Diario de un reportero: El
cura que se rebeló a su pastor
*En nombre de Dios seducía efebos
*Odio de un obispo a un sacerdote
*El cura que se rebeló a su pastor
*Cardenal solapa pedófilos
Por Luis Velázquez
DOMINGO
Lo que aquí se hace, aquí se paga…
Desde hace un ratito grandote, Jorge Arias ha perdido la fe.
No cree en el diablo. Tampoco en dios.
No cree en el infierno. Tampoco en el cielo.
No cree en la Virgen de Guadalupe ni en otras vírgenes. Tampoco en Juan Diego ni en otros Juan Diegos.
Está seguro de que Marcelino pan y vino jamás ha existido.
Tampoco cree en los ángeles y querubines.
Está cierto de que sólo hay vida aquí, en la tierra, y en el más allá, en el otro lado de la orilla, el cielo con los arcángeles y serafines, el infierno con las llamas achicharrando la piel, son, ya lo dijo Benedicto XVI, un invento de la iglesia.
Es cierto de que la Biblia es el mejor libro de crónicas y reportajes escrito en la historia de la humanidad, pero de allí a que habrá el día del juicio final es como creer que el mundo se acabará en el mes de diciembre de acuerdo con la leyenda maya.
Tampoco, claro, cree en la resurrección de los muertos ni menos, mucho menos, en la vida eterna.
En todo caso, aquí, en la tierra se vive el cielo y el infierno.
Y además, todos los días cada quien camina por tales senderos.
Lo que aquí se hace, para bien o para mal, aquí se paga. Falso se pague en otra vida. Cuento chino. Puro rollo.
LUNES
¿Quién creó a Dios?
En alguna parte de la vida, Jorge Arias perdió la fe. La fe que está reñida con la razón.
Por ejemplo. La lógica dice que todo efecto tiene su causa. Dios, reza la biblia, creó el mundo en seis días y en el séptimo se puso a descansar.
Ok.
Pero si Dios creó el mundo y todo efecto tiene su casa, entonces ¿quién creó a Dios?
Dios, dice la teología, se creó a sí mismo.
¡Ah chihuahua!
Entonces, y de ser así, la lógica contradice lo que la teología afirma.
Cuestión, vaya, de fe.
No obstante, la fe de Jorge Arias empezó a desmoronarse de la manera siguiente:
Allá en el pueblo cada ocho días confesaba para comulgar.
Un día, el sacerdote, de nombre Pedro, contó el secreto de la confesión de Jorge Arias a jóvenes compañeros de la época.
Y los compañeros se burlaban.
Y cuando investigó los hechos, conoció el rencor transfigurado en odio, odio creciente, y ahí empezó a descreer en que los sacerdotes son, como dicen por ahí, ministros de Dios.
Enfrentó al curita. El curita se rió. Mejor dicho, se burló. Y ni hablar, marcó una raya con la iglesia por la incongruencia de aquel hombre.
MARTES
En nombre de Dios seducía efebos…
Tiempo después aterrizó en el pueblo otro sacerdote. Joven. Taimado. Evasivo. Luego se conoció el secreto. Gay. Un gay clandestino a quien asustaba salir del clóset.
Llenó el curato de adolescentes, mejor dicho, de efebos. En nombre de Dios los seducía. En el pueblo circularon las primeras versiones de la jaula de las locas en que estaba convirtiendo la casa parroquial. Todavía en el país nadie hablaba del padre Marcial Maciel, el pedófilo número uno de América Latina y del mundo, a quien por cierto perdonaran tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI y lo salvaran de un juicio penal.
Después, el padre aquel llenó de perros, simple y llanamente, de perros la iglesia. Los perros paseaban en la iglesia como en su casa. Y ay de quienes de metiera con los perros. El padre excomulgaba en automático a los maledicentes.
Más tarde le dio por regañar en la homilía a medio pueblo. Llegó a sentirse parido por los dioses. Hijo de la soberbia. Dueño de la luz del mundo. Su mundo homosexual.
Así, deseaba tener la feligresía a su servicio. Y el pueblo, Jorge Arias entre ellos, se desencantó más. Y más.
Adiós, pues, a la misa. Adiós a la confesión. Adiós a la comunión. Adiós a las procesiones de la iglesia en semana santa y en la pascua y en la navidad.
MIÉRCOLES
El odio de un obispo a sacerdote de su diócesis
Don David Constantino García ha sido el sacerdote más honesto, congruente, derecho, buena persona, sencillo, humilde, en la historia de la iglesia local.
Pero al mismo tiempo, con una gran capacidad crítica.
Estudioso. Leía un libro cada dos días. Y lo leía con método. Reflexivo. Puntilloso. Quisquilloso.
Secretario del obispo José Guadalupe Padilla y Lozano, Padilla lo expulsó, primero, de la secretaría.
Luego, lleno de rencor y odio, Padilla lo quitó de la iglesia donde era presbítero.
Después, lo vetó en todas las iglesias para evitar que oficiara misa, pues cada sacerdote debe, de acuerdo con el derecho canónico, oficiar misa todos los días.
Don David andaba de iglesia en iglesia pidiendo limosna a sus colegas sacerdotes para que le dieran chancecito de oficiar misa, muchas, muchísimas veces sin feligreses, él solito.
