No tendrían conciencia
Por Sergio M. Trejo González
Sin chacota ni coraje. Con la ecuanimidad que tratamos siempre de trasmitir objetivamente en nuestra opinión sobre los aconteceres que a nuestro derredor se desarrollan, retomo el sentido de mis últimos comentarios respecto a una oficina consular centroamericana instalada en el palacio municipal, el martes pasado, en el local donde alguna vez estuviera el Archivo Histórico de Acayucan. Reitero ahora con mayor seriedad y con respeto profundo a nuestros hermanos de El Salvador y de Honduras y de todos los pueblos de América. Como lo soñó Simón Bolívar, José Martí, Benito Juárez; como lo cantaba Alì Primera, Chico Buarque, Facundo Cabral y Meche Sosa... Sólo le pido a Dios Que el engaño no me sea indiferente. Si un traidor puede más que unos cuantos, Que esos cuantos no lo olviden fácilmente.
No es cosa de llevar la contraria a las autoridades que determinaron la instalación de una dependencia protectora o gestora de trámites u orientación a conciudadanos de El Salvador o de Honduras, que de manera solemne realizaron en su momento sendas ceremonias inauguratìvas de sus referidas oficinas en nuestra ciudad.
Bienvenidos los visitantes, bienvenidos los nacionales y bienvenidos los extranjeros que traigan a nuestra ciudad ideas, ganas y oportunidad, de una mejor convivencia. Los que vengan a invertir bienvenidos, quienes vengan a pasear también.
Bienvenidos todos, como alguna vez fueron bienvenidos mis padres que, desde un vecino estado de nuestra república, llegaron a estas parcelas, con la bendición de Dios, cargando su mochila de fantasías y necesidad de obtener para sus hijos mejores condiciones de vida… Gracias Acayucan por tu mano generosa que continúa tendida para todo aquel que viene a trabajar.
Me gusta recordar, no sé porque pero me cautiva traer la presencia de todo eso: De donde vengo y porque ando por aquí. Tal vez por ello ahora que contemplo todo lo referente a la reforma constitucional para brindar protección a los migrantes y para sancionar la trata de personas a manera de evitar que los extranjeros nómadas encuentren garantía en sus derechos que como personas indiscutiblemente tienen, me produce cierta nostalgia por aquellos años de lucha que mi familia mantuvo para sobrevivir con dignidad. Muchos nombres de vecinos hospitalarios que brindaron atenciones; muchas puertas abiertas de familias acayuqueños que depositaban en mis padres ese valor preciado en peligro de extinción: La confianza.
Empero los visitantes de cualquier parte del mundo tenemos un deber: cuidar que nada se altere, que nada se destruya nada. Que no se vilipendien ni se trastoquen los valores ni las costumbres del lugar visitado, por tránsito o en la intención de radicar. Un buen consejo, una sugerencia amable, pudiera enriquecer las tradiciones u óptica de los habitantes anfitriones. Pero se debe ser respetuoso de muchas circunstancias. En el caso del establecimiento de la oficina consular de Honduras me cuentan que no saben qué diablos hacer (quienes decidieron la medida de meter la cancillería en el local del Archivo Histórico, que aunque abandonado en la indolencia de la voluntad de rescatarlo en algún futuro) con los documentos valiosos, que algún dinero del pueblo han costado para obtener muchos datos obtenidos del propio Archivo General de la Nación. No lo puedo creer, resultaría patético y dramático, y estólido, que nuestras autoridades desconozcan la importancia de tal fuente de nuestras raíces.
