi gusto del rescate de la música jarocha, se dieron en
esas reuniones y otras en Tlacotalpan, lugar en el que era un privilegio
escuchar el arpa de Andrés Alfonso.
Este fue un pequeño “retro”,
inspirado tal vez por algunas ausencias que agolpan de recuerdos estas fechas,
con una sentida disculpa a quien o quienes seguramente digan que a ellos qué
“chingaos” les importan estas vivencias.
BOQUELUMBRE
Yo nunca he sido pendejo lo
que tengo es mala suerte.
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