Por José Luis Ortega
Vidal
Conocí a César Augusto Vázquez Chagoya allá por 1995 cuando
él dirigía el diario Liberal de Coatzacoalcos y a mí me tocó cerrar un ciclo de
trabajo y abrir otro.
Joven, fuerte, líder natural, figura de gran peso simplemente
al establecer un diálogo directo, el autor Pasillos del Poder me recibió en sus
oficinas de la avenida Lázaro Cárdenas -en Coatzacoalcos- para iniciar, de
inmediato, un trabajo en la corresponsalía Acayucan del periódico a su cargo.
Con los meses, la relación pasó del impacto inicial al
aprendizaje que nunca cesó: en lo periodístico, lo político, lo cultural; pero
sobre todo, fundamentalmente, en el aspecto humano… profundamente humano.
Quiero dar testimonio de un hecho que me conmovió para el
resto de mi vida; que la marcó.
Es un asunto personal que en su momento compartí con el
hombre que nos ha reunido aquí y cuya circunstancia -al paso de los años- pude
observar una y otra vez para con mi persona o en calidad de testigo.
Aquella mañana que topé por primera vez con César Augusto
Vázquez Chagoya él era un hombre que apenas rebasaba los 40 y yo un veinteañero
que recién me había convertido en padre de familia.
Llegué al Liberal en una situación económica difícil que, por
respeto a él y a mí, no delaté.
Aquello fue una entrevista de trabajo y tras una plática que
duró alrededor de una hora, retorné a casa con un empleo y, lo más importante,
con dinero en la bolsa.
Tras despedirme del director de El Liberal, con dinero apenas
para regresarme, la administradora me llamó.
Yo no la conocía y ella a mí tampoco.
Sin embargo, en forma directa me dijo: tengo un mensaje para
usted del licenciado Vázquez Chagoya.
¡Ah caray, pensé: pero si lo acabo de ver, me contrató y nos
despedimos!
Acto seguido, la administradora me extendió un papel y me
indicó: firme de recibido y tome este dinero.
Celoso, quisquilloso, orgulloso, aferrado a la poesía como
una forma no sólo de ver el mundo sino de actuar en él, no firmé ni recibí
nada hasta no aclarar de qué se trataba.
-Es
un apoyo para usted. El director me instruyó dárselo para que empiece a
trabajar desde ahora y en las condiciones adecuadas.
-Ah,
bien, entonces usted me los descontará, dije, al tiempo de pensar: ¡ya tengo
para los pañales y la comida!
-No
se preocupe, esto es un apoyo de la empresa. Sea usted bienvenido. En la
quincena se reporta conmigo y aquí tendrá su sueldo, me respondió aquella dama
inolvidable cercana a la puerta –ya cerrada- tras la que se hallaba aquel señor
cuyo trato jamás había recibido en mi vida.
Trabajé en el diario El Liberal en la mejor época que ha
tenido dicho matutino a lo largo de su historia: cuando lo dirigió César
Augusto Vázquez Chagoya.
A la hora de escribir estas líneas no puedo evitar llorar.
Aquella mañana de 1995, el minatitleco memorable al que todos
reconocemos, me hizo sentir comprendido; me hizo sentir valorado; me hizo
sentir respaldado; me hizo sentir dignificado; me hizo sentir valioso; me hizo
sentir -en el contexto de mi desempeño profesional- un ser humano digno.
Para mí siempre ha sido sinónimo de dignidad el recibir
dinero a cambio de algo que doy.
De otro modo me siento corrupto y por tanto indigno.
Mi esposa me esperaba en casa con mi hijo en brazos y ya
podía llegar con comida y pañales.
No, aún no trabajaba para El Liberal pero César Augusto
Vázquez Chagoya me dio una gran lección que trato de aplicar siempre: uno puede
aprender de la gente desde el primer contacto; uno puede estar informado sobre
la gente desde antes de conocerla personalmente; uno tiene que pensar siempre
en la gente antes que el vestido o el poder, o el papel que la gente puede
desempeñar a favor de uno; uno debe ser generoso por el simple y profundo hecho
de ser generoso, al margen de elementos de poder, de política, de afanes
económicos, de intereses ideológicos, de presunciones intelectuales…
Con César Augusto Vázquez Chagoya aprendí que la condición y
circunstancia humana es justamente lo que define al ser humano.
Con César Augusto, entendí que el ser humano está por encima
de todas las creaciones suyas y de sus semejantes. Nunca es al revés.
Caramba, al paso de los años he entendido también que para
tener una radiografía de los demás, contar con información de los demás, actuar
en favor de los demás antes de que en favor de uno mismo y sin menoscabo ni
descuido de lo que somos y de quienes están bajo nuestra responsabilidad, pues
hay que contar con esa actitud, ese talento, ese corazón, esa educación, esa
manera de ver el mundo y de pararse en él, que tuvo siempre aquel hombre que me
recibió en el edificio de la avenida Lázaro Cárdenas de Coatzacoalcos aquella
mañana poética, dos décadas atrás.
No fue por el papel que le firmé a la administradora, tampoco
por el sobre que me permitió llamar a casa y decir: ya tengo trabajo y te mando
ahora mismo dinero para lo indispensable; he conocido a un señor raro que me
conmovió, ya te contaré de él…
En realidad, fue por los años que vinieron después y por las
enseñanzas que nunca cesaron y seguirían en el Semanario Cabildo, en Pasillos
del Poder, en La Noticia en el Café, en Veracruzanos.info, en Notisur y en muchas,
inolvidables, inagotables conversaciones frente a un whisky, un cigarro y
cientos, miles de archivos.
Debo ser más preciso: en realidad, lo que vendría después se
debió en buena medida a la sonrisa franca, a la seriedad oportuna, al consejo y
el cuidado permanentes, a la sombra protectora que inspiraba…
Como sea, pues, el caso es que aprendí a decirle en privado,
siempre: Lic…porque -para acabarla de amolar- era un hombre sencillo que odiaba
los elogios y más aún las lisonjas.
Ante los demás me refería a él como el licenciado o como el
jefe…
Con Pablo Jair, hermano de esta hermosa aventura de vida, la
frase era: “el patrón”…
Y para el resto de los seres humanos, incluyendo a todos los
aquí presentes, siempre fue y es Don CESAR AUGUSTO VÁZQUEZ CHAGOYA.
Qué orgullo haberle conocido.
Si hay un módulo de quejas para el cielo ahí está escrito mi
reclamo por su ausencia tan temprana.
Cómo nos hace falta gente de su estatura humana en un
escenario de tanta dificultad política y social, circunstancias que conocía a
detalle y cuyas soluciones manejaba con maestría.
Yo sé que me está escuchando y sonríe.
Le envío esta mañana un abrazo y un beso de amigo, de alumno,
de hombre agradecido, cuya familia nunca terminará de reconocer todo lo que
hizo por nosotros y por muchos otros.
Gracias don César Augusto, a la orden, listos para recibir
una llamada y contestar como sólo usted solía hacerlo: ¡mandeeee!
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