miércoles, 17 de agosto de 2016

Vivencias

LA MANGA

Por Angel Gutiérrez Carlín

Verdaderamente harto de campañas, contracampañas y recontracampañas, se me ocurrió que el lector descansara, cuando menos conmigo, de tanta política y politiquería. Que si la lana malhabida, que si los negocios de comida japonesa y otros permitidos por Mancera, que si el fraudulento Gerardo Buganza renuncia a la diputación, que si Ricardo Ahued será candidato a la alcaldía por el PAN-PRD. En fin, como dijo Bueno…. Hasta la madre… Incluso de tanto muerto que a diario llena la nota roja.
Platicando con el pariente Gilberto Gutiérrez, líder del grupo musical Mono Blanco, recordábamos visitas y temporadas de vacaciones en Tres Zapotes y me sugirió recordarlas en este espacio. Tal vez no a mucha gente interese pero habrá algunos que lo lean cuando menos con nostalgia. Y oyendo a Gilberto cantando “Malhaya” y a Ramón El Balajú”, me puse a escribir lo que sigue:
Tendría alrededor de 10 a 12 años cuando me pasaba algunas de las vacaciones “largas”, viviendo mi abuelo Ricardo Gutiérrez Crespo en ese prehispánico pueblo, donde se descubrieron importantes vestigios de la cultura olmeca como las famosas cabezas colosales que, por cierto, mi abuela Catalina Castellanos evitó hasta donde pudo que salieran de ahí. Siempre mujer controvertida intentó, me contaron, construir una iglesia católica en el pueblo, cosa que creo no concluyó.
Pues bien, recuerdo como si lo estuviera oyendo, allá por los años setentas, el molino de nixtamal de Isidoro Zapot, del que dice Gilberto con puntillosa exactitud que vino a acabar con la tradición milenaria de la molida del maíz en el metate. Después de oír el molino alrededor de las 3 de la madrugada, a las 6 íbamos a la “vega” de mi abuelo a ver a Santos Muñiz ordeñar y probar la leche caliente aún, en medio de un ambiente campirano y el precioso amanecer en esa hermosa y pródiga tierra. Regresábamos con Muñiz trayendo a la casa el caballo alazán, de la silla de mi abuelo, quien sólo movía la cabeza cuando me veía montar a pleno sol de mediodía y recomendándome que mejor lo hiciera ya “cuando el sol bajara” para que el equino no “se fuera a picar de sol”. Las galletas Marías o las de “animalitos” acompañaban el café mañanero, mientras Toño, el hermano menor de los Gutiérrez Castellanos iniciaba el hamaqueo que concluía hasta bien entrada la noche, escuchando música norteña de una de las tantas cantinas que acababan con la “raya” de jornaleros y demás peonada que llegaban a ellas sedientos de trago y de diversión.
Otras visitas se daban en los cumpleaños bien fuera de mis abuelos o alguno de mis tíos, que siempre acababan en borracheras al principio de ellas con buena música, jarocha en su mayoría, interpretada por la familia y amigos de todos ellos a quienes llamaban “gente del arma”, mostrando sus talentos musicales y su inclinación por la bebida. Realmente los antecedentes familiares de Gilberto y Ramón Gutiérrez, lo más representativo para mi gusto del rescate de la música jarocha, se dieron en esas reuniones y otras en Tlacotalpan, lugar en el que era un privilegio escuchar el arpa de Andrés Alfonso.
Este fue un pequeño “retro”, inspirado tal vez por algunas ausencias que agolpan de recuerdos estas fechas, con una sentida disculpa a quien o quienes seguramente digan que a ellos qué “chingaos” les importan estas vivencias.

BOQUELUMBRE

Yo nunca he sido pendejo lo que tengo es mala suerte.

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