Déjame
que te cuente…
En los
albores de un nuevo año, cuando apenas tomamos pista para continuar este viaje
existencial, versión 2015, no quiero desaprovechar esta inercia y compás,
equiparado a la luna de miel, para hacer patente mis mejores deseos a las
personas que todavía por alguna circunstancia no coinciden con un servidor en horario
y esmero.
Una pregunta
me asalta: ¿Hasta cuándo se ha de felicitar el nuevo año?
Para
resolver la duda me puse a repasar algo en mi caduca, obsoleta e infectada computadora.
Encontramos así, en eso de la web www.protocolo.org.
Que la etiqueta no contempla liturgia, regla o norma sobre este asunto. Es una
cuestión que tiene más que ver con la inveterata consuetudo et opinio juris seu
necessitatis, es decir la costumbre y la opinión o necesidad de mantener buenas
relaciones.
Lo
más habitual es felicitar el año en los primeros días de enero, generalmente,
mientras dura esa prolongación las fiestas navideñas, hasta el día de Reyes,
aproximadamente.
No
obstante, puede que se encuentre usted a una persona unos días después, que no
has visto con anterioridad, y se puede aprovechar, sobre todo si es una
criatura del Señor que amerita un apapacho cálido, cordial y cariñoso para desearle felicidad por el
año.
Ya
en serio, permítame comentar que localicé en mis archivos que con motivo de
evitar felicitaciones incómodas o fuera de tiempo, algo de la tradición de los
refranes, con la que se guiaban nuestros antepasados, asomo de cierto modismo: Hasta
San Antonio Abad (17 de enero) ¿debería ser esta la fecha tope?
Empero,
la mera verdad ¡quién sabe! no existe
disposición autorizada al respecto y pienso que todo depende del verdadero afecto
y buen deseo que podamos tener hacia nuestras amistades, el motivo principal de
cualquier interpretación es evitar el fastidio de encontrarse con personas, a
mediados de febrero o marzo, y recibir
todavía este tipo de felicitaciones, las cuales ya están fuera de tiempo
y se empatan con los festejos de la candelaria, cuaresma y planificación de
vacaciones de semana santa. La idea en general es que resulta mejor buscar la
oportunidad a la brevedad posible para no caer en los buenos deseos rutinarios.
Eso de releer tarjetas de “próspero año nuevo" no puede sino producir un
lánguido bostezo. "Salud, dinero y amor" (como la añeja canción) está
un poco mejor, pero resulta predecible, inercial, carente de chispa. Quizá el
primero que lo pronunció hizo una buena síntesis de las principales
expectativas que cargamos, pero la fuerza de la frecuencia, redundancia y cantinela lo ha convertido en un haz de pretensiones
ligeras, triviales e inanes.
Por
ello en estas fechas avanzadas, respetando que en cada lugar puede ser diferente,
es difícil decir y desear a los otros algo con sentido original, algo alejado
del automatismo, de los tópicos; algo significativo y retirado de la utopía
extrema. Al fin y al cabo ese arte de felicitar tiene altos grados de
dificultad. Hay fórmulas consagradas que se derivan directamente de la
situación del receptor del deseo. Si está en prisión, usted debe desearle la
recuperación de su libertad. Si se encuentra embarazada, que el niño o la niña nazca
en completa salud. En esos casos, la ley del menor esfuerzo es lo más
aconsejable.
También
resulta relativamente sencillo desearle algo venturoso a los monotemáticos. Uno
conoce su obsesión, su deseo más preciado, así que tampoco resulta difícil
encontrar las palabras adecuadas. A los americanistas, por ejemplo, lo mejor es
decirle que su equipo vuelva a ser campeón este y todos los años en que exista
la humanidad. Si por el contrario no le gustan los deportes, pero se encuentra
fascinado por la aprobación de los matrimonios gay, lo óptimo es desearle que
las constituciones de todos los estados incorporen en el 2015 ese derecho. De
la misma manera, si logramos por casualidad encontrar a nuestro Presidente
Municipal, decirle que ahora si con seguridad obtendremos la certificación de “Pueblo
Mágico”. Estos modelos nos remiten quizá a la cuestión central de los deseos
pero debemos enunciar invariablemente la cara luminosa de los mismos y callar
-de manera prudente- su faz desatinada.
Obvio
que el asunto se complica cuando tomamos en cuenta el carácter de la persona,
su humor y su vibra. A diferencia de su situación objetiva y de la obstinación
en propósitos explícitos. El talante de la persona multiplica los grados de
complejidad: A un optimista irredento y contumaz no se le puede tratar de la
misma manera que a un pesimista porfiado y redomado.
Al
primero es casi imposible rebasarlo en sus expectativas, al segundo basta con
decirle "espero que el próximo año no te orine un perro". Pero en
fin, no se trata de confundirlos o de intercambiarlos: Baste desearle al
pesimista toda la felicidad del mundo (lo cual nos hará aparecer, a sus ojos,
como unos demagogos) y al optimista, apenas suspirarle por buena salud u ofrecerle
costales para que arrastre los millones de pesos que le vendrán (para no quedar
como auténticos aguafiestas en sus esperanzas).
Ahora
bien, como ésta es una columna de historias y reflexiones, vetada de todo comentario
político, los deseos deben ser bien pensados y medidos. De lo contrario uno
puede cosechar enemigos al por mayor, dado que en esa cancha las
susceptibilidades suelen estar a flor de piel. A sus amigos del PAN, hay que
desearles resignación y renacimiento; a los el PRD unidad y confianza; a los de
Morena, asambleas y registro permanente, y a los del PRI, continuidad y cambio,
dos términos que bien sirven para decir todo y nada. A los del AVE basta con
cantarles Staying alive.
En
fin, no desperdicie usted la oportunidad para desear, todavía, a otros lo que quiera y pueda. En algunos casos
resultará sencillo y en otros complicado pero un buen deseo no se le debe negar
a (casi) nadie. Por otro lado, el desear no empobrece y por el contrario
pudiera redituarnos la suerte de establecer amistad con personas interesantes y
agradables, para esto debemos ser francos y evitar ante todo la hipocresía. Convivir
con farsantes y charlatanes resulta difícil de soportar…
Termino
mi entrega con algo que dicen que dijo un sabio: “La riqueza del ser humano se
mide por la cantidad y calidad de los amigos que tiene”. Gracias, por ser parte
de mi fortuna.
¡Feliz
Año Nuevo!
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