Por José Martínez
México, D. F.— Ahora que se descubrió un desvío de 25 millones de pesos del gobierno de Veracruz para la campaña de Enrique Peña Nieto, recuerdo un hecho que desató un escándalo internacional, que llevó incluso a confrontar a los gobiernos de México y Costa Rica, cuando el entonces embajador José Castelazo, al pretender defender la “honra” del profesor Carlos Hank González, lanzó imputaciones temerarias a los gobernantes de ese país: los acusó de ser representantes de la oligarquía en el poder. Castelazo fue cesado y Hank González exhibido como un depredador.
Los hechos se registraron hace un poco más de 15 años, la víspera de la derrota histórica del PRI, entonces yo investigaba las andanzas del profesor Hank por Costa Rica y descubrí una enorme red de complicidades del mítico jefe del Grupo Atlacomulco con la clase política de ese país centroamericano. El profesor había aportado ilícitamente un millón de dólares a la campaña del entonces candidato presidencial del Partido de la Unidad Social Cristiana, Miguel Ángel Rodríguez. El dinero había salido de Santiago Tianquistenco. Ese escándalo era apenas la punta de un iceberg que estaba por emerger de las cañerías de la política costarricense
Finalmente Miguel Ángel Rodríguez concluyó su mandato y se fue a Washington como secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) pero no terminó su encargo. Fue detenido por el FBI como un vil criminal y entregado a la justicia de su país bajo cargos de corrupción. En la historia de la OEA jamás se había dado un caso así de bochornoso.
Lo mismo ocurrió con uno de sus antecesores, Rafael Calderón Fournier, al que llamaban el “mexicano”. El ex presidente Calderón Fournier también acabó en la cárcel por sus antecedentes criminales. El “mexicano” estaba ligado al cártel de su tocayo Rafael Caro Quintero, e incluso como canciller protegió a un fugitivo de la justicia mexicana, al ex gobernador de Morelos Armando León Bejarano. Fue un acto de amor, diría la prensa rosa, pues Calderón Fournier estaba casado con Alicia, la hija del ex gobernante morelense quien era perseguido por la justicia mexicana tras haber saqueado las arcas públicas de su entidad cuando la “gobernó” –si se puede decir así.
Fuera del poder, el PRI no ha cambiado ni cambiará. Los priistas tienen en su ADN el gen de la corrupción. ¿Cuántos gobernadores se han hecho inmensamente ricos al amparo del poder? Lucen sin recato su riqueza. Eso lo sabe bien Peña Nieto. Sin ir más lejos, su ex jefe y padrino político Arturo Montiel es un símbolo de la corrupción. Peña Nieto no se puede sustraer al enriquecimiento de Montiel. Peña Nieto fue el encargado de las finanzas del gobierno de Montiel. Y Peña Nieto como gobernador también hizo su “guardadito” y aún más a sabiendas de que ambicionaba la candidatura presidencial.
Sí algo le aprendió Peña Nieto a Hank fue seguir a pie puntillas la máxima del profesor: “Un político pobre es un pobre político”.
Todo cuanto rodea a Peña Nieto tiene un tufo a corrupción. ¿Quién se atreve a meter las manos al fuego por los ex gobernadores de Tamaulipas? Es innegable la cadena de pifias en las que ha incurrido el gobierno de Felipe Calderón. Los medios hablan de que la persecución contra los tamaulipecos huele a “michoacanazo”. Así ocurrió con Jorge Hank Rhon en Tijuana, quien finalmente terminó libre de cargos y vacunado con la potente vitamina de la “impunidad”. Es evidente que Calderón está dando palos de ciego y para variar falta que en este caso la PGR termine con su batea de baba.
Ejemplos de impunidad sobran: allí está el propio Arturo Montiel, el gober precioso (Mario Marín), Humberto Moreira, Félix González Canto y un largo etcétera de políticos que rodean a Peña Nieto y que esperan ser palomeados en algún cargo de elección popular para continuar impunes.
Como Pilatos, Peña Nieto se quiere lavar las manos y grita “al ladrón, al ladrón” para tratar de desviar la atención.
