domingo, 19 de diciembre de 2010

Hace un par de días, se me ocurrió este ensayo, caminando entre las tumbas del cementerio, luego de ir a enterrar a un amigo, de tantos que se han estado yendo en esos tiempos de frio; serpenteando monumentos, lápidas y tumultos, rodeados de calma, que guardan restos y polvos. “Es aquí donde reposa, aquel nuestro ser querido y es aquí que el llanto mío debe la tierra empapar. Porque la tumba que guarda nuestra reliquia más santa, es la mansión sacrosanta donde podemos llorar”. Leyendo pues, los epitafios, entre los estrechos senderos del panteón, observando muchas cruces olvidadas, oxidadas o carcomidas; planchas de cemento quebradas o de mármol macilento y obeliscos descoloridos; flores marchitas, ofrendas mustias y veladoras chorreadas; sepulcros que merecen atención para su estructura, decoración o paramento y por la memoria respetable que vale, cuando menos, un suspiro. Verso venido a menos a causa del tránsito que nos dirige hacia el mausoleo donde habita el no-ser y el incuestionable no-saber. Solipsismo: tú no existes, nada existe, todo es producto de mis cuitas… En esas, me encontré una losa blanqueada, a ras de suelo, con cruz de cedro, torneada, con una plaquita, cuya inscripción repaso: Francisco González Acosta. Nació un 3 de septiembre de 1935. Murió el 6 de junio 2007. Clavado en esta entelequia recuerdo toda la parafernalia de su fallecimiento…Eran las ocho y media de una gélida alborada xalapeña, con niebla sombría “la rubia mañana llorosa se fue, se fueron los sueños y las golondrinas, y las golondrinas se fueron también”. Un desorden inflamatorio del páncreas, quizá del abuso de ingesta del alcohol fue la determinante para tal episodio. Vino el traslado, aquel velorio y sepelio concurrido; en parte porque uno de sus hijos, Mario González Figueroa, era candidato político y en mayoría por la relación de parentesco que tenía el popular “Pancho Cañón”… sus exequias se prolongaron hasta la media noche, tratando de mitigar un dolor que no se alivia; ahí estaban en la madrugada del día siguiente todavía los amigos, muy amigos, entre los acordes de alguna música jarocha, que de poco linimento servía para no escuchar el lamento de sus corazones…. Estoy tratando de hilvanar algo de la historia personal de este señor, que naciera en Acayucan, en Victoria numero 203, casa que fue de Doña Rosa Sánchez González y que ahora creo es propiedad del señor Germán Sánchez López; ahí, entre las calles de Constitución y Zaragoza, en medio de los predios que tenían don Adolfo Sarralangue y don Lino Lara Pérez; en esos terrenos desplegó su primer llanto, que debe haber sido de regular nivel de potencia acústica e intensidad, dados los decibelios que alcanzaba su incipiente vozarrón, que fue subiendo de forma continua, según transcurrió su primera infancia, adolescencia y madurez, rodando como las piedras del camino de José Alfredo Jiménez, hasta llegar a la calle Enríquez, que es el sector por donde lo veía en mis caminares y andanzas por Acayucan. Me involucro en las raíces, tronco y ramificaciones de su desarrollado y prominente árbol genealógico, descubriendo que mi tarea significa perderme entre el follaje más espeso. Muchos nombres de afines y consanguíneos. Hermanos, sobrinos, tíos, hijos, nietos y bisnietos. Yernos, nueras, agregados y postizos. Padrinos, ahijados, compadres. Parentela y amigos que andan diseminados por la ciudad o regados por república. Otros descansan ya en el Huerto del Señor.
“Pancho Cañón” es mi personaje. Tercero en orden de una familia conformada por nueve hermanos: Ramón, Deifilia, Francisco, Elba, Alberto (Cebollón), Jorge, (Papayòn), María del Carmen, César (Chenato) y Silvia. Todos hijos de Ramón González Vargas y de Elvira Acosta Jara. No puedo soslayar la figura de Don Ramón González Vargas, hijo de Francisco González Barragán y Altagracia Vargas Álvarez, pues éste se desempeñó de todo: Albañil, zapatero, soldador, camionero y calamazero (actividad esencial para la jerga de los petroleros: El hombre que conduce el vehículo), entre otros menesteres. Fue delegado de tránsito en esta ciudad y en San Andrés, además de haber fungido, por el año 1927, como secretario del cordobés Antonio Modesto Quirasco, Agente del Ministerio Publico, aquí, en Acayucan, en aquellos tiempos cuando era pasante de derecho, y se alojaba en la casa de huéspedes “Victoria”, sin soñar que llegaría a ser Gobernador del estado de Veracruz (1956-1962).
