miércoles, 11 de junio de 2014

Ramiro Leal Domínguez.



Déjame que te cuente…


Por Sergio M. Trejo González.

Era 7 de junio. Creo que del año 1997. Andaba su servidor por la explanada del parque Juárez, donde los periodistas celebraban, con pasión desbordante, un aniversario de la “Libertad de expresión”. Entre las arengas y discursos de Manuel Moreno lastra, con alguna intervención de Marcos Medina, el murmullo de la noticia se desplegó, conmovió, circuló y anduvo trasmitiéndose de boca en boca en la plaza, hasta que se convirtió en noticia para los transeúntes y salió para todos los rumbos entre la morbosidad y la tribulación.
Cumplía por estos rumbos, algunas visitas de campaña para senador, el licenciado Miguel Alemán Velasco, y siendo que se le consideraba, de siempre, gente cercana a la dinastía de los Alemán, pues se combinó la incertidumbre del desenlace con la presencia del candidato:
 “Don Ramiro se pegó un balazo”.
Fue la referencia primaria, con los datos de su penosa enfermedad que le mantenía irritado e inconforme; pues cada vez que le aplicaban tratamiento amenazaba con tal determinación que no resultó instantánea, toda vez que debió transcurrir algunas horas en lo que los auxilios médicos intentaron rescatarlo. Tuvo tiempo de conversar en su lecho de muerte con sus cercanos. Se resistía a un padecimiento tan agresivo, lidiando a las quimios y esas cosas radioactivas que laceran física y emocionalmente a cualquiera. Ramiro era sobre todo una persona cuyo pragmatismo y objetividad no le permitía darse el lujo de soportar el sufrimiento vano. La vida para este tipo de hombres resulta plena a la realidad. Vivir enfermo o en la dolencia se considera cosa inútil… Así, don Ramiro, tras algunas horas que su organismo luchara para recuperarse, falleció. Se fue, llevándose el cúmulo de experiencias y de anécdotas que me gustaría ver compiladas en una obra. Porque, debo significarlo, cada una de sus charlas enriquecía el acervo de la cultura popular. Todo lo expresaba, lo ejemplificaba y lo demostraba con tal sencillez, espontaneidad e ingenio, que lo más solemne se consideraba chiste. No porque lo fuera sino porque tenía la perspicacia para darle otro matiz a lo que quisiera, sin perjuicio de la autoridad que tenía para llamar a las cosas por lo que son. No se andaba por las ramas.
Ignoro porque todavía no se ha editado alguna colección de sus fábulas y sentencias; quizá porque la mayoría de ellas resultan impronunciables e impublicables y solo se puede referir a ellas en círculos muy estrechos entre quienes han escuchado, de otros, las agudezas y puntadas. Nadie en su sano juicio ha pensado escribir esas historias prodigas y francas, muy propias, como esa, quesque él, si era “macho calado”. Contaba tal aventura situándola en cierto baño sauna de la ciudad de México, cuando se topó con un ejemplar masculino con todos los requisitos. Para empezar negro, que mandaba regular calibre. “No me gustó”, cuentan que decía, porque sus expresiones eran así, sin pelos en la lengua. Otra, de cuando se presentó a una fiesta y el anfitrión pedía ¡rápido! “un vaso para don Ramiro”. Este, con el mayor desparpajo tomó el cáliz, que se usaba como servilletero para los comensales, dispuesto a servirse una bebida, ante la pretensión del anfitrión para frenarlo, diciendo: “ahorita le traen un vaso  limpio…don ramiro”. “No te preocupes, si supieran donde he puesto yo la boca”, concluyo don Ramiro, y ¡salud!
Por ahí se han anotado más, que para otras ocasiones más gruesas pudieran fraguarse. Ahora, si me permiten recordar, algo que leí en otro reflejo de su vida: “Qué difícil me la pone usted, es más fácil sacarle la grasa a los huevos de un oso polar que conseguir unos limones dulces, para hacerle un jugo al presidente”. Dicen que le dijo Ramiro Leal a Fernando López Arias, luego que el ejecutivo estatal solicitó ese cítrico para el desayuno del presidente de la República, quien a la mañana siguiente iba a participar en un evento político, en la ciudad de Acayucan. Adolfo López Mateos no toleraba el ácido de la naranja.
Es menester remover que Ramiro Leal Domínguez fue uno de los políticos acayuqueños más representativos de la corriente alemanista, en gran medida debido a su inteligencia y la fuerza política que llegó a tener, algo que ocasionó que Amadeo González Caballero, quién fue el Cacique del sur de Veracruz vinculado a la ganadería con más influencia desde finales de los años cincuenta hasta mediados de los ochenta, dejara en sus manos las decisiones sobre Acayucan; de esa manera llegaban a tomarse los acuerdos sobre la gente que debía de ocupar la administración municipal; porque debemos recordarlo por las características distintas a las de otros políticos de esos momentos vinculados con la ganadería y agricultura, en su caso fue muy urbana y se articuló con los puestos que ocupó. Su poder se gesta cuando Fernando López Arias fue gobernador, con quien logró conseguir su primer puesto público en la delegación de tránsito. Después vendrían la presidencia y la diputación federal.
Se dice también que Ramiro Leal hacía uso de su poder de manera excesiva, sin consultar a  los diversos grupos que conformaban los sectores de entonces; empero algunos la calificaban de pragmático y  audaz, porque no se andaba con remilgos en sus decisiones, algunas bien aplaudidas, como esa de sacar en carros de la basura a los puestos de vendedores ambulantes que predominaban alrededor de la terminal de segunda clase, cuando se encontraba ubicada en la esquina de Victoria e Hilario C. salas; otras de sus acciones resultaron un tanto criticadas, cuando con la novela de establecer un padrón de causantes del impuesto predial, lejos de regularizar la tenencia de los poseedores de terrenos, refieren que logró llevársela tranquilo a través del control de los bienes raíces. Esas y otras operaciones le originaron cierto embarazo a sus proyectos políticos. El caso más recordado fue cuando logró nominar como candidato a don  Hilario Gutiérrez Rosas, logrando la rebelión y rechazo de las fuerzas vivas originales, manejadas hábilmente por los líderes de La Sociedad Cooperativa de Transportes del Istmo, y a partir de eso surgió un movimiento opositor que ganó la municipal en 1973, por un partido local, llevando al poder municipal a Jonás Bibiano Landero, actor político que llegó a tener posicionamiento político regional. Tales elecciones se dieron en el último año del gobierno municipal de Ramiro Leal, cuando un malestar generalizado en contra del grupo que representaba y los intereses alemanistas en el municipio, dieron la fuerza política a Jonás Bibiano Landeros proveniente del Comité Regional Campesino, quien contendió por lo que entonces era posible, un partido local el PRA (Partido Revolucionario Acayuqueño), donde se logró aglutinar a las mayorías, sumando a personajes que tuvieron también una participación polémica como fue el caso de Mario Colonna Palacios, personaje vinculado de cierta manera con el alemanismo, pero enemistado con Ramiro Leal.
No fue una jornada electoral tranquila ni fácil. Eran los tiempos del partido casi único, la época de carro completo para el PRI. Todo se manejaba en el palacio municipal, ahí cohabitaban y se coordinaban de manera muy “eficiente” la Comisión Municipal Electoral, La Comisión Federal Electoral y las oficinas del Comité Municipal del PRI. Las boletas y las actas de cómputo iban de mano en mano por los pasillos del palacio municipal de una oficina a otra con toda normalidad y tranquilidad. Si todavía la insaculación de los funcionarios de las casillas resulta manipulada, imagínese usted en tal operación en el pretérito a todo el personal de la secretaria, de la tesorería, el registro civil y etcétera. 
Todavía llegué a mirar, por ahí, en la entrada del palacio municipal, hace ya muchas lunas, apiladas las urnas de madera que salían el día de la jornada electoral ya “preñadas” de sufragios. ¡Qué tiempos aquellos! Ni se oía hablar de la ciudanización de los órganos electorales, ni de la trasparencia y la certeza de tu voto, ni de la credencial con fotografía, ni del recuento casilla por casilla y voto por voto.
Ramiro leal, decía al respecto: “quien gana las elecciones, es el que cuenta los votos”.
Con el devenir de los años observamos a Tío Rami, como se le conocía cariñosamente, en la contemplación y el arrendamiento de sus inmuebles. Por ahí andaba regularmente, dando vueltas en el parque, acompañado de Abraham Lajud o de algún vecino que gustara de sus pláticas chispeantes, con recargadas leyendas y pasajes encarecidos por la imaginación de un hombre que pudo darse el lujo de viajar por muchas partes del mundo, en la comodidad y el lujo, disfrutando de los privilegios de esa dulce vita que consiguió por su talento y  destreza en el ejercicio del poder. Ahí lo podíamos saludar sin protocolo ni ceremonia, pues su memoria le permitía identificar a todos por su nombre, eso infundía confianza y franqueza para salpicar la charla y participar en sus narraciones con parábolas y alegorías cuyo límite de la realidad nadie conoce. Una plática en la banca del parque resultaba lección de sabiduría. Sin empacho soltaba sus breves carcajadas contagiando a cualquiera de tal entusiasmo, aunque siempre ponía el ceño en apariencia de hablar muy en serio. Tardé un poco en aprender que hablar como Ramiro Leal, de ciertos temas demasiado serios es algo hermoso. Se requiere inspiración y estilo para acomodar convenientemente el tono humorístico como único modo de evitar la solemne ridiculez.
Don Ramiro Leal Domínguez, debe cumplir, hoy, como 17 años que falleció. Sus restos, conforme a sus deseos, convertidos en cenizas fueron arrojados frente a la población que lo vio nacer, la antigua Santa Lucrecia, ahora Jesús Carranza, en el caudaloso rio Jaltepec con destino a Coatzacoalcos, para de ahí tomar el rumbo que las corrientes y el desarrollo ecológico mejor le acomode…pero aún se escuchan esporádicamente algunos renglones de sus vivencias… como eso de que algunas ocasiones se lio a golpes, y en unas le fue bien y en otras conoció el rigor, la dureza y frialdad de la banqueta. Vivió y murió en su ley y ahora solo nos queda por ahí su evocación. Lo recuerdo con cierto agrado por las deferencias que tuvo algunas tardes, cuando  bajo los framboyanes de nuestro parque, me llamaba por mi nombre, con el desparpajo propio, con su conocimiento cabal de la política y el sentido alto de la realidad… esa que cierra la frase que usaba cuando veía a ciertas parejas disparejas: “al cochino más trompudo siempre le toca la mejor mazorca“. En fin, ahora, cuando recuerdo nítidamente tales fragmentos de la existencia de don Ramiro, en la contemplación del remozamiento sisífico de “La Casa, el kiosco y el Patio del Pueblo”, seguramente me repetiría con parsimonia, prudencia y sabiduría, ese pensamiento, sabio y profundo: “Entre más obra más sobra”
Descanse en paz.

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