Columna: Fuera de Foco
Lunes, 28 Julio 2014
Arribé al “Penalito” en Playa Linda alrededor de las 14:15 horas.
Pretendía llegar antes, pero derivado de una entrevista previa me fue
imposible. En el lugar se encontraba uno de los hermanos de María
Josefina Gamboa Torales, a quien me dirigí y le pregunté que me
orientara sobre el mecanismo para ingresar y ver a “Majo” –como
cariñosamente le dice una de sus hermanas- y me dijo que el asunto
estaba un tanto complicado, porque había una larga fila para verla.
El sol, molestaba y penetraba, mientras sudábamos a cántaros. Quienes
laboran en dicho lugar, mantienen a las personas bajo los rayos
penetrantes del sol por horas, sin importarles un comino si se trata de
visitantes que llevan niños pequeños o ancianos. Una actitud
absolutamente deshumanizada y con la finalidad de tratar como “basura” a
los familiares de los presos.
Recorrí el lugar con la mirada y afuera del portón principal del
“Penalito”, había alrededor de 20 a 25 personas esperando. Como parte
del sistema de control de la Policía Naval (PN), te solicitan que te
registres en una libreta y adviertas a que reo vas a visitar. Lo
curioso, y para asombro mío, toda esa gente que esperaba afuera
impaciente y malhumorada, todas, estaban anotadas para entrar ver a
Maryjose. Pregunté a la familia si conocían a toda esa gente, pero nadie
las conocía, ni sabían la causa por la que la querían visitarla. Cuando
se les preguntó su procedencia, todas alegaban ser parte del Instituto
de la Mujer, pero honestamente, su vestimenta aludía a personas de bajos
recursos, además que yo jamás las he visto ni por error en las
instalaciones.
Los familiares y amigos de la colega periodista –entre ellos yo-
veíamos como estás empezaron a remolinarse en la entrada del portón
principal y hablaban con el Policía Naval que resguardaba el acceso,
presionándolo para su ingreso.
Sus hermanos agradecieron las muestras de apoyo, pero les solicitaron
que permitieran la entrada a la familia y amigos de la comunicadora,
pues estábamos siendo relegados por ellas. La respuesta fue la agresiva
explosión de una mujer morena, sudorosa y que “boca jarro” gritaba
intentando hacer un escándalo afuera de las instalaciones del
“Penalito”. Sin un gramo de educación, la mujer vociferaba a gritos, que
la estábamos ofendiendo con palabras denigrantes, cuando ella sola “la
cantaba y la chiflaba” pues nunca dejó hablar a nadie.
Acto incongruente que me alertó e hizo que comenzara a observarlas
minuciosamente. Su lenguaje muy limitado, su forma de vestir de manera
humilde, como si su procedencia fuera alguna colonia marginada de la
conurbación. Su actitud despótica –porque nos miraban con recelo como si
los intrusos fuéramos nosotros y le estuviéramos quitando el derecho a
algo- me hizo tener la absoluta certeza que dichas personas habían sido
enviadas y pagadas por parte del gobierno de Javier Duarte de Ochoa, con
la intención de impedir y bloquear que la familia pudiera ingresar a
ver a la comunicadora. En verdad que faltos de imaginación y acto tan
denigrantemente y pueril.
Las mujeres empezaron a presionar y advertir a la policía que
queríamos impedirles la entrada. Para ingresar a la visita se tiene que
entrar formando un pequeño grupo de tres por reo, que es elegido a
través de la dichosa libreta donde ellas mañosamente se anotaron desde
temprana hora; a una de las mujeres que consideré más prudente –porque
fue la que intentó controlar a la mujer que gritaba sin control- le pedí
que si me permitía ingresar con ellas y que sólo una de ellas no
entrara. Su respuesta una absoluta negativa.
Su familia, lo único que lograron convencerlas es que metieran dos
botes de agua, acto que al final las hizo reflexionar y una de ellas fue
por mí para decirme: “Pasa, te dejo el lugar para que la veas”. Le
agradecí gustosa.
Feliz de lograr ver a mi compañera, ingresé con credencial en mano,
con una camiseta prestada muy grande porque llevaba una blusa tejida de
color negra, la cual no está permitida, sin aretes, sin pulseras, sin
celular, pero con dos botes de agua y un pequeño empaque de Halls –mi
único tesoro para Maryjose- y mis deseos más fervientes de poder darle
un sincero y prolongado abrazo.
