Por Mussio Cárdenas Arellan
Informe Rojo
* Javier Juárez, periodista
asesinado en 1984 * Sus denuncias contra
Acosta Lagunes y Hillman *
Abstencionismo en Las Choapas * Ganó
Estrada, contaminado por el tronquismo *
Charleston y los millones para la sierra * Empleados pobres, Marcelo rico * El secretario Bermúdez y la reportera
Javier Juárez Vázquez vivió
sus últimos instantes entre la angustia y el miedo. Sufrió tortura. Lo
tundieron a golpes, le quemaron la piel, le ataron las manos. Murió abatido por
cuatro disparos. Y 30 años después, su crimen sigue impune.
Dirigía entonces el
semanario Primera Plana. Rudo en su actuar, torvo al escribir, Juárez Vázquez
era toda una contradicción. Podría tener el tema periodístico más revelador,
documentado y explosivo, pero antes de publicarlo lo devoraban las ganas de
gritarlo.
Era un provocador nato.
Ufano y engreído, locuaz, hablantín, gozaba irritando a los demás, encarando a
muchos, acusando de frente, restregando en el rostro episodios de corrupción.
Una noche, sin más, ingresó
al mundo de los periodistas caídos. Se le vio con vida por última vez en el
palacio municipal de Coatzacoalcos. Era la noche del 30 de mayo de 1984.
Había externado temores
profundos. En los últimos días se hacía acompañar de su hermano. Desde hacía
más de un año traía de encargo al gobernador de aquellos tiempos, Agustín
Acosta Lagunes; a su secretario de Gobierno, Ignacio Morales Lechuga; al
séquito acostalagunista, a los Hillman, a Montes de Oca, a Sen Flores, a Ramón
de Diego, el clan de Los Pantera, su mote por un motel cercano al río Calzadas.
Juárez Vázquez se movía
entre la denuncia periodística y la amenaza del sistema. Agreste su estilo,
bronco para tratar los temas, sin finura ni pureza, lo mismo le atizó a Juan
Osorio López por las obras de mala calidad que se hicieron en su trienio, que a
Juan Hillman Jiménez, su sucesor, que las encubrió.
Hubo un tema, sin embargo,
que lo fue llevando a su destino fatal: el abuso de poder de Hillman y la
complicidad de su inventor político, Agustín Acosta Lagunes.
Documentado, descarnado, el
reportaje que describía una jornada de cacería en el río Chumpán, en Campeche,
atrapaba a Juan Hillman y a sus invitados, el periodista José Pablo Robles
Martínez, dueño de Diario del Istmo; el empresario Luis Daccarett Habib, luego
inodado en un fraude a Bancomer, célebre por sus amenazas a periodistas y su
renovada prepotencia en el duartismo; Rubén García Albert, jefe de la policía
municipal, y el vástago del alcalde, Jonathan Hillman Chapoy, hoy presidente de
Grupo Integra.
Decía Juárez Vázquez que a
media cacería, las camionetas propiedad del municipio de Coatzacoalcos se
atascaron. Imposible rescatarlas, tuvo que recurrirse a un servicio de grúas y
la renta de un helicóptero para sacar de ahí al edil y sus invitados.
Primera Plana publicó con
detalle el caso, el abuso de poder; el uso de bienes municipales para saciar la
pasión del alcalde Hillman Jiménez: la cacería, ubicar a la víctima, jalar el
gatillo y sentir el orgasmo de la muerte; el desvío de recursos para salir del
atolladero y tapar la fechoría.
Juárez Vázquez remató así
una larga cadena de denuncias contra el gobierno de Veracruz, entre ceja y ceja
Acosta Lagunes, varias veces burlado Morales Lechuga, quien ofrecía un arreglo,
planas de publicidad, recursos económicos para turistear, que el director de
Primera Plana aceptaba para después romper el trato.
De aquel hallazgo
periodístico pasaría a la denuncia formal, alardeaba Javier Juárez. Lo gritaba
en los pasillos del palacio municipal. Pero en el intento se quedó.
Fue visto por última vez la
noche del 30 de mayo. Alguien, según una investigación oficial, atestiguó que
llegó a una gasolinera del centro de la ciudad, cargó combustible y se dirigió
al poniente. Horas después, estaba muerto.
Su cadáver apareció cerca de
Minatitlán, en Mapachapa. Entre la maleza, atado de manos con cable eléctrico,
su cuerpo aún tenía las huellas de la tortura. En su piel se apreciaban
quemaduras de cigarro. Y le habían asestado cuatro balazos.
