Columna: Déjame que te cuente…
Por Sergio M Trejo González
Me vacilaba un amigo respecto a mi necesidad de caminar abajo de las banquetas. Le recordaba en broma que tal costumbre se debía a que durante un tiempo laboré en ayuntamiento de Sayula y que en tal lugar los habitantes suelen caminar a media calle. “Se me pegó el hábito”, le dije, para luego iluminarle que no se trataba de ninguna mala maña, sino de una penuria derivada de una falta de espacio en las aceras, cuando no de la ausencia de las mismas que deberían construir pero que simplemente no existen, o por culpa de alguna escalera mal trazada sobre la banqueta o de corredores prácticamente robados a los paseantes por los propietarios de las casas, que ampliaron su propiedad hasta donde tenían sus portales antiguamente, cuando no había calles pavimentadas. No puede la gente deambular en las banquetas porque se golpea la cabeza con las protecciones de los medidores de electricidad o las piernas, con los resguardos de contadores de agua, o se anda uno tropezando con los montones de grava o de escombro; sin contar los gorditos y las señoras que parecen conejas, con media docena de familia, caminando en todo lo ancho de la banqueta, con un grado máximo de dificultad para rebasarlos… si agacha usted la cabeza se golpea la testa con algún toldo, si levanta la mirada se embarra con alguna cagada de las que amanecen, en el piso, de las calles Plaza de Armas o la Benito Barriovero. También existen, por supuesto, las rampas para los coches, que se construyen en las casas de los ricachones, proyectadas sin importar los niveles de las aceras por donde todos deberíamos poder marchar. Lo importante es que “el patas de hule” no sufra molestias. Los neumáticos o los amortiguadores deben trabajar lo menos posible para que no pierdan brío ni elegancia esos lujosos vehículos. Que se mantengan reposaditos, sin depreciación alguna, para que los pirrurris vayan de jefes a “La portuaria” los fines de semana ¿a quién le preocupa que los vecinos tengamos que agarrar vuelo para saltar o hacer equilibrio sobre esas pendientes de la rodada de acceso al garaje?
Esto resulta cotidiano en el paisaje urbano de Acayucan, tanto en la periferia como en el centro; sin embargo en lo respecta al primer cuadro las calles y banquetas tenemos otra plaga: “Los ambulantes”. Nuestras arterias se encuentran transformadas en una auténtico tianguis marroquí. Todo está invadido por los comerciantes hijos… fijos, semifijos y me fijo que han convertido la ciudad en escondrijo, para ratas de dos y de cuatro patas, y madriguera de las especies más raras, que se cobijan con la sábana de gente pobre. Habían de ver las trocas perronas con las que trasladan sus mercancías piratas; habían de visitar su “chocita” amueblada con productos de fayuca de la mejor calidad, sin dejar de apreciar las antenas del SKY, tecnología de punta con implementos sofisticados para INTERNET.
Por eso camino a media calle. Me resulta difícil andar capoteando los cobertizos y lonas. Parrillas y estantes. Estrados y repisas que se pelean con los colgadizos (mochilas, cantimploras, alambres, tubos, mallas, palas y picos) que la mayoría de los negocios establecidos y los ambulantes (frutas y verduras, juguetes, discos, celulares, ollas y comales, brasieres y pantaletas) colocan en los andadores de la ciudad en una competencia por estorbar mejor.
Ah! ser peatón tiene sus tribulaciones. Si andar en la banqueta resulta complejo, bajar de la misma para circular en la calle es una osadía que vengo soportando estoicamente, porque no queda de otra. Si estas arriba de la banqueta no puedes caminar ni detenerte a nada pues hasta los cabrones cafres y chafiretes, que se estacionan en donde está uno dialogando en las banquetas te mandan al parque, ignorantes de que las guarniciones pintadas de amarillo indican prohibición de estacionamiento, y te avientan la pinche portezuela como si debiéramos guardarles su espacio o como si estuviera uno en la sala de su casa sin ser invitado.
¿Los taxistas? Ellos sí que pueden mentar madres, con sus estrambóticas bocinas. ¡Pinches ruleteros! circulan en el centro como si anduvieran en la pista, y todavía te miran como si les robaras “su” calle. Ellos pueden, solamente ellos, estacionar en doble o triple fila, rebasar por la derecha o por la izquierda, meterse en sentido contrario o doblar sin prender direccionales. Hasta los agentes de tránsito les conceden razón y justifican su mal aparcamiento: “La ciudad es muy chica para ellos”. Así me lo dijo un cumplido tamarindo (aunque ahora visten de negro) el otro día que le reclamaba ¿por qué cabrón tengo que andar librando a los “cuatro letras” mal estacionados?
Quizás camino fuera de tiempo, dirían los conductores; a lo mejor todos estos tendederos comerciales significan un programa secreto. No conozco el pensamiento vanguardista de nuestras autoridades, posiblemente se desarrolla un centro de abasto matute y baratón o se proyecta una ciudad con circuitos viales de varias alturas. Uno no sabe nunca nada respecto a las ideas del gobierno, para el futuro de nuestra ciudad. Por eso pregunto, para no criticar a lo tarugo, como me critican a mí, por caminar en el arroyo vehicular de nuestras calles.
Termino mejor, parafraseando a Joan Manual Serrat: “Caminante no hay banquetas, para poder caminar. Al andar esos caminos donde todo es muladar se ve la senda que nunca se ha de poder traspasar… Transeúnte no hay banquetas sino mierdas que franquear”.
Esto resulta cotidiano en el paisaje urbano de Acayucan, tanto en la periferia como en el centro; sin embargo en lo respecta al primer cuadro las calles y banquetas tenemos otra plaga: “Los ambulantes”. Nuestras arterias se encuentran transformadas en una auténtico tianguis marroquí. Todo está invadido por los comerciantes hijos… fijos, semifijos y me fijo que han convertido la ciudad en escondrijo, para ratas de dos y de cuatro patas, y madriguera de las especies más raras, que se cobijan con la sábana de gente pobre. Habían de ver las trocas perronas con las que trasladan sus mercancías piratas; habían de visitar su “chocita” amueblada con productos de fayuca de la mejor calidad, sin dejar de apreciar las antenas del SKY, tecnología de punta con implementos sofisticados para INTERNET.
Por eso camino a media calle. Me resulta difícil andar capoteando los cobertizos y lonas. Parrillas y estantes. Estrados y repisas que se pelean con los colgadizos (mochilas, cantimploras, alambres, tubos, mallas, palas y picos) que la mayoría de los negocios establecidos y los ambulantes (frutas y verduras, juguetes, discos, celulares, ollas y comales, brasieres y pantaletas) colocan en los andadores de la ciudad en una competencia por estorbar mejor.
Ah! ser peatón tiene sus tribulaciones. Si andar en la banqueta resulta complejo, bajar de la misma para circular en la calle es una osadía que vengo soportando estoicamente, porque no queda de otra. Si estas arriba de la banqueta no puedes caminar ni detenerte a nada pues hasta los cabrones cafres y chafiretes, que se estacionan en donde está uno dialogando en las banquetas te mandan al parque, ignorantes de que las guarniciones pintadas de amarillo indican prohibición de estacionamiento, y te avientan la pinche portezuela como si debiéramos guardarles su espacio o como si estuviera uno en la sala de su casa sin ser invitado.
¿Los taxistas? Ellos sí que pueden mentar madres, con sus estrambóticas bocinas. ¡Pinches ruleteros! circulan en el centro como si anduvieran en la pista, y todavía te miran como si les robaras “su” calle. Ellos pueden, solamente ellos, estacionar en doble o triple fila, rebasar por la derecha o por la izquierda, meterse en sentido contrario o doblar sin prender direccionales. Hasta los agentes de tránsito les conceden razón y justifican su mal aparcamiento: “La ciudad es muy chica para ellos”. Así me lo dijo un cumplido tamarindo (aunque ahora visten de negro) el otro día que le reclamaba ¿por qué cabrón tengo que andar librando a los “cuatro letras” mal estacionados?
Quizás camino fuera de tiempo, dirían los conductores; a lo mejor todos estos tendederos comerciales significan un programa secreto. No conozco el pensamiento vanguardista de nuestras autoridades, posiblemente se desarrolla un centro de abasto matute y baratón o se proyecta una ciudad con circuitos viales de varias alturas. Uno no sabe nunca nada respecto a las ideas del gobierno, para el futuro de nuestra ciudad. Por eso pregunto, para no criticar a lo tarugo, como me critican a mí, por caminar en el arroyo vehicular de nuestras calles.
Termino mejor, parafraseando a Joan Manual Serrat: “Caminante no hay banquetas, para poder caminar. Al andar esos caminos donde todo es muladar se ve la senda que nunca se ha de poder traspasar… Transeúnte no hay banquetas sino mierdas que franquear”.
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