Primero tuvimos que hacer una fila donde dos oficiales de la Marina
volvían anotar nuestros nombres a un cuaderno. Mientras tanto, una mujer
policía revisaba las bolsas de productos que las personas que habían
logrado ingresar al primer retén de control. Conmigo fue sencillo, pues
no llevaba gran mercancía, sólo dos botecitos de agua. Luego nos
condujeron en fila india –ridículamente controlada por un policía que no
fuera rota, pues si no te reprendía- caminamos hasta una reja, ahí
subimos una escalinata y en el segundo piso, otro retén. Una mujer
sentada en un escritorio, nos volvía a pedir nuestra credencial de
elector y nos anotaba en otra libreta. Luego nos conducía a un pasillo,
nos pararon para esperar a ingresar a un cuarto donde una corpulenta
policía te inspeccionaba absolutamente todo.
Te quitan zapatos, te hace quitar la blusa –afortunadamente yo
llevaba una debajo de la gran camiseta que me prestaron- me tocó
piernas, bolsas del pantalón, volteó mis botines para ver si no traía el
arma letal que tanto teme Javier Duarte –papel y pluma- y para manosear
más la tipa, me pidió que subiera mi blusa y que jalara mi sostén al
grado de que no la convenció y me ordenó de mala gana que me lo
desabrochara. Tocó los bordes de él –no fuera ser trajera una granada o
una cuerno de chivo escondido en las costuras- y me dijo que me lo
abotonara de nuevo. Conforme de que no llevaba nada “peligroso”, la
voluminosa mujer me pidió que volviera con la mujer del escritorio, la
cual me hizo firmar dos veces la libreta y luego como res me selló la
muñeca: Visita Familiar.
Cuando yo llegué a la celda de “Majo”, las mujeres tenían dos minutos
de ventaja conmigo y ya estaban hablando con ella. Ingresé y las tipas
se despidieron con todo el cinismo, aludiendo que querían dejarnos solas
para que pudiéramos platicar a gusto. Se fueron y volví la mirada a la
entrada, en donde se encontraba una mujer policía mirándonos con sigilo,
sentada en una silla de plástico. Nunca nos dejó solas, nunca se quitó
del lugar, se quedó para escuchar la conversación entre Maryjose y yo.
Lo prometido. Al verla me dio mucho gusto de poder darle el abrazo
solidario que no había tenido oportunidad de ofrecerle. Me agradeció.
Conversamos sin preámbulos sobre ese lamentable hecho que la mantiene en
tan indignante circunstancia. La celda es pequeña, fría, desoladora y
sin los elementos necesarios para mantener a una persona prisionera. Una
sola ventanita, donde está su ventilador. Alrededor de la celda se
aprecia un pequeño borde que circunda toda la celda y la hace de
asiento. En medio del cuartucho decadente, una colchoneta con una sábana
que la cubre a rayas. Cómo tesoro, pude observar unos libros, los
cuales hacen la función de sacarla de esta imperdonable realidad, de la
cual la mantiene arbitrariamente el gobierno estatal.
Su rostro destella tranquilidad, pero también un mutis de dolor. ¿Te
duele? –Le pregunté- “Si mana, la verdad que el dolor del brazo es cada
vez más intenso, el cuello y la espalda me traen en jaque también”. Me
indigné de ver la intolerancia de un diminuto ser. Le di otro abrazo
como para intentar traerme a casa su malestar físico y que ella dejara
de sentirse mal.
Platicamos de todo un poco, de la intolerante actitud de la mayoría
de los medios vendidos. También bromeé con ella, para intentar sacarla
por un instante de esa absurda e inmoral situación en la que la
mantienen arbitrariamente quienes se suponen debería de detener a los
verdaderos delincuentes y procurar nuestra tranquilidad. Pero esos andan
sueltos, actuando impunemente, mientras la atención la concentran en
una persona trabajadora, una mujer, una madre, qué su único error, es
haber coincidido en hora y tiempo con un joven, quien sin precaución
alguna pasó una arteria de manera temeraria.
