jueves, 18 de noviembre de 2010

In memoriam: Ramón Vela López.


Columna: Déjame que te cuente…


Por Sergio M. Trejo González


Se me murió un amigo: Ramón Vela López. Murió repentinamente, sin cama ni traumas… ciertamente no era un chamaco robusto pero parecía conservar inagotablemente su va y viene. A los 73 años se conducía con mayor brío que muchos contemporáneos, demostrando cierta agilidad cuando merodeaba por mi barrio y pajareaba con soltura. Sin pretensiones ambiciosas daba la imagen de una persona saludable, además que nunca lo escuché quejarse, tampoco platicaba de síntomas de algo fatal; aunque se comenta que andaba disponiendo, en vísperas de su fallecimiento, su deseo de que su última morada fuera la tumba donde se encuentran sepultados sus queridos suegros. Empero la notica resultó sorprendente para todos, porque la muerte es así inesperada, súbita, brusca. Alguien me confirmó el óbito, de sopetón; no lo creía y todavía no llego a creerlo. Ramón tenía una manera serena y ecuánime de llevar la vida, de tal manera que resultaba un privilegio y placer encontrarlo en todas partes, porque tenía comentarios serios y también chocarreros de los aconteceres cotidianos. Lector asiduo de mis calumnias, siempre me refería su punto de vista, con cierto humor respecto a mis análisis, que trascendía hasta las risas y a críticas ocurrentes, y positivas sugerencias, para abordar algún tema de interés social o político. Un servidor agradecía sus amables sugerencias, sabedor de su habilidad para redactar, dada su trayectoria valiosa como reportero y articulista y corresponsal de diversos medios importantes.
Personaje modesto, llano y sencillo en todos los aspectos, popularmente identificado como “RAVELO”, que no era otra cosa que el pseudónimo con que firmaba sus colaboraciones informativas y el nombre de su imprenta, como una especie de “login” generado por los seis caracteres tomados de su nombre y apellidos: RAMON VELA LOPEZ.
Ramón fue mi amigo, aunque no recuerdo desde hace cuantos años que lo comencé a encontrar por muchas partes, desde siempre lo percibí como una persona agradable y cordial, bromista y ocurrente. Un servidor le llamaba cariñosamente “Ramoncho”, fue compañero de una singular y nunca suficientemente ponderada periodista y poeta: Eva López Robinson, dije “poeta” porque no me agrada el sustantivo femenino que nomina a las mujeres que tienen ese talento. Ella detenta la sensibilidad necesaria para expresar cualquier cosa que tenga que ver con el corazón, que hoy debe tener lastimado por esta lamentable circunstancia. A esta dama, deseo llegar con mi pésame para significar que hacemos propio su dolor por la irreparable pérdida del padre de sus hijos, extendiendo mis condolencias para ellos: Ramón y Maritza, y para su nuera Ely Bautista de Vela y el pequeño nieto David Vela Bautista… “Porque él ya está en paz, durmiendo apaciblemente; porque quienes mueren con Cristo se pueden regocijar en la esperanza de reinar en su reino”. Cierto que la presencia física se extraña y duele, tanto que las palabras no dicen nada cuando el sufrimiento está gritando, pero tenemos el recurso de nuestras oraciones… “Te encomiendo a la Misericordia Divina, bendigo tu Luz y pido a los Santos Espíritus, que ya dejaron este plano, te conduzcan por senderos de claridad y de paz. Que la Paz de Dios envuelva tu alma y que su Amor te llene de felicidad. Que así sea”.
Hace nueve días, en el marco de las fiestas de San Martin, como para que nunca se nos olvide, acompañábamos a nuestro amigo Ramón Vela López, guardado en un féretro que fuera cargado en hombros para librar ese bloqueo de la calle angostada, que hacía difícil el acceso a nuestra parroquia donde por fin llegamos. Subimos las escalinatas de la entrada principal para encaminar por el pasillo central a lo que sería una misa de cuerpo presente. Se cumplió con la liturgia entre los tristes canticos y fúnebres rezos, devotos murmullos y la ascensión de las columnas de incienso; al pie del presbiterio, ante las imágenes del Dios Padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo… hágase señor tu voluntad.
Oficiada la ceremonia, en iluminada piedad religiosa, terminamos escuchando las notas de aquel "Auld Lang Syne" , una canción tradicional para réquiem, que fue interpretado por el profesor Ricardo Vázquez, en una letra cristiana, adecuada para los funerales… como una despedida final de la ocasión. Salimos con esos acordes equivalentes a nuestras golondrinas mexicanas que debe significar algo así como… Por los viejos tiempos. “¿Deberían olvidarse las viejas amistades y los viejos tiempos? Por los viejos tiempos, amigo mío, por los viejos tiempos…” y, con esa sensación de tristeza y nostalgia abandonamos el templo hacia el destino, con lágrimas contenidas, recordando que en una fecha de estas hace 35 años, menos tres días, sufríamos similar desolación…que no se apaga; recorríamos, tiempo ha, el mismo sendero, acompañando el ataúd que guardaba el cuerpo sin vida de mi señor padre, con parecida vorágine de fiesta en el pueblo, por nuestro santo patrono…cuando todos reían nosotros llorábamos.
Llegamos, con el amigo Ramón, y previo Santo Rosario en el descanso, dimos vuelta, por la prolongación de la calle Dolores, buscando la entrada posterior del cementerio, hasta la cripta familiar, cuando el sol comenzaba a ocultarse; los últimos rayos del poniente franjeaban de oro y purpura el otoñal atardecer. Las nieblas gateaban en el lugar cuando se cubría la bóveda donde descansa físicamente nuestro amigo… Josué colocaba los sendos ramos de flores al costado de la fresca losa. Ya todo era silencio…Eva balbuceo algunas palabras, invadida de pesar y sufrimiento, consternada y disminuida… Salimos en esa oscuridad que no produce miedo. No existe miedo cuando la angustia de la ausencia todo lo cubre… Ramón, Te recordé sonriendo en ese hasta luego. Duerme tranquilo, reposa entre esas sombras de la esperanza que tenemos de volvernos a encontrar; que tus sueños te lleven a jinetear estrellas en los linderos de otras dimensiones, altas y celestiales, besando vacuidades y sembrando eternidades… descansa en paz.

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