*** Se cumplen 50 años de la
visita de Lee Harvey Oswald a nuestro país. Excélsior reconstruyó su paso por
el DF y logró entrar a la habitación del hotel donde se hospedó
29/09/2013 05:30 Claudia Solera
CIUDAD DE MÉXICO, 29 de
septiembre.- Al mediodía, una bala calibre 399 atravesó la cabeza del
presidente John F. Kennedy desde la nuca hasta la frente, y lanzó su cuerpo contra el respaldo del auto en el
que recorría la ciudad de Dallas, Texas; sólo horas más tarde, la prensa ya
mostraba a Lee Harvey Oswald como el presunto francotirador. Era el 22 de
noviembre de 1963. Y tres días después del magnicidio, Excélsior publicaba que,
un domingo como hoy, pero de hace 50 años, este asesino estuvo en la Ciudad de
México reunido con funcionarios socialistas, 54 días antes de cometer el crimen
que dejó una profunda cicatriz en Estados Unidos, la poderosa nación.
A pesar de que ya ha transcurrido
casi medio siglo, de las múltiples investigaciones hechas, de las teorías de
conspiración e informes que continúan arrojando tinta, todavía faltan varias
incógnitas por despejar sobre el magnicidio del siglo XX. Lo cierto es que
siempre un eje del asesinato de Kennedy conduce hacia Oswald, al que el
escritor Norman Mailer, después de dedicar casi un millar de páginas a su
biografía, lo denominó el “fantasma” de Norteamérica.
Y como fantasma, alrededor de Lee
Harvey Oswald existe una montaña de misterios y contradicciones. Algunas
teorías, por ejemplo, refutan la investigación oficial del homicidio de
Kennedy, la Comisión Warren, la cual concluyó que Oswald fue el único
francotirador o asesino solitario y lo consideran un simple chivo expiatorio,
como lo afirmó el propio Harvey al ser capturado.
Rompecabezas inconcluso
Pero así como el homicida, México
también ha sido pieza clave del rompecabezas para esclarecer el móvil del
asesinato, porque aquí en la Ciudad de México, Oswald se reunió con
funcionarios del gobierno cubano, así como agentes secretos rusos, en pleno
clímax de la Guerra Fría, cuando Kennedy representaba al principal enemigo de
los socialistas.
Excélsior hizo una reconstrucción
de los cinco días que Oswald pasó en el DF, obsesionado por conseguir una visa
cubana de tránsito hacia Rusia, a través de los testimonios que aseguraron a la
Agencia Central de Inteligencia (CIA); a la entonces Dirección Federal de
Seguridad (DFS) o la agencia de inteligencia rusa KGB; haber visto al homicida
de Kennedy en tierra azteca.
La ruta de Oswald en el Distrito
Federal fue tan diversa y extensa que se tienen registros del hotel donde se
hospedó, a unas escasas cuadras del Monumento a la Revolución; testimonios de
los funcionarios de los consulados cubano y ruso que lo atendieron en sus
oficinas; un ex estudiante de la UNAM, que aseguró estar con él en la Facultad
de Filosofía y Letras; una pintora que según lo vio en una fiesta de twist y
caminando sobre avenida Insurgentes; además del informe Warren que argumentó,
un domingo como hoy de hace exactamente 50 años, el turista disfrutó de una
corrida de toros.
Entre las descripciones sobre
Oswald, la mayoría de los testigos concuerdan en que era un hombre pálido,
iracundo, desaliñado y vestía ropas oscuras; que no hablaba español, que estaba
casado con una rusa y de ideología marxista-leninista.
Lee Harvey Oswald llegó a Nuevo
Laredo, Tamaulipas, el jueves 26 de septiembre de 1963, entre la 1:30 y dos de
la tarde, en el autobús No 5133 de la línea Continental Trailways, que había
abordado entrada la madrugada en Houston, Texas, pasando por Corpus Christi y
Alice.
Como a las seis de la mañana, el
doctor John B. McFarland y su esposa,
mientras intercambiaban palabras con él durante el trayecto, escuchaban a
Oswald decir que iría a Cuba, vía Ciudad de México.
