Esclavas del poder
Por:
Lydia Cacho
Ahora las nuevas leyes contra la trata de personas pretenden
erradicar el proxenetismo, penalizan a los lenones y madrotas como tratantes
que esclavizan seres humanos. Siempre se ha maltratado a las mujeres de la
industria del sexo comercial, pero la prostitución (como industria) y sus
empresarios han sido intocables.
En las últimas semanas se han discutido varios
casos sobre explotación sexual comercial, entre ellos el de las bailarinas
prostituidas en el Bar Cadillac, y el caso Granados de los hermanos
tlaxcaltecas que durante 11 años esclavizaron sexualmente a un centenar de
adolescentes en Estados Unidos, a quienes mantenían sometidas como sus parejas.
No, el oficio más antiguo del mundo no es la prostitución, es el de tratante,
proxeneta, padrote, chulo. Para ellas, las pocas y poderosas dueñas de
burdeles, el apelativo es madrota. Los conocí de todos tipos durante los cinco
años que investigué para escribir mi libro Esclavas del poder (Ed. Grijalbo).
Esa suerte de padre o madre alternativo que “educa y protege” a las mujeres y
niñas. Les educa para la esclavitud, les protege de su propia libertad.
Históricamente en su posición de poder, manipulan, administran, entrenan,
explotan y controlan a las esclavas sexuales. Son sus prestamistas (con los
intereses más altos), les arreglan abortos, les venden ropa, zapatos y
maquillaje a plazos para endeudarlas más. La literatura ha convertido en
personajes míticos a las madrotas o regentas de burdeles, a los padrotes los
vilipendia y los convierte en románticos empedernidos, vividores, violentos,
maltratadores sí, pero románticos.
Apenas ahora con las nuevas leyes anti trata
de personas se ve la verdadera dimensión de quienes explotan a las mujeres en
la industria del sexo comercial.
El estudio más completo sobre los
padrotes/tratantes de Tlaxcala, lo llevó a cabo en 2008 Óscar Montiel Torres.
Él fue quien entrevistó a los más reconocidos padrotes en Tenancingo. Reveló y
ayudó a comprender a profundidad cómo se apropian de las jóvenes, cómo las
enamoran, cómo las consideran vendibles, nacidas esclavas, nacidas objetos.
Ellos son más poderosos, más hombres y más ricos en la medida en que esclavizan
a más mujeres. Su secreto radica, como lo hicieran las madrotas de principio de
siglo, en convencer a las mujeres, adultas y adolescentes, de que son
prostitutas, y eso lo hacen porque en la medida en que las convencen de que eso
son, rebelarse contra la prostitución es revelarse contra su identidad.
En el
discurso de las y los tratantes las mujeres, cada vez más jóvenes, aprenden una
perorata de autodefensa. Primero, las meten a la prostitución por necesidad
económica, o secuestradas, o por presiones familiares, o porque el esposo es un
tratante, un lenón, o porque ellas creyeron que iban a ser modelos y que la
prostitución VIP es un negocio donde las mujeres eligen en libertad, hacen
mucho dinero y después se salen cuando quieren (como en las series de
televisión o en las películas). En la realidad las y los tratantes, ya que la
mujer quedó insertada en el sistema, le hacen saber que la sociedad siente
repulsa por ellas, que las prostitutas son mal vistas, deshechos sociales; que
sólo ellos y los clientes las aceptan por quienes son. Quedan atrapadas entre
los discursos discriminadores de los explotadores y de la sociedad. Siempre
pierden, los padrotes lo saben, lo confiesan, se ufanan de ello. Los clientes
también, porque para ellos una mujer adulta, joven o púber en un burdel es una
puta, y una puta es un objeto por el que se paga.
Para los clientes, el sexo
con prostitutas es un erotismo estéril en el cuál el coito no es más que sexo:
no adquieren ninguna obligación ni responsabilidad hacia la mujer, la pueden
maltratar, humillar, contagiar de enfermedades, en incluso violar y no sucede
nada. Porque en el imaginario social la mujer en contexto de prostitución,
incluso la menor de 18 años es un objeto sexual, porque en nuestra cultura
pertenecer a la industria del sexo comercial hace a las mujeres prostituidas
mujeres “violables”.
Para los consumidores las prostitutas son un vehículo para
transgredir normas, para romper tabús y a la vez para tener sexo a su manera,
sin condiciones para ellos. Sexo en el que ellos están para gozar y ellas para
dar goce, para obedecer y escuchar. En la industria del sexo comercial, los
clientes hacen usufructo de la mujer y de su cuerpo, las y los tratantes hacen
usufructo de las mujeres. Los policías y políticos corruptos que las extorsionan,
maltratan, abusan, hacen usufructo de ellas también.
En su relación con las
mujeres en contexto de prostitución, los clientes rehacen su virilidad,
revalorizan su autoimagen y alimentan su machismo, dice Marcela Lagarde. Ellas
tienen, aunque no estén siempre conscientes de ello, una posición de
inferiores. Históricamente las mujeres prostitutas siempre han sido
prostituidas por alguien: por los padres, por la madrota, por el padrote, por
algún familiar o por las amigas que las invitan a un negocio en el que tienen
que pagar comisión por tener clientes.
En todas las entrevistas que hice a
cientos de mujeres en contexto de prostitución para mi investigación Esclavas
del poder, las mujeres narran una historia de normalización de la violencia;
biografías plagadas de incesto, violación, violencia psicológica y física en el
ámbito familiar, el abandono emocional, la normalización de la dependencia
económica, moral o emocional hacia sus padres, hermanos o parejas. Cientos de
mujeres cuyos novios, esposos o familiares viven de que ella se prostituya, de
“protegerla”, aseguran que no tienen padrote. Porque, como millones de mujeres
el amor romántico implica sacrificios, y entre esos sacrificios se incluyen los
celos, el maltrato, las humillaciones. Todo encuentra justificación luego de
una petición de perdón, de una flores, de un acto de arrepentimiento.
Las cosas
han cambiado mucho en la última década; aunque el discurso parezca el mismo las
leyes son diferentes. En mi columna de la semana pasada en SinEmbargo hablo de
las leyes contra la trata de personas y el debate al que nos enfrentan. No
podemos seguir hablando de leyes en el vacío.
Históricamente cuando se
perseguía a los lenones lo hacían por faltas a la moral pública, porque no
tenían los permisos en orden, porque rompían las reglas de urbanidad moviendo a
sus mujeres esclavizadas hacia zonas de “ambiente familiar”, con niños y niñas,
lugares para las mujeres “decentes” de la vida privada. Históricamente se
dividió a las mujeres en las de lo privado: esposas, hermanas, madres. Y las de
lo público: las prostitutas para gozo de los hombres que viven en la esfera
pública.
Ya la semana pasada hablamos de lo complicado que es rescatar a
mujeres que no se consideran víctimas de aquellos a quienes la ley sí considera
tratantes, victimarios.
Aunque algunos quisieran pasar de largo la
clarificación sobre prostitución, o crear una fantasiosa línea divisoria entre
esclavas sexuales y prostitutas libres, las cosas no son nada sencillas.
Debemos enfrentar que no solamente la sociedad ha asimilado la “necesidad” de
la existencia de la prostitución, en esta cultura tan sexista y machista que
normaliza el maltrato y la discriminación hacia las mujeres, las primeras en
argumentar su calidad de mujeres libres, aunque estén esclavizadas son las
mujeres de la industria del sexo comercial. Que por derecho exigen ser
escuchadas.
La putería
Nuestra sociedad está sometida a una pedagogía de la
putería, de la prostitución, de las mujeres objetos. Las literatura el cine, la
televisión, la industria turística y del deporte, la industria que vende
alcohol son todas parte de ese constante discurso pedagógico: las mujeres deben
estar en venta, semidesnudas, accesibles a los clientes, en contextos
protegidos para ellos, desprotegidos siempre para ellas.
Lo cierto es que las
prostitutas se protegen, o sienten protegidas, al formar parte de una red de
prostitución, de mujeres, de mujeres y padrote o madrota. Necesitan hombres que
las cuiden de los clientes, de los policías abusivos, amigas que las cuiden de
la competencia, de los malos clientes.
La tradición nos dice que la prostituta
es un objeto público de consumo en el mercado, objeto que debe mantenerse en un
gueto; la ley de trata la ve como una mujer con derecho a una vida privada y
libre, como víctima de violencia de género, de discriminación, de esclavitud
cultural, física y psicológica. Los colectivos de prostitutas aseguran que es
un trabajo explotador como cualquiera, que deben ser reconocidas como
trabajadoras de la industria sexual, no como víctimas.
Dice Marcela Lagarde que
por definición las mujeres que ejercen la prostitución no son autónomas, que su
persona está cosificada. Hay quienes le responden que en todos los ámbitos las
mujeres no son autónomas, que la violencia se da en todos los ámbitos. ¿Y no
deberíamos de revelarnos contra todo lo que nos roba autonomía? Lo cierto es
que la prostitución está insertada en una industria que fortalece la violencia
contra las mujeres, es un gran negocio: solamente en España la industria gana 18
mil millones de euros anuales, ¿y entonces por qué la mayoría de prostitutas
mueren empobrecidas, a veces solas en asilos? Porque no es un negocio para
ellas, sino para sus explotadores. La Secretaría de Salud reportó que entre
Cancún y Playa del Carmen hay 18 mil prostitutas “clandestinas” que trabajan en
spas, bares, casas de masaje y casas de cita operadas por empresarios. Son
ellos los que ganan.
Dicho lo anterior insisto, como la semana pasada, que no
se pueden basar las investigaciones de trata en los dichos de las mujeres que,
insertadas en la esclavitud, han aprendido a defender su trabajo como un oficio
de libertad. No se pueden violar sus derechos tampoco. La Ley contra la trata
de personas debe tener como contraparte verdaderas oportunidades para ellas,
opciones reales, no a cambio de que se asuman víctimas. Para que no vean su
cosificación como algo natural, merecido, imposible de revertir. Yo no creo que
la prostitución sea un negocio de libertad sexual para ellas, lo es sólo para
los clientes. Para las mujeres es una forma más de violencia estructural dentro
de la que pueden, medianamente, ganarse la vida a través de su genitalidad y su
cuerpo. La ley más progresista del mundo es la de Suecia, propone castigar a
los clientes, dar opciones económicas reales a las mujeres, educar a los
hombres; califica la prostitución como una forma de esclavitud.
Seguir
intentando dividir prostitución y trata solamente facilita el negocio de los
tratantes, tanto en Holanda como en Alemania, donde se legalizó la prostitución,
los tratantes, padrotes y madrotas (prostitutas mayores) las ayudan a pasar a
la clandestinidad para que no paguen impuestos, ni se registren, para que se
sientan libres de su responsabilidad con el Estado. Han vuelto a la calle.
Es
un asunto de ética y derechos humanos, pero sobre todo de equidad de género.
Habría que imaginar un mundo sin prostitución, con igualdad, sin violencia
sexual, sin guetos, o como diría Lagarde, sin cautiverios para las mujeres.
Parece que las nuevas generaciones de hombres lo están entendiendo. (Tomado de Sinembargo.mx)
@lydiacachosi
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