DEJAME QUE TE CUENTE…
Por
Sergio M. Trejo González.
Hace
un par de años comentaba, en estos espacios, algo sobre la vida de un compañero
de la asociación “Arrieros del Apompo”: Sixto Aparicio Candelario, un amigo, que
por ahí andaba en sus últimos días luchando contra un problema de salud, enfermedad
que al final resultó vencedora…
murió, Sixto Aparicio Candelario.
Acayucan
ha perdido a uno de sus hijos predilectos, muralista, pintor de caballete,
escultor y amigo. Hermano de lucha y de lonche, querido, cuya figura
emblemática del arte plástico nos obliga a contemplar ahora los matices del
cielo infinito buscándolo, con nuestras oraciones, por donde ahora escudriña
seguramente la inspiración paradisíaca para continuar en otras dimensiones sus
tareas gloriosas. Duele, duele mucho su despedida, porque ya no está con
nosotros ese personaje irrepetible; porque su partida se suma además a la
tragedia de sus familiares que reciben en muy breve espacio de tiempo la prueba más cruenta que Dios todopoderoso les haya impuesto. Hace
unos días se adelantó su hermano para esperarlo allá; porque el Señor
necesitaba a nuestro Sixto en aquella region ignota; porque también los espíritus sublimes requieren de
nutrir su esencia y su energía en aquel reino de las musas y las hadas; porque su obra en la
tierra se ha cumplido y nosotros debemos cumplir retornando su cuerpo a la
tierra en obediencia a la sentencia bíblica: “Polvo somos”.
En
vida, hermano… realicé algunos garabatos sobre la fecunda trayectoria de Sixto,
de su paso por el mundo, de cómo encerraba en su obra un profunda vocación
artística. En cada uno de sus cuadros y en cada uno de sus murales, Sixto
pretendía visionar más allá de las florituras de las líneas, con sus rectas y las curvas. Los trazos magistrales llegaban
a la esencia de lo hermoso, porque su concepción no resultaba solamente su
medio de vida sino su propio sentimiento y su necesidad de expresar y trasmitir
la perfección de la naturaleza, agua, luz, alma, paisaje, colocando en primer
plano la hermosura de las mujeres.
Lo dije así:
“Sixto
Aparicio Candelario, es un artista, pintor, por los cuatro lados. Auténtico
acayuqueño, que vio las primeras luces y dio sus primeros pasos en el barrio “El
Zapotal”, lugar donde nació, el 28 de marzo de 1962; ahí vivió por muchos años
hasta que, luego de culminar sus estudios en el Instituto Tecnológico de
Minatitlán, decidió emigrar a la ciudad de México, donde se integra como
maestro de taller de pintura en la delegación Cuauhtémoc y se une al “Grupo
Códice” como productor audiovisual, y en ese organismo dedicado principalmente
a las artes gráficas recibe cursos de todas esas habilidades. En tales
condiciones, similares a las de todo provinciano de familia humilde que llega a
la capital con un morral cargado de sueños y esperanzas, tropezó con alguien
que lo estimulaba para continuar en estos caminos; muchas veces conversaban
acerca de cuestiones que nutrían su espíritu de superación, desconociendo que
tal personaje era el célebre narrador de los pergaminos de la obra de Og
Mandino, el autor motivacional más leído en veinte idiomas durante esos años:
José Antonio Cossío, locutor y declamador. El galán de radionovelas, la voz de
San Martín de Porres e intérprete de Mi Cristo Roto, entre miles de
representaciones, aseguraba en sus charlas, Sixto, a su gran amigo y su
mecenas…decía, “el camino de servir es largo y que las metas por cumplir son
muchas. Si uno tiene su verdad dentro del espíritu y ganas de aprender,
empiezas desde abajo, la gente puede decir que eres el mejor, pero se tiene que
saber que subes un escalón y puedes bajar tres. Siempre se tiene que ir con
pies de plomo, ser cambiante e ir adelante con el único fin de servir a los
demás”.
