Columna: Déjame que te cuente…
Por Sergio M. Trejo González
Quisiera adivinar la clase de preocupación que tiene nuestro H. Ayuntamiento Constitucional, por llevar, a los niños de Acayucan, por el camino del progreso y el desarrollo, buscando que su horizonte resulte semejante al que tienen los chiquillos de los países del primer mundo. En tales ambiciones, de adelanto y perfeccionamiento, debe haber pensado la comuna cuando decidió la adquisición de esos juegos infantiles, inaugurados el pasado 18 de julio, que hoy son origen de guasas y críticas. Algunas demasiado severas pero todas válidas. Dentro de las observaciones en general que la gente ha venido formulando, respecto a los aparatos que se han instalado en la superficie del parquecito, se encuentra el comentario de que son frágiles. Debiluchos para un parque público habitado por pequeños traviesos. Se insiste que dichos artefactos son de carácter residencial, idóneos para instalaciones techadas, cerradas, donde los chicos, necesariamente deben estar acompañados de adultos. No es el caso de nuestro parquecito donde la cultura y la tradición dicta que tal centro de diversión es abierta a menores, de todas las edades, sin necesidad de guía, instructor o vigilante. Pues resulta notable que los módulos instalados son de material delicado y fino, de mírame y no me toques. Además se aprecia que el “zacate” es una imitación de césped, sintético, demasiado resbaladizo, que con cualquier serenito resulta inconveniente pisarlo, al grado que las muchachitas cuidadoras se han atrevido a comunicar el cierre de acceso porque tal pasto y su juego múltiple resultan “peligrosos”. Además, dicha “área verde” se inunda, pues no tiene considerada una obra de drenaje, tan solo se instaló un sistema eléctrico oculto, que podría representar un riesgo precisamente por la falta de escurrimiento. En fin, tal afirmación de peligro resulta temeraria y habría que interpretar la finalidad intrínseca de la noticia expresada por una chamaquilla que cuida el parquecito; sin conocimiento, ni ligera idea, de lo que significa la tarea de guardián de un sitio como esos.
No estoy convencido de que tanto le preocupe a la autoridad los críos que van a recrearse al parque. Los lamentables acontecimientos del 5 de junio en Hermosillo, Sonora, donde murieron casi 50 infantes en una guardería revelan el escaso valor que los niños tienen para quienes se encargan de protegerlos… vayamos mejor al caso del “reglamento” que, el domingo pasado, solemnemente fue colocado a la entrada del parque infantil, que ahora tiene una puerta que sirve de aduana, aunque por cierto no se aprecia el horario de servicio, lo cual se deja al criterio de las bedelas que abren y cierran a discreción. Del reglamento podemos destacar que contiene alrededor de 60 disposiciones, consignadas de manera arbitraria y discriminatoria; pues transgrede nuestro pacto social de municipio, ya que se ignora los estándares del respeto a los niños y se desconoce el deber de consultar al pueblo respecto a cambios importantes en el uso de los espacios públicos, donde indiscutiblemente existe una población infantil que resulta afectada. Tanto, que ha levantado polémica e insulto de los infantes que llegan a la expresión: “Pinches viejas, no me dejan entrar…” otra chiquilla dice que “si no quieren que ensucien los juegos, que se los lleven para su casa”. Mire usted que las niñas y los niños si algo tienen es sinceridad e ingenio. No voy a entrar en detalles técnicos jurídicos, eso llevaría a la profundidad de las fuentes del derecho y, ventilarlas, resulta violento para mi tranquilidad espiritual; sin embargo se aprecia que tal reglamento divaga en un 50% con retórica motivadora, en lecciones descriptivas de juegos, quesque si son sensoriales o que si son de destreza. Los niños van al parque a jugar y a divertirse y les vale madre tanto la norma jurídica como la norma social; no les preocupa las cuestiones pedagógicas ni las psicológicas. A los pequeños las lecciones de convivencia les vienen guangas. A cualquier niño pónganlo con otros niños, en cualquier lugar del mundo, y no se limita con barreras religiosas, de lenguaje ni de clase. Con una avalancha o una pelota, con su arco y sus flechas, se relaciona maravillosamente en dos minutos. En fin, otro 25% del reglamento establece ordenamientos de prevención