Déjame que te
cuente…
Por Sergio M.
Trejo González.
Que si lo dictó la vida, que fue
cosa del destino, o es solamente el camino de aquél que siempre camina… El
asunto es que de repente, previa cancelación de un par de boletos con los que
intentaba llegar primero a Dolores Hidalgo y después a Uruapan, me quedé varado
por ahí, prácticamente en la salida de la Ciudad de México. Había yo atravesado
el Anillo Periférico, con rumbo al norte, siguiendo por la ruta que se vincula
con la autopista México-Querétaro para recibir, justo en la desviación a
Tepotzotlán, la noticia que las carreteras continuaban bloqueadas.
Estamos los mexicanos, pagando la
cuota del odio de los maestros al gobierno, germinado gracias al pretérito
amasiato sindical, la tolerancia y lo que le sigue a la corruptela, que ahora en
contencioso divorcio se manifiesta furioso sin deseos de una reconciliación.
Los profesores contra el sistema, que tantos privilegios les obsequió, ahora
bloquean todos los caminos y accesos, protestando por una ley que ni siquiera
comprenden cabalmente.
Mire usted que, un servidor, salía
huyendo precisamente de la conflagración que priva en Veracruz. Los malditos embotellamientos
y manifestaciones airadas. En aquellos parajes y circunstancias buscaba recuperar
mi ecuanimidad extraviada; ahora en estas vicisitudes respiro profundo para
nutrirme de las provocaciones en su caótico regazo. Suena desequilibrado, lo
sé, pero quien haya vivido en este país surrealista comprenderá; la urbe, su
mutación, sus oscuros y torcidos vericuetos, esas artificiosas plazas
comerciales, tan limpias que dan miedo por su contraste con los basureros de la
esquina, el ambulantaje y un largo y repetido etcétera terminan por metérsele a
uno por los poros de la piel.
Mi ciudad no sólo me ha llenado de manchas,
escenarios y cacofonías accidentales; también me ha provisto de reflexiones y
palabras que no dejan de sacudirme y revolotearme constantemente, lo cual hace
que vivir en esta parcela valga la pena. Pero bien, en aquellos lares andaba,
sin rumbo fijo ni dirección, cuando se atravesó una unidad de transporte con
rumbo a “Ezequiel Montes”. Me dije: “en ese municipio está la Peña de Bernal,
voy para allá”.
Tenía que pasar por Tequisquiapan,
donde la vista se recrea con tanta expresión artesanal hermosa, para después, ya
desde un poquito más a delante, comenzar a divisar el peñón, dominando la
tierra, vigilándola día y noche. "Y su voz es secreta, apagada, como si
hablara consigo misma...
-¿Y a qué va usted
a La Peña? -oí que me preguntaba mi compañera de asiento.
-Voy a sacar mi
coraje de no poder viajar tranquilamente a Michoacán, contesté.
-¡Ah! - dijo.
Y volvimos al
silencio, en la reverberación del sol y la llanura que parecía una laguna
transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte sepia,
ocre, pardo. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más adelante, en la
remota lejanía, La Peña.
Me bajé de aquel guajolotero buscando
tocar el pie del peñasco. Cosa que resulta sumamente fácil pues desde cualquier
lugar del pueblo puedes voltear hacia arriba y mirar su impresionante monolito
que resulta grande en tamaño y en presencia. Luego me expondría, con elocuencia
y persuasividad, uno de los guías que laboran en aquel territorio: “Es un
cuello formado en una sola pieza de un volcán que agotó su actividad, que se
erosionó con los millones de años, su magma sólido que quedó es lo que constituye
y da forma al monolito, que tiene una altitud de 2515 msnm y de 288 metros de
altura. Esta formación rocosa tiene una existencia de más 10 millones de años y
es considerada como una de las 13 maravillas de México…”.
Había primero que atravesar el centro de la comunidad queretana, reconocida
como “Pueblo Mágico”, por la belleza de sus construcciones y su colorido; por
sus atributos simbólicos, leyendas, historia, cotidianidad; en fin, por el sortilegio
que emana en cada una de sus manifestaciones culturales.
