domingo, 28 de agosto de 2011

Telegrama a Felipe Calderón Hinojosa

Columna: CLAROSCUROS

Por José Luis Ortega Vidal


Señor Presidente: vamos perdiendo.
Veo la fotografía y me provoca coraje.
Observo el video y me siento Gregorio Samsa –el personaje que en la novela “La Metamorfosis”, de Franz Kafka, un día amanece convertido en escarabajo-.
Samsa ha perdido su condición de ser humano y así me siento y de ese modo percibo a la sociedad en que habito.
Pienso en los últimos acontecimientos: el asesinato de un periodista en Sinaloa; el terror sembrado vía las redes sociales en Veracruz y la masacre del casino Royale en Monterrey.
Cuento, recuento, rememoro cada suceso y arriba una conmoción.
Decido escribir estas líneas para el señor Felipe Calderón Hinojosa:

Sólo le quiero pedir, Presidente, que detenga esta guerra.
Está en sus manos hacerlo.
Soy un mexicano convencido de que tiene razón cuando afirma que al crimen organizado hay que combatirlo siempre; de manera permanente, porque es un cáncer que daña a nuestra sociedad.
Pienso que el Ejército, la Marina, la Policía Federal y las Policías Estatales y Municipales, son instrumentos fundamentales para la seguridad del Estado.
Ello, a pesar de la corrupción e ineficacia que les podemos reprochar.
Pienso que usted actúa de buena fe.
No me consta que haya iniciado esta guerra contra el crimen organizado para legitimar su poder, luego de las dudas sobre su triunfo electoral en el 2006. Ese es un argumento de cuya certeza dudo.
No voté por su causa.
Como figura electoral no me ha convencido jamás y como Presidente no me defrauda porque nunca esperé nada en particular de su gestión.
Sin embargo, creo profundamente en el respeto a las instituciones de mi país y usted las representa.
Y en ese sentido cuenta con mi respaldo ciudadano; con mi respeto como periodista.
No me convence el individuo Felipe Calderón Hinojosa; pero saludo con miramiento al Presidente de la República.
Dicho lo anterior:
Quiero comentarle que estoy muy dolido, ofendido, lastimado y preocupado por los sucesos ocurridos en México.
He criticado muchas veces esta circunstancia histórica del país y escribo motivado por los hechos del jueves 25 de agosto.
Me preocupa lo que viene.
El periodista asesinado en Sinaloa no es el primero durante los casi cinco años de su gobierno y no será el último.
Los 53 muertos de Monterrey son el segundo capítulo más cruento de una novela sangrienta escrita por el crimen organizado durante los últimos años, pero no representan la última hoja de esa historia.
En San Fernando mataron a 72.
En Monterrey han matado a 52.
En Torreón dispararon afuera del estadio de futbol y las balas dieron en las paredes detrás de las cuales convivían miles de familias.
En Veracruz se provocó una psicosis a través de la manipulación de las Redes Sociales.
Hace tiempo que la guerra contra el crimen organizado dejó de ser una lucha entre policías y ladrones para convertirse en un acontecimiento sinónimo de muerte, que se lleva a cabo en las calles y en los espacios que pertenecen a la sociedad civil: públicos y masivos.
Los ladrones desesperados o no, perdiendo la guerra o no, a punto de desaparecer o no, han decidido desde mucho tiempo atrás atacar a los ciudadanos ajenos a ese enfrentamiento.
Ajenos porque nadie les preguntó si debía realizarse o no esta guerra.
Ajenos porque la única arma con que cuenta la sociedad civil son sus derechos humanos.
Ajenos porque las drogas y su universo asesino, el tráfico de personas, los secuestros y toda clase de violaciones a la Ley, nos convierten en víctimas y jamás en victimarios.
Ajenos porque las autoridades a las que elegimos para cuidarnos y servirnos toman decisiones sin consultarnos y nos convierten en carne de cañón en aras de objetivos confusos y contradictorios:
- Sabemos que el combate al crimen organizado es necesario pero entendemos que es más eficaz combatirlo con inteligencia antes que con las armas.
- ¿Cómo se puede hablar de que se resguarda al bien común, si cada día se enluta a más familias?
Monterrey es sólo un capítulo más que abona 53 muertos a una cifra que rebasa los 50 mil y en la que hay miles de personas inocentes.
¡Ya basta señor Presidente!
Se lo pido como ciudadano.
Se lo propongo como periodista.
Se lo ruego como cristiano.
Se lo exijo como compatriota.
Detenga esta masacre.
No sucumba ante los criminales y ladrones.
No detenga nuestra lucha contra ellos.
En esa lucha estoy con usted y sé que millones de mexicanos también lo están.
Pero le pido que reflexione sobre su estrategia y las consecuencias que ha generado.
Hasta ahora, a decir suyo las fuerzas armadas están venciendo a los criminales.
Hasta ahora, insiste en pedir el apoyo de los mexicanos para esta guerra que -en teoría- es de beneficio para sus gobernados; pero a punto de culminar su gestión el avispero que se ha alborotado luce tan disperso como intacto.
Respeto tu visión sobre la guerra y sus resultados pero le pregunto: ¿cuánta sangre inocente hace falta para seguir reforzando su estrategia?
Desde la perspectiva de la sociedad civil la guerra cada vez es más atroz y la estamos perdiendo.
Desde nuestra trinchera de padres de familia, empleados, microempresarios, maestros, hijos estudiantes e hijos que trabajan para salir adelante, creyentes en Dios –sea cual sea nuestra religión-, familias que amamos las fiestas de cumpleaños, empresarios, deportistas, campesinos, obreros, amas de casa…
Desde la visión de ciudadanos seguros de que México es un país al que vale la pena amar porque somos los constructores de su presente y de su futuro y porque heredamos su glorioso pasado; desde nuestro punto de vista, don Felipe, la muerte nos derrota.
Cada muerto que aportamos a esta guerra se lleva un pedazo de nuestra alma.
Cada balazo cotidiano en cualquier parte del país nos provoca temor.
Los mexicanos tenemos miedo, Presidente.
Le insisto: cambie de estrategia sin renunciar a su objetivo, que entendemos y apoyamos.
Ataque al crimen organizado en su estructura financiera; combata a fondo el lavado de dinero.
Saque las batallas de las calles; no pelee en ese territorio.
Combata en el terreno de la salud, para disminuir las adicciones.
Luche en el espacio de la educación y del empleo: para que nuestros niños y jóvenes tengan dónde estudiar y visualicen un futuro con empleo bien remunerado.
Entre todos, sociedad y gobierno, quitemos al crimen organizado la oportunidad de incrementar su ejército de sicarios con hijos e hijas de una sociedad en descomposición.
Sea el Presidente que cerró su sexenio con el inicio de la reconstrucción del entramado social de su país.
Será una labor de décadas, años y de muchos Presidentes y de muchas generaciones.
No se logrará pronto ni será fácil.
Nadie lo puede plantear así.
Pero nadie, tampoco, puede pensar que México saldrá adelante montado en metralletas y granadas y cabalgando sobre cuerpos inocentes arrojados por doquier.
¿Qué sigue?
¿Qué podemos esperar de su último año como titular del Poder Ejecutivo de México?
¿Más periodistas asesinados?
¿Otro San Fernando? ¿Otra masacre como la del casino Royale? ¿Otra psicosis como la de Veracruz?
A este paso, durante los meses que vienen seguiremos el recuento de nuestros muertos y desaparecidos y enterraremos a los seres amados pensando: se veía venir; era de esperarse; por qué; por qué a mí; por qué a él, a ella, a este pequeño, a esta bebé; por qué si ellos no le hicieron nada a nadie…
Hay otras opciones don Felipe.
Por favor detenga esta masacre.
Le comento: me provocó coraje la fotografía en la que aparece usted parado frente al sitio donde murieron 52 vecinos de Monterrey el jueves pasado.
En el video que me hizo sentir como un Gregorio Samsa, veo que ocho sicarios se bajan de unas camionetas, entran a matar inocentes, lo logran y se marchan.
Eso es un acto inhumano y verlo sin hacer nada para evitar que vuelva a ocurrir nos convierte en inhumanos a todos.
Las fotografías políticas, los minutos de silencio oficiales y los moños negros colgados al frente de los edificios de gobierno no reviven a nadie.
Hoy, el telegrama es:
Señor Presidente: vamos perdiendo.
Evite que dentro de 16 meses lo despidamos con el telegrama que se ve venir:
Señor Presidente: hemos perdido.

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