Suele ser que a los hijos
del sistema, el aparato de justicia los encubre. Así ocurrió con el caso Juárez
Vázquez.
Totalmente pasivo, el
Ministerio Público apenas si integró la averiguación previa. Dejó de lado
hechos contundentes, la línea periodística del director de Primera Plana, sus
denuncias contra Acosta Lagunes y Morales Lechuga, las acusaciones públicas
contra Juan Hillman, la cacería fallida en el río Chumpán, el uso de vehículos
oficiales en un evento privado, que presupone desvío de recursos públicos; la
renta de grúas para rescatar las camionetas municipales; el arrendamiento de un
helicóptero para llevar de regreso al alcalde, su hijo Jonathan, Robles
Martínez, Daccarett y García Albert.
Caída la investigación,
deliberadamente caída, fue la Dirección Federal de Seguridad, la policía
política del gobierno federal, la que se avocó a seguir las pistas que llevaran
a esclarecer el caso. Luego se sabría que la DFS sólo ejercía un control de
daños, pues estaba embarrada hasta el cuello en el caso. Existía la hipótesis
de que Javier Juárez había estado en conocimiento de un campo de entrenamiento
de la contra nicaragüense en territorio veracruzano, financiada por el capo del
narcotráfico, Rafael Caro Quintero.
Según esa hipótesis, Juárez
Vázquez habría enterado del hecho al periodista de Excélsior, Manuel Buendía
Téllezgirón, autor de la columna Red Privada, sin que ninguno supiera que la
operación Caro Quintero-Contras fue encubierta por la Dirección Federal de
Seguridad. Buendía fue asesinado la tarde del 30 de mayo, en la ciudad de México,
y Javier Juárez, la madrugada del 31, en Coatzacoalcos.
Años después, cuando Carlos
Salinas de Gortari llegó a la Presidencia de México, el caso Buendía fue
resuelto. Le imputaron la autoría intelectual a José Antonio Zorrilla Pérez, ex
titular de la Dirección de la Federal de Seguridad, juzgado y sentenciado a 30
años de cárcel, hasta lograr su libertad al hacer uso de privilegios que otorga
la ley para concluir su condena en su domicilio.
Para Juárez Vázquez no hubo
justicia. Toda investigación se desviaba o quedaba trunca. Terminó sugiriendo
la Procuraduría de Veracruz que el móvil era pasional. Tres gobernadores, nueve
procuradores tuvieron el caso en sus manos y prefirieron el camino del
silencio, la simulación y la impunidad.
Patricio Chirinos Calero
retomó el caso. Su gobierno le imputó la autoría material al ex jefe policíaco
Hilario Beltrán Ruiz, “El Chaneque”. Pasaría el sicario unos meses en prisión,
fue condenado y apeló a la intervención de la Comisión Nacional de Derechos
Humanos, advirtiendo que lo hicieron confesar mediante tortura. Insólito, la
misma CNDH había emitido la recomendación 34/91 para agilizar el caso. Un
amparo le permitió obtener su libertad y años después, en septiembre de 2009,
falleció. Nunca se admitió que hubo un autor intelectual y que el móvil era
político, producto de lo que escribía.
Son ya 30 años. Impune, el
crimen de Javier Juárez Vázquez es un agravio. Sobre los sospechosos no se
ejerció acción penal. Acosta Lagunes, Morales Lechuga, Juan Hillman, Robles
Martínez, Luis Daccarett, García Albert, ninguno de los señalados en el
episodio de la cacería con recursos públicos, fue apretado por la justicia.
Unos declararon; otros no. Y los que lo hicieron, tuvieron al aparato judicial
de su lado.
Son ya 30 años. De aquella
mañana aciaga del 31 de mayo de 1984 en que apareció muerto pocos recuerdos
quedan. Nada se dice de Javier Juárez Vázquez. Lo atrapó el olvido. Sólo unos
cuantos lo invocan. Sólo sus amigos refieren aquellas denuncias, sus escritos
broncos y sus ganas de anticiparse a sí mismo, de gritarle a los corruptos,
cara a cara, lo que son.
Juárez Vázquez sigue en la
estadística de los periodistas veracruzanos muertos, encubiertos sus asesinos,
burlada la justicia, agraviada su familia, el gremio de prensa, la sociedad. Es
el sello del sistema, el silencio y la simulación.
