Viviendas devastadas en la zona rural de Acapulco. Foto: Claudio Vargas / Procesofoto Guerrero. |
En lo que constituye un amargo símil de lo que ha ocurrido
en todo México en el curso de su historia reciente, el puerto de
Acapulco se transformó en un monstruo que, acicateado por un fenómeno de
la naturaleza, vomita los efectos de la corrupción endémica nacional. Y
en medio del desastre, surgen nombres y apellidos de los responsables,
entre otros, los Salinas de Gortari, los Ruiz Massieu, los Fernández de
Cevallos…
ACAPULCO, Gro. (Proceso).- En el video se ve un cocodrilo
avanzando sobre aguas fangosas. Se sabe cercado por humanos. En el
intento de someterlo un hombre le avienta una soga en forma de horca,
pero falla. Otro le arroja una cobija roja que despierta su ira. Al
fondo se ve que uno más lo espera con un tubo en la mano. Cuando otro
más se le acerca, el lagarto se resbala, se tambalea, se reincorpora con
dificultad por su falta de costumbre de caminar sobre banquetas.
El espécimen que se salvó de la encobijada apareció después en
las noticias. “Lo amarraron con varias playeras, así salió en la
televisión”, cuenta divertido Sixto López, uno de los acapulqueños que
repite esa que parece ser la única nota divertida tras el paso del
ciclón Manuel, que sumergió media ciudad.
Como si no bastaran la veintena de muertes que causó, los miles de
damnificados hacinados en los albergues, los 40 mil turistas varados que
buscan regresar a casa, la escasez de agua potable y el exceso de agua
putrefacta, el aumento de los precios de los alimentos, el hambre en las
colonias afectadas, las diarreas que ya aparecen en los niños, los
acapulqueños tienen una preocupación más que sumar a su tragedia.
Nuevos inquilinos aparecieron en la parte más joven de la ciudad.
Cocodrilos y culebras que nadan sueltos por su nuevo estanque. Ríos
crecidos que trazan calles a mitad de fraccionamientos. Pantanales que
invadieron unidades habitacionales y cuyos lodos saturados no permiten a
sus antiguos inquilinos abrir siquiera la puerta. Aves lacustres que
vuelan sobre las zonas de desastre y se posan en los techos (hay quienes
aseguran haber visto garzas). Humanos convertidos en anfibios –medio
cuerpo seco, la otra mitad en el agua– rescatan sus pertenencias.
De pronto la profecía parece haberse cumplido: Acapulco, haciendo
honor al significado de su nombre, vuelve a ser lugar de las cañas en el
lodo, de los carrizales destruidos. No por nada en su escudo lleva unos
carrizos rotos.
Si, según el mito fundacional de este puerto, Quetzalcóatl envió una
nube destructora como venganza por una traición, parece que esta vez
envió un ciclón para recuperar los terrenos arrebatados por gobernantes
corruptos y desarrolladores codiciosos que, para atraer turismo,
construyeron en zonas donde el sentido común no las permitiría.
Ahora los turistas huyen en estampida.
Quetzalcóatl-Manuel se ensañó con dos regiones: la Zona
Diamante, expropiada durante el salinato para construir lujosos hoteles y
condominios para el turismo high class, y Llano Largo, un
pantanal rellenado durante los últimos 10 años sobre el que las
inmobiliarias construyeron miles de viviendas “de interés social”.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1925, ya en circulación)
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