A
Sixto lo veía retornar a esta su tierra de manera esporádica. En una de esas lo
vi platicar con una inolvidable mujer que fue la maestra Guadalupe Alcalá de
Cordero, amante consagrada de la pintura. Dulce en su voz, en su mirada y en su
caminar. Depositaría de inigualable ternura y sencillez. A ella, que en vida
derramó generosamente sabiduría sobre muchas generaciones de alumnos, la
escuché entusiasmada disertar a cerca del esfuerzo que representaba para un
joven pintor como Sixto iniciarse en tan elevado arte.
Conocí,
a Sixto Aparicio Candelario, allá por diciembre del año 1984. Don Ramón Roca
Morteo, Presidente Municipal de Acayucan, brindó todas las facilidades para que
este joven artista montara una exposición de caricaturas en la entrada
principal del palacio municipal. Muchos ciudadanos
aceptaron con sorpresa agradable esa muestra de arte donde Sixto captura, a
lápiz o con la tinta, los rasgos más singulares de personajes de la política y
de la sociedad de Acayucan. Sixto Aparicio Candelario, en esa fecha públicamente
nos brindó su arte por primera vez en nuestra ciudad, pero en Minatitlán había
también presentado modelos de caricaturas con mucha aceptación; sin embargo, su
trabajo no quedó solamente en monos y parodias en blanco y negro. Decía que,
una vez concluidos sus estudios, de Ingeniería Industrial Química, decidió
perfeccionar una afición que termina significando la profesión de pintor que
actualmente desarrolla. En el centro de la república comienza a manejar los
colores en pincel, a estudiar las técnicas del color y las corrientes
pictóricas diversas. Sixto debió atravesar por todo un proceso de estudio en
todo lo referente a las runas, signos e ideas estéticas, las formas y todo lo
que tiene que ver con la expresión pintoresca, hasta lograr un estilo propio,
mismo que Sixto ha dado en llamar: “Elefangirafizado”. Comprendo esto como una
manera de plasmar en los lienzos imágenes de cuerpos con mucho volumen y
cuellos delgados. Adquiere tal influencia al parecer de una visita a cierta
exposición fotográfica instalada en el “Centro de la Imagen” en el museo de la
Ciudadela, lugar donde observó con admiración la manera en que un cuerpo
adquiere con intención caprichosa esa combinación hermoseada de la obesidad con
lo enjuto. Así es el arte, resulta de muchas maneras con definición abierta,
subjetiva, discutible. La pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega.
El
camino que Sixto lleva recorrido no ha sido corto ni fácil, tuvo que tocar
muchas puertas de lugares donde lo que sobran son solicitudes de alguna
oportunidad. Tiene el privilegio de haber ingresado a la Escuela Libre de
Escultura y Talla Directa, instalada en el Ex convento de La Merced, en el
Centro Histórico de la Ciudad de México. Entidad que se integró al Instituto
Nacional de Bellas Artes como Escuela de Pintura y Escultura, y que más tarde,
en 1964, toma el nombre de Escuela Nacional de Pintura y Escultura "La
Esmeralda". En sus talleres, me informó, se ofrecía una libertad completa
con un desarrollo artístico intuitivo, donde se incluía materias teóricas
geometría elemental, dibujo lineal y aéreo, teoría de la composición, anatomía
descriptiva, historia del arte precortesiano, arte moderno americano, arte
oriental y africano, arte europeo, inglés y dibujo del natural. Se impartían
talleres que determinaban la especialidad: pintura o escultura y el
laboratorio, un lugar para familiarizarse científicamente con los materiales
para pinturas, esculturas y grabados.
La
profesión de pintor por ninguna parte resulta barata o sumaria. El dominio de
las expresiones artísticas requiere de paciencia y dedicación. El conocimiento
y el tratamiento de materiales para manejar el Óleo, la acuarela, el acrílico,
la serigrafía, la aerografía, absorbe mucho tiempo y consagración. Relieves,
distribución, texturas, tejidos o estructuras, de todo eso y más debía conocer
Sixto antes de iniciarse en el desarrollo de sus obras que hoy podemos decir
que rebasan unas 5,000 piezas, entre bocetos, caricaturas, dibujos, acuarelas
acrílicos, óleo y esculturas. Obras que se aprecian en edificios públicos y
privados, dentro y fuera de nuestro país. Esto lo sostengo porque fuentes
dignas de crédito afirman que los cuadros de Sixto, expuestos a la venta en el
“Jardín del Arte”, por donde, de día, las luces iluminan el movimiento artística
y por las noches, las luces, chamuscan las alas de las mariposas equivocadas;
ahí en las calles de Sullivan y Villalongín, de donde nuestro pintor es socio,
se han vendido cuadros que forman parte de algunas colecciones particulares en
Japón, en España y en Inglaterra.