general para justificar el costo del reglamento adornado con figuritas; y el 25% restante contiene prohibiciones, interesantes algunas y absurdas la mayoría, carentes de positividad porque nunca las van a cumplir, pues el derecho que los niños aplican en sus relaciones humanas no va con quitarse los zapatos para que los juegos no se ensucien; ellos se quitan el calzado solamente para dormir o para bañarse. Las sugerencias de que pueden gatear o arrastrarse, en el parque, resultan ociosas y sandias. Nadie, ningún chamaco va al parque al curso de serpenteo, ni a la clase de subibaja. El niño no va a aprender cómo cuidar un juego en el parque. No me imagino a un niño sano, con toda su energía, llevar al parque su caja de herramienta para apretar las tuercas del tobogán o los tornillos al subibaja. Entiendo que hay etapas de enseñanza - aprendizaje, pero al parque, los niños, simplemente van a saltar y a distraerse. Bien harían los miembros del cabildo, que aprobaron ese reglamento o se hacen de la vista gorda al respecto, inspirar a los niños con su ejemplo personal. Limpien el palacio, lleguen temprano a trabajar, no se chinguen el presupuesto con sus préstamos y sus facturitas. Pónganse a checar el costo real de la ocurrencia de tales juegos ¿la Cuenta Pública? Nuestros niños, son criaturas tercermundistas, de un país subdesarrollado. Globalizado, sí, pero con graves problemas de analfabetismo, de hambre, de necesidad de espacios para sentirse niños libres. En la ignorancia no hay libertad. Si acaso una libertad mal entendida, que termina esclavizando. Ahí tenemos la pasada jornada electoral de la que ya comienzan a quejarse… Yo solo respondo: “Eso es lo que nos merecemos”. Nuestra libertad en decidir provoca en las personas esclavitudes. Los estudiosos le llaman la esclavitud de los instintos. Si vamos al diccionario sobre el instinto dice: “La actitud que emana hacia un fin sin previo conocimiento, sin reflexión previa”. No tenemos talleres suficientes para aprender música, pintura, y otras expresiones artísticas, no tenemos canchas deportivas adecuadas, con instructores bien pagados, para que no anden chingando a los padres de familia con las “cooperaciones” voluntarias onerosas. No tenemos parque popular para nuestros niños populares.
Hace unos 50 años, en Acayucan, los menores estudiantes de las escuelitas (catrines y descalzos) nos revolvíamos jugando en un parque, con los niños que no iban a la escuela. Ahí, frente a la iglesia, todo ese terreno era nuestro, para jugar como niños normales, sin complejos, sin traumas. Sin las amargas horas de insomnio ni una secreta herida de la que manara pena alguna… sin la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable, sin miserias de éstas que ahora nos clasifican, nos catalogan. Ahora tenemos un parque petite, para chamacos de cierto nivel. Un chiquito parque fashion, que nuestras autoridades inventaron para que nuestros hijos y nietos, estándar, se sientan supersónicos. Para que se ubiquen ¿ves? o sea, tenemos un parquecito plus, con juegos light, con green nice y sendero blue. Todo regularizado por un reglamento vanguardista, de perspectivas apoyadas por la ciencia, la libertad y la civilidad, donde se disciplina a los niños, indicando que solo pueden entrar niños de 0 hasta los 4 años. Supongo que desearon limitar la entrada a ciertos módulos, pero es vago y oscuro. Donde la ley no distingue no se debe distinguir. Los adultos se exaltan diciendo que mejor hubieran construido un parvulito o cunero para los bebitos. Habría entonces que ver... ¿Dónde quiere la autoridad que jueguen los niños de 5, 6, 10, y quien, encontrándose en la edad de chaval, resulta expulsado de su parque? Que les expliquen, a los mayores de 4 años, cuando se dio la expropiación de su área de juegos y a donde deben ahora dirigirse para ocupar un columpio o una resbaladilla pública. Al rato, comentan, se les ocurre destinar las pocas bancas del parque solo para los mayores de 60 años, y entonces donde cabrón van a caber quienes tengan de 5 a 59 años. Como si nos sobraran lugares de esparcimiento. Ocurrencias de un ayuntamiento que, en alguna noche de insomnio o en alguna fiebre mañanera, se inspira para dictar reglamentos de ese tipo, con letritas milimétricas, impresas en un plástico, que a los cuatro días ya presenta parches y remiendos.
