José Luis Ortega Vidal
Coatzacoalcos, Veracruz; 05 de octubre, 2014.- No vayas,
aconseja un funcionario público que trabaja en la región desde media década
atrás. Y si vas, no hables de ese tema; la gente se molesta cuando le recuerdas
los hechos y son agresivos.
El entrevistado –quien acepta la charla bajo la condición
del anonimato- se refiere al linchamiento de Rodolfo Soler Hernández, un hombre
de 28 años de edad que el 31 de agosto de 1996 violó y mató a la señora Ana
María Borromeo Robles, su vecina.
La “invitación a no ir” hace referencia al pueblo de
Tatahuicapa, municipio de Xochiapa –en 1996 ambas poblaciones formaban parte de
la demarcación de Playa Vicente- y ubicado a la orilla del río “La Lana” que
divide a los estados de Veracruz y Oaxaca.
18 años más tarde: las preguntas que no encuentran su
respuesta
Alrededor de las 10:00 horas del lunes 02 de septiembre
el reportero Cecilio Pérez Cortés arribó a la ciudad de Acayucan a bordo de su
vehículo, un Tsuru color azul claro de modelo reciente.
Con un ejemplar de Diario del Istmo en la mano me ubicó
en el centro de la población, cerca de la calle Nicolás Bravo que comunica
directamente con el Palacio Municipal construido -entre las décadas de los años
40s y 50s del siglo pasado- a instancias del Presidente Miguel Alemán Valdés,
nativo de Sayula y cuya primera infancia transcurrió entre Acayucan y Oluta.
Don César Augusto Vázquez Chagoya (+), director del
diario El Liberal para que el trabajábamos Cecilio y yo, había dado la orden de
investigar los hechos referidos en la portada de la competencia; donde se
incluía un párrafo –sin pase- bajo la firma de la agencia El Universal que daba
cuenta del linchamiento de un hombre en el pueblo de Tatahuicapan, Veracruz.
Vázquez Chagoya, Pérez Cortés y otros reporteros habían
indagado en la sierra de Soteapan sobre el tema y la respuesta era la misma
para todos: en Tatahuicapan –de Juárez- pueblo que formaba parte del municipio
de Pajapan, no tenían registro alguno sobre este caso.
En la Sierra de Soteapan y en Tatahuicapan en particular
no había ocurrido nada de lo que el periódico de Coatzacoalcos consignaba.
Bebimos un refresco, charlamos, indagamos con fuentes
policiacas y políticas de Acayucan y nadie ofrecía datos.
¿Será una noticia falsa? Empezamos a plantearnos al paso
de los minutos que amenazaban convertirse en horas.
Hacia el mediodía observamos el lento caminar de Odorico
Rosas (qepd): ex alcalde de Soconusco cuando apenas contaba con 20 años de
edad, oficial del Registro Civil durante varios lustros en su propio pueblo e
informante de la Secretaría de Gobierno con mucha experiencia y talento -sobre
todo para investigaciones de carácter electoral-.
Amigo coincidente en múltiples eventos y hechos a los que
acudíamos en calidad de reporteros y él de “oreja”, lo interrogamos tras el
saludo obligado.
Su respuesta fue una luz: Sí –afirmó- lincharon a un
hombre el fin de semana y fue en Tatahuicapa.
- No es cierto, le dijimos. Ya revisamos todas las
fuentes posibles y en Tatahuicapan no pasó nada.
- “No, mi padre, es que ustedes están checando en la
sierra de Soteapan y esto pasó allá por Playa Vicente”.
- ¿En Tatahuicapan o en Playa Vicente? Interrogamos.
- Se llama Tatahuicapa sin “n” y es un pueblo que
pertenece a Playa Vicente. Yo tengo ese dato pero no me toca esa zona así que no
sé más, detalló antes de la despedida.
Hacia la una de la tarde partíamos desde Acayucan hacia
Playa Vicente vía Sayula de Alemán, la desviación a San Juan Evangelista, el
paso por Juan Rodríguez Clara, Ciudad Isla y José Azueta.
Se nos había sumado Jorge Cárdenas Romero, veterano
reportero que tuvo una carrera brillante en el Diario del Sur de Angel
Leodegario Gutiérrez Castellanos –“Don Yayo”- y cumplía más de un lustro con su
Semanario Notisur –aún vigente- realizando investigaciones periodísticas poco
comunes en el Sur de Veracruz.
Alrededor de las 4 de la tarde arribamos a Playa Vicente
y ya instalados en la Agencia del Ministerio Público nos topamos con la
ausencia del fiscal, un calor que habrá rondado los 40 grados y una Secretaria
solitaria, reticente a darnos información y evidentemente con hambre y sed
porque resolvía precisamente esos menesteres cuando la abordamos.
