miércoles, 19 de octubre de 2011

laanii xpido`.

Déjame que te cuente…

Por Sergio M. Trejo González

Don Artemio Cruz Ortiz es un señor respetable y correcto, dueño de esos valores morales en grave peligro de extinción. Cabal ejemplo de coherencia hasta el extremo, de honradez hasta el final, de caballerosidad sin límite. Hombre atento que desecha cualquier expresión insultante o grosera. Cuando escucha una leperada que lesiona sus castos oídos, entrecierra el ojo izquierdo y levanta ligeramente los hombros, coloca sus manos con las palmas al frente en un rictus de rechazo. Persona agradable, esperada siempre por sus amigos que nos deleitamos con su erudita plática; le fascina la conferencia y apuesta siempre al diálogo en los terrenos civilizados y con las reglas más delicadas. Señala continuamente que los principios éticos hoy en día se han ido perdiendo y como consecuencia tenemos a personas con una laxa, distorsionada o nula introyección de la escala axiológica, estas personas, dice, que actúan y viven en los desvíos, en la descomposición, en la anarquía, la miscelánea y el quebrantamiento. "Vivimos en una sociedad neurótica, que propicia creencias equivocadas, que promueve valores falsos y que tiene mal establecidas sus prioridades”.
Don Artemio, mesurado en sus debates cavila, cada vez que le interrogan, preparando cerebralmente sus comentarios, pues resulta enemigo acérrimo de la diatriba y la critica estéril. Un hombre correcto, sencillo y ecuánime. De aspecto alto y delgado, cuidado bigote y anteojos diáfanos, de mirada chispeante y escudriñadora, ataviado con su chaleco gris, serio y con inigualable sonrisa. Profundamente creyente, místico confeso y convicto: -“La vida es una escuela donde el hombre se va conformando en un caballero, no en un ángel”.
Localizado ahora en la calle 5 de Mayo, nos recibe afable y gentil, Artemio Cruz, quien cumple ahora 84 años de edad, pues nació el 20 de octubre de 1927 en Ixtaltepec, Oaxaca. Es el cuarto de 6 hermanos, hijos de don Ricardo Cruz Ordaz y de la señora Ángela Ortiz Mendoza, que por azahares de la vida vinieron a refugiarse por estos palmares, en la vecina población de Oluta, cuando cumplía don Artemio apenas 2 años de edad. Realizó sus 3 años de estudios de primaria elemental, en el municipio jicamero, precisamente en la casa de don Nicanor Ledesma, habilitada como escuelita, y se vino a terminar su primaria superior en la pretérita escuela “Guadalupe Victoria”, lugar de donde recuerda los maestros que le instruyeron, Enrique Oliverto, Raúl Magaña y Humberto Oropeza, y donde conoció también a la maestra Luisa Flores Valencia; tintinean también en su memoria los nombres de muchos condiscípulos en una lista que abarca al señor Ángel Cabrera, Emilio de la Fuente, Aurelia González, Isabel Patraca, Miguel Cinta Sarrelangue y Francisco Montanaro y muchos etcéteras.
Llegó para establecerse en nuestro municipio a la edad de 14 años, para después irse a estudiar a Minatitlán la secundaria, por los años 41, 42 y el 43, cuando viajar resultaba una original peripecia. Así, en el 44 y 45, anduvo por Veracruz, para realizar sus estudios de bachillerato y, terminando, se trasladó a la facultad de medicina de la UNAM. En esos periodos prestó labores al Seguro Social en Cuautitlán, Estado de México, hasta que en 1953 retornó a la nuestra ciudad, a la que visitaba en algunos periodos vacacionales contemplando el desarrollo urbano que, con su exposición abundante, nos hace recrear en hermosas imágenes acústicas. Su charla nos ilustra sobre el devenir y la transformación de lo más emblemático de Acayucan: Nos habla con singular entusiasmo de la iluminación peregrina con velas y candiles; de los fandangos alrededor de esa antigua casona de dos aguas, que fue nuestro Palacio Municipal, antecedente de la obra mayestática de “La Casa del Pueblo” que ahora presumimos en el sur del estado; el parque Juárez perdió sus framboyanes por los ficus benjamina; el kiosco rancio también