jueves, 12 de enero de 2012

Te extrañamos Alfonso

Columna: Déjame que te cuente…


Por Sergio M. Trejo González.

Hace unos días, en la circunstancia de la familia camionera acayuqueña, observé la consternación que entre el llanto suele darse cada vez que alguien se nos adelanta en el camino. Ahí la llevamos, “unos adelante otros detrás…para el mismo rumbo”. Palabras habituales que uno expresa y recibe, acostumbrados a la consternación y la pena, que no se cura. En tal entelequia reflexionaba sobre la mayoría de género femenino que prevalece dentro de la Sociedad Cooperativa de Transportes del Istmo. S. C. L. La empresa que fuera pionera del servicio y la más importante del siglo anterior en la región; quizá solamente rebasada algún tiempo por aquel emporio de los camiones amarillos, que resultaban propiedad de Don Amadeo González Caballero. Ese mandamás en el sur de Veracruz, que provocaba blasfemias: quesque ni la hoja de un árbol se movía sin su consentimiento. Sin llegar a tanto, se sabe que durante su etapa de poder, no hubo presidente municipal de Coatzacoalcos que hubiera llegado sin su beneplácito. Así, pues, ni los mismísimos jefes de la oficina de correos se salvaban de contar con el visto bueno del cacique, lo mismo que los jefes de las oficinas de hacienda y los dirigentes de las secciones del sindicato petrolero. Ya no digamos de la Unión Regional Ganadera. Me tocó todavía observar el cementerio de fierros en que terminaron los corralones de unidades amarillas, allá en la ciudad de los amplios atardeceres, cuando la viuda del dueño, Adelita Uscanga, decidió no conceder los privilegios ni los reclamos de un sindicato que ahogaba tal sociedad. Una viuda determinó que una sociedad tan importante pasara a la historia.
Andaba, decía, en las exequias de otro de los afiliados de Transportes del Istmo, haciendo un recuento del número de socios de la generación que sigue a Erasto Armas Jiménez y a don Abraham Gómez Fernández, quienes como en aquella Revolución Cubana, solo quedan Fidel y Raúl… se le fueron Faustino García, Armando Prats, Cienfuegos, el Che. Pero bien, estábamos con los transportistas istmeños y las viudas o lo que es igual de los socios, varones, en peligro de extinción. Las cuentas no mienten, el índice de fallecimientos en los últimos años de accionistas que trabajaron para el desarrollo de esa fuente de trabajo, y quienes le venían sucediendo, ha dado lugar a que las virtualmente enlutadas vayan tomando las riendas, pues salvo los dos socios mencionados( El Catrín y El Tigre) casi todos se han muerto. Cierto que existen algunos más pero no son transportistas puros sino administradores de cepa…Otros andan prófugos, cuando no recluidos. Conste, no soy fiscal ni defensor, simple observador de un devenir natural, sin previsión ni perspectiva. Flota la escasez de una cultura financiera que agudiza los problemas de la sociedad. No existe idea para resolver sus problemas de dinero. Paciencia y perseverancia, tales son las velas y el timón, sin las cuales no se es más que un derruido casco de barco a merced de las aguas… “Ahora que el camino parece no ser tan extenso, agudizo la mirada y me parece insignificante todo… de los árboles las hojas se han despedido, y los ríos embravecidos van quedando en calma, sé que la vida me parece una gran nada. Es fácil volver la mirada hacia lo vivido, cuando sobran palabras para escribir, cuando, la verdad deja de estar guardada para el alma... Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para soñar o pensar; cuando me sobra del todo la nada, más a veces no puedo componer ni una estrofa, ni sembrar una rosa inventada. Oh vida! A veces creo que es de tontos meditar, Y hoy más que nunca el cavilar busca en cada rincón del dolor mío...llorar, con ganas y de golpe. Salir a la calle para pasear sólo e ir con mi cariño escondido en mi bolsillo, conversar conmigo en silencio, y jugar alegre con el destino... para sentirme más alegre y a la vez triste, pues quedo a veces solo entre tanta la gente y mis ojos solitarios con un brillo de nostalgia contemplan el crecer de las hierbas sobre veredas abandonadas a su suerte... Hermoso sería andar a la deriva y no ser visto. Fingir un no existir y hacer lo mejor que se puede hacer, perder el tiempo y esperar... esperar lo que tarde o muy tarde llegará”.