Doscientos años de Independencia habremos de celebrar en septiembre y cien de Revolución en noviembre, sin comprender el Estado de Derecho, ni a la justicia, ni a la Inveterata consuetudo et opinio iuris seu necessitatis… No estoy encabronado, así es mi carácter.
Cuando una persona o un grupo pretende, por la vía del poder, imponer sus criterios en cuestionable legalidad, trastocando el derecho y la libertad, incurriendo en una sistemática cadena de falacias, para alcanzar un determinado objetivo personal, porque considera que hay que darle un nuevo concepto a las cosas y a las costumbres, es indiscutible que atenta contra la integridad de la universalidad y compromete la institucionalidad… viene la dictadura. Por eso los niños que ayer jugaban en el parque, y hoy se les cierra la puerta, tienen toda la razón en expresar una molestia, que les nace desde el fondo del alma, diciendo: ¡Pinches viejas!
No estoy convencido de que tanto le preocupe a la autoridad los críos que van a recrearse al parque. Los lamentables acontecimientos del 5 de junio en Hermosillo, Sonora, donde murieron casi 50 infantes en una guardería revelan el escaso valor que los niños tienen para quienes se encargan de protegerlos… vayamos mejor al caso del “reglamento” que, el domingo pasado, solemnemente fue colocado a la entrada del parque infantil, que ahora tiene una puerta que sirve de aduana, aunque por cierto no se aprecia el horario de servicio, lo cual se deja al criterio de las bedelas que abren y cierran a discreción. Del reglamento podemos destacar que contiene alrededor de 60 disposiciones, consignadas de manera arbitraria y discriminatoria; pues transgrede nuestro pacto social de municipio, ya que se ignora los estándares del respeto a los niños y se desconoce el deber de consultar al pueblo respecto a cambios importantes en el uso de los espacios públicos, donde indiscutiblemente existe una población infantil que resulta afectada. Tanto, que ha levantado polémica e insulto de los infantes que llegan a la expresión: “Pinches viejas, no me dejan entrar…” otra chiquilla dice que “si no quieren que ensucien los juegos, que se los lleven para su casa”. Mire usted que las niñas y los niños si algo tienen es sinceridad e ingenio. No voy a entrar en detalles técnicos jurídicos, eso llevaría a la profundidad de las fuentes del derecho y, ventilarlas, resulta violento para mi tranquilidad espiritual; sin embargo se aprecia que tal reglamento divaga en un 50% con retórica motivadora, en lecciones descriptivas de juegos, quesque si son sensoriales o que si son de destreza. Los niños van al parque a jugar y a divertirse y les vale madre tanto la norma jurídica como la norma social; no les preocupa las cuestiones pedagógicas ni las psicológicas. A los pequeños las lecciones de convivencia les vienen guangas. A cualquier niño pónganlo con otros niños, en cualquier lugar del mundo, y no se limita con barreras religiosas, de lenguaje ni de clase. Con una avalancha o una pelota, con su arco y sus flechas, se relaciona maravillosamente en dos minutos. En fin, otro 25% del reglamento establece ordenamientos de prevención general para justificar el costo del reglamento adornado con figuritas; y el 25% restante contiene prohibiciones, interesantes algunas y absurdas la mayoría, carentes de positividad porque nunca las van a cumplir, pues el derecho que los niños aplican en sus relaciones humanas no va con quitarse los zapatos para que los juegos no se ensucien; ellos se quitan el calzado solamente para dormir o para bañarse. Las sugerencias de que pueden gatear o arrastrarse, en el parque, resultan ociosas y sandias. Nadie, ningún chamaco va al parque al curso de serpenteo, ni a la clase de subibaja. El niño no va a aprender cómo cuidar un juego en el parque. No me imagino a un niño sano, con toda su energía, llevar al parque su caja de herramienta para apretar las tuercas del tobogán o los tornillos al subibaja. Entiendo que hay etapas de enseñanza - aprendizaje, pero al parque, los niños, simplemente van a saltar y a distraerse. Bien harían los miembros del cabildo, que aprobaron ese reglamento o se hacen de la vista gorda al respecto, inspirar a los niños con su ejemplo personal. Limpien el palacio, lleguen temprano a trabajar, no se chinguen el presupuesto con sus préstamos y sus facturitas. Pónganse a checar el costo real de la ocurrencia de tales juegos ¿la Cuenta Pública? Nuestros niños, son criaturas tercermundistas, de un país subdesarrollado. Globalizado, sí, pero con graves problemas de analfabetismo, de hambre, de necesidad de espacios para sentirse niños libres. En la ignorancia no hay libertad. Si acaso una libertad mal entendida, que termina esclavizando. Ahí tenemos la pasada jornada electoral de la que ya comienzan a quejarse… Yo solo respondo: “Eso es lo que nos merecemos”. Nuestra libertad en decidir provoca en las personas esclavitudes. Los estudiosos le llaman la esclavitud de los instintos. Si vamos al diccionario sobre el instinto dice: “La actitud que emana hacia un fin sin previo conocimiento, sin reflexión previa”. No tenemos talleres suficientes para aprender música, pintura, y otras expresiones artísticas, no tenemos canchas deportivas adecuadas, con instructores bien pagados, para que no anden chingando a los padres de familia con las “cooperaciones” voluntarias onerosas. No tenemos parque popular para nuestros niños populares.
Hace unos 50 años, en Acayucan, los menores estudiantes de las escuelitas (catrines y descalzos) nos revolvíamos jugando en un parque, con los niños que no iban a la escuela. Ahí, frente a la iglesia, todo ese terreno era nuestro, para jugar como niños normales, sin complejos, sin traumas. Sin las amargas horas de insomnio ni una secreta herida de la que manara pena alguna… sin la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable, sin miserias de éstas que ahora nos clasifican, nos catalogan. Ahora tenemos un parque petite, para chamacos de cierto nivel. Un chiquito parque fashion, que nuestras autoridades inventaron para que nuestros hijos y nietos, estándar, se sientan supersónicos. Para que se ubiquen ¿ves? o sea, tenemos un parquecito plus, con juegos light, con green nice y sendero blue. Todo regularizado por un reglamento vanguardista, de perspectivas apoyadas por la ciencia, la libertad y la civilidad, donde se disciplina a los niños, indicando que solo pueden entrar niños de 0 hasta los 4 años. Supongo que desearon limitar la entrada a ciertos módulos, pero es vago y oscuro. Donde la ley no distingue no se debe distinguir. Los adultos se exaltan diciendo que mejor hubieran construido un parvulito o cunero para los bebitos. Habría entonces que ver... ¿Dónde quiere la autoridad que jueguen los niños de 5, 6, 10, y quien, encontrándose en la edad de chaval, resulta expulsado de su parque? Que les expliquen, a los mayores de 4 años, cuando se dio la expropiación de su área de juegos y a donde deben ahora dirigirse para ocupar un columpio o una resbaladilla pública. Al rato, comentan, se les ocurre destinar las pocas bancas del parque solo para los mayores de 60 años, y entonces donde cabrón van a caber quienes tengan de 5 a 59 años. Como si nos sobraran lugares de esparcimiento. Ocurrencias de un ayuntamiento que, en alguna noche de insomnio o en alguna fiebre mañanera, se inspira para dictar reglamentos de ese tipo, con letritas milimétricas, impresas en un plástico, que a los cuatro días ya presenta parches y remiendos.
Doscientos años de Independencia habremos de celebrar en septiembre y cien de Revolución en noviembre, sin comprender el Estado de Derecho, ni a la justicia, ni a la Inveterata consuetudo et opinio iuris seu necessitatis… No estoy encabronado, así es mi carácter.
Cuando una persona o un grupo pretende, por la vía del poder, imponer sus criterios en cuestionable legalidad, trastocando el derecho y la libertad, incurriendo en una sistemática cadena de falacias, para alcanzar un determinado objetivo personal, porque considera que hay que darle un nuevo concepto a las cosas y a las costumbres, es indiscutible que atenta contra la integridad de la universalidad y compromete la institucionalidad… viene la dictadura. Por eso los niños que ayer jugaban en el parque, y hoy se les cierra la puerta, tienen toda la razón en expresar una molestia, que les nace desde el fondo del alma, diciendo: ¡Pinches viejas!
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