Activistas protestan afuera de un local de Coca-Cola. Foto: Hugo Cruz |
Las refresqueras, impías máquinas de matar, sacaron su
chequera para financiar una campaña en la que pretenden hacerle creer a
su presa, la sociedad mexicana, que es su benefactor.
El incremento al impuesto en nuestras bebidas afectará empleos, los
ingresos de los tenderos y a las familias mexicanas, argumentan quienes
han respaldado el homicidio de sindicalistas, han despojado de agua
potable a millones de personas y utilizan agentes cancerígenos en sus
venenosos productos.
Con su interminable perversión e inconmensurable poder, boicotearon
la campaña de la Alianza por la Salud Alimentaria, coartando la libertad
de información, derecho indispensable del consumidor. Esta asociación
denunció que Televisa, Televisión Azteca y Milenio Televisión se negaron
a reproducir propaganda contra el daño que provoca la industria
refresquera:
“Las televisoras Televisa, TV Azteca y Milenio TV, por más de un mes,
se han negado a pautar un anuncio que expone los riesgos del refresco y
los beneficios que puede traer para la población un impuesto a estas
bebidas y el destino de lo recaudado a la introducción de bebederos de
agua en todas las escuelas y espacios públicos, mientras, transmiten una
publicidad intensa de refrescos y bebidas azucaradas que dañan la salud
y los buenos hábitos de alimentación”.
El líquido de la muerte de las refresqueras no tiene redención, más
en un país desinformado, enfermo terminal de obesidad y diabetes.
México, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, ocupa el
segundo lugar de sobrepeso en todo el mundo y los primeros en obesidad
infantil. En un solo sexenio la diabetes se disparó de 6.4 a 13
millones de personas, de las cuales el 85 por ciento no cuenta con
acceso a tratamiento, según un estudio del Instituto Nacional de Salud
Pública.
Las refresqueras responden con vergonzoso cinismo. Las calorías
contenidas en nuestras bebidas, pretextan, se pueden utilizar para “ser
más felices”. La Procuraduría Federal del Consumidor obligó a Coca Cola a
suspender su campaña “Una Coca-Cola = 149 calorías para usar en
actividades felices”, por no comprobar que sus consumidores podrían
quemar las calorías de su producto con pasear a su perro, bailar o
sonreír, como presumía la trasnacional.
La principal alerta es que las mórbidas refresqueras penetraron hasta
lo más íntimo de la sociedad mexicana. El refresco acompaña la más
precaria comida de una familia; está presente en entierros, bodas,
graduaciones, quince años, ferias… “Cuando una cultura integra refrescos
a lo más sagrado, que es su relación con los ancestros, entonces estos
forman parte de su identidad” reflexiona el antropólogo Joaquín Praxedis
Quesada en el texto “México lanza golpe a la obesidad al estilo
Bloomberg”.
Las depredadoras refresqueras y trasnacionales de los alimentos
expandieron sus adictivos venenos a muchas más industrias. En México,
Danone, Coca Cola y Pepsi acaparan el 82 por ciento de las ventas de
agua embotellada, mercado valuado en alrededor de diez mil millones de
dólares.
Y no son los únicos que engrosan sus arcas comercializando drogas
alimenticias letales. Bimbo, por ejemplo, ganó un promedio de 173 mil
139 millones de pesos el año anterior con sus venenosos panquecitos. Su
popular producto Mantecadas es un coctel de muerte equivalente a ocho y
media cucharadas de azúcar, diez de grasa, alto sodio y colorantes que
inducen hiperactividad en los niños, de acuerdo con un análisis de El
Poder del Consumidor.
Basta entrar a una tienda Oxxo -por cierto, propiedad de Femsa, el
mayor embotellador de Coca Cola en el mundo y enemigo número uno de los
tenderos populares- para advertir que los anaqueles están repletos de
productos nocivos hasta el quirófano. Y no sólo se trata de chatarra
perjudicial para nuestra salud, sino de empresas gigantes que pagan
cabilderos, engañan a un pueblo desinformado, inciden en las políticas
públicas de la sociedad y, sobre todo, son actores protagónicos de una
silenciosa masacre colectiva.
En la tercera edición de su informe “Y tú… ¿sabes lo que comes?”,
difundido en septiembre de 2012, Greenpeace presentó un enorme listado
de empresas y productos que se negaron a demostrar que están limpios de
los nocivos alimentos transgénicos. Están incluidos Kellogg’s, Nestle,
Pepsi, Bimbo, Hershey´s, Lala, Herdez y muchísimos más.
Lo más tenebroso es que la mayoría de estas firmas generalmente
invierte millones de dólares en limpiar su imagen. Lo mismo patrocinan
actividades culturales que competencias deportivas, e incluso se dan el
lujo de financiar campañas sobre ética y civismo. Jamás veremos en sus
anuncios un ápice de veracidad: El Tigre Toño ya habría muerto hace años
por diabetes y Ronald McDonald no habría llegado a los cincuenta años,
aniquilado por un paro cardíaco.
Son crueles estrategas del engaño. Maestros en manipular a un pueblo
que tiene una precaria escolaridad promedio de 8.2 años y sólo lee 2.9
libros al año. Una nación presa de una televisión pública tóxica y
vomitiva, ametralladora de hipnóticas falacias.
No tienen reparo en engañar a nadie, incluidos los menores de edad.
En julio pasado la Profeco impuso una multa a McDonald’s de 684 mil
pesos por mentir a los niños con el contenido de su producto “Cajita
Feliz”.
Las trasnacionales de las bebidas y la chatarra penetraron y con
profundidad. Ahí están presentes en la campaña del gobierno federal
“Cruzada contra el Hambre” y libres para apoderarse de las escuelas
públicas gracias a la privatizadora reforma educativa.
El incremento al impuesto a las bebidas azucaras y la chatarra
aprobado la semana pasada por el Poder Legislativo está lejos de ser el
principio del fin de esta industria de muerte; por el contrario, la
sociedad debe comenzar a fortalecer las iniciativas para acabar con este
temeroso poder.
La juez federal Gladys Kessler ofreció un ejemplo certero de cómo
mermar a las compañías que merman nuestra salud. El año pasado obligó a
las tabacaleras estadunidenses a admitir “la verdad sobre sus mortales y
adictivos productos en una serie de anuncios”. En tanto, la Comisión
Federal de Comercio de Estados Unidos multó a Reebok con 18 millones de
dólares y a Skechers con 31 millones de dólares por vender zapatillas
para adelgazar sin presentar evidencias de sus resultados.
En Japón, China y algunos países de la Unión Europea, las compañías
dedicadas a los alimentos están obligadas a etiquetar sus productos en
caso de utilizar transgénicos.
El derecho a una alimentación sana está contenido en el artículo 25
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como en el
título primero de la Constitución mexicana. Es obligación del Estado
poner un alto a esta vorágine de alimentos basura.
El reinado de los refrescos y la chatarra atenta contra nuestra
salud, el campo, la educación, la libertad, el derecho a la información,
el desarrollo económico y la democracia del país. Por nuestra propia
sobrevivencia, es tiempo de desterrar a Coca Cola y similares de los
hogares mexicanos. La felicidad que nos quieren imponer no es otra cosa
que la mentira que ofrece la peor de las drogas: una lenta y
dolorosísima muerte (que, por cierto, no será individual).
Twitter: @juanpabloproal
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