Una mirada experta nunca se engaña: Las viudas ganarían cualquier elección democrática sobre los socios varones de la empresa referida. Capacidad y talento sobra, tal vez falta idea, intención y compromiso. Confusión normal, en esas facciones rígidas o abatidas, en esos ojos hundidos y empañados o brillantes, en esas arrugas hondas y múltiples, en ese andar tan lento o tan brusco. Conozco de viudas, las he visto, antes y ahora, las contemplé en ese último cortejo fúnebre de la familia camionera, aunque faltaron varias resultaban mayoría. Me parecen todavía desmañadas para la experiencia de quien manda. Cualquiera al instante descifra las innumerables leyendas de un negocio que zozobra; del amor a la camiseta que se va perdiendo, de la abnegación e incomprendida y de los esfuerzos sin recompensa, del hambre y del frío soportados humilde y silenciosamente por quienes nostálgicamente desean rescatar el centro de trabajo del abuelo o del padre, que partieron dejando la herencia de lucha cotidiana conduciendo una maquina de transporte terrestre de personas; antaño cargadas por costales de maíz, hato de gallinas y lotes de escobas, sobre una canastilla que ha sido quitada de las unidades. Ahora todo se carga en las cajuelas; quizás se permita únicamente llevar a bordo cubetas con queso o cajas con carne de Chinameca. Habría que retornar a la esencia al espíritu que se va diluyendo.
Se viaja hoy en día, con suerte, en las escasas unidades de color “chocolate”; pues prevalecen los verdes de Sotavento, los escarlatas Tuxtlas, y hasta los vecinales Azules, ya sin el saludo fraternal y confianzudo del cobrador ni del chofer que, actualmente, conduce uniformado e impecable, brinda un trato impersonal como los médicos del IMSS. Personal ignorante de la historia, de aquellas luchas contra un Ángel Cabrera, y luego las querellas contra el propio Erasto Armas… después vendrían las órdenes de aprehensión que todavía enrarecen y permean. ¿Que sabe el personal contemporáneo? De aquellas aventuras de camino. De los prehistóricos vehículos que hacían una hora y cincuenta minutos de terminal a terminal, en la ruta Acayucan- Coatzacoalcos, cuando había que entrar a Jáltipan y a Minatitlán, hasta la orilla del rio, por la refinería Lázaro Cárdenas, y tenían que llevarnos hasta la calle Morelos esquina Hidalgo, frente al “Taconazo” en la ciudad de las grandes avenidas: Puerto México.
Esa era la empresa donde mi madre también fue viuda, administradora y socia, hasta que la esposa de mi hermano tomó el lugar. Mi madre fue la viuda de un socio importante, como socio importante fue también mi hermano, Alfonso, en tiempos en que se partían la madre, contra el reloj, con los antiguos “Díaz Ordaz” o con los socios privilegiados por los líderes. Mi madre fue una viuda, estoica, algunas veces marginada, cuando sus adolescentes hijos asumieron las responsabilidades de su esposo fallecido. La lucha no resultó fácil. “El que puede es como Dios”, decía un servidor, en alguno de tantos movimientos reivindicatorios (la vida para vivirla hay que sufrirla y amarla), cuando entre la muchedumbre trabajadora andábamos; cuando se apretujaban la cantidad de socios en aquella generación de varones que en coaliciones luchaban contra la quema de unidades por reclamos estudiantiles.
Ahora los señores transportistas van disminuyendo tanto que comienzan a prevalecer las mujeres. Cada género cuida de diferentes formas, desde el vestido hasta la nobleza, en fuerte contraste con toda la trivialidad del contorno. Ellas, las viudas, solo cruzan las miradas; quizá porque el silencio que se imponen es terrible, tal vez sea su razón impronunciable o desdichada, sus pensamientos y sus rumbos son unidos solamente por un puente que forman sus miradas… De sus hondas cuitas ni el Señor se apiada, porque de esas cosas Dios no sabe nada.
Si usted, amable lector, se pregunta porque mi calumnia se refiere con cierta nostalgia a Transportes del Istmo, le digo que hoy es el Cuarto Aniversario Luctuoso de mi hermano Gabriel Alfonso Trejo González. Hace 1460 días que mi hermano querido se retiró a la región ignota para descansar junto a mi papá, y con todos aquellos que allá duermen. Alfonso entregó, al igual que mi señor padre, su trabajo y su vida en la empresa que refiero; condición que me embarga de cierta melancolía… lágrima que carcome la memoria. Vuelta de tuerca que vuelve al silenciado icástico. Ahora mi corazón sangra de nuevo, en un luto que solo terminará cuando volvamos a encontrarnos. Un día de estos, cuando el señor se acuerde de su promesa… mas allá. En algún lugar, donde los cielos son azules Y todos los sueños que te animas a soñar se hacen realidad. Algún día desearé una estrella y despertaré donde las nubes están detrás. Donde las risas caen por encima de las chimeneas. Ahí es dónde quisiera estar... Si los pajaritos felices vuelan más allá del arco iris ¿Por qué no puedo hacerlo yo?
Te extrañamos mucho Alfonso.

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