martes, 16 de octubre de 2012

Les metieron un bulto de droga en la vagina

La terrible historia de las

Vaginas traficantes de heroína

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Diez4.com/ Jorge Damián Méndez Lozano

México, México. 15 de octubre de 2012.- A Yadira le metieron un bulto de droga en la vagina: la raptaron, la sedaron durante algunos días y una mañana despertó con medio kilo de heroína en su vagina.
Todo comenzó con una invitación de su comadre a parrandear tres días en Sinaloa. Tremendo engaño porque en vez de fiesta hubo fisting.
Hoy, a sus 30 años sentada en la prisión de Mexicali, Yadira Isabel González Márquez, dice no saber qué hará al cumplir su sentencia de diez años y cien días –lleva dos como reclusa–. En la plática sólo algo tiene claro: su marido no volverá a hablar.
¿Usaba drogas allá en el valle? ¿A qué le pone la raza del ejido?
–Yo no sé de drogas. No sé nada de cocaína, ni de marihuana y tomo sólo en navidad. No sé de soldados, nomás conozco a los que hay en el Valle de Mexicali, en los retenes y eso porque los veía en la carretera.
Tampoco sé de policías, nomás de los que están aquí cuidándonos. Me gustan los corridos, la música de banda. Nunca he usado un arma, las que he visto son las que aquí traen los celadores y una que tenía el señor que me tuvo secuestrada. Tengo treinta años. Catorce hermanos. Siete muertos y siete vivos. Mi mamá ya murió, ella era de Guadalajara. A mi papá no lo conocí, pero sé que había nacido en Culiacán.
Nunca entré a la secundaria. A lo más que llegué fue a cuarto de primaria. Mexicali lo conozco poco, casi nunca venía del valle para acá iba. Yadira es del Valle de Mexicali. Su último día de libertad lo pasó en su casa, allá en el poblado Luís B. Sánchez, que está dividido del kilómetro 57 sólo por las vías del tren. Se puede decir que Yadira vivía en Sonora y Baja California, al mismo tiempo. Aquella tarde de lunes, Yadira estaba sola en su casa porque no había ido a trabajar a la empacadora de cebollas y rábanos.
Los días no eran buenos en la cosecha, así que no había trabajo constante. Sus dos hijos más grandes estaban en la primaria y secundaria, mientras el menor estaba en casa de la abuela. –Entonces estoy en mi casa esa mañana cuando llega mi comadre y me invita a una fiesta, en Culiacán, Sinaloa.
Ese día no había ido a trabajar porque le había andado ayudando a mi hermana con las compras de la quinceañera de mi sobrina en San Luís Río Colorado. Iba llegando de las compras cuando llega mi comadre y me dice: Vámonos a Culiacán, vamos a una fiesta, regresamos en tres días, y digo que sí, y me voy. Primero llegamos a Mexicali para agarrar el autobús en la central. Se suponía que nos iríamos mi comadre, una vecina y yo; al final no vino mi comadre con nosotras pero sí su hija y su amiga. Llegamos a la terminal de Culiacán al otro día, martes. Y ahí nos levantó un señor.
Nos llevó a un departamento. «La heroína parece como plastilina café. Los que sí es que no recuerdo nada, sólo cuando desperté ya tenía la droga metida en la vagina, entre las piernas». Llegamos y no vi nada de fiesta y se me hizo raro. No habían pasado ni veinte minutos, mientras estábamos sentadas en la sala cuando nos dicen: No habrá fiesta, de aquí no se irán, de aquí no se moverán hasta cuando se los indiquemos, no traten de escaparse ni de hacer nada. A mi amiga Felícitas la metieron a un cuarto y a mí a otro. Entre dos mujeres que estaban ahí me agarraron de los brazos mientras el señor me inyectaba algo.
Estuve encerrada y casi siempre estuve dormida por esa sustancia que me inyectaron. Aparte, si hubiera querido escapar hubiera sido imposible porque la casa tenía rejas por dentro y ventana por fuera, y luego las puertas no tenían chapa sino que se cerraban con candado por fuera. La hija de mi comadre ya sabía de todo, por eso a ella sí la dejaban salir, de eso me di cuenta. Es mi comadre porque su esposo bautizó a uno de mis hijos.
