El panista que se dejó ganar
Luis Velázquez
Veracruz, Veracruz. 17 de julio de 2013.-
De niño, la pobreza lo llevó a lustrar zapatos en el parque Hidalgo, de
Coatzacoalcos; de joven, se convirtió en taxista; luego en líder del
gremio; más tarde, fue popular en las colonias de precaristas. Y un día
se despertó dirigente del comité municipal del PRI.
Para entonces, había terminado los
estudios de contador público. Y la vida mostraba su generosidad.
Diputado federal. Diputado local. ¡Ah, más todavía, miembro de la
Comisión de Vigilancia del Congreso para fiscalizar el gasto público de
los 212 alcaldes y el gabinete estatal!
Por eso, soñó con la alcaldía. La buscó.
Pero el nuevo cacique del pueblo, Marcelo Montiel Montiel, se le
atravesó con su cuaderno de doble raya, Marcos Theurel Cotero, ni
hablar, esperó, como las panteras, agazapado, tiempos mejores.
Años después, 20, 25, de militancia
priista, se fue del partido tricolor. Supo, creyó, que cobijado en el
PAN como candidato a la presidencia municipal derrotaría a quien le
pusieran enfrente.
Cierto, antes, fue tentado por la cúpula
gobernante. Primero, el enviado especial fue Jorge Uscanga Escobar (a
quien sólo falta la gubernatura en su curricula) y fracasó. También
fracasó el subsecretario de Gobierno, el filósofo José Enrique Ampudia
Mello. Pudo más Érick Lagos, presidente del CDE del PRI, seduciendo al
panista Leandro Rafael García Bringas, a quien convenció de desertar del
partido azul con la diputación roja pluri en el segundo lugar de la
lista.
Gonzalo Guízar Valladares fue ungido
como candidato panista a la silla edilicia. Y una vez más, y como
siempre ha ocurrido en su vida pública, apareció en sus días y noches el
fantasma psicológico, quizá psiquiátrico, acaso neurológico, que
padece: si es aspirante a la alcaldía, por ejemplo, de inmediato se
siente candidato. Y si es candidato, se cree presidente electo. Y si es
presidente electo, sufre una mutación kafkiana y actúa como alcalde.
Pero en la primera semana de la campaña a Gonzalo Guízar se le atravesó el diablo.
A los ocho días de iniciado la jornada
electoral, retiró a su esposa de la campaña, no obstante poseer una
gracia divina: hace clic con la gente. Con más, mucho más feeling que el
esposo. Su ángel de la guarda la cuida. Es una extraordinaria
secretaria de Relaciones Exteriores del esposo. Y su “valor agregado”
desapareció de la contienda.
Después, algo sucedió que mantuvo un
bajo perfil en la prensa, tiempos ahora cuando la prensa escrita,
hablada y digital ha sustituido a los grandes mítines del siglo pasado.
Pero más aún, la campaña empezó a hacer “agua”. Bajo perfil. Pocos eventos. Mínimo contacto con la población electoral.
QUE GONZALO GUÍZAR “FUE MAICEADO”
Por eso, el dominguito 7 de julio, en la
cúpula priista ninguna sorpresa hubo cuando el candidato priista de
Marcelo Montiel Montiel, secretario de Desarrollo Social, le ganara en
las urnas con dos votos a uno.
Así, el Gonzalo Guízar que arrodillara a
una parte del gabinete duartista, el exdiputado federal, compañero de
Emilio Chuayfett Chemor en el Congreso del a Unión, el combatiente rojo,
se aniquiló a sí mismo y él mismo abrió brecha a su derrota.
Un priista que lo conoce lo explica con un par de palabras:
--Lo maicearon.
--¿Lo maicearon?
--Lo maicearon.
--¿Y de cuánto hablamos?
--Fácil, mínimo, unos 20 millones de pesos. El billete lo doblegó.
--Dicen que las locuras del amor y el
dinero resultan difícil ocultarse. ¿Qué bienes, ranchos, edificios,
casas, departamentos, tiene Gonzalo Guízar?
--Todo lo guarda. Es de un perfil discreto en cosas del dinero. Zorro.
--¿De veras sería doblado? Se duda.
--Lo compraron. Se puso precio.
EL ENCANTADOR DE SERPIENTES
El caso es que el león en su jaula
municipal, por quien se encendieran los focos rojos en el CDE del PRI, a
tal grado que miraban como única alternativa la nominación de Marcelo
Montiel a la candidatura edilicia, terminó como un corderito.
Tan es así que el secretario de
Desarrollo Social se impuso en el búnker priista y en el palacio de
gobierno de Xalapa y tan seguro estaba de su capacidad seductora ante
Guízar Valladares que obligó a Joaquín Caballero Rosiñol a dejar
inconclusa la curul federal para imponerlo de candidato a la alcaldía,
donde antes ha estado en dos ocasiones y luego impusiera a Theurel
Cotero en el trono imperial.
Pero, además, el biógrafo del fallido
candidato azul también describe su gran debilidad por el billete, quizá,
acaso, y de ser así, por la infancia precaria. Por ejemplo, la fama
pública registra que cuando ha estado en el poder ofrece cargos públicos
a cambio de un estímulo financiero. Y deslizado en el tobogán de las
tentaciones, ha ofertado el mismo cargo en varias ocasiones.
Claro, es un político hábil. Y a
diferencia de René Bejarano, quien fuera filmado cuando se atragantaba
de las fajas de billete que el playboy argentino, Carlos Ahumada, le
estaba dando, Guízar Valladares es precavido y ninguna prueba existe que
en el camino a Itaca quedara seducido por los 20 millones de pesos.
Pero, al mismo tiempo, resulta
inexplicable que de pronto la pasión y la enjundia por la candidatura
panista a la alcaldía de Coatzacoalcos se apoderaran de su vida, y de
pronto, “antes de que el pobre gallo cantara tres veces”, el candidato
tuviera, como en el título de la novela de Gabriel García Márquez, quien
le escribiera, quien llamara a su puerta, quien le midiera el agua a
los camotes…
Y, por tanto, se redujera a nada. Mejor dicho, casi nada.
Y es que Marcelo Montiel Montiel es un
encantador de serpientes por eso ha permanecido tanto en el poder
político. Conoce la naturaleza de los hombres y sus debilidades. Sabe el
encanto perturbador del billete. Lo dijo el clásico de la universidad
harvardiana de la Cuenca del Papaloapan: “Lo que en política se compra
con dinero… sale barato”.
Ni hablar. Hay días, noches, horas en la
vida, cuando los principios, los ideales, las convicciones, estorban.
Se vuelven incómodas… Y más cuando te ponen 20 millones de pesos en
billetes nuevecitos, en denominaciones de mil pesos, amarrados con
ligas, bien acomodaditos en una maleta negra con doble fondo… y sin
recibo, claro. (El Piñero de la Cuenca).
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