La historia de “Chucho” Benítez;
de matapollos a goleador
Christian Benítez. Exjugador del América
El pasado 27 de mayo, en vísperas de la final América-Cruz
Azul, que acabaría con un inesperado cierre que daría el campeonato al
equipo de Televisa, la revista Proceso publicó un perfil del goleador
Christian Benítez que a continuación se reproduce de manera íntegra.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde pequeño Christian Rogelio Benítez
llamaba la atención. Sólo tenía cinco años cuando a punta de pelotazos
destrozaba las tazas que atesoraba su abuela materna Dorcy López en una
pequeña vitrina de su humilde hogar en Esmeraldas, Ecuador.
Pronto se convirtió en un rematador precoz, pero sumamente letal.
“Los pollos se nos morían a veces y en otras teníamos que matarlos
porque estaban tristes sin que supiéramos la verdadera razón. Decíamos
que tal vez se trataba de la peste. Aun así nos los comíamos, pero
únicamente la mitad o las partes del pollo que se conservaban en buen
estado”, recuerda su abuela.
Con el tiempo, Dorcy descubrió que la piel amoratada de los pollos no
se debía a ninguna epidemia, sino a los pelotazos que les propinaba su
nieto.
Christian Rogelio Benítez Betancourt, Chucho, nació el 1 de mayo de
1986 en Quito, y a los cuatro días pasó al cuidado de su abuela en
Esmeraldas, población situada a 318 kilómetros de la capital del país.
“Lo tuve en pecho porque la mamá estudiaba en la universidad en Quito
y no queríamos que nadie le fuera hacer algo a mi Christian. La mamá
buscó alguien que lo atendiera, pero me opuse porque no he permitido que
nadie maltrate a mis hijos; menos si se trata de un pequeño”, cuenta
Dorcy.
Ella se encargó de la crianza del pequeño. Sustituyó la leche materna
con una fórmula láctea que le preparaba el pediatra. El chico
permaneció con su abuela hasta los seis años, cuando su madre Rita
Betancourt se lo llevó a Quito; sin embargo, al poco tiempo el pequeño
regresó de nuevo con su abuela.
El padre biológico de Chucho es Ermen La Pantera Benítez, figura
histórica en el futbol ecuatoriano. Se le considera como el máximo
goleador del balompié en ese país, con 191 anotaciones. También fue el
primer futbolista ecuatoriano que jugó en Europa.
La Pantera nunca se ocupó del pequeño, a quien abandonó. “En toda su
vida sólo le compró un par de zapatos. Nunca supo lo que el niño
necesitaba”, sostiene Dorcy.
El nacimiento de Chucho fue producto de una relación fuera del
matrimonio, pues Ermen ya tenía formado un hogar cuando conoció a Rita.
Chucho no volvería a saber más de su padre, sino hasta años después.
La situación económica y las carencias obligaron a los progenitores a
buscar nuevos horizontes fuera del país: la madre, licenciada en
jurisprudencia, se fue a cuidar ancianos a Perugia, Italia, donde radica
desde entonces. Por su parte, Ermen se marchó a Estados Unidos a
dirigir escuelas de futbol en Nueva York y Nueva Jersey.
Mientras crecía, Christian se aficionaba cada vez más al balón.
“Desde pequeño le gustó el futbol. Pateaba todo lo que encontraba a su
paso: veía una bacinilla llena de orín y la pateaba, veía un plato y lo
pateaba, veía una botella y la pateaba. Y con el balón quebraba todos
los vidrios de la casa en la que vivíamos”, rememora su primo hermano y
“hermano de crianza” Javier Guerrero.
Contra la pobreza
En enero de 1997, Rita, a quien Christian llama tía, acudió al
cuartel militar localizado en El Pintado, sede del Club Deportivo El
Nacional, donde encontró al técnico Orlando Narváez, exdefensa de El
Nacional, quien coincidió en ese equipo con el padre de Christian. Antes
de irse a Italia le encomendó a su hijo de seis años: “A mi pequeño le
encanta el futbol, como a su papá. Te pido le enseñes y me lo cuides”.
A los 12 años, Christian soñaba con emular a una figura del balompié
local, Segundo Matamba, defensa central de extensa trayectoria. “Chucho
quería ser como él porque también usaba el cabello largo adornado con
unas trenzas. Sólo por eso se ilusionaba con ser Matamba”, dice
Guerrero.
Su alias se lo debe al entrenador Narváez, en alusión al segundo
nombre de Ermen (Jesús). Al principio le llamaba Panterita, pero
Christian prefirió el segundo nombre de su progenitor.
El primo Javier es uno de los cinco hijos de Bolivia Betancourt,
hermana de Rita. Él se encargaba de llevar a Christian al campo de
entrenamiento. Todos los días hacían el trayecto de 40 minutos.
“Éramos muy pobres, pero salíamos adelante porque mi mamá y mi
abuelita trabajaban muy duro. Criábamos cerdos para obtener dinero. Mi
abuelita vendía agua, helados, bolos, cosas así para ayudarnos a
nuestros estudios. Siempre contamos con su apoyo. Teníamos nuestra
casita pequeña, donde vivíamos todos, y ahora gracias al Señor y al
Chucho tenemos nuestras casas propias.
“En Quito había señores que tenían harta plata que nos llevaban a sus
casas a cargarle agua y nos pagaban. A otros les tirábamos la basura y
nos daban 50 o 100 sucres. Siempre vivimos así. La vida fue cambiando,
el tiempo fue pasando. Y le damos gracias a Dios que nos iluminó
llevándose a Chucho a México. Ahora vivimos un poco mejor. Estamos
tranquilos, en paz”, refiere Javier.
Y agrega: “Para Christian hemos sido como padre y madre. Para un niño
de seis años es muy difícil la vida sin su madre y su padre. Siempre
hemos estado a su lado, dándole cariño y amor, lo primordial que
necesita un ser humano”.
La bonanza
En 2002, con sólo 16 años, Chucho debutó en el Club Deportivo El
Nacional. Desde entonces se le consideró como una promesa del futbol
ecuatoriano, pese a que sólo participó en cuatro juegos. Un año después,
sin cumplir la mayoría de edad, fue padre de un varón. A los 18 se casó
con Liseth Chalá, hija de Cléver, exseleccionado ecuatoriano y
“parienta” de la madre de su primer hijo.
Permaneció en El Nacional hasta 2007, cuando fue traspasado al Santos
Laguna. A partir de entonces su vida dio un drástico vuelco. Atrás
quedaban los tiempos de penurias. Ahora sus ganancias se multiplicaban,
al grado de apostarle un Mercedes Benz valuado en 80 mil dólares a su
compatriota Walter Ayoví en la final por el título entre Santos y
Monterrey en el torneo Apertura 2010, cuando Benítez retornó a las filas
del equipo de la Comarca después de su fugaz y desapercibida
experiencia en el Birmingham City (2009-2010), con el que firmó por 13.7
millones de dólares.
“Ahora me doy los gustos que antes no pude”, dijo Benítez al diario
El Telégrafo, de Ecuador, en 2011. La reportera de este periódico
Verónica Naranjo escribió: “Las privaciones de la niñez y las travesuras
de la juventud, como cuando olvidó con Pedro Quiñónez la maleta de ropa
en el autobús en una escapada a las playas esmeraldeñas sin tener que
vestir después, parecen añoranzas muy lejanas para el futbolista
Christian Benítez”.
También destacó que “el carrito de juguete que no tuvo en la infancia hoy se transformó en un híbrido del año en el que llega a cada entrenamiento” de la selección ecuatoriana. “A veces se gana y otras se pierde. El año pasado me tocó caer ante el Monterrey en la final del torneo mexicano con el Santos y tuve que pagarle a Walter Ayoví”, reconoció Benítez en aquella ocasión.
También destacó que “el carrito de juguete que no tuvo en la infancia hoy se transformó en un híbrido del año en el que llega a cada entrenamiento” de la selección ecuatoriana. “A veces se gana y otras se pierde. El año pasado me tocó caer ante el Monterrey en la final del torneo mexicano con el Santos y tuve que pagarle a Walter Ayoví”, reconoció Benítez en aquella ocasión.
El primo Javier confirma a Proceso que la relación entre Chucho y su
padre no fue muy cercana: “No eran bien llevados, el padre no lo
visitaba. El papá empezó a acercársele cuando vio la conveniencia del
futuro del chico, cuando ya se veía que Chucho lograría algo muy
importante en la vida”.
Benítez, quien se coronó campeón de goleo en el futbol mexicano por
cuarta ocasión, fue transferido al América en 2011 por 10 millones de
dólares, la cantidad más alta pagada en la historia del balompié
nacional. Es, además, el segundo jugador mejor pagado en el futbol de
México: recibe un salario anual de 2.7 millones de dólares y sus
derechos formativos están fijados en nueve millones de dólares, según la
revista Forbes.
En ese renglón, Chucho sólo es superado por el chileno Humberto
Suazo, quien juega para el Monterrey. El llamado Chupete percibe tres
millones de dólares y su pase está tasado en 5.2 millones de dólares.
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