sábado, 12 de octubre de 2013

Ay, peña, peñita, peña.




Déjame que te cuente…

Por Sergio M. Trejo González.
            
              Que si lo dictó la vida, que fue cosa del destino, o es solamente el camino de aquél que siempre camina… El asunto es que de repente, previa cancelación de un par de boletos con los que intentaba llegar primero a Dolores Hidalgo y después a Uruapan, me quedé varado por ahí, prácticamente en la salida de la Ciudad de México. Había yo atravesado el Anillo Periférico, con rumbo al norte, siguiendo por la ruta que se vincula con la autopista México-Querétaro para recibir, justo en la desviación a Tepotzotlán, la noticia que las carreteras continuaban bloqueadas.
             Estamos los mexicanos, pagando la cuota del odio de los maestros al gobierno, germinado gracias al pretérito amasiato sindical, la tolerancia y lo que le sigue a la corruptela, que ahora en contencioso divorcio se manifiesta furioso sin deseos de una reconciliación. Los profesores contra el sistema, que tantos privilegios les obsequió, ahora bloquean todos los caminos y accesos, protestando por una ley que ni siquiera comprenden cabalmente.
             Mire usted que, un servidor, salía huyendo precisamente de la conflagración que priva en Veracruz. Los malditos embotellamientos y manifestaciones airadas. En aquellos parajes y circunstancias buscaba recuperar mi ecuanimidad extraviada; ahora en estas vicisitudes respiro profundo para nutrirme de las provocaciones en su caótico regazo. Suena desequilibrado, lo sé, pero quien haya vivido en este país surrealista comprenderá; la urbe, su mutación, sus oscuros y torcidos vericuetos, esas artificiosas plazas comerciales, tan limpias que dan miedo por su contraste con los basureros de la esquina, el ambulantaje y un largo y repetido etcétera terminan por metérsele a uno por los poros de la piel.
            Mi ciudad no sólo me ha llenado de manchas, escenarios y cacofonías accidentales; también me ha provisto de reflexiones y palabras que no dejan de sacudirme y revolotearme constantemente, lo cual hace que vivir en esta parcela valga la pena. Pero bien, en aquellos lares andaba, sin rumbo fijo ni dirección, cuando se atravesó una unidad de transporte con rumbo a “Ezequiel Montes”. Me dije: “en ese municipio está la Peña de Bernal, voy para allá”.
            Tenía que pasar por Tequisquiapan, donde la vista se recrea con tanta expresión artesanal hermosa, para después, ya desde un poquito más a delante, comenzar a divisar el peñón, dominando la tierra, vigilándola día y noche. "Y su voz es secreta, apagada, como si hablara consigo misma...
-¿Y a qué va usted a La Peña? -oí que me preguntaba mi compañera de asiento.
-Voy a sacar mi coraje de no poder viajar tranquilamente a Michoacán, contesté.
-¡Ah! - dijo.
Y volvimos al silencio, en la reverberación del sol y la llanura que parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte sepia, ocre, pardo. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más adelante, en la remota lejanía, La Peña.
          Me bajé de aquel guajolotero buscando tocar el pie del peñasco. Cosa que resulta sumamente fácil pues desde cualquier lugar del pueblo puedes voltear hacia arriba y mirar su impresionante monolito que resulta grande en tamaño y en presencia. Luego me expondría, con elocuencia y persuasividad, uno de los guías que laboran en aquel territorio: “Es un cuello formado en una sola pieza de un volcán que agotó su actividad, que se erosionó con los millones de años, su magma sólido que quedó es lo que constituye y da forma al monolito, que tiene una altitud de 2515 msnm y de 288 metros de altura. Esta formación rocosa tiene una existencia de más 10 millones de años y es considerada como una de las 13 maravillas de México…”.
           Había primero que atravesar el centro de la comunidad queretana, reconocida como “Pueblo Mágico”, por la belleza de sus construcciones y su colorido; por sus atributos simbólicos, leyendas, historia, cotidianidad; en fin, por el sortilegio que emana en cada una de sus manifestaciones culturales.