Y además, a salto de mata rogando a su Dios que el obispo Padilla fuera informado para evitar, en todo caso, hasta la excomunión.
Nunca don David pudo enterarse de las razones de su pastor para tal actitud.
Decenas de ocasiones pidió el derecho de audiencia.
Jamás hubo respuesta del obispo para, en todo caso, aclarar paradas.
Si Jesús, dice la Biblia, predicaba el amor y hasta el sexto mandamiento para hablar de amar al prójimo, el obispo Padilla vivía para odiar a don David Constantino.
A partir de ahí, Jorge Arias rompió por completo con la iglesia.
Nunca, incluso, ha perdonado al obispo Padilla.
Ni lo perdonará.
JUEVES
El cura que se rebeló al obispo
Carlos Bonilla Machorro, el presbítero, muchos años, de la parroquia de Carlos A. Carrillo, fue un gran activista social.
Auxilió, con hechos, trámites, cabildeos, gestiones, resultados, por ejemplo, a Roque Spinoso Foglia, el líder nacional de los cañeros, a quien el gobernador Rafael Murillo Vidal y el presidente Luis Echeverría Álvarez entabicara en la cárcel, a propósito de una huelga de productores en el ingenio San Cristóbal.
Fue intermediario entre el guerrillero de la sierra de Guerrero, el profe Lucio Cabañas, en el secuestro de Rubén Figueroa Figueroa, candidato, entonces, a gobernador.
Pero también tuvo, como ser humano, debilidades carnales, imposibles con frecuencia de resistir. Lo decía Oscar Wilde: todo resisto… menos las tentaciones.
Y el obispo José Guadalupe Padilla y Lozano inició la más feroz de todas las guerras en contra del sacerdote Carlos Bonilla.
Uno. Lo retiró de la parroquia de Carlos A. Carrillo.
Dos. Le negó el derecho de oficiar misa.
Tres. Le regateó el ingreso oficial.
Cuatro. Le negó el derecho de audiencia.
Cinco. Cabildeó en Roma para denunciarlo por una conducta indebida como sacerdote.
Seis. Tramitó su excomunión.
Entonces, Bonilla Machorro reaccionó con estrategia de lucha y fue lapidario.
Si Padilla y Lozano seguía con el rollo de la excomunión, Bonilla denunciaría con pruebas documentadas la vida sexual de algunos sacerdotes de la diócesis de Veracruz.
Entonces, sólo entonces, Padilla y Lozano reviró.
Jorge Arias dejó de creer en el infierno y en el diablo y en el cielo… y en los demás.
VIERNES
El cardenal solapa pedófilos
Hay en casa de Jorge Arias un canario y un clarín.
Antes de amanecer, los dos compiten en un fascinante concierto y despiertan a la familia trinando.
El clarín se llama ‘’Miss Balita’’, porque nunca está quieto ni sosegado. En la jaula brinca de norte a sur y de este a oeste. Se mece en su trapecio. Se cuelga de las paredes de la jaula. Canta. Sube y baja el tono del canto. Canta como gaviota volando y parpadeando en el cielo.
El canario se llama Job. Es un macho callado y tranquilo, sosegado. Canta, dueño de su voz, jefe máximo. Pero apenas se acerca una persona a su lado y le habla, Job lo mira, escudriña, interroga, lamparea. Sus ojos vueltos puñales, taladrando.
Jorge Arias los escucha y se pregunta el gran secreto y el gran milagro de que canten con tanta perfección.
También levanta la cara al cielo y mira el sol, la luna, las estrellas, las nubes caminando a paso lento.
Y mira el Golfo de México. Y la inmensidad de las aguas. Y la playa. Y la arena. Y las gaviotas dueñas del cielo y del espacio.
Y, bueno, en todo caso, la respuesta sería la misma que le dieron en aquellos años del Frente Infantil Católico, el FIC, en el pueblo.
Dios creó la tierra y el cielo y las aguas y los peces y los pájaros y el sol y la luna y las estrellas, etcétera.
Pero, entonces, y según la lógica, el círculo queda en el aire.
Quién creó a Dios.
Y ahí la fe se trepa al ring con la razón.
En 1996, el último abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg Prado, negó la resurrección de Cristo, rechazó las apariciones de Jesús a los apóstoles, rechazó la existencia de la Virgen de Guadalupe, negó la presencia de Juan Diego y se opuso, claro, a que Juan Diego fuera canonizado.
Entonces, el cardenal Norberto Rivera lo retiró de la Basílica y lo condenó al exilio, en tanto alguien filtraba a la prensa que Schulenburg era un sacerdote con coches de lujo, casas residenciales en sitios turísticos, membresías en clubes de golf y una millonaria fortuna en pesos y dólares en efectivo..
Con los años, Norberto Rivera Carrera fue acusado de proteger al párroco Nicolás Aguilar, violador de unos cien menores de edad, y luego denunciado en el año 2006 en una corte federal de Estados Unidos.
Es decir, dos posturas diferentes del cardenal sobre talones de Aquiles de la iglesia.
Por eso Jorge Arias es un incrédulo. Un agnóstico. Ateo, diría Ignacio Ramírez, uno de los ministros de Benito Juárez.
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