Se debe caminar por la plaza
principal, deambular por sus calles para conocer sus templos y por su capilla
de las Ánimas y las animitas del purgatorio; de igual forma se tiene que disfrutar
los típicos dulces de leche y la fruta cristalizada; admirar la variedad de cuarzos,
minerales y pedrería en general que a bajo precio se despachan en esa
localidad.
San Sebastián Bernal, es el nombre y
apellido de aquel rincón de Querétaro, donde se alberga el tercer bloque más
grande del mundo, después del Peñón de Gibraltar y el Pan de Azúcar de Brasil.
En sus callejas, sus corredores y sus tienditas instaladas en construcciones
antiquísimas, con balcones floridos y patios con fuentes y faroles de singular
belleza, se puede admirar los espectaculares trabajos de lana, manta y cuero. Deshilados,
zarapes, rebozos, tapetes, cojines, chamarras y manteles, hechos con
instrumentos de 100 años de antigüedad, que se exhiben rimbombantes.
Me senté, por ahí, en uno de tantos
sitios que mercadean el arte culinario típico y representativo del lugar, en la
esquinita principal, desde donde se revive la atmósfera de siglos pasados, frente
a la iglesia y El Castillo, una obra de tipo virreinal, que resulta una de las
edificaciones más importantes en la historia de Bernal. En su torre frontal se
distingue un bello reloj de origen alemán.
Pedí un vaso con agua de maracuyá y un
par gorditas de maíz, para comenzar. El antojito tenía la particularidad de los
granos negros y verdes, y la masa más granulada, con fuerte presencia en el
paladar, además de ir rellenas de diferentes guisos mexicanos: Tinga,
chicharrón, picadillo, papa con epazote, arroz con nopal, rajas o pollo en
salsa y enchiladas serranas con cecina.
En esas lides gastronómicas, no
podía faltar una barbacoa de borrego y un espumoso vino de la región, obtenido
en las famosas Cavas Freixenet, por el método "champenoise", a 25
metros bajo tierra… ¡Nomás una copita!
Comencé a llenarme de fantasías, a darle
vuelo a las ilusiones, alimentadas por la aventura que de pronto me capturó para
treparme en un remolque, jalado por un tractorcito John Mersson… y empezamos a
subir, la empinada cuesta, ataviado con casco y zapatos cómodos para una ligera
caminata por los senderos de acceso; en ese vagabundeo interpretativo pudimos
apreciar desde La Peña, entre mezquites, chumberas, nopales, magueyes y cactus, las cúpulas de sus iglesias, el
colorido de la campiña como marco del paisaje que se yergue majestuoso,
señoreando el pueblo de Bernal.
Luis Enrique Gómez Gutiérrez, disertaba
emocionado todo lo que uno necesita saber acerca de la colosal roca, el origen
y las derivaciones contemporáneas. La cueva de La Calavera, los matices
rupestres y los rituales de vida de los antiguos habitantes del lugar y la
importancia de generar ese contacto con la naturaleza, para revitalizar energías
y afrontar el ajetreo de la ciudad.
El turismo organizado en safari tiene sus
ventajas, no hay más que dejarse llevar por la experiencia de guías certificados
que conocen los detalles importantes.
La Peña de Bernal es nuestra
recomendación para sus próximas vacaciones, si es que no tiene pensado
acompañarme a Janitzio a la celebración del Día de Muertos. Resulta placentero recorrer
esas calles empedradas disfrutando la cordialidad de su gente, mientras se admira
la majestuosa peña que lo espera para que la escale y se complazca, como un
servidor, que por haberse perdido un rato, encontró casualmente el asilo para
mis nostalgias y la liberación para mis depresiones, en uno de los mejores
lugares de nuestro país. Magnífico paraíso para
extraviarse. De vez en cuando así me pierdo y regreso luego a mi rincón
privado… donde nace esta inspiración, donde las musas me encuentran en mi
entelequia, cubierto por las paráfrasis de Neruda o de Machado, porque en mi
alma, hermana de la tarde, no hay contornos, y la rosa simbólica de mi única pasión,
es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni
color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
Que las olas me traigan y las olas me lleven
y que jamás me obliguen el camino a elegir.
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