Columna: Déjame que te cuente.
Por Sergio M. Trejo González.
Hace un par de días, la última vez que nos vimos, tu manejabas tu coche, casi nuevo, con aire acondicionado y todos los accesorios que hacen sentir placer de vivir aun en estas tierras cálidas. Caminaba por la cuesta de mi ruta cotidiana, la Guillermo Prieto, una subida que recorro unas seis veces al día nada más para no perder la costumbre. Me saludaste alborozado y respondí complacido a tu invitación para llevarme a mi destino que en tal momento era hacia el barrio del Zapotal, allá por la Altamirano y la Manuel Acuña, pasamos a dejar a tu hijo que te acompañaba, supongo que a sus cursos de inglés con Chavelita Espinoza, compañera de esos tiempos preparatorianos. Hacia un calor verdaderamente insoportable y tu disposición alivió mi trayecto y calmó el disgusto que traía por tener que andar buscando un carpintero para requerirlo de cumplimiento. Me contaste un par de anécdotas al respecto. Reímos mientras cruzamos en el camino con el vehículo de otra ex condiscípula de esos tiempos: la contadora Rosaura Valencia, quien ahora es catedrática de tiempo completo, tan completo que no tiene tiempo ni para degustar plácidamente sus alimentos. La saludamos de pasadita, como un relámpago pasó, mi ahora comadre, con rumbo a su centro de trabajo, no tiene otra ruta. Me comentaste que los amigos de Jáltipan extrañaban aquella época de adolescentes, que vivimos en los años 75 y 76, en fechas que compartimos aulas y, te dije, que yo también los echaba mucho de menos. Te vi alejarte raudo y me quedé cavilando mi melancolía, tal vez porque aceptaba que hoy los tengo lejos de los ojos, pero muy cerca del corazón, porque aunque el destino me llevó por otros rumbos siempre los llevó presente.
A Pancho Guillén, lo conocí cuando era un bebé, bueno no tanto, pero sí era relativamente chamaco, un muchacho con sus ojos negros vivaces y mejillas llenas de todo, con una sonrisa seráfica de un mozuelo feliz. Me impactó mucho saber que había fallecido mi amigo, pero me quedé con la duda que salí a confirmar… Murió Francisco Guillén Valdivieso… tomé su ataúd por un costado para llevarlo a lo que sería una misa de cuerpo presente… un par de amigos de aquella generación de bachillerato nocturno en la antigua casona junto al correo, también antiguo. Muchas horas de risas, mucho tiempo de chistes y muchas lágrimas ahora por su partida. Nos preparábamos para el inminente Campeonato de Futbol, era un fanático y en su tiempo buen futbolista, a pesar de su peso corporal se movía bien en la cancha con Armando de la Cruz, Miguel Sánchez, Miranda, el profesor Luna, Miguel Angel Luna Montes, nuestro catedrático de Filosofía, entre otras materias, compañero también de muchos encuentros deportivos, estuvo presente en su despedida. Se fue Pancho y los amigos lamentamos su partida. Una bacteria, un virus. Sabe Dios por qué causas tuvo que dejarnos, alguien no escuchó o no pudieron atender tu llamado. La última vez que te he podido ver, luego de ese último aventón al “Zapotal”, ha sido esta mañana en que he venido a reunirme con dos amigos que estamos despidiéndote. He llegado y he visto caras tristes y afligidas, me he abrazado con ellos y no he podido contener mi tristeza, que se me ha discurrido por el alma. Hoy que estuve contigo para acompañarte en esa hora crucial de sentimientos encontrados. Te he visto en tu féretro, tus ojos cerrados me han parecido que estabas dormido, a la espera que una mano cómplice te pueda despertar. Abandoné ese lugar, se me vinieron a la mente demasiados recuerdos compartidos, un suspiro fue acompañando el dolor agudo que suele causar la muerte, tan desconcertante; quizás los que aún nos aferramos a la vida, nunca vamos a entender por qué tienen que partir de este mundo. Me dijo un agente de tránsito: Se adelantó en el camino. Le respondí que nadie se adelanta para ese lugar, porque el designio divino es el único que tiene la verdad, el porqué pasan estas cosas… aún sigo masticando el arrebato, por tan sorprendente trance que nos ha tocado compartir. Pancho, amigo de siempre, amigo inolvidable, mientras descansan tus restos en tu última morada, permíteme en silencio, recordar la última vez que pude verte con vida, me señalaste entusiasta que los amigos me extrañaban en sus reuniones decembrinas, amigo mío, te reitero que yo también los echo de menos de a madre, pero te debo de confesar, que a partir de hoy, tu presencia ya nos hace mucha falta. Descansa en paz amigo.
A Pancho Guillén, lo conocí cuando era un bebé, bueno no tanto, pero sí era relativamente chamaco, un muchacho con sus ojos negros vivaces y mejillas llenas de todo, con una sonrisa seráfica de un mozuelo feliz. Me impactó mucho saber que había fallecido mi amigo, pero me quedé con la duda que salí a confirmar… Murió Francisco Guillén Valdivieso… tomé su ataúd por un costado para llevarlo a lo que sería una misa de cuerpo presente… un par de amigos de aquella generación de bachillerato nocturno en la antigua casona junto al correo, también antiguo. Muchas horas de risas, mucho tiempo de chistes y muchas lágrimas ahora por su partida. Nos preparábamos para el inminente Campeonato de Futbol, era un fanático y en su tiempo buen futbolista, a pesar de su peso corporal se movía bien en la cancha con Armando de la Cruz, Miguel Sánchez, Miranda, el profesor Luna, Miguel Angel Luna Montes, nuestro catedrático de Filosofía, entre otras materias, compañero también de muchos encuentros deportivos, estuvo presente en su despedida. Se fue Pancho y los amigos lamentamos su partida. Una bacteria, un virus. Sabe Dios por qué causas tuvo que dejarnos, alguien no escuchó o no pudieron atender tu llamado. La última vez que te he podido ver, luego de ese último aventón al “Zapotal”, ha sido esta mañana en que he venido a reunirme con dos amigos que estamos despidiéndote. He llegado y he visto caras tristes y afligidas, me he abrazado con ellos y no he podido contener mi tristeza, que se me ha discurrido por el alma. Hoy que estuve contigo para acompañarte en esa hora crucial de sentimientos encontrados. Te he visto en tu féretro, tus ojos cerrados me han parecido que estabas dormido, a la espera que una mano cómplice te pueda despertar. Abandoné ese lugar, se me vinieron a la mente demasiados recuerdos compartidos, un suspiro fue acompañando el dolor agudo que suele causar la muerte, tan desconcertante; quizás los que aún nos aferramos a la vida, nunca vamos a entender por qué tienen que partir de este mundo. Me dijo un agente de tránsito: Se adelantó en el camino. Le respondí que nadie se adelanta para ese lugar, porque el designio divino es el único que tiene la verdad, el porqué pasan estas cosas… aún sigo masticando el arrebato, por tan sorprendente trance que nos ha tocado compartir. Pancho, amigo de siempre, amigo inolvidable, mientras descansan tus restos en tu última morada, permíteme en silencio, recordar la última vez que pude verte con vida, me señalaste entusiasta que los amigos me extrañaban en sus reuniones decembrinas, amigo mío, te reitero que yo también los echo de menos de a madre, pero te debo de confesar, que a partir de hoy, tu presencia ya nos hace mucha falta. Descansa en paz amigo.
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