Una vez Lee Harvey Oswald en
suelo mexicano y con la autorización para entrar al país, un funcionario leyó
el acta de nacimiento del pasajero, documento que lo acreditaba como
estadunidense; y colocó dos sellos encimados en su tarjeta de turista: uno era
del Consulado General de México con el escudo oficial del país del águila
devorando una serpiente y el otro de la Secretaría de Gobernación con la fecha
de ingreso de Oswald.
En esa papeleta se puede leer
también la firma del homicida en manuscrito, con letra pequeña e inclinada
hacia la derecha. “Lee H. Oswald”.
Nueve días antes de llegar a
México, el 17 de septiembre, Oswald visitó el consulado mexicano en Nueva
Orleans para solicitar un permiso de 15 días, que obtuvo con el folio: 24085.
Dijo estar casado y que su profesión era fotógrafo.
Pero, ¿cuál fue el propósito de
Oswald al invertir 85 dólares con 89 centavos (datos de la Comisión Warren) en
un viaje a México? Su única intención era conseguir la visa de Cuba y Rusia,
para poder volar a la isla, porque el gobierno norteamericano prohibía a sus
nacionales viajar directamente a estos dos destinos socialistas.
Según la biógrafa de Lee Harvey
Oswald, Priscilla Johnson Mcmillan, por lo menos cinco años antes de que él
pisara el Distrito Federal, se había obsesionado con ir a La Habana y convencer
a los cubanos que lo dejarán vivir allá.
Oswald “le explicó a Marina (su
esposa), que quería ir a Cuba para enseñar al ejército de Fidel, cómo repeler
una invasión estadunidense”, escribió Mcmillan.
Y aunque Marina lo tiró de loco y
pensó que era una broma de su marido, aceptó y le dijo que si era necesario
iría a Cuba, pero de manera legal, entonces fue cuando Oswald se subió a un
autobús rumbo a México para conseguir los papeles.
Hubo llanto, rabia y fiesta
El viernes 27 de septiembre, Lee Harvey Oswald llegó al
Distrito Federal. A las 10:00 de la mañana, bajó del autobús número 516, de la
línea Flecha Roja. Durante su recorrido de 20 horas de Nuevo Laredo a la
capital conoció a dos jóvenes australianas, a quienes les contó que hacía
tiempo había visitado la Unión Soviética, además les recomendó hospedarse en el
hotel Cuba, detalló el expediente de
Oswald de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS), resguardado en
el Archivo General de la Nación (AGN).
Luego se trasladó hacia el hotel
Comercio, en la colonia Buenavista, a la calle de Fray Bernardino de Sahagún #
9, refugio en aquella época para cubanos
anticastristas y que ahora no es más que un lugar en decadencia, infestado de
plagas y alquilado por prostitutas.
Pero así como Oswald iba
registrándose en la habitación número 18, así mismo salía del hotel para
dirigirse al consulado cubano. Una hora más tarde de su llegada, a las 11 de la
mañana, comenzaba la primera de tres visitas a esa sede diplomática.
Mientras Oswald solicitaba la
visa de Cuba con Rusia como destino final, presentaba a Silvia Tirado de Durán,
secretaria del cónsul, los documentos que había adquirido durante los tres años
que vivió en Rusia y que creyó suficientes para lograr el permiso: un pasaporte
que acreditaba su estadía en la URSS; la cédula de trabajo de ese país escrita
en ruso; cartas en el mismo idioma y su certificado de matrimonio con la
ciudadana soviética Marina Prusakova. También explicaba que en Nueva Orleans
dirigía una organización llamada “Trato justo para Cuba” en apoyo a esta nación
y era miembro del Partido Comunista en
Estados Unidos.
Silvia Tirado anotó todos los
datos que fue escuchando e inició el llenado de la respectiva solicitud, aunque
le advirtió que para obtener la visa de Cuba debía tener previamente el visado
soviético.
Como la secretaria se conmovió
por el gran interés de Oswald de servir a Cuba, llamó al consulado soviético
para exponer el caso y en un papel que dio al solicitante, escribió su nombre “Silvia
Durán” y el teléfono de la oficina para que la llamara por si conseguía la visa
rusa.
Primera en declarar
Apenas habían transcurrido unas
30 horas del asesinato del presidente Kennedy, y la secretaria del cónsul ya
estaba arrestada por la DFS, narrando los detalles sobre su entrevista con
Oswald (dos meses atrás) frente al capitán Fernando Gutiérrez Barrios,
subdirector Federal de Seguridad, quien dirigió personalmente el interrogatorio
y pocos años más tarde sería acusado como uno de los principales represores del
gobierno contra las organizaciones de oposición.
Del homicida, la mexicana Silvia
Tirado declaró que lo reconoció por la televisión como el mismo individuo que
había atendido. Que toda la plática que sostuvo con Oswald fue en inglés, porque
no hablaba español; además dijo que el estadunidense pretendía viajar a Cuba
por dos semanas o más tiempo y sobre su aspecto aseguró que era “rubio, bajo,
vestido poco elegante y el rostro se le ponía rojo cuando discutía”.
Cuando la secretaria negó la visa
cubana al estadunidense por no contar con la soviética, Oswald pidió hablar con
su jefe, el cónsul Eusebio Azcue, para ver si podían darle un permiso para
viajar sólo con los documentos que llevaba, pero el funcionario respondió
negativamente.
Luego de pasar unos 20 minutos en
la sede diplomática, Oswald se salió a tomarse unas fotografías que faltaban
para completar su solicitud y partió hacia el consulado soviético.
“Aproximadamente a la una de la
tarde, me llamó Valery Kostikov (funcionario del departamento consular de la
embajada soviética en México), quien se encontraba de guardia, y después de
informarme que había un norteamericano solicitando una visa a la URSS me pidió
que viniera a ver de qué se trataba”, contó el ex agente de espionaje soviético
de la KGB, Oleg Nechiporenko, en su libro Passport to Assassanation.
Aquel día de septiembre de 1963,
Oswald estaba sumamente intranquilo. Hablando en ruso, le platicó a
Nechiporenko que había vivido en la URSS y que el FBI le estaba haciendo la vida
imposible desde que había vuelto a Estados Unidos.
Aunque el ex agente le explicó
que, por norma, siendo un ciudadano estadunidense, tenía hacer los trámites
desde su país, le ofreció los formatos que debía llenar para emigrar a la URSS,
pero le advirtió que dichos papeles serían enviados a Moscú y que la respuesta
podía demorarse hasta cuatro meses.
Molesto por la respuesta, en gran
estado de agitación, Oswald se acercó a Nechiporenko y le gritó a la cara: “Eso
no me basta, no es lo que yo necesito! ¡Para mí esto va a terminar en una
tragedia!”.
Furioso y con las fotos en mano,
regresó al consulado cubano para completar su solicitud, pero ahí volvió a
perder los estribos al obtener la misma respuesta que le había dado
Nechiporenko, pues los funcionarios soviéticos ya se habían comunicado por
teléfono con el cónsul Azcue (conversación grabada por la CIA), para explicarle
que la aprobación de la visa rusa de este joven de 24 años, podría demorar.
Al ver la cara enrojecida de
Oswald y su violenta actitud por la frustración de las visas negadas, Silvia Durán, de inmediato, llamó a su jefe,
Eusebio Azcue, para que tratara de calmarlo. Sin embargo, con “una mirada
fría”, dijo el cónsul, el estadunidense pronunció sentencias en contra de Cuba
y la llamó una burocracia.
Después protagonizar esta
agresiva conversación, el cónsul le reprochó que gente como él perjudicaba a la
Revolución Cubana y que, por lo tanto, no se le daría la visa que solicitaba.
Y, molesto, le pidió al individuo
abandonar el consulado.
“¡Vean lo que tengo que cargar!”
A pesar de que ese viernes Lee
Harvey Oswald se cerró las puertas de ambos consulados, al día siguiente, el
sábado 28, no se dio por vencido y regresó a las dos sedes.
Cuando el personal del consulado
soviético se preparaba para jugar voleibol, Oswald llegó. Esa vez fue recibido
por Valery Kostikov y Pável Yatskov. Oswald se veía nervioso y desaliñado. Rogó
que le dieran la visa y se soltó llorando, porque temía que el FBI lo mandara
matar. Luego, dijo que aquí también se sentía perseguido, y sacó un revólver de
la bolsa izquierda de su saco. “¡Vean lo que tengo que cargar para proteger mi
vida!”, gritó, y puso la pistola sobre el escritorio.
Yatskov tomó el arma y vació la
recámara. Nechiporenko, quien se había retrasado, escuchó la discusión y entró
en la oficina. En ese momento, Kostikov reiteraba la posición del consulado.
Ante la nueva negativa, Oswald pidió a los soviéticos que le ayudaran a
tramitar una visa para viajar a Cuba, pero éstos le respondieron que esa decisión
correspondía a los cubanos. Antes de irse, el ex infante de Marina
estadunidense soltó una amenaza: “Si no me dejan vivir tranquilo (en Estados
Unidos) voy a tener que defenderme”.
Toros, museos y cine
Un domingo como hoy, también 29
de septiembre, fue el único día que no se tiene registro de un Oswald
persiguiendo obsesionado las visas socialistas. Como cualquier otro turista, se
paseó por la ciudad, asistió a una corrida de toros, por la tarde visitó
algunos museos y vio una película en algún cine del Distrito Federal.
“Comentan que era una persona muy
callada, que salía en las mañanas, que salía a desayunar, después salía por un
periódico y en la tarde salía a comer”, relató María de la Luz Gutiérrez,
encargada del hotel Comercio al periodista Mauricio Laguna Berber.
Pero como Oswald ya había agotado
cualquier posibilidad de volver a los consulados, el lunes 30 se le ocurrió ir
a la UNAM en busca de alumnos pro castristas que le ayudarán a persuadir a la
embajada cubana para otorgarle la visa.
El reportero Óscar Contreras
Lartigue informó en marzo del 67 a B.J. Ruyle, cónsul americano en Tampico, que
él y otros compañeros vieron a Lee Harvey Oswald, mientras atendía el Cine Club
de Filosofía de la UNAM y que permaneció con los estudiantes el resto del día y
la tarde. Lo describió como un hombre introvertido y extraño.
El mismo lunes, ya con la
esperanza perdida, Oswald comenzó los preparativos para regresar a Dallas,
Texas, a lado de su esposa. Reservó por la tarde un espacio en la línea
Transportes del Norte, a través de la Agencia de Viajes “Transportes
Chihuahuenses”.
“Callado y mirando al piso”
Aunque la fallecida pintora Elena
Garro negó siempre las declaraciones que supuestamente hizo sobre Oswald de
manera confidencial a Charles William Thomas, un funcionario de la embajada de
Estados Unidos, se filtró a través de un memo de la CIA, que ese lunes 30 por
la noche, estuvo en la misma fiesta que Lee Harvey Oswald, organizada por
funcionarios cubanos y a la que también asistió la secretaria Silvia Durán.
Se acordaba del día (lunes)
“porque le parecía una fecha extraña para una fiesta”. Y el hombre que ella
reconoció como Oswald “vestía un suéter negro. Estuvo callado y mirando al
piso” y no se movió de la chimenea, donde platicaba con otras dos personas.
El martes 1 de octubre, a las
6:30 de la mañana, Oswald pagó la cuenta del hotel Comercio y se fue del lugar
para dirigirse hacia la Terminal de Transportes del Norte y abordar el autobús
332, asiento 12, con destino a Nuevo Laredo. En la ciudad de Monterrey, Nuevo
León, a las 10 de la noche, los pasajeros transbordaron a un vehículo de relevo
de la misma línea, número 373.
Y el miércoles 3 de octubre del
63, el funcionario mexicano Alberto Arizmendi Chapa se encargó de autorizar la
salida del país de Oswald. Dos meses después de su misteriosa visita a México,
una bala calibre 38, disparada por el mafioso Jack Ruby, terminó en el abdomen
de Lee Harvey Oswald y con este proyectil se aniquiló la posibilidad de
escuchar la versión del ex marino estadunidense y esclarecer el magnicidio del
siglo XX, que a 50 años de distancia continúa siendo una gran leyenda. (Excélsior).
No hay comentarios:
Publicar un comentario