Mi compadre ya murió, él trabajaba en el otro lado [Estados Unidos] en el campo. De mi comadre no he vuelto a saber nada. Me han dicho que vive en Mexicali con sus hijos, pero no tengo idea en dónde. De verdad que yo no sabía nada. Sí se me hizo sospechoso que me invitaran a una fiesta en Culiacán, pero como era mi comadre no desconfié.
Me dice que nunca pensó que le pasaría nada. ¿Cómo sospechar de la señora que le bautizó a sus hijos ante la iglesia católica? Frunce el ceño y agrega con voz desgarrada: Me arrepiento de ese día.
En esa casa donde me tuvieron encerrada, duré como dos o tres días. Siempre toda mareada y sin comer. El día que nos sentimos mejor, yo creo que nos habían dejado de inyectar, y ya tenían dos boletos de avión listos para nosotras.
Nunca me he había subido a un avión. Ni siquiera los conocía de cerca. En el valle puras avionetas es lo que se ve en el cielo. De esas avionetas que usan para fumigar. Tampoco había estado en una cárcel, no me imaginaba como sería, y la verdad no se parece a como yo lo imaginaba. Hasta eso que es tranquilo.
La heroína parece como plastilina café. Los que sí es que no recuerdo nada, sólo cuando desperté ya tenía la droga metida en la vagina, entre las piernas. El señor ese que me inyectaba y que le decían Chuy fue el que hizo todo. Ni siquiera pude decir algo. Luego luego me amenazaron diciéndome que sabía de mi domicilio y que si decía algo le harían algo a mis hijos, o tratabamos de escapar en el aeropuerto.
En el avión comencé a sentirme como desmayada. Le dije a la muchacha del avión cómo me sentía pero no le dije porqué. Aún así me dio una pastilla para el dolor que era insoportable. Yo no sabía ni que era lo que tenía porque me lo introdujeron mientras estaba inconsciente. Medio kilo cada una dentro del cuerpo. Por eso nos veníamos sintiendo tan mal, bueno, por eso y por las inyecciones que nos estuvieron poniendo. Llegando al aeropuerto de Mexicali, nos seguíamos sintiendo mal, por eso cuando nos preguntaron que si traíamos droga, nosotras mismas dijimos que algo traíamos dentro de nosotras pero no sabia qué era. O sea, nosotras entregamos todo. –
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¿Quiénes les sacaron la droga del cuerpo, los mismos federales? –
Fue el doctor del aeropuerto, y nos dijo que se habían apiadado de nosotras. Se habían apiadados de nosotras porque a pesar de que nos desgarraron por dentro, no era tanta droga, hubieran podido meter más. De algo estoy segura.
Mi esposo ya no me hablará nunca. Ya se fue para Tijuana y se llevó a mi hijo más chico, a mi hijo que dejé de ver a los trece años, si lo vuelvo a ver será hasta que el tenga veintitrés, pero sobre todo, soy inocente, y me pongo a pensar, qué pasaría si hubiera logrado salir del aeropuerto sin dolor, yo creo que no me hubieran dado ni un peso por el transporte, de eso estoy segura. Cuando salga de aquí no sé que haré.
Mi casa se cayó en el terremoto del 2010, por eso cuando pasó todo yo vivía con mi mamá, pero murió y se vendió la casa. Aquí adentro estoy terminando la primaria y después tal vez la secundaria. Me gustaría, al salir, trabajar en una tienda de esa en donde se acomodan cosas, como en un mercado o una tienda de ropa.
De haber podido estudiar más me hubiera gustado ser enfermera. Ayer soñé que estaba en mi ejido junto a mi mamá platicando y que me decía que me portara bien. Lo más difícil es despedirme de mis hijas cuando vienen a visitarme. Cada que me vienen a visitar se van de aquí llorando. Estoy sentenciada a diez años y cien días y deberé pagar una multa de cinco mil pesos. Como no tendré dinero, haré servicio social aquí dentro de la cárcel.