Del Señor Ramón González Vargas, padre de “Pancho Cañón”, podríamos hacer un libro, sin perjuicio de escribir otro compendio de cada uno de sus 4 hermanos y de sus prominentes tribus: Serapia (esposa de aquel conocido pionero del transporte público en nuestra región, el señor Diego Lagos), Don Guadalupe (padre de la señora Teté, alguna vez casada con Don Fallo Pavón Bremont, con quien procreó dos hijas, y de Elsi González Dodero, esposa del Doctor Baca y prima del caballeroso Guillermo Domínguez Dalzell), Margarita, y Altagracia (esposa del señor Sadot Alemán). De principio me parece complejo introducirme a la diversidad de bifurcaciones que hacen imposible condensar una visión aislada de cada uno de sus integrantes. Imagine usted atravesar despejando relaciones de parentesco de estos González, nos lleva a encontrarnos con el linaje de don Antonio Vargas Álvarez (hermano de Altagracia Vargas Álvarez y cuñado de Francisco González Barragán) casado con Francisca Jara Fernández; ahí vendría necesariamente la semblanza que respecta al clan de los Vargas Jara: Mercedes (esposa del popular Zósimo Sánchez Armas, inolvidable camionero local y cantor de “Granada” y “Siempreviva” , y padre de “Los Gatos”) Francisca, Teresa, Antonio, Jesús “El Güero” y otra Altagracia, que resulta ser la que se matrimonió con don Francisco González Barragán, con quien debíamos haber iniciado la historia de toda esta prole, pues ya metido en estos vericuetos y encrucijadas de “Pancho Cañón”, sus anexas y similares, llegaríamos hasta una descendencia plagada de empresarios, líderes, comerciantes, jaraneros y juglares. Chamacos que se las gastan para la cantada, la versada y el zapateado. Hasta un “Grillito” en ciernes, que despunta en el clan: Alejandro González Martínez, emparentado con los Ramírez y Barcelata, descendencia de colega Fernando Ramírez Ramírez y de Marcelo Ramírez Antonio, el popular “Cuaqueque” (un señor de todo mi respeto) mis palabras no lo ofendan. Tan amigo de Pancho Cañón, que le mandaba los músicos a éste cuando visitaba la cantina de su hermano Chepe Ramírez, ahí en la calle Hilario C. Salas, donde la especialidad botanesca, para expertos, eran las “empazotadas”, pero esa…”es otra historia”.
Debo significar que todo comenzó desde un antiguo Francisco González Barragán, originario de Cotija de La Paz, lugar del estado de Michoacán, conocido por su queso artesanal y por la producción asombrosa de presbíteros, capellanes, obispos, monjas, conversas y de claustro, y de un Santo: Rafael Guízar y Valencia; además de ser lugar de origen de los padres de Don Mario Moreno Cantinflas, de José Rubén Romero (hijo de Don
Melesio Romero y de la Sra. Refugio González) literato polifacético, autor de la obra: "La vida inútil de Pito Pérez"; tierra, también, de mi abuelo José González Collazo. En fin, cierto y sabido resulta que don Francisco, abuelo de Cañón, llegó a estos lares proveniente de aquellas heredades por la circunstancia y la necesidad, buscando la superación en base al trabajo, dejando en aquella región purépecha, a sus hermanos y hermanas, a sus sobrinos; tres de éstos con vocación sacerdotal: Los González Zepeda (Pablo, Ignacio y Pedro). Lo anoto nada más para significar que “de todo hay en la viña del señor”.