fue cambiado por una especie de pagoda, con sombrero chino; la iglesia, de dos torres que fue destruida por un sismo de fuerte intensidad en 1959, cuando estuvo como párroco el Pbro. Efrén Pichardo Rivera, dando lugar a una galerota de madera que se incendio el 21 de mayo de 1965, estando ya como responsable del templo el padre Alberto Villanueva Arteaga, y así, la llevamos hasta llegar el ministerio sacerdotal de Vicente Zamarripa Díaz, quien realizó gran parte de la remodelación del actual templo parroquial, sobresaliendo la edificación de la nueva fachada y las imponentes torres, en una obra inaugurada el 29 de agosto de 2000; el mercado antiguo remplazado por otro, en el trienio de David Dávila, ampliado en invasión hasta sus arcaicas escalinatas del lado sur y el corredor del lado norte (dando lugar a pleitos entre Guadalupe Olivier y Daniel Hernández Hidalgo “El Pomito”, contra Amadeo Condado y Mario Domínguez) hasta dejarlo acorde a la época crematística que vivimos. Las escuelas dejaron de ser esas naves espaciosas para dar cabida a planteles que parecen panal de abejas, con módulos que cansan la vista; las calles dejaron de ser hierba y barro, para ser cubiertas de concreto hidráulico; las casas perdieron sus corredores y sus tejas y, las gentes, crecimos en número y se desvanecieron los saludos cordiales que se repartían al paso. Todo ha cambiado bajo la expectación de un Artemio Cruz Ortiz, que se autodefine (con una carcajada) relativo y transitorio: “Ya no mido el tiempo, soy intemporal... uno nace en la eternidad y se va con la eternidad. Antes no somos nada y después tampoco somos nada”.
El galeno, recuerda haberse instalado en la esquina de Enríquez e Hidalgo, también por un tiempo daba consulta en la parte trasera de la farmacia “Sagrado Corazón de Jesús”; después colocó un sanatorio en la calle Guerrero con los doctores Manuel Valadez y Víctor Salinas.
Alternaba su trabajo particular con sus labores en el hospital civil, donde ejercía del 1953 a 1968. En ese último año, ya instalado en la Guerrero 908, sufrió cierto tipo específico de lesión, en los tejidos blandos de su mano derecha, por las quemaduras de Rayos X, que le dejaron impresiones que no le incapacitan aparentemente en sus actividades.
Artemio Cruz Ortiz es casado felizmente con la señora Habacuc Arias de Cruz. Aprendió a tiempo y con paciencia la fórmula para llevar la fiesta en paz, en los menesteres matrimoniales. No podía ser de otra manera, es un hombre inteligente, tranquilo, estudioso, objetivo y muy acertado que sabe vivir razonablemente. Alguna vez impartía clases de química, inglés, biología, civismo y psicología tanto en la Secundaria Federal, como en la escuela de bachilleres Nocturna de Acayucan, respectivamente, con esa vocación continua y vigente, pues mantiene perenne su estilo y su toque cada ocasión que toma el hilo de la historia, literatura o filosofía en sus cátedras de café. Domina los “presocráticos”, los “evangelistas”, los “enciclopedistas”, los “contemporáneos” y los “existencialistas”. Su memoria permanece ilesa e inmune al devenir… Nombres, fechas y detalles reverberan en su sentido. Pudo, de haber querido, ser presidente municipal o diputado o que se yo. Escogió su apostolado en la medicina. Curar y enseñar es su vida: Sin permitir jamás que en su sendero desarrolle la ortiga ni la cizaña, cultiva la “Rosa Blanca” de Martí, en todos los meses del año.
Don Artemio, el insigne profesionista, el ilustre maestro, el buen vecino y el mejor amigo, se encuentra de plácemes el día de hoy… laanii xpido`, con amenaza de prolongar la celebración, con lavado de olla, hasta el próximo 23, el día del médico.
Dejo en mi tintero algunas anécdotas y detalles, lugares y circunstancias que no caben en una entrega tan breve para una vida colosal; empero sirva la presente para significar una cálida felicitación: “Estas son las mañanitas que cantaba el rey David…”

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