COLUMNA: Déjame que te cuente…
Por Sergio M. Trejo González.
El parque infantil es de todos. Así lo consideran las generaciones de niños contemporáneos y también los chiquillos pretéritos, aquellos que trepábamos en la gama de juegos que frente a la iglesia estaba. Todos los días resultaba un placer observar las resbaladillas y los subibajas, la plataforma giratoria y escaleras aéreas horizontales que servían como gimnasio. Ahí estaban los columpios en el parque, esperando la salida de los alumnos de escuelas primarias de la Miguel Alemán y el colegio Carlos Grossman, y de los Jardines de Niños que solo había en el centro de la ciudad. También llegaban alumnos de la Hilario C. Salas que por necesidad debían cruzar el parque y aprovechaban para una “subidita”, sin perjuicio de ser aceptados los chiquitines que por condiciones sociales no asistían a ninguna escuela. Hermosos tiempos cuando el parquecito infantil abarcaba todo ese espacio, paralelo al tramo de lo que era la calle Plaza de Armas, que fue cerrada precisamente para brindar seguridad a los adultos y protección a las criaturas que llegaban a jugar en el parque, sin estorbosos tiraderos de hippies o cholos ni merolicos con su ramazón curativa, sin esa fuente sedienta que no solo carece de aspecto ornamental sino que sirve para malhaya la cosa; sin una nevería que significa hoy gravamen del espacio que pertenecía exclusivamente a los infantes, pues en toda esa área, de la calle Victoria a la Hidalgo, era sitio para que los chavitos pudieran correr y trepar sin limitación de horario ni peligro de telarañas eléctricas ni tanques de gas de fritangas … podía uno comprar helados a don Pedrito, que con su carrito expendía paletas y bolis, a diez centavos, con sistema de crédito, pues daba fiado sin límite; podía también degustarse un sabroso chocomilk, mientras se jugaba futbolito en la refresquería de Don Chucho y doña Chelo, ubicada en la esquinita del templo, donde ahora están los sanitarios públicos. De vez en cuando pasaba un nevero que hacia coraje tremendo porque los chamacos cabrones remedaban su grito, anunciando nieve en barquillo, un anciano con labio leporino que pregonaba: “Ñeve, Ñeve”. Así le gritaban, al nevero, y este le mentoteaba la madre a todos, quienes corrían sonriendo, ante la amenaza de una agresión física, pues el insulto no dolía mucho porque tampoco se comprendía con claridad. En fin que toda esta reminiscencia obedece a la condición presente de los juegos infantiles. Resulta que hemos observado un proceso de reacondicionamiento y transformación en nuestro parquecito infantil, ahora tal espacio se aprecia completamente retocado, en un “nuevo concepto” tanto en la superficie de terreno como en los artefactos instalados, algo que llamamos más nice. “De primer nivel”, como si a los niños les importara el glamour y las payasadas de clases que los adultos cultivamos en los hijos para adoptar esas poses mamelucas, de complejos y traumas estúpidos… Decía antier que me parece una especie de escenografía. Juegos de utilería, de mírame y no me toques. Se notan bonitos pero demasiados frágiles para quienes acostumbramos, cuando niños, a treparnos en un cabrón columpio, instalado atrás de lo que ahora queda de Telas Ramírez o Zapatería Conde y Creaciones Isabel… Creo que eran terrenos de no sé quien, el caso es que en tal lugar se tiraba la cascarilla de café de la empresa torrefactora, hoy diríamos coffee-shop, de Don Antonio Barragán Iglesias, y dicho salvado servía como esponjado colchón amortiguador de un juego que les platico tenía lugar en esa propiedad, donde colgaba una gruesa riata, de unos quince metros de longitud, que colgaba de un árbol, parecido a la vaina ¡bolas! Como chango en el mecate… El viaje era pura galleta, con un vuelo fabuloso y una caída bárbara. Se levantaba uno de tal revolcada, como candidato del PRI a la gubernatura. Apendejado, del guamazo, regresábamos a carcajadas