Ok, pero ahora me enfoco a Pancho Cañón, que, se dice, fue el sobrenombre de Francisco González Acosta, por ocurrencia de Don Ricardo Pavón Grajeda, quien lo bautizó de tal manera considerando que el carácter de don Francisco resultaba de lo más bullicioso, vocinglero y alborozado. Un hombre alegre, que desbordaba júbilo y bulla; cuando hablaba estremecía como un pieza artillera. Así, lo veía de lejitos: Chancero, soflamero y cabrón, con bien ganado prestigio de atrabancado. Sujeto de muchas anécdotas que lo convertían en héroe de la parranda. Lo conocí en su deambular por nuestras calles. Con un servidor siempre tuvo buenos saludos y mejores cortesías, pues la precautoria experiencia me hacía guardar distancia prudente, pensando: “Machete, estate en tu vaina”. Y es que con todo respeto me parece que el señor Pavón se equivocó en el apodo, pues yo le hubiera puesto Pancho “machetes”, dado el afecto o compulsión a portar y andar afilando en los corredores su herramienta; aunque alguien también me ilustra que gustaba de sacar un pavoroso revolver de grueso calibre; sin embargo su gusto y placer que le dieron prestigio, se concebía cada vez había oportunidad de sacar el sable doméstico para imponer su ley e intimidar principalmente a miembros del ejército, por aquel tiempo cuando no había policías; solo guardaban el orden los soldados, bajo el mando del teniente Tenorio Flores y Flores, que custodiaban la plaza de Acayucan. Más despuesito también correteaba gendarmes con amenaza de palmearlos con el sable campirano. Era terrible, tanto que para que el amable lector se dé un ligero quemón del carácter y arresto que fluía de Pancho Cañón, permítaseme referir cierta anécdota ocurrida en pleno portón del palacio municipal, cuando un contemporáneo, y moderno Presidente Municipal, salía de sus quehaceres, encontrándose con “Cañon” en tal lugar, quien pego el grito: “Chingue su madre el presidente”. Voltearon, el alcalde y cuerpo de seguridad, a buscar la persona que se atrevió a denostar la figura institucional, solo para escuchar la aclaración: “Porque yo tomo Bacardí”. Así los agarraba, y no conocía límites ni siquiera con su padrino don Abraham Lajud Hipólito que, siendo munícipe tuvo un encuentro similar y cuentan que lo provocaba invitando a los acólitos del diablo a quitarle su machete, que “rayaba” en el piso; lo mismo dicen que sucedió con Octaviano Pavón y con Jonás Bibiano. Así era y así se las gastaba, el padre de “más de cuatro” donde apuntamos a Pancho, Mario, Elvira, José Luis y Rebeca, todos concebidos con su Rebeca Figueroa Alavés, tlacotalpeña de cuna, a quien dicen que enamoró haciéndose pasar por ingeniero, cuando laborando para la Comisión del Papaloapan, en esos lugares, quedó cautivado por la sotaventina mujer, quien recuerda todavía aquellas serenatas que Pancho Cañón llevaba con Andrés Alfonso Vergara, un artista de esas regiones, identificado como el generador del virtuosismo en el arpa jarocha e identificado por sus ensambles musicales con otros genios de esas habilidades: Memo Salamanca y Guillermo Cházaro Lagos. Así la conquistó para traerla a nuestros cafetales y los naranjales que huelen a azahar. Plural y democrático en la bebida y en los lupanares, se dejaba ver por la curva de Oluta, por el negocio de Julio Castro Tovar, “La Pochencha”, en la Flores Magón; por “El Muro de Berlín” y el “Súper Centro No. 1”. Clientísimo de doña Mari, mercadora del ramo de la cebada, levadura o lúpulo y sus combinadas cheladas, michelas, kermatadas y clamatadas, en la calle Antonio Plaza, muy cerquita de la Notaria Publica No. 2. Casi podemos decir que ambas oficinas resultan templo de acuerdos, pactos y compromiso de voluntades, sin mayores vicios, en el consentimiento; por supuesto que con las diferencias solemnes y protocolarias. Por cierto observé que en un lugar de los mencionados, a manera de homenaje, se encuentra una fotografía de Pancho Cañón, entre los estantes de botellas y tarros. Eso es afecto y deferencia, ganada a pulso, porque, obvio que la parranda y el traca-traca son polinización, Sarta, ristra y trenza para cultivar amistad. Habría que mencionar a los compadres Rafael Navarrete “Agustín Lara”, Ariel Núñez, sin olvidar a Pepín Jiménez Zaragoza, a Merari Carranza Muñoz, don Alberto Erías, Abel Rascón, al Güero Patillas o al Güero Comino y al “Cuajao”, Andrés Iglesias, otro tipo bronco y atrabancado de Cruz Verde, de machete, soga y cuaco… para darle gusto a cualquiera… “Ya está helada la cerveza, whisky y agua mineral, la caterva anda tomando ya se saben el lugar, donde la plebe se junta para la fiesta empezar. Viene llegando la raza y se comienza a pistear, en la barra o en la mesa parejo van a libar”.
