Eva López Robinson
Sentada en una banca del templo, esperaba
la hora de la posada… Voy a caminar hacia el centro del recinto, cerca del
altar, porque deseo transmitir el significado de una jornada añeja…
Sobre el anda de madera, la cubierta de pastle
es la mullida alfombra para la sagrada familia peregrina. José viste túnica
blanca y manto verde, el cayado en la mano izquierda y las riendas del pollino
en la derecha; éste es un hermoso animalito en tono gris rata, aunque algo
verdoso por los retoques que recibió de un improvisado restaurador… María,
bella en su atuendo rosa y blanco, con sus cabellos oscuros saltando bajo el
manto que cubre su cabeza, va montada sobre el dichoso jumento que sigue al
ángel de ropas níveas y de hermosas
alas, que los guía en esta travesía.
Los santos peregrinos esperan a ser
llevados alrededor del templo, entre cantos, velas y la ansiedad infantil por
el final del evento… mientras las señoras preparan los aguinaldos en un
ambiente festivo y en las tranquilas noches acayuqueñas de aquellos tiempos.
El rosario parece eterno, urge a los
chiquillos correr a golpear las piñatas, pero ahora es tiempo del fervor,
escuchar y responder las lentas aves marías y cantar los viejos villancicos: “Una
bella pastorcita/caminaba con el frío/ y como bella rosita/ va cubierta de
rocío… y el padre Pichardo, orador nato, se sumerge en su sermón que duerme a
las viejitas y desespera a los infantes… pero cuando llegan las letanías y el
anda es levantada entre 4 personas, se va el sueño y los pequeños rostros se
iluminan, sobre todo al estar frente a la puerta mayor y comenzar a pedir: “En
nombre del cielo/ os pido posada/ pues no puede andar/ mi esposa amada…
En la penumbra las luces de las velitas
multicolor parecen pequeñas estrellas en manos de chicos y grandes; los niños
desesperan por sonar los silbatos cuando escuchen: “Entren santos peregrinos/
reciban esta mansión/ que aunque es pobre la morada/ os la doy de corazón”…
Ahora la familia sagrada ha quedado sola a
mitad del templo; todos corren a la puerta que da a la calle Hidalgo. La piñata
vuela cerca de la torre, y es el propio cura párroco que gusta de vendar los
ojos de gentes de todas las edades, enfundado él en su negra sotana, a la
usanza de entonces.
Las entrañas de aquellas piñatas de barro,
se abren generosamente y brotan de ellas los dulces, naranjas, cañas,
tejocotes… entre el griterío alegre de los concurrentes… y al finalizar, el
“patrocinador” de la posada reparte pequeñas bolsas de papel estraza con
dulces, cacahuates y galletas de animalitos en su interior… a veces el padre
Pichardo sube al segundo nivel de la torre y desde ahí lanza dulces… lo veo
ahora, calando sus anteojos sobre la nariz, con los lacios cabellos alborotados
por el viento de una noche apacible de sencilla celebración, donde todos los
participantes se convierten en niños para disfrutarla…
Noche a noche, la historia se repite
durante 9 días maravillosos. En las casas los nacimientos y arbolitos lucen
tremenda iluminación; las posadas se dan en todos los barrios y no es raro ver
pasar a José y María por la calle, el burrito, el ángel y toda la comitiva… y
los niños cada noche de las 9, con casitas o ramas visitan a sus vecinos para
pedir el aguinaldo: “Buenas noches damas/ buenas caballeros/ alegres cantamos
al Dios verdadero/ naranjas y limas limas y limones/ más linda es la virgen que
todas las flores…
Nostalgia, alegría, anhelos, sentimientos
encontrados nos procuran estas imágenes rescatadas de un pasado que fue muy
bello y que no dudo en algún punto del estado, del país, del mundo, estarán
disfrutando; que yo lo hago cuando retomo los recuerdos y los comparto, si para
eso son y quizá… quizá alguna vez alguien tome la iniciativa y los niños
vuelvan a contar con la ilusión de cantar posadas, de seguir inquietos a los
santos peregrinos y quebrar las piñatas de dulces entrañas… alguna vez será
posible…
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