buscando turno para otra aventada. Nunca supe quien compraba la liana ni puedo asegurar quien es el dueño, pero sin discriminación, chamacos de “todos los niveles”, podíamos disfrutar del columpio. Ahora que contemplamos los juegos, fashion, en el parque nos sorprende que estén poniendo puertas que limiten el uso. No es cosa de vivir en la anarquía pero como que me parece que un lugar así pierde la esencia si se colocan puertas, que derivarán en un horario, luego vendrá la aduana, espero equivocarme. Los niños por naturaleza son inquietos. Deseo comprender que la razón de tal medida obedece a la fragilidad de los aparatos, pues se aprecian inconsistentes, efímeros. Un niño sano es dinámico y ciertamente debe realizar algunas tareas diferentes, adquirir con disciplina algunas responsabilidades, pero un parque público infantil no es la sala de juegos de la residencia particular o de guarderías, sino un centro donde desfilaran los párvulos de más de 100 mil adultos, con las facilidades normales que admiten tres o cuatro módulos, de tal manera que los pobres juegos tendrán que afanarse hasta por la noche que obliga a los niños a descansar… esa es ya tarea de los padres de familia, no de la autoridad o los gobernantes que deben proveer de sitios suficientes para que los niños brinquen y salten. Entiendo que los juegos deben resultar visualmente atractivos, de forma que resulten estimulantes para los niños. De estructuras fabricadas con materiales resistentes y libres de conductores de electricidad. Por ello me parece, Insisto, que tales “juguetes” colocados resultan propios de un lugar techado y aclimatado, dónde el sol no los quebrante ni les coma la pintura… con pasto sintético para que siempre brille verdoso. Juguetes para tomarse fotografías no para trepar. En fin, no vamos entrar en polémicas bizantinas, fútiles y baldías… Ayer me percaté que por mantenerse cerrado dicho sitio de juegos, algunos pequeños decidieron saltar la cerquita que delimita e impide el acceso, pues aunque ya se encuentra terminado no entiendo a quien madre esperan tanto para una fastuosa inauguración. En eso andaba, la tarde de ayer, cuando unas nenas se introdujeron al parquecito, por lo que acudió un policía a sacarlas cuando descendían por el tobogán. Me preguntaba si caerían en el absurdo de pretender amenazar o detener a las chiquillas ¿niñas delincuentes? Recordé el slogan felón, de “campaña limpia”, que decía: “En Veracruz los niños no se tocan” faltaba que un gendarme se llevará presa a una criatura que desea jugar en “su” parque infantil. Hubiera resultado patético. Me detuve frente al guardián para un comentario sugerente y bienintencionado: “Ya deberían haber inaugurado, para evitar estos incidentes penosos”, me respondió comprensivo, “no sé que esperan”… Ignoro qué medidas se habrán de seguir en el mentado parque infantil, yo solamente les cuento lo que sucede todos las tardes, cuando los niños giran alrededor del parquecito sin poder acceder diciendo: “Ya que los abran”… Hoy los juegos son noticia, hacen bonito horizonte, funcionan como organismo y su manutención estriba en una mano de pintura cada tanto, cada generación pinta sus juegos de un color diferente, para enaltecer su infancia, pero los deja como son, no se investigan nuevas formas de columpios, no hay competencias de caballitos, no se dan clases de resbaladilla, nadie se roba los subibajas, la radio no transmite rechinidos de escaleras; cada generación los pinta de un color diferente para acordarse de ellos, ellos que inician a los niños en los paréntesis, en la melancolía, en la inutilidad de los esfuerzos para ser diferentes, donde los niños queman sus reservas de imposible, sus últimas metamorfosis, hasta que un día, sin una gota de humedad, se bajan del juego hacia sí mismos, hacia su nombre propio y verdadero… hasta olvidar que alguna vez niños fuimos.
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