A regañadientes -víctima del coqueteo de los reporteros-
la joven accedió a ventilar unos datos: pocos pero claves.
Sí el linchamiento había ocurrido en Tatahuicapa una
población zapoteca distante a media hora de Playa Vicente.
“Aquí tenemos copia del acta” deslizó la joven y la
pregunta surgió de inmediato: ¿el acta por la Averiguación Previa?
–No, el acta del linchamiento.
¿La podemos ver?
–Aquí está.
–Danos una copia.
-No puedo.
De nuevo el coqueteo, la distracción, las mañas de los
reporteros y en cuestión de minutos Cecilio volvía con la copia de un documento
histórico que sería, a la postre, un dato periodístico exclusivo para diario El
Liberal.
Marchamos a Tatahuicapa, pasamos por Xochiapa y alrededor
de las 5 de la tarde estábamos en el pueblo que olía a calor, un intenso calor;
pero sobre todo despedía tensión, mucha tensión y rechazo…
Un rechazo que –pronto lo sabríamos- era síntoma de
amenaza.
El pueblo parecía intuir –o estar consciente- de la
consecuencia que desatarían los trágicos sucesos vividos dos días antes: la
fatídica mañana del 31 de agosto de 1996.
A nuestro arribo los pobladores de Tatahuicapa –hoy
municipio de Xochiapa- trataban de refugiarse en el silencio.
Cuando el gesto adusto y las bocas selladas no fueron
suficientes, cuando insistimos en preguntar, investigar, tomar fotografías de
los escenarios donde una mujer fue violada y ahogada y luego su victimario fue
amarrado a un árbol frente a una Iglesia y finalmente se le arrastró hasta el
cementerio local se le volvió a amarrar y se le quemó vivo tras un juicio
sumario detallado en un acta de la que teníamos una copia…
Cuando no bastaron las miradas directas, los murmullos
secos, las advertencias que emanaban del lenguaje corporal de fuentes
informativas que más bien eran fuentes de coraje, dolor y miedo…
Cuando la prudencia se nos alejó de las manos y dimos
paso a la ambición reporteril, alguien fue más directo: “yo que ustedes no iba
para allá…” nos dijo.
Estábamos a escasos metros del cementerio rodeado de
monte: exuberante y profundamente verde del que surgía una nube de humo blanco
que no nos detuvo y más bien nos motivó a seguir caminando…
Pegados los tres: uno al otro y el otro al siguiente y
todos pensando –sin decirlo- que confiábamos en la fuerza y la inteligencia y
en la valentía del compañero, del colega, del camarada porque la individualidad
–en medio del crepúsculo imponente- apenas y atinaba a sudar…
Faltaban –quizá- diez metros para llegar al claro que se
asomaba.
Había que dar vuelta a la izquierda y ahí se encontraba
el árbol escenario del martirio y junto a éste la tumba improvisada con el
cadáver como depósito de esa mezcla extraña entre la justicia de Fuenteovejuna
y la Muerte tiene permiso que aquí no eran literatura, ni ejercicio teatral, ni
discusión histórica sino –más bien- eran miedo…
Simple y llanamente miedo…
Cruel y atrozmente miedo…
Nos hallábamos a unos pasos del escenario central donde
un huracán incontenible vuelto multitud cegada por la ira condujo a la muerte
de Rodolfo Hernández Soler.
Estábamos de pie sobre la tierra donde había nacido el
temor a los fantasmas que aquella muerte –monstruosa- había despertado.
Un temblor se hizo presente entre los reporteros y antes
de que terminara de apoderarse de ellos se plantearon regresar sobre sus pasos.
Los terminaron de convencer el murmullo, las voces de
hombres que –supusieron- estaban armados y vigilaban la tumba que cambiaría el
devenir de su pueblo…
La tumba que llevaría a la cárcel, a la tortura, a los
interrogatorios salvajes, a decenas de sus integrantes…
La tumba derivada del linchamiento que –grabado en video-
daría la vuelta al mundo y abriría interrogantes que siguen sin hallar
respuesta, a 18 años de aquellos acontecimientos.
¿Por qué cobrar una afrenta con la muerte?
Más allá del coraje y el deseo de justicia ¿Qué mueve a
una multitud hacia la gasolina, el cerillo y la observación colectiva y silente
de un cuerpo humano quemándose por completo?
Satisfecha la venganza ¿Qué viene después? ¿Cómo curar
las heridas del alma de un pueblo entero?
CONTINUARA
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