Según datos de la Dirección de Programas de Reinserción Social del Sistema Estatal Penitenciario de Baja California, los delitos federales más comúnes de las mujeres son contra la salud (transportación y venta de drogas) y violación a la Ley de armas y explosivos.
El machismo impera hasta en el crimen: 3 mil 60 hombres, contra 168 reclusas, lo ratifican. Para llegar a la sala de audiencias donde entrevisto a Yadira y después a Bertha, el director de la cárcel llamado por sus subalternos cero uno, me conduce por un pasillo que está interrumpido por verticales, nostálgicas y tristes rejas, una y otra vez hasta que llegamos al exterior de una celda del tamaño de un salón de clases. «Aquí espérate», me pide, y eso hago.
Dentro de la jaula se encuentran esposados cincuenta hombres en una «rueda de San Miguel»; sujetos por la muñeca al lado del otro del otro del otro del otro, hasta formar un círculo de sentenciados o procesados. Y también hay algunas mujeres.
Ellas están recargadas en un muro color plomo. Se hablan al oído, sonríen, se cuentan algún chiste, se cuchichean y vuelven a reír. Son rubias. Desconozco el delito por el que están aquí; se ve tan limpias, maquilladas, frescas y hermosas que desentonan. «Aquí estamos muchas de nosotras por andar haciéndole caso o por estar amenazadas por algún hombre, muchas de aquí estamos por amor, por amor cometemos delitos», dice una. Pero hay mujeres como Yadira y Bertha que no llegaron aquí por amor. Yadira ha puesto punto final a la entrevista.
Entonces, como una señal de que cede la voz narrativa, dirige su rostro hacia los ojos de Bertha, que ha esperado su turno con altibajos de atención; seguro lo ha escuchado antes. Mirar a Bertha es recordar a la actriz María Victoria. Oriunda del estado de Guerrero, de 52 años de edad, cometió el mismo delito que Yadira. –
¿Nos permite tomarle una fotografía? Si usted quiere de espalda para que no le salga la cara. –No me tomes foto.
Te cuento mi historia pero no me tomes foto: en Guerrero me dedicaba a la evangelización cristiana. Un día me dolió el estómago y no se me quitó el dolor en varios días. Una señora de allá de mi pueblo, Tierra Caliente, me recomendó ponerme unas hierbas sobre el estomago y lo hice.
Aparte, le platiqué que iba para Tijuana y me dijo que me pusiera en el vientre unas plantitas que ella sabía que eran muy buena para ese tipo de dolores. Así lo hice.
Me cubrí el estomago, parte de la espalda de hierbas y dentro de mi partecita metí unas como placas color café. Antes de venirme me dijo la señora que llegando a Tijuana tirara lo que llevaba a la basura. Llegué hasta San Luís Río Colorado y en un retén me detuvieron. Me revisaron y ahí fue cuando supe que aparte de llevar plantas medicinales llevaba heroína. Ahora entiendo todo. En el autobús iba un hombre que salió de Guerrero, junto conmigo, alguien que veía todo lo que yo hacia. Seguramente ese hombre recogería de la basura lo que yo iba a tirar. –
¿Le dieron dinero, o la menos le pagaron el pasaje? –pregunto tratando de encontrar alguna explicación, por absurda que ésta sea.
–No me pagarían nada. Ni siquiera me pagaron el boleto del autobús, ese lo pagué yo porque ya lo tenía comprado para visitar una iglesia en Tijuana, en donde haría servicio religioso. –
Ahora tiene que pasar ocho años en prisión…
La conversación es interrumpida por el silbato de la árbitro de un juego de voleyball que se realiza en uno de los patios afuera de donde nos encontramos. Gritos, aplausos, voces femeninas que se desgañitan.
Con cada grito se aseguran de seguir existiendo. Bertha rompe en llanto, pide no continuar. Se pone de pie y se marcha a su celda. (Tomado de El Piñero).
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