De pronto una seña de la celosa y atenta celadora a Maryjose. “Tienes
que irte me advirtió” Qué ya terminó la visita. La abrazo nuevamente y
afuera en el pasillo que minutos antes estaba vacio se encontraba
repleto de personas. Mujeres y hombres vestidos de naranja conviviendo
con sus parientes, todos ahí afuera sin problema alguno. A “Majo” como
es una delincuente peligrosa para Duarte, se le impide tener
comunicación con los demás internos. Nadie puede cruzar palabra con
ella, pues es sumamente peligrosa.
Me indigné de las condiciones en las que la tienen, pero me despedí e
intenté salir librando a las personas que impedían que yo transitara
por tan estrecho pasillo. Cómo pude llegue a la primera reja para
solicitar mi salida, me la negaron; me advirtieron que no podía irme
hasta que todo ese grupo que estaba apostado en el corredor se fueran
también. Tenía que esperar. Le reclamé que entonces porque me había
sacado la policía de la celda de Maryjose; el policía me pide que
regresemos y le reclama, cosa que niega. Majo se acerca a la reja y
sonriente le dice, si nos dijo que ya terminó: “Pero porque no mejor
dejamos que entre algún familiar o amigo, que también quieren verme”.
Accedió el policía y me condujeron a la salida, recogí credencial de
elector, bajé las escalinatas y libré la segunda reja. Afuera el gran
patio, lo caminé siempre acompañada del policía que me advertía por
donde e intentaba hacerme plática.
El portón se abrió y afuera impacientes, asoleados sus hermanos y
parientes cercanos. Todos en grupo, atrás, las mujeres desconocidas se
mantenían en el lugar para intentar quitarles el lugar y entrar. Me
preguntan por las otras dos mujeres habían ingresado conmigo, pues la
vigilancia decía que hasta que ellas no salieran no podían pasar otras
tres personas.
“Las mujeres no estuvieron ni dos segundos y se fueron (…) Con
Maryjose únicamente estaba yo” les expliqué, mientras me miraban con
cara de asombro. ¿Las dos mujeres quiénes eran? Nadie supo, porque jamás
las sacaron por la puerta principal. El Policía Naval advirtió que
tenían que verificar que no existieran más personas. Los minutos pasaban
y casi daban las cuatro de la tarde, hora en qué concluye la visita. Se
autorizó la entrada y un hombre gordo con camisa verde logró meterse en
el siguiente grupo, impidiendo nuevamente que la familia ingresara
Adentro, teniendo a Maryjose a su merced, ese sujeto inicia su
perorata. No se limita y comienza agredir verbalmente a la periodista,
ante la permisiva tolerancia de supuesta celadora, sentada en la silla
de plástico. Información que posteriormente nos dieron. Se supo que
dicho sujeto era enviado de Nino Baxin Mata, el flamante y agresivo
diputado local del PRI y mejor conocido “El Rey de los Pepenadores”
quien siempre se ha distinguido por “aborrecer” a los periodistas
Con este acto delincuencial del abominable legislador priísta, se
puede casi dar por un hecho que todas esas personas de bajos recursos
que mañosamente se enlistaron para ver a Maryjose Gamboa, eran un panel
organizado por parte del gobierno del estado y de su limitado
legislador. Bloquear e impedir que los amigos y familiares de la
columnista ingresen a visitarla, en verdad es el acto más pueril y
absurdo de parte de quienes se sienten con derecho de agredir de la
forma como la están vejando.
Indudablemente amable lector, no podemos pedirle “peras al olmo”.
Esperar que le suban de nivel a la manera de ejercer el poder, es casi
imposible. Nadie puede actuar inteligentemente si la habilidad no les
da. Su denigrante e infantil forma de proceder, a los únicos que
lastiman es a ellos mismos. No quiero lanzar improperios que muestren su
denigrante actitud, pero como atinadamente advierte mi querida colega,
la columnista del Notiver en su espacio “La araña en palacio”: “Ríanse
si quieren, pero los carniceros de hoy, serán las reses del mañana”.
Tengo la virtud de ver caer a la gente. He visto muchos casos, pero la
factura se pasa y nadie se salva. Es la ley de la vida.
Lo disfrutaré ampliamente, no lo duden.
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