En Tlaxcala Peña Nieto hizo un berrinche al pretender descalificar en un mitin la investigación de la PGR contra los ex gobernadores tamaulipecos y el desvío de los 25 millones de pesos del gobierno de Veracruz a su campaña. “Pareciera que todo lo que ocurre es culpa mía y del PRI”.
Ese es el Peña Nieto que cada día se exhibe en los medios. El candidato soberbio que desprecia a la cultura y quien en realidad es un desconocido para los mexicanos. No es popular pero es conocido por la magia de la televisión y que es visto más como un producto de la mercadotecnia que como una persona. Por eso promueve entrevistas a modo, complacientes y demagógicas. (¿Y usted señora, quiere ser rica o ser pobre?) Peña Nieto es producto de la mediocracia y es el candidato de la corrupción, el aspirante que representa a una clase política que no acepta la nueva realidad política del país, el país de la transición, el país cuya sociedad reclama un sistema democrático, no un estado patrimonialista, donde sus gobernantes se enriquecen y hacen gala de su nepotismo. Los que asaltan el erario y aseguran el futuro (de sus generaciones).
Tiene razón Peña Nieto al asegurar que la Biblia es uno de los “tres libros” que “marcaron” su vida, pues como en el santo Evangelio en el pasaje de San Juan, “el que no tenga pecado tire la primera piedra”.
Lo malo es que Peña Nieto de tantas piedras ya ha formado un cerro de señalamientos de corrupción. La campaña del PRI está más sucia y cochambrosa que un albañal.
Lo que sí es un “pecado” es que Peña Nieto cada que se habla de corrupción o que su campaña se ve impregnada o involucrada en ese tipo de señalamientos, voltea a otro lado y se hace el indignado. Peña Nieto sabe bien a bien que el PRI es un monumento a la corrupción y que él no puede sustraerse a esa condición hasta que no demuestre lo contrario.
Su campaña está contaminada y no hay remedio, ni las fumigaciones del IFE ni del Tribunal Electoral han podido limpiar al PRI.
Ese es el partido y ese es uno de los candidatos que sueña con gobernar a México. El candidato que hace berrinches y que en su descargo se lamenta: “Pareciera que todo lo que ocurre es culpa mía y del PRI”.
México, D. F.— Ahora que se descubrió un desvío de 25 millones de pesos del gobierno de Veracruz para la campaña de Enrique Peña Nieto, recuerdo un hecho que desató un escándalo internacional, que llevó incluso a confrontar a los gobiernos de México y Costa Rica, cuando el entonces embajador José Castelazo, al pretender defender la “honra” del profesor Carlos Hank González, lanzó imputaciones temerarias a los gobernantes de ese país: los acusó de ser representantes de la oligarquía en el poder. Castelazo fue cesado y Hank González exhibido como un depredador.
Los hechos se registraron hace un poco más de 15 años, la víspera de la derrota histórica del PRI, entonces yo investigaba las andanzas del profesor Hank por Costa Rica y descubrí una enorme red de complicidades del mítico jefe del Grupo Atlacomulco con la clase política de ese país centroamericano. El profesor había aportado ilícitamente un millón de dólares a la campaña del entonces candidato presidencial del Partido de la Unidad Social Cristiana, Miguel Ángel Rodríguez. El dinero había salido de Santiago Tianquistenco. Ese escándalo era apenas la punta de un iceberg que estaba por emerger de las cañerías de la política costarricense
Finalmente Miguel Ángel Rodríguez concluyó su mandato y se fue a Washington como secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) pero no terminó su encargo. Fue detenido por el FBI como un vil criminal y entregado a la justicia de su país bajo cargos de corrupción. En la historia de la OEA jamás se había dado un caso así de bochornoso.
Lo mismo ocurrió con uno de sus antecesores, Rafael Calderón Fournier, al que llamaban el “mexicano”. El ex presidente Calderón Fournier también acabó en la cárcel por sus antecedentes criminales. El “mexicano” estaba ligado al cártel de su tocayo Rafael Caro Quintero, e incluso como canciller protegió a un fugitivo de la justicia mexicana, al ex gobernador de Morelos Armando León Bejarano. Fue un acto de amor, diría la prensa rosa, pues Calderón Fournier estaba casado con Alicia, la hija del ex gobernante morelense quien era perseguido por la justicia mexicana tras haber saqueado las arcas públicas de su entidad cuando la “gobernó” –si se puede decir así.