          Se debe caminar por la plaza principal, deambular por sus calles para conocer sus templos y por su capilla de las Ánimas y las animitas del purgatorio; de igual forma se tiene que disfrutar los típicos dulces de leche y la fruta cristalizada; admirar la variedad de cuarzos, minerales y pedrería en general que a bajo precio se despachan en esa localidad.
          San Sebastián Bernal, es el nombre y apellido de aquel rincón de Querétaro, donde se alberga el tercer bloque más grande del mundo, después del Peñón de Gibraltar y el Pan de Azúcar de Brasil. En sus callejas, sus corredores y sus tienditas instaladas en construcciones antiquísimas, con balcones floridos y patios con fuentes y faroles de singular belleza, se puede admirar los espectaculares trabajos de lana, manta y cuero. Deshilados, zarapes, rebozos, tapetes, cojines, chamarras y manteles, hechos con instrumentos de 100 años de antigüedad, que se exhiben rimbombantes.
           Me senté, por ahí, en uno de tantos sitios que mercadean el arte culinario típico y representativo del lugar, en la esquinita principal, desde donde se revive la atmósfera de siglos pasados, frente a la iglesia y El Castillo, una obra de tipo virreinal, que resulta una de las edificaciones más importantes en la historia de Bernal. En su torre frontal se distingue un bello reloj de origen alemán.
           Pedí un vaso con agua de maracuyá y un par gorditas de maíz, para comenzar. El antojito tenía la particularidad de los granos negros y verdes, y la masa más granulada, con fuerte presencia en el paladar, además de ir rellenas de diferentes guisos mexicanos: Tinga, chicharrón, picadillo, papa con epazote, arroz con nopal, rajas o pollo en salsa y enchiladas serranas con cecina.
            En esas lides gastronómicas, no podía faltar una barbacoa de borrego y un espumoso vino de la región, obtenido en las famosas Cavas Freixenet, por el método "champenoise", a 25 metros bajo tierra… ¡Nomás una copita!
           Comencé a llenarme de fantasías, a darle vuelo a las ilusiones, alimentadas por la aventura que de pronto me capturó para treparme en un remolque, jalado por un tractorcito John Mersson… y empezamos a subir, la empinada cuesta, ataviado con casco y zapatos cómodos para una ligera caminata por los senderos de acceso; en ese vagabundeo interpretativo pudimos apreciar desde La Peña, entre mezquites, chumberas, nopales, magueyes  y cactus, las cúpulas de sus iglesias, el colorido de la campiña como marco del paisaje que se yergue majestuoso, señoreando el pueblo de Bernal.
           Luis Enrique Gómez Gutiérrez, disertaba emocionado todo lo que uno necesita saber acerca de la colosal roca, el origen y las derivaciones contemporáneas. La cueva de La Calavera, los matices rupestres y los rituales de vida de los antiguos habitantes del lugar y la importancia de generar ese contacto con la naturaleza, para revitalizar energías y afrontar el ajetreo de la ciudad.
           El turismo organizado en safari tiene sus ventajas, no hay más que dejarse llevar por la experiencia de guías certificados que conocen los detalles importantes.
           La Peña de Bernal es nuestra recomendación para sus próximas vacaciones, si es que no tiene pensado acompañarme a Janitzio a la celebración del Día de Muertos. Resulta placentero recorrer esas calles empedradas disfrutando la cordialidad de su gente, mientras se admira la majestuosa peña que lo espera para que la escale y se complazca, como un servidor, que por haberse perdido un rato, encontró casualmente el asilo para mis nostalgias y la liberación para mis depresiones, en uno de los mejores lugares de nuestro país. Magnífico paraíso para extraviarse. De vez en cuando así me pierdo y regreso luego a mi rincón privado… donde nace esta inspiración, donde las musas me encuentran en mi entelequia, cubierto por las paráfrasis de Neruda o de Machado, porque en mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos, y la rosa simbólica de mi única pasión, es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
Que las olas me traigan y las olas me lleven
y que jamás me obliguen el camino a elegir.

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