Empero tal afición a la bebida, que derivaba en tremendas danzas del machete, Pancho Cañón, procuraba de alguna manera separar la parte dipsómana que le corroía, del intrínseco lado humano y noble que guardaba. Así, de alguna forma participaba activamente en los cursillos de renovación y de evangelización, con don Juan Centeno, Fidel Baruch Soto, Agustín Hernández, Cipriano Barragán, entre otros, con la intención de separarse de la bohemia; incluso el 15 de mayo de 1972, a consecuencia de un retiro de recogimiento religioso, con Pablo Boker, Othón Romero Pichardo, Jesús Saiz Mayo y Chucho Ceja, el 15 de mayo de ese año, asumieron la responsabilidad de formar el grupo de alcohólicos anónimos “Acayucan”, instalándose en la esquina de Miguel Alemán y Negrete. Se recuerda que apadrinó a Brígido Ramírez en estos esfuerzos de abstinencia etílica. El problema es que aunque cumplía con su óbolo, asistencia y testimonio, nunca se declaró alcohólico… se murió en su ley. En su hogar se le recuerda por sus constantes guasas y cabuleadas. Llegaba despacito por la puerta trasera, cuando todos veían absortos la telenovela, o alguna serie de interés y, para pillar nada más, alterar los nervios y la concentración, dejaba caer a la espalda el recipiente con los trastes de peltre, provocando un escándalo que hacía saltar a todos de su asiento; cuando no llegaba inventando historias de aparecidos o de personas echando bala por la calle y que tuvieran mucho cuidado, después se salía para regresar a tirar grava sobre el techo de lámina y entrar a carcajadas celebrando su desmadre… Almaceno, para la próxima, toda una gama de historietas que por ahí se detallan y orean, de festejos, reuniones y tertulias con amistades como la señora Mary Betaza o Conchita Reyes Rodríguez, el compadre Juan Bremont Hernández (o las que se cuentan por “La Fuerza Atómica”) y otras damas y compinches; me reservo, porque no terminaría esta entrega. Las bromas de Pancho Cañón, rebasan cualquier serie divertida de la televisión. Pancho y Rebeca resultaron pareja ideal de familia funcional, nutrida, de relaciones e interacciones eficaces, aceptables y armónicas, con factores de comportamiento extraordinario. La organización jerárquica resultaba clara, Pancho y Rebeca compartían autoridad, sin conflictos, entre ellos, de manera satírica las más de las veces, en ocasiones de forma cándida y en otras de plano irreverente. .. Cuando de plano “se pasaba de galleta” con sus bromas, Cañón, decia: “Son tus nervios, son tus nervios”… ese era su gusto y su zangoloteo, aparte de su inclinación por el trago; aunque, debemos significar que fue un hombre de lucha y trabajo, para sostener a su raza le madrugaba, dándoles a quienes quisieron aprovechar estudios necesarios y el ejemplo de responsabilidad y esfuerzo cotidiano. Tuvo sus épocas difíciles, de limitaciones, que logró superar con jornadas laborales de mucha chinga. Sus amigos no solo le seguían por su carácter agitador y juerguista sino porque veían al amigo que sacaba la cara y la cartera cuando de remediar problemas se trataba. Se daba sus “entres” a puños, porque aunque su afilada podadora cruzaba los aires y raspaba el concreto, no llegó a zanjar a nadie con su machete. Era un hombre de aspecto áspero pero noble, de voz fuerte, roncona pero afectivo; por eso todavía sus amigos cercanos refieren que se partía el alma en la talacha, primero de cobrador y después manejando un camión de pasajeros. “El Campesino”, salía de la esquina Hidalgo y Enríquez, frente a esa antigua “Casa González” con pasajeros para Colonia Hidalgo. Por cierto ese “azulito” número 4, del transporte vecinal, terminó chamuscado, frente al Club de Leones, por facinerosos seguidores de Benigno Mendoza, en la campaña política de Rosalino Guillén Tapia, su lucha por la vida no resultaba fácil; se le recuerda conduciendo un Ford de crank, de esos camiones antiguos que tenían una manivela, y cuando le daban vuelta, arrancaban. Los choferes de aquel tiempo no andaban de corbatita, camisa blanca y saquito, como los operadores