Mejor me remito a mis reminiscencias escolares, para recordar las clases del profesor Rubén Romo Romo y de Martin Hernández Anastasio, sin perjuicio de lo abrevado en las charlas con Alfredo Delgado Calderón y Rubén Leyton Ovando, y otros amigos severos e inflexibles en las luchas legítimas de preservación y rescate de todo aquello que signifique nuestra histórica. Recordamos, tantito, que los vestigios de la grandeza de nuestros antepasados fueron destruidos terriblemente, a sangre y fuego, en muchos lugares, de lo que ahora es nuestro país, por los conquistadores españoles, quienes ordenaron la demolición de lo poco que aún se mantenía en pie, para construir sobre las ruinas los cimientos de otra cultura. Hubo quemazón de libros picto-glíficos, destrucción de efigies de dioses y otros monumentos, para que el nuevo estado implantara en Mesoamérica un orden social que se tradujo en una sucesión de catástrofes, imposiciones, angustias y trastornos respecto a las formas de acumular el conocimiento nativo, sabiduría registrada a través de la memoria documental. FLorescano, Bonfil Batalla, González y González, León Portilla, coinciden en que la conquista española y lo que a ella siguió, alteró profundamente la vida indígena y trastocó de modo particular sus formas de saber tradicional y los medios de preservación de sus conocimientos religiosos, históricos y de otras índoles. Sin exageración puede afirmarse que acarreó la fractura y a la postre la muerte de un sistema de preservación de conocimientos con raíces milenarias y, en este sentido, la conservación de nuestros documentos históricos, con las proporciones guardadas, no es un asunto menor que deba pasar inadvertido, lo saben nuestros gobernantes y lo deben saber también los representantes de las oficinas consulares asentadas. El quebranto que produjo el atropello de la invasión española en Mesoamérica fue absoluto. Esta percepción rotunda no es un invento personal ni una ocurrencia de banqueta. No es ninguna agresión sistemática para el cabildo acayuqueño que parece indiferente a detalles como estos. Mantengo excelentes relaciones de trabajo con la mayoría de los ediles; sin embargo, tomar decisiones ligeras sobre el destino de nuestros documentos históricos puede traducirse en despojo y un crimen… Una devastación o aniquilación a la cultura registrada en nuestra ciudad, constituida por las formas de pensamiento en el contexto y en la vida de los antiguos acayuqueños.
Sobre este asunto se puede ampliar y profundizar. Prefiero dejarlo para no caer en excesos que luego me producen pesadillas. En serio, en mis noches de insomnio, desde el martes pasado, se me revelan imágenes de aquellos frailes evangelizadores que dieron rienda suelta a sus tareas cuando, con tea en mano, quemaban las fuentes testimoniales (papiros, pergaminos, hojas) produciendo espectáculos dantescos que debieron causar gran angustia y desolación en el espíritu indígena… Diría, si fuera poeta: “El clima social de Acayucan antiguo se impregnaría de pesimismos y desastres, pues la aniquilación de la cultura que habíamos desarrollado, se advierte consumida con especial frenesí”.
No pretendo exagerar las cosas, me gustaría conocer el destino de todo lo que constituía nuestro archivo histórico municipal; no es cosa de tolerar la ignorancia o la apatía; no deseo imaginar, de este modo, a consecuencia de una evidente ignorancia, la brutalidad extrema que borre esas huellas institucionales e instrumentales que con amor fueron puestas en un recinto histórico. Sería una calamidad… no quiero imaginar tales documentos abandonados flemáticamente en una de esas lagunas que se forman en nuestro palacio en estas temporadas de lluvia. Se necesitaría no tener conciencia.
No es cosa de llevar la contraria a las autoridades que determinaron la instalación de una dependencia protectora o gestora de trámites u orientación a conciudadanos de El Salvador o de Honduras, que de manera solemne realizaron en su momento sendas ceremonias inauguratìvas de sus referidas oficinas en nuestra ciudad.
Bienvenidos los visitantes, bienvenidos los nacionales y bienvenidos los extranjeros que traigan a nuestra ciudad ideas, ganas y oportunidad, de una mejor convivencia. Los que vengan a invertir bienvenidos, quienes vengan a pasear también.
Bienvenidos todos, como alguna vez fueron bienvenidos mis padres que, desde un vecino estado de nuestra república, llegaron a estas parcelas, con la bendición de Dios, cargando su mochila de fantasías y necesidad de obtener para sus hijos mejores condiciones de vida… Gracias Acayucan por tu mano generosa que continúa tendida para todo aquel que viene a trabajar.
Me gusta recordar, no sé porque pero me cautiva traer la presencia de todo eso: De donde vengo y porque ando por aquí. Tal vez por ello ahora que contemplo todo lo referente a la reforma constitucional para brindar protección a los migrantes y para sancionar la trata de personas a manera de evitar que los extranjeros nómadas encuentren garantía en sus derechos que como personas indiscutiblemente tienen, me produce cierta nostalgia por aquellos años de lucha que mi familia mantuvo para sobrevivir con dignidad. Muchos nombres de vecinos hospitalarios que brindaron atenciones; muchas puertas abiertas de familias acayuqueños que depositaban en mis padres ese valor preciado en peligro de extinción: La confianza.
