Por Reginaldo Canseco Pérez
(Tomado de Cuentos, Mitos, Leyendas y otras Historias de Acayucan)
Una
vieja tradición oral en la voz de los ancianos nos asegura que en el
pueblo atraviesa un río subterráneo. Para los que la refieren no es un
cuento, mito o leyenda de la imaginaria popular sino una verdad que no
se pone en duda. Los abuelos hablan de ello como en su niñez lo oyeron
de los viejos, así como también éstos lo escucharon de sus ascendientes y
éstos de sus predecesores. Sin embargo nadie sabe cuándo ni cómo surgió
esta certidumbre. Hay distintas versiones en cuanto a la existencia del
río dicho, pero todos coinciden en un punto: en su realidad.
La
mayoría se inclina en afirmar que el río subterráneo procede del
sureste del pueblo, exactamente del barrio El tamarindo, y avanza al
norte por la calle Miguel Alemán y Porfirio Díaz, que al fin y al cabo
es la misma arteria. Otros, en cambio, dicen que procediendo del mismo
sitio el torrente oculto franquea la ciudad por la avenida Melchor
Ocampo, persiguiendo el norte. Para algunos más, la corriente
subterránea cruza el jardín municipal rumbo al noroeste. Empero, para no
pocos el río furtivo proviniendo del barrio El Tamarindo va al barrio
San Diego, donde antes de proseguir al noroeste camina a través de
Temoyo, el legendario manantial, hoy contaminado, abandonado, destruida
su topografía original y en gran parte vendido a particulares.
La
creencia en el río subterráneo, está relacionada con la abundancia de
agua de la que gozó Acayucan hasta cierta época, dentro y en torno a la
población, especialmente en algunos espacios. Muestra de ello son sus
antiguos manantiales, norias, pocitos colectivos, arroyos, pozas,
aguajes y áreas pantanosas. Así, en las direcciones de las cuales se
asevera que viene y a la que se dirige el torrente subterráneo hay o
hubo mantos acuíferos: es el caso del fondo del barrio El Tamarindo
donde persiste una zona abundante de aguas internas y antiguos
nacimientos, lo mismo sucede en el área de Temoyo, y en toda esa parte
suroeste y oeste de la ciudad. Hoy, todavía, en este último rumbo,
adelante del puente de Atiopan, subsisten a pesar de todo varios
sorprendentes y primitivos veneros. Al norte de la avenida Melchor
Ocampo, en la bajada, principalmente a su izquierda, en torno a un añoso
arroyo, era una gran franja pantanosa desde la hoy calle Zamora hasta
más allá de la Vázquez Gómez donde abundaban los zaratanes y enormes
árboles como el cedro y el amate.
Hay
una leyenda, que aunque parece independiente del presente tema no lo
es, y entra oportunamente ahora: me gusta intitularla El Nacimiento de
un Río. Este es un relato que hacía don Fernando Sulvarán Constantino:
Allá por 1774 nació un río en Acayucan. El inusitado acontecimiento tuvo lugar en la calle del Tamarindo (actualmente Miguel Alemán) y Negrete, frente a donde hoy viven los Garduza.
Fue nombrado Río Tamarindo.
Era un río grande, pasaban hasta embarcacioncitas.
Pero
en 1880 se fue cegando, se fue cegando… esto porque allí, hacia la
parte oriente, estaba en alto y la tierra que bajaba la fue cubriendo.
El río finalmente quedó enterrado.
Yo, ya no miré el río (sigue diciendo don Fernando);
sin embargo alcancé a ver la zanja por donde otrora pasaba. Antes de la
pavimentación, en parte, aún se veían esos canalones que fueron dejados
por la corriente del Río Tamarindo, que iba al norte por toda la
presente calle Miguel Alemán y Porfirio Díaz.
Pero
regresando al río subterráneo, muchos niños de entonces, que ahora son
gente mayor, solían oír el rumor nocturno del río escondido aguzando las
orejas curiosas en la boca de los pozos de la calle Negrete, en el
barrio El Tamarindo.
He
oído a una gran cantidad de relatores hablar sobre este torrente
subterráneo, subrepticio, misterioso; muchos de ellos nacidos en la
penúltima década del siglo XIX y las primeras décadas del XX, como los
señores Pedro R. Ramón Ortiz, Inés Silverio Culebro, Eligio Fonseca
Vázquez, Chano Soto Reyes, Serafín Hernández Antonio, Chonita Aguirre
González, Evaristo Morales Ramírez, Don Foncho (Alfonso Domínguez
Villegas), Tomás López Macario, Romeo Béjar Hernández, Juan Flores
Damián, el profesor jubilado Julio Vázquez Reyes y a mucha, mucha gente
más, algunas de manera ocasional y anónima.
En una ocasión, por ejemplo, Don Foncho me contó:
Antes,
cuando no había tanto ruido en el pueblo, como lo hay ahora, en los
días de tormenta llegaba hasta aquí el zumbido de las corrientes
crecidas del arroyo Michapan, que está a más de trece kilómetros al
noroeste.
También
se oía el rumor o zumbido del río subterráneo en cualquier época del
año, especialmente en las noches tranquilas, que pasa en el barrio
Tamarindo, por debajo de la calle Miguel Alemán.
Y
escuchábamos, además, el ruido como de corrientes cuando las nubes se
alzaban cargadas sobre el pueblo. Al rato se nublaba y caía el aguacero.
Entonces, yo tenía mi milpa; ahí miré una vez el lugar donde el arco iris descendía, encima de las aguas de un charco.
Cabe
registrar que para algunos el torrente interno va al mar, y para otros
viene del mar; pero lo cierto es que los nativos que conocen la
tradición tienen el convencimiento de que este río subyace desde el
principio de los tiempos en las entrañas de la Tierra (bajo Acayucan) y
que ésta algún día parirá a ese río-hijo: en esa fecha excepcional, el
río abandonará su timidez, y la población podría quedar inundada.
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