Una
muestra del trabajo de Sixto Aparicio, se puede apreciar en las imágenes que
religiosas que se encuentran atrás del altar, dentro nuestra parroquia de San
Martin Obispo. Igualmente, en el restaurante del Hotel Kinakú, llaman la atención
cuatro hermosos cuadros de Aparicio. Separados retratos que forman una cruz en
una especie de mosaicos, se encuentran en Chetumal, Quintana Roo… El Sagrado
Corazón, “La Dolorosa”, y ángeles entre claros nimbos, cirros y cúmulos … “Si
queda un pintor de santos, si queda un pintor de cielos, que haga el cielo de
mi tierra, con los tonos de mi pueblo, con su ángel de perla fina, con su ángel
de medio pelo, con sus ángeles catires, con sus ángeles morenos, con sus
angelitos blancos, con sus angelitos indios, con sus angelitos negros, que
vayan comiendo mango por las barriadas del cielo”. Otros trabajos de dimensión
considerada, son las que se encuentran en el CBTIS 48 de Acayucan, y el mural
que se aprecia a la entrada del tecnológico de Minatitlán; además la que se
localiza en el tecnológico de Villahermosa, Tabasco, de aproximadamente 6
metros de alto por 20 metros de ancho. Para el Comité Ejecutivo Nacional del
PRI se pintó un cuadro desmontable a efecto de poder presentarlo como fondo en
diversos actos políticos en el país. En Oluta, se luce en una pared de la aldea
del antropólogo, arqueólogo e historiador Alfredo Delgado Calderón, un cuadro
con una hermosa imagen femenina creada por Sixto.
En
fin, resulta difícil enumerar la ardua labor de Sixto en solo un par de
cuartillas, baste significar que en tratándose del arte como en el amor no
existen más limitaciones que las que el artista se impone. He contemplado la
creatividad de Sixto en materiales y objetos diversos. Tres quinceañeras han
lucido en sus prendas las pinturas de Sixto: el vestido de mi ahijada Frida,
hija de mi comadre María Elena Baruch Fonseca; el vestido Themis, la nieta del
ilustre profesor Luis Mariano Sulvarán, y Jessica, la hija del señor Darío
Vidaña de Soconusco. Respectivamente han expuesto, cada cual, en sus atuendos,
durante su presentación en sociedad, imágenes de Frida Kahlo, el Palacio
Municipal, el Kiosko, calles e iglesia, además de la flora y algunas frutas
tropicales de la región.
Visitar
a Sixto en su domicilio significa transportarse a un santuario donde las artes
plásticas regulan su estado de ánimo y el de su amable compañera, la señora
Flor Hernández, quien dejará sus lugares, los abetos y la nieve, el smog y los
peseros, para compartir la pasión de su esposo realizando bosquejos y bocetos
en cerámica y bordados artísticos, bruñendo una herencia artística para Isis
Celeste, su menor hija. ¡Genio y figura! hasta en el nombre de su progenitora
un pintor resulta traicionado por el subconsciente de las tonalidades y los
matices… En ese hogar Sixto siembra y cultiva, además de producir obras de
arte, armonía y tranquilidad para su familia pequeña. No es una casa vacía, es
un hogar cálido. Me gusta cómo vive en esa mancha urbana, cualquiera capta en
cuanto se abre la puerta que en su interior hay color y vida en las muros y
sobre los muebles… Ahí estás tú. Los hombres podemos construir casas, inventar
máquinas y dominar la tierra o escribir libros, pero nunca debemos perder la
condición humana, que se postra ante lo hermoso o ante Dios…”.
Gracias,
le doy al todopoderoso: Por haber colocado mi ruta existencial en el mismo
tramo de este camino por donde Sixto ha transitado. Se fue, porque que ha
cumplido con puntualidad y delicadeza su destino. La muerte de Sixto me
disminuye… los que aún estamos ya no estamos del todo.
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