Son ya 30 años y el crimen
sigue impune.
Archivo muerto
Desangelada, desairada, la
elección extraordinaria en Las Choapas finalmente no congregó a la sociedad.
Imperó el abstencionismo, el desánimo, la indiferencia, el repudio a la
política de acuerdos infames en las cúpulas del poder. Infame su condición,
plegado al tronquismo, que infiltró su planilla, ganó Marco Antonio Estrada
Montiel, candidato del Partido de la Revolución Democrática, que ahora será el
dique que impedirá proceder legalmente contra el ex alcalde Renato Tronco Gómez
y hacerlo pagar por sus raterías y atropellos a la ley. Supuesto ex priísta,
vinculado al gobernador Javier Duarte de Ochoa, fidelista cuando llegó al
Congreso de Veracruz, en 2010, Marco Estrada dejó de ser el ícono de la
elección cuando permitió que la posición de síndico le fuera asignada a un
operador de Renato Tronco, Javier “Pipo” Basáñez Silván, y la regiduría séptima
a Juan Manuel Landero López, ambos tronquistas. Pudo derrotar al Partido Acción
Nacional y su candidata Carolina López Aguirre, pero no al abstencionismo.
Cuentan los clásicos que las cifras lo dicen todo, y tienen razón: esta vez
votó poco más del 30 por ciento del padrón; hace un año, la mitad de los
electores. Sin los Tronco en la contienda, obligados a retirarse cuando el
Partido Verde y el PRI les negaron el registro, la sociedad se inmovilizó. Vio
a un PRD infiltrado por el tronquismo, más rojo que nunca, maniobrero, plegado
a los dictados del PRI, y simplemente no salió a votar. Llega Marco Estrada a
la alcaldía pero sin la legitimidad de su pueblo, acusado de traidor, de
dejarse imponer con tal de ser presidente municipal, sometido a los dictados
del PRD estatal y a los caprichos del gobernador. Buen inicio… ¿A qué vino al
sur de Veracruz el secretario de Finanzas del gobierno duartista, Fernando
Charleston Hernández? ¿A ponerse a mano con los ejidatarios de Tatahuicapan?
Encubierto con otros temas, Charleston llegó a sofocar las ansias de volver a
tomar la presa Yuribia, a cumplir los acuerdos, a entregar 3.5 millones de
pesos, a suavizarle el lomo a los tatahuis para evitar otra crisis por falta de
agua en Coatzacoalcos, Minatitlán y Cosoleacaque, que otra vez medio millón de
habitantes sufrieran las consecuencias de la negligencia del gobierno de
Veracuz por no cumplir los compromisos contraídos y la intransigencia de los
habitantes de Tatahuicapan que en su conflicto de poder pasan a arder a quienes
nada tienen que ver en el pleito… De hambre los salarios en el ayuntamiento de
Coatzacoalcos a nivel de infanterías mientras al delegado de la Secretaría de
Desarrollo Social del gobierno federal en Veracruz, Marcelo Montiel Montiel, le
llueven las cuotas de sus engendros políticos. No sólo son los 2 millones
mensuales que percibe; son también los contratos de obra de los que se nutren
sus operadores, las plazas para sus allegados y hasta los permisos para el
comercio informal, de a 100 o 200 pesos por cabeza, pero dinero al fin. Una
revisión a la nómina municipal da idea de la desproporción, los de arriba en su
castillo de oro, y los de abajo en el fango, olvidados y explotados. Empleados
de limpia publica de menos de 2 mil pesos a la quincena y Marcelo con una cuota
de 2 millones. Vaya insulto… Del “pinches medios” al “si tú me prestas dinero,
(las patrullas) las puedo comprar mañana”, va Arturo Bermúdez Zurita en su
permanente conflicto con la prensa. Ahora le punza al secretario de Seguridad
Pública de Veracruz el reclamo de los líderes sociales de Ixhuatlancillo que
exigen que cumpla lo que ofrece. Y cuando una reportera le insiste sobre si les
dará más patrullas, sale Bermúdez con su embajada y su chistorete de medio
pelo. Repelente a la prensa, hosco con los comunicadores, procaz y hasta
insultante, el secretario de Seguridad Pública tiene en su haber agresiones en
operativos, acoso de sus mandos medios, represión a reporteros que cubren
informaciones y una constante de amenazas. Faltaba verle su patética vena cómica,
la del simple que hace bromas de las que sólo él se ríe…
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