jueves, 25 de noviembre de 2010


Columna: CLAROSCUROS

Por José Luis Ortega Vidal

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Vecinos del “Estero del Pantano” bloquearon desde temprana hora, la mañana del lunes, la carretera que comunica a Coatzacoalcos con Minatitlán.
El motivo: reclamar a la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) del gobierno federal el pago de los vales de apoyo a los damnificados del huracán “Karl”.
La delegación de la SEDESOL en Veracruz, cuyas oficinas se ubican en Xalapa, debió atender la petición y solucionar el problema.
También debieron intervenir con rapidez y eficacia los funcionarios de la dependencia en Coatzacoalcos o, por lo menos, los burócratas federales que cobran sueldo en esa dependencia y despachan en Acayucan.
El asunto es que nadie hizo caso del reclamo de los afectados y éstos optaron por bloquear más accesos a Minatitlán y Coatzacoalcos.
Por la tarde, entrar o salir de ambas ciudades se volvió misión imposible.
Las vías de comunicación que llevan a Canticas, Nanchital y por accesos diversos a Minatitlán fueron literalmente taponados por los quejosos.
Y ya muy tarde, hacia las 21:00 horas del aciago lunes, por fin aparecieron los funcionarios de SEDESOL.
Supongo que alguien se preocupó en el gobierno estatal y transmitió la información del caos sureño al gobierno federal y éste a su vez le dijo a la gente de SEDESOL: “en Coatzacoalcos y Minatitlán hay un broncón” y en consecuencia la “burrocracia” actuó.
Tarde, pero la gente de SEDESOL se movilizó.
Casi a la media noche los gobiernos estatal y federal se compadecieron de los ciudadanos sureños.
A esa hora ya se había sumado otros inconformes: vecinos de la colonia Trópicos de la Ribera de Coatzacoalcos y campesinos de la zona rural de Cosoleacaque.
Los bloqueos ocurrían por diversas partes -incluyendo la autopista de Cosoleacaque - La Tinaja- y los daños se contaban por millones de pesos.
Las víctimas sumaban decenas de miles de inocentes.
El de los bloqueos es un tema cada vez más común, como la violencia que afecta a todo el país.
El asesinato del ex gobernador de Colima, Silverio Cavazos Ceballos es un ejemplo que ilustra tal afirmación.
Muerto el ex gobernador se escucharon múltiples declaraciones:
- El Presidente Felipe Calderón condenó el asesinato del político colimense.
- La Secretaría de Gobernación se movilizó de inmediato para tomar de las investigaciones respectivas del crimen.
- La Coordinadora Nacional de Gobernadores (CONAGO) que presidió Fidel Herrera Beltrán calificó los hechos de algo deleznable.
Y así, la lista de declaraciones de políticos de todos los frentes y niveles se dejó escuchar en a torno a este suceso.
No faltaba más: declaraciones sobre este asunto abundaron por doquier y el cuerpo de Cavazos estuvo rodeado durante su velorio por gente del poder.
Guardias y guardias y guardias se dejaron retratar junto a su ataúd.
Pero en contraste, de la muerte del ex gobernador hasta hoy sólo hay un retrato hablado sobre su asesino y la aclaración de un lapsus de su sucesor en el gobierno colimense quien “mató” a una persona ajena al asunto de Cavazos.
Así las cosas, éste es uno más de los miles de asesinatos que han ocurrido en México durante los últimos meses y que permanecen y permanecerán impunes.
Y es que México, a punto de terminar el 2010, es un país en pleno caos.
En nuestro país la gente se puede inundar y el gobierno la deja abandonada o no le cumple los compromisos de apoyarla.
En nuestro país, la gente se enoja por que la agarran de taruga y bloquea carreteras al por mayor afectando a decenas de miles de inocentes y las autoridades son incapaces de poner orden y evitar que las víctimas de las inundaciones se conviertan en victimarios de sus vecinos que nada tienen de culpa de sus pérdidas.
Por los bloqueos carreteros como los del lunes se pierde mucho dinero, pero sobre todo se pierden vidas.
La CANACAR habla de pérdidas en su sector por el orden de los 50 millones de pesos; por ejemplo.
Muchos enfermos no reciben atención, traslados o medicamentos como consecuencia de estas protestas, pero nadie hace nada por ellos.
Y es que, ciertamente, es imposible hacer algo.
En el México de hoy la lista de asesinatos en todas las entidades de la República se incrementa día tras día; más en el norte que en el sur, pero la sangre corre por todas partes.
La muerte de un ex gobernador se suma a la muerte de un candidato al gobierno de Tamaulipas; a la muerte de un Alcalde electo en el municipio de Juan Rodríguez Clara; a la muerte de un candidato Presidencial; a la muerte de cientos de drogadictos que deseaban rehabilitarse; a la ejecución de cientos de narcotraficantes de un bando que le estorban a los sicarios del bando contrario; a la muerte de niños y padres de familia que pasan por un retén oficial y son confundidos con delincuentes; a la muerte de soldados y marinos que cumplen con su deber; a la muerte de la familia de policías, por el único pecado de ser parientes de miembros de las fuerzas del orden; a la muerte de los jefes de tal o cual grupo de la mafia; a la muerte de periodistas que toman la foto de tal o cual muerto; a la muerte de niños en la explosión de una guardería donde les enseñarían el abc y terminaron el camino hacia el olvido.
Todas estas muertes, se suman a la muerte de la muerte.
Porque en el México de hoy -en efecto- todo muere, hasta la muerte.
En el México de hoy ya nadie está seguro: ni la muerte misma.
Por eso no es extrañarse lo del bloqueo al inicio de la semana en el sur.
Que se inunde la gente, es normal.
Que la gente reciba promesas de apoyo, es normal.
Que las promesas no se cumplan, es normal.
Que los afectados y engañados se encabronen, es normal.
Que se bloquee una carretera, es normal.
Que no pelen a los bloqueadores, es normal.
Que bloqueen cinco carreteras, es normal.
Que 20 horas después por fin los pelen, es normal.
Que la protesta de los inundados y la idiotez oficial afecten a miles de inocentes y provoquen aun más muertes, es normal.
Y ahora, que maten a políticos también es normal.
Es necesario que México deje de ser tan normal.
Urge regresarlo al terreno de la Ley, del Orden, del respeto al derecho ajeno, de la construcción diaria de una sociedad justa.
Es fundamental, pues, que lleguemos a la anormalidad con la que siempre hemos soñado.

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