jueves, 17 de noviembre de 2016

Columna: LA MANGA
Eran los años 60-70 cuando lo conocí, siempre de buen humor, como hasta la fecha, a pesar de los males que lo aquejan. Estábamos en sexto año de primaria limpiando el salón de clases cuando hizo enojar al ya fallecido Jesús Manuel Pérez Escalante, en aquel tiempo nuestro compañero en el Colegio Carlos Grossman, al rompérsele el pantalón no recuerdo si en un resbalón o haciéndole alguna de sus tantas bromas.
Nuestros padres eran cercanos y además compañeros Notarios, lo que facilitaba que conviviéramos en su casa o en la mía, además de hacerlo por tareas o reuniones. A pesar de separarnos en la secundaria continuamos siendo amigos, reencontrándonos en Xalapa en la facultad de Derecho de la Universidad Veracruzana.
El compartía cuarto con Humberto Flores Sandoval, quien estudiaba medicina, en la calle Francisco I. Madero, cerca del puente Xalitic. A Humberto le hizo varias, como cuando brincó y corrió despavorido al oír la “voz” de una persona que acababa de morir en un bafle que por aquellas épocas estaban muy de moda. En otra ocasión él junto con Sergio Trejo, anduvieron a las vueltas cuando amigos mutuos acabaron en el “frescobote” después de una de las varias bodas de otro, por culpa de un compañero de cuarto de dos de ellos que ni supo lo que había hecho, pues al siguiente día se encontraba muy cómodo viendo la televisión mientras los detenidos mitigaban la sed provocada por una cruda espantosa con una cubeta con la que se limpiaban las celdas de la cárcel ubicada en los bajos de Palacio de Gobierno y en la que pasaron la noche. Siempre dijo que cuando trabajara y ganara dinero se compraría un buen equipo para escuchar la música que generosamente la familia con la que yo vivía de estudiante me permitía disfrutar con quienes me visitaban o en las tardes de estudio preparándonos para los exámenes semestrales de la carrera.
Regresamos a la tierra a ejercer la profesión y de cuando en cuando coincidíamos, a veces para ver por televisión un partido de fut-bol en algún restaurante, otras en fiestas o celebraciones, pero siempre con ese especial afecto que hasta el día de hoy nos hemos tenido. La última vez lo visité en el Metropolitano, propiedad de la familia del bien recordado Ricardo Cruz. 
Quise escribir esto porque quiero que Aarón Bermejo Portilla lo lea, que sepa que muchos, como yo, lo apreciamos y queremos que luche por su vida, como seguramente lo hará sin perder ese sentido del humor que le admiro y reconozco, a pesar de las adversidades que uno, simplemente por vivir, encuentra en el diario camino. 
Los que rondamos los sesenta años hemos dejado atrás muchas vivencias, a gente de nuestra edad, mayores y menores que se nos adelantaron, lo que nos hace apreciar y aprovechar cada minuto que nos queda de vida, porque mañana…. Mañana Dios dirá.

BOQUELUMBRE
En la grilla se perdona todo, menos perder una elección.

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