Fuera del poder, el PRI no ha cambiado ni cambiará. Los priistas tienen en su ADN el gen de la corrupción. ¿Cuántos gobernadores se han hecho inmensamente ricos al amparo del poder? Lucen sin recato su riqueza. Eso lo sabe bien Peña Nieto. Sin ir más lejos, su ex jefe y padrino político Arturo Montiel es un símbolo de la corrupción. Peña Nieto no se puede sustraer al enriquecimiento de Montiel. Peña Nieto fue el encargado de las finanzas del gobierno de Montiel. Y Peña Nieto como gobernador también hizo su “guardadito” y aún más a sabiendas de que ambicionaba la candidatura presidencial.
Sí algo le aprendió Peña Nieto a Hank fue seguir a pie puntillas la máxima del profesor: “Un político pobre es un pobre político”.
Todo cuanto rodea a Peña Nieto tiene un tufo a corrupción. ¿Quién se atreve a meter las manos al fuego por los ex gobernadores de Tamaulipas? Es innegable la cadena de pifias en las que ha incurrido el gobierno de Felipe Calderón. Los medios hablan de que la persecución contra los tamaulipecos huele a “michoacanazo”. Así ocurrió con Jorge Hank Rhon en Tijuana, quien finalmente terminó libre de cargos y vacunado con la potente vitamina de la “impunidad”. Es evidente que Calderón está dando palos de ciego y para variar falta que en este caso la PGR termine con su batea de baba.
Ejemplos de impunidad sobran: allí está el propio Arturo Montiel, el gober precioso (Mario Marín), Humberto Moreira, Félix González Canto y un largo etcétera de políticos que rodean a Peña Nieto y que esperan ser palomeados en algún cargo de elección popular para continuar impunes.
Como Pilatos, Peña Nieto se quiere lavar las manos y grita “al ladrón, al ladrón” para tratar de desviar la atención.
En Tlaxcala Peña Nieto hizo un berrinche al pretender descalificar en un mitin la investigación de la PGR contra los ex gobernadores tamaulipecos y el desvío de los 25 millones de pesos del gobierno de Veracruz a su campaña. “Pareciera que todo lo que ocurre es culpa mía y del PRI”.
Ese es el Peña Nieto que cada día se exhibe en los medios. El candidato soberbio que desprecia a la cultura y quien en realidad es un desconocido para los mexicanos. No es popular pero es conocido por la magia de la televisión y que es visto más como un producto de la mercadotecnia que como una persona. Por eso promueve entrevistas a modo, complacientes y demagógicas. (¿Y usted señora, quiere ser rica o ser pobre?) Peña Nieto es producto de la mediocracia y es el candidato de la corrupción, el aspirante que representa a una clase política que no acepta la nueva realidad política del país, el país de la transición, el país cuya sociedad reclama un sistema democrático, no un estado patrimonialista, donde sus gobernantes se enriquecen y hacen gala de su nepotismo. Los que asaltan el erario y aseguran el futuro (de sus generaciones).
Tiene razón Peña Nieto al asegurar que la Biblia es uno de los “tres libros” que “marcaron” su vida, pues como en el santo Evangelio en el pasaje de San Juan, “el que no tenga pecado tire la primera piedra”.
Lo malo es que Peña Nieto de tantas piedras ya ha formado un cerro de señalamientos de corrupción. La campaña del PRI está más sucia y cochambrosa que un albañal.
Lo que sí es un “pecado” es que Peña Nieto cada que se habla de corrupción o que su campaña se ve impregnada o involucrada en ese tipo de señalamientos, voltea a otro lado y se hace el indignado. Peña Nieto sabe bien a bien que el PRI es un monumento a la corrupción y que él no puede sustraerse a esa condición hasta que no demuestre lo contrario.
Su campaña está contaminada y no hay remedio, ni las fumigaciones del IFE ni del Tribunal Electoral han podido limpiar al PRI.
Ese es el partido y ese es uno de los candidatos que sueña con gobernar a México. El candidato que hace berrinches y que en su descargo se lamenta: “Pareciera que todo lo que ocurre es culpa mía y del PRI”.
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