de las unidades de ahora, con climita y televisión, aquellos tenían que llegar con la carcacha a como diera lugar y para eso se fajaban echando mecánica. Las cajas de velocidades andaban todas guangas, los engranes todos cascados y el volante tenía más juego que la rueda de la fortuna. El mantenimiento de sus carros dependía de la experiencia y capacidad como parte de trabajo, sin horario y sin privilegios. Me dicen, que muchas veces Pancho Cañón, requería piezas en los deshuesaderos y que los cauchos eran colectados en el basurero de neumáticos: “La primera llanta que compró nueva, se la llevó rodando por medio parque para presumirla y celebrarlo”. Tal resulta el destino de muchos. Pequeño punto de referencia entre lo humano y lo inhumano. ¡Lo humano!: facultad de amar, tristeza de odiar, consuelo de llorar. ¡Lo inhumano!: Impotencia de amar, goce de odiar, envidia ruin por no saber llorar. Esas son las cosas que el hombre se traga por los caminos, sin camino; que anda borracho melancólico, lunático o filósofo, y pobre hombre aquel que entre los sueños busca a Dios para preguntarle en el silencio; para que no vean, los que nos aman, que somos de carne y hueso. Era Pancho Cañón como la alegría de las campanas que suenan para celebrar o para lamentar, pero suenan de manera fuerte y vibrante; quizá por eso ocupaba muchos espacios de sociales, cuando el popular Román Quiñones cubría esta sección en los periódicos con su “Terraza”, donde refería los episodios, incidentes, ocurrencias y genio alegre de Pancho y su compañera inseparable: Rebeca, combinando las aventuras del Club “La Chocolatera”, que tenía su asentamiento en el patio de la señora Chepina Ríos e Isaac Facundo; donde la Sonora Acayucan, afinaba las notas para sus presentaciones con Miguel Montiel, Chepe Márquez, Jesús “El Chino” Chau Fernández, Abel Hernández, Chepe Cordero, Carlos Guillén, José Guillermo “El Yuca”, Chico Utrera, Octavio Aldana y el Kiro y el Chapagüini. Ahí aparecían Emigdio Acosta, Emilio “El Pájaro” Ramírez de los Santos, o Manuel Velázquez, o Cecilio López y tantas gentes y tantos nombres; que sumados al grupo que conformaba, Pancho Cañón, con los “Autobuses Azules de Acayucan, S.A. de C.V”, empresa donde administraba finalmente sus “guaguas”, con algunos socios como Ciriaco Prieto Hermida, Rafael Pereyra Baeza, Angel Fernández Chiquito, Víctor y Sabino Mora Rodríguez; Luis, Carlos y Gilberto Pavón, Memo Fonrouge Romero, Marcelo Gómez Vargas, Celestino Fernández, Juan Núñez, Severo Gómez Pereyra, el Güero Millán, Luis Zetina, Modesto López, y toda la fauna humana de partícipes accionistas que conforman esa fuente de trabajo, que en su evolución ha cambiado de razón y de miembros pero no de pensamiento e ideología… compañeros de lonche y de lucha del transporte vecinal.
Un día, de hace tres años, de 71 años, se murió Pancho Cañón. Porque tenía derecho a descansar y porque su vida fecunda había producido los florecimientos necesarios de su misión en la tierra. Se llevó el concepto de vida espontánea e inesperada... plana, y al mismo tiempo abrupta. Su imagen es retenida como símbolo de energía, alegría y desafío. Sus hijos evocan al padre erguido, fornido, exigente y tierno…inolvidable, con su mirada de medio lao, y su cabello y bigote canosos. El día de su funeral brillaba el sol. Muchos ojos se cubrieron de lluvia lagrimal, cuando su ataúd bajaba para rendir tributo a la madre tierra… Los designios del señor son inescrutables porque la inteligencia humana es facultad limitada, que no puede penetrar en lo absoluto.
Francisco González Acosta, nuestro Dios de las misericordias bendijo siempre tu actitud y la coronó con el éxito del deber cumplido, de las obligaciones satisfechas, de la caridad que todo lo perfuma y de la comprensión que todo lo perdona…. Absuelve, Señor el alma de los fieles difuntos de las ataduras del pecado, para que socorridos por tu gracia escapen al Juicio vengador que les permita disfrutar de la felicidad de la luz eterna. Así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario