lunes, 21 de octubre de 2013

“Mea maxima culpa”, la protección del Vaticano a pederastas

El documental
El documental

El estadunidense Alex Gibney sorprende con su película testimonial para HBO Mea maxima culpa. Silencio en la casa de Dios. El documental pone al descubierto las mañas que emplea el Vaticano para proteger a curas pedófilos (“depredadores compulsivos”, los llama) como Marcial Maciel y otros, partiendo del escándalo del padre Murphy, quien abusó de 200 infantes en un colegio para niños sordos de Wisconsin.


MÉXICO, D.F. (Proceso).- Alex Gibney (ganador del Óscar en 2008 por Taxi al lado oscuro como mejor documental) indaga, cámara en mano, el abuso sexual a niños por sacerdotes y demuestra todo lo que ha hecho la Iglesia católica para ocultarlo.
La exploración de Gibney está concretada en su documental Mea Maxima Culpa. Silence in the House of God, de 107 minutos, que se proyecta en cines del Distrito Federal y recorrerá el resto del país.
“Queremos darle voz a los ofendidos. Realicé este documental buscando justicia”, señala el también realizador de Enron: los tipos que estafaron a América.
El cineasta revela a Proceso, sorprendido, que a pesar de los casos documentados por libros y películas, la Iglesia católica se empeña en encubrir a decenas de sacerdotes (“depredadores compulsivos”) que actúan bajo el cobijo del poder del Vaticano.
“Es terrible que una institución religiosa tan ‘consagrada’ a la caridad y al amor dedique gran parte de su tiempo a proteger pedófilos. Se trata de personas como Marcial Maciel, que tenía un poder descomunal de convencimiento para hacer creer a sus víctimas que hacían el bien al dejarse.”
Nacido el 23 de octubre de 1953 en Estados Unidos, Gibney se está convirtiendo en el documentalista más importante de nuestro tiempo, según algunos críticos de cine en su país. Actualmente edita un proyecto sobre WikiLeaks y Julian Assange para Universal Pictures, aún sin título.

El padre Murphy

La producción de HBO Mea maxima culpa muestra la primera protesta pública en Estados Unidos sobre el tema, en la cual las víctimas acusan al sacerdote Lawrence C. Murphy de abuso sexual infantil.
El cura Murphy violentó a más de 200 niños sordos en su escuela St. John’s School for Deaf, de Milwaukee, Wisconsin, que dirigió entre 1950 y 1974. La cinta destaca que el escándalo desencadenó una investigación en el Vaticano. Y todo, dice, comenzó por una carta.
Estimado cardenal Angelo Sodano:
Le escribo esta misiva porque estoy furioso con el sacerdote Lawrence Murphy y quisiera saber si el Papa Juan Pablo II lo va a excomulgar de la Iglesia Católica. Estoy seguro de que el Papa sabe sobre los sacerdotes que han abusado de los niños en Estados Unidos, pero quiero que usted le cuente mi historia. Los sacer­dotes han abusado también de los niños sordos. Y yo soy uno de ellos…
Cuatro varones discapacitados exponen lo que les ocurrió con Murphy. Son Terry Kohut, Gary Smith, Pat Kuehn y Arthur Budzinski, a través de las voces de los actores Jamey Sheridan, Chris Cooper, Ethan Hawke y John Slattery en el filme de Gib­ney, quien intenta impedir que se sigan permitiendo abusos sexuales a menores y la impunidad de curas con tendencias pedófilas.
La investigación emprendida por aquellos sordomudos ayudó a descubrir documentos de los Archivos Secretos del Vaticano “que muestran al Papa tan responsable como desvalido ante la cara del mal”.
En Mea maxima culpa Pat Kuehn narra a cuadro que el sacerdote Murphy era muy carismático, pues “tenía la habilidad, como El flautista de Hamelín, de hacer que las ratas lo siguieran e hicieran lo que él quisiera”.
Los denunciantes subrayan que sabía el lenguaje de señas y podía comunicarse con los niños; pero escogía a los que tenían padres que lo desconocían, así sus hijos no podrían comunicarles nada. Iba al dormitorio de los infantes y abusaba de ellos, o dentro del confesionario. Sus delatores se preguntan dónde se hallaban las monjas que supuestamente debían cuidarlos.
Terry Kohut lo denunció al Vaticano, como John Doe 16. Su caso fue sobreseído; pero él lo prosigue en las cortes de Wisconsin.­
Hacia 1963, el cura Murphy se ausentó de la escuela, quedando en su cargo su homólogo David Walsh, a quien una de las víctimas le confesó todo. Walsh se había enterado del problema desde 1958, cuando redactó un informe al arzobispo Meyer, así como al delegado apostólico del Vaticano en Washington.
A su regreso, Murphy fue encarado por Walsh. Nada sucedió. A los niños que lo acusaron ante la policía tampoco se les creyó.
Ya en mayo de 1973 el arzobispo William Edward de Cousins se había enterado del caso Murphy por una misiva. Para mayo de 1974, con los abogados de su despacho legal Arlene Quandt and John Conway, víctimas como Budzinski y Smith se reunieron con el arzobispo De Cousins, miembros de la comunidad y el padre Murphy.
Murphy fue removido, aunque permaneció como fundador y director del alumnado. Pero Arlene Quandt escribió a la Delegación Apostólica del Vaticano acerca de los cargos contra Murphy en nombre de los estudiantes del St. John’s; Budzinski, Smith y Robert Bolger cuentan que en septiembre del mismo año colocaron un volante en el escritorio del juez del condado de distrito en Milwaukee, Michael McCann. Hacia 1975, Gary Smith interpuso una demanda civil contra la Arquidiócesis de Milwaukee y el cura, pero fue persuadido para firmar una disculpa y se retractó.
Hasta diciembre de 1993, el padre fue evaluado por la terapista Kathy Walter, quien suscribe en la cinta que Murphy admitió el abuso a 19 niños. La película destaca el enfrentamiento de Budzinski, Smith y Bolger con su victimario, en su casa de Boulder Junction, por julio de 1996. Lawrence Murphy sólo dice: “¡Déjenme en paz!”.
Murió en 1998.

“El diablo con disfraz”

Entrevistado por Gibney, el terapeuta clerical Richard Sipe afirma:
“Yo era un monje muy devoto, el sexo y el celibato se convirtieron en parte central de mi investigación y mis conocimientos, con el propósito de ayudar en la formación de sacerdotes. Los datos mostraban que más de 50% de los curas católicos de Estados Unidos practicaba el celibato, y entre más investigaba, más desalentado me sentí. La Iglesia católica defiende, cultiva y produce abusadores sexuales.”
Patrick J. Wall, exbenedictino, también revela que recorrió Estados Unidos, de costa a costa, sofocando escándalos de la Iglesia:
“Autorizaban hasta 250 mil dólares para cerrar un caso. En 1995 teníamos un presupuesto de 7 millones de dólares para manejar los problemas de abuso sexual de menores.”
Incluso le surgió la idea de comprar una isla en el Caribe: Carriacou, cerca de Costa Rica, para aislar ahí a los sacerdotes que abusaban sexualmente de los niños. La Iglesia dio un anticipo de 50 mil dólares para adquirirla, pero después el proyecto fue desechado. Wall colgó los hábitos al ver que se les permitía seguir en impunidad a los pederastas.
En Mea maxima culpa se habla del padre Gerald Fitzgerald, quien fundó los Siervos del Paráclito en 1947, para incluir en sus programas a sacerdotes pedófilos. El primer centro de tratamiento se abrió en Jemez Springs, Nuevo México.
El cineasta evidencia que Benedicto XVI, Joseph A. Ratzinger, durante 25 años dirigió la oficina que llevaba los casos más serios de abuso sexual cometidos por vicarios de Dios, llamada La Congregación para la Doctrina de la Fe, fundada en el siglo XVI, mejor conocida como La Santa Inquisición.
Se ve una escena en la que un periodista le pregunta a Benedicto XVI de los abusos sexuales a niños por padres, pero el Papa lo esquiva:
“No estoy enterado. No es conveniente que me pregunte eso ahora.”
–Se dice que usted ocultó…
Pero lo interrumpe Benedicto XVI, con un “no es el momento”.
Mea maxima culpa exhibe al cura Tony Walsh, de Limerick, Irlanda, imitador de Elvis Presley. En 1978 fue acusado de abuso, justo al año de su ordenamiento. Pero una investigación del gobierno en 2010 descubre que cometió otros 200 actos similares. Walsh ingresó al centro para tratamiento de padres ofensores Paraclete, en Stroud, Inglaterra. Por febrero de 1995, en Irlanda se le consignó por abuso sexual.­
Pero también el documentalista aborda en pantalla el caso del padre Marcial Maciel. Gibney lo llama El diablo con disfraz.
“Angelo Sodano impidió una investigación, pero se subraya que en marzo de 2005, cuando el Papa Juan Pablo II agonizaba, el entonces cardenal Ratzinger arrancó la indagación de los crímenes canónicos realizados por Maciel, mandando a su predecesor, Charles Siciuna, a coleccionar evidencias en Nueva York y en la Ciudad de México.”
El Vaticano terminó la averiguación de Maciel y le ordenó vivir una vida de penitencia y oración, removiéndolo del ministerio. A pesar de la evidencia de múltiples casos de abuso, el Vaticano eliminó todos los planes de juicio canónico al cura mexicano, quien murió en una mansión sacerdotal en Jacksonville, Florida.
Finalmente, Alex Gibney clama:
“Hay que dejar de dar diezmo todos los domingos. Debemos exigir a nuestros presidentes que traten al Papa sólo como a un jefe de Estado. Es lamentable que el jerarca de la Iglesia católica declare: ‘Está bien, hemos cometido un grave error…’, y luego siga como si nada, permitiendo más abusos.”

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