Empero los visitantes de cualquier parte del mundo tenemos un deber: cuidar que nada se altere, que nada se destruya nada. Que no se vilipendien ni se trastoquen los valores ni las costumbres del lugar visitado, por tránsito o en la intención de radicar. Un buen consejo, una sugerencia amable, pudiera enriquecer las tradiciones u óptica de los habitantes anfitriones. Pero se debe ser respetuoso de muchas circunstancias. En el caso del establecimiento de la oficina consular de Honduras me cuentan que no saben qué diablos hacer (quienes decidieron la medida de meter la cancillería en el local del Archivo Histórico, que aunque abandonado en la indolencia de la voluntad de rescatarlo en algún futuro) con los documentos valiosos, que algún dinero del pueblo han costado para obtener muchos datos obtenidos del propio Archivo General de la Nación. No lo puedo creer, resultaría patético y dramático, y estólido, que nuestras autoridades desconozcan la importancia de tal fuente de nuestras raíces.
Mejor me remito a mis reminiscencias escolares, para recordar las clases del profesor Rubén Romo Romo y de Martin Hernández Anastasio, sin perjuicio de lo abrevado en las charlas con Alfredo Delgado Calderón y Rubén Leyton Ovando, y otros amigos severos e inflexibles en las luchas legítimas de preservación y rescate de todo aquello que signifique nuestra histórica. Recordamos, tantito, que los vestigios de la grandeza de nuestros antepasados fueron destruidos terriblemente, a sangre y fuego, en muchos lugares, de lo que ahora es nuestro país, por los conquistadores españoles, quienes ordenaron la demolición de lo poco que aún se mantenía en pie, para construir sobre las ruinas los cimientos de otra cultura. Hubo quemazón de libros picto-glíficos, destrucción de efigies de dioses y otros monumentos, para que el nuevo estado implantara en Mesoamérica un orden social que se tradujo en una sucesión de catástrofes, imposiciones, angustias y trastornos respecto a las formas de acumular el conocimiento nativo, sabiduría registrada a través de la memoria documental. FLorescano, Bonfil Batalla, González y González, León Portilla, coinciden en que la conquista española y lo que a ella siguió, alteró profundamente la vida indígena y trastocó de modo particular sus formas de saber tradicional y los medios de preservación de sus conocimientos religiosos, históricos y de otras índoles. Sin exageración puede afirmarse que acarreó la fractura y a la postre la muerte de un sistema de preservación de conocimientos con raíces milenarias y, en este sentido, la conservación de nuestros documentos históricos, con las proporciones guardadas, no es un asunto menor que deba pasar inadvertido, lo saben nuestros gobernantes y lo deben saber también los representantes de las oficinas consulares asentadas. El quebranto que produjo el atropello de la invasión española en Mesoamérica fue absoluto. Esta percepción rotunda no es un invento personal ni una ocurrencia de banqueta. No es ninguna agresión sistemática para el cabildo acayuqueño que parece indiferente a detalles como estos. Mantengo excelentes relaciones de trabajo con la mayoría de los ediles; sin embargo, tomar decisiones ligeras sobre el destino de nuestros documentos históricos puede traducirse en despojo y un crimen… Una devastación o aniquilación a la cultura registrada en nuestra ciudad, constituida por las formas de pensamiento en el contexto y en la vida de los antiguos acayuqueños.
Sobre este asunto se puede ampliar y profundizar. Prefiero dejarlo para no caer en excesos que luego me producen pesadillas. En serio, en mis noches de insomnio, desde el martes pasado, se me revelan imágenes de aquellos frailes evangelizadores que dieron rienda suelta a sus tareas cuando, con tea en mano, quemaban las fuentes testimoniales (papiros, pergaminos, hojas) produciendo espectáculos dantescos que debieron causar gran angustia y desolación en el espíritu indígena… Diría, si fuera poeta: “El clima social de Acayucan antiguo se impregnaría de pesimismos y desastres, pues la aniquilación de la cultura que habíamos desarrollado, se advierte consumida con especial frenesí”.
No pretendo exagerar las cosas, me gustaría conocer el destino de todo lo que constituía nuestro archivo histórico municipal; no es cosa de tolerar la ignorancia o la apatía; no deseo imaginar, de este modo, a consecuencia de una evidente ignorancia, la brutalidad extrema que borre esas huellas institucionales e instrumentales que con amor fueron puestas en un recinto histórