jueves, 31 de marzo de 2011

¡¡¡Los tamales llegaron ya!!!



Clumna: Déjame que te cuente…


Por Sergio M. Trejo González


Llegaron los tamales, prometidos y esperados. Pero no por la vía y la forma anunciada. Hubo necesidad de que otro médico saliera al paso, porque ni las luces del colega del promitente discípulo del hijo predilecto de Yobain, aquel personaje que muchos acayuqueños iban a visitar a la hermana republica de Yucatán para tratamiento del lumbago y los achaques colaterales de fracturas, luxaciones y zafaduras (óseas); se hablaba tanto de don Enrique Sierra, sobador y curandero de lo relativo al esqueleto, articulaciones y otros menesteres reumáticos: hombre práctico de la ortopedia y la traumatología pretérita que algunas veces visitó nuestra ciudad proporcionando consultas a los vecinos que permitían sus diestros masajes, con fondo musical de la Sonora Santanera: “y es que Dios sí perdona pero el tiempo no…”; los tamales llegaron, pero no por voluntad del amigo (diplomado en promoción de patinetas y protector de la especie de aves falconiforme conocidas como quebrantahuesos), quien continúa omiso con sus chanchamitos, haciéndose el occiso. Fingiéndose crazy and silbando happy: “Las piedras rodando se encuentran…”.

Tuvo que venir otro doctor, conocedor de la profundidad de los padecimientos, autoridad en los embarazos y los antojos. Un médico que, enterado de estas circunstancias tamaleares, sabio en materia de bollitos y de la amplia gama de tal producto en todas sus partes y derivaciones, generosamente tuvo a bien obsequiar una dotación de chanchamos y otras especies, para mitigar la molestia personal por la informalidad de aquel olvidadizo amigo, cuyo nombre no puedo aprenderme completo, no obstante que en otras ocasiones ha sido consecuente y cumplidor.

El problema en este embrollo es que mis compañeros, Alfredo y Héctor, caballeros integrantes de la mesa cuadrada, que fuera tabernáculo en la promesa de los chanchamos, no han recibido a satisfacción los envoltorios gastronómicos propuestos en hojas de maíz, lo cual sigue dejando una contrariedad que pudiéramos ventilar en esferas o instancias nomotéticas, buscando el extrañamiento procedente motivado y fundado en principios de usos y costumbres tipificados en el manual de Carreño.

Vaya mi gratitud para el Doctor Raúl L. Portilla Rueda, médico especialista en Ginecología y obstetricia, condiscípulo de infancia, con quien compartimos “mesabanco” desde la primaria en la heroica escuela Miguel Alemán y similares espacios en la secundaria y la preparatoria. Todo un señor este buen amigo (no como otros, muuuum), que se tomó la molestia de traerse unos tamales de doña Cira, desde Jáltipan, para que este antojo no vaya a desarrollar algún derrame de bilis. No es por nada pero la tamaliza estuvo como en los tiempos del buen Mardonio (Martínez Guillén). Gracias por la gentileza tangible en abundante muestra gastronómica, manjar de Dioses elaborado para este humilde sibarita que urgía de apaciguar la espera de los helmintos y las tenias que aguardaban impacientes devorándose las más grandes a las más pequeñas.

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