Joel Vargas
México es un país bien dotado por
la naturaleza, posee inmensas riquezas explotables para hacer de su pueblo
seres felices. Cuantificar sus estadísticas a partir de sus dos importantes
litorales, de su codiciable riqueza del subsuelo, de la impresionante feracidad
de la extensión geográfica de sus tierras de cultivo, de sus minas que producen
toda clase de materiales ferrosos, que van desde el oro, la plata, el cobre,
etc., la abundancia de grandes volúmenes de agua dulce para los indispensables
desarrollos de asentamientos humanos. Y la lista podría ser larga, pero el
castigo de la naturaleza ha sido sin misericordia, pues su historia reciente no
ha podido parir al hombre-hombre que con una gran visión de grandeza fuera
capaz de administrar con ética irreductible las grandezas riquezas que
corresponden a todos.
La lista de los que en mala hora
han sido impuestos como presidentes de la República, solamente han podido, sin
mucho esfuerzo, arrastrarla hacia la pobreza. La estadística más reciente, la
de estos días, nos dan a conocer que en el país viven en la inopia noventa y
cinco millones de pobres. En estas circunstancias, ningún esfuerzo titánico
podrá dominar la heterogeneidad de la violencia, porque todo se nos ha vuelto
violencia, pero la más grave es la violencia del hambre. Recordemos que Ruiz
Cortines fue uno de los presidentes más honrados que registra la historia
postrevolucionaria. Utilizó el poder para servir a la patria, esto es, a la
gran nación mexicana que es de todos.
Por la presidencia han pasado
asesinos, locos, dipsómanos, cleptómanos, inmorales, débiles mentales, bígamos,
poliándricos, depravados absolutos sin contenciones morales. En las próximas
elecciones del mes de julio votarán, si así lo deciden, 87 millones de
mexicanos. Ya no debe ser que los presidentes sigan arribando al poder con quince
millones, esto es, con una inmensa mayoría en contra, en nombre de una
democracia perversa para no soltar el dominio sobre los pobres y los
ignorantes. Claro que a los ricos que han manejado los bienes nacionales, les
niegan al pueblo el conocimiento de las entrañas de la nación: sus deudas, sus
compromisos con empresas extranjeras, la rapiña gringa, la reconquista de los
españoles, la rapacidad histórica contra México. El expansionismo ventajoso de
los gringos, etc. Ningún presidente ha sido luz patriótica para iluminar el
camino de nuestro desarrollo.
Había dos nichos importantes en
cierto museo de Oaxaca. Uno era indiscutiblemente para Benito Juárez, político
probó cuyo merecimiento era indeclinable por sus méritos inextinguibles.
Juárez fue un arquetipo, un
paradigmático de la vida pública y en esa dicotomía histórica no había con
quien compartir las virtudes del poder que no fuera con Porfirio Díaz. Los dos
oaxaqueños insignes, ambos pulcros hombres de Estado. Juárez dejó como herencia
cívica y honradez pública, su inmortal consejo para los políticos: “Los
funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No
pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las
leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación,
sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir en la honrada
medianía, que proporciona la retribución que la ley le señala”.
Y nada de que Porfirio Díaz es un
traidor a México, traidores hay por almácigos en estos momentos de nuestra
historia, Díaz fue un gran estratega militar defendiendo la patria. Fue un
hombre de Estado y efectivamente impulsó el desarrollo del país. Construyó vías
férreas importantes e inauguró el uso del ferrocarril como principal transporte
para el pueblo pobre. Estimuló la expansión fabril y se dictaron leyes que
permitieron la paz y el progreso. Que el dosel del poder se hizo girones, es
cierto. El senecto Díaz se lo había tragado el tiempo y quiso eternizarse en el
poder, como ahora sucede con el PRI, esclerótico y moribundo. A los príistas
que se alistan para seguirle robando a la nación, hay que embarcarlos en un
segundo Ipiranga.
Los políticos de altura en México
no existen. La corrupción atosigante está por encima de la ley y de los hombres
públicos. Los asesinatos a penas logran el equilibrio demonográfico. El caos va
en aumento. Se quisiera entonar una música celestial doxológica para bendecir a
los que conducen el gran poder y la incuantificable riqueza de la nación
mexicana, pero los merecimientos no existen. Todo ha sido mal y peor. Porfirio
Díaz dejó su epígrafe: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los
Estados Unidos”. Ahora diríamos: “Pobre México con sus hijos multimillonarios
posados en el dintel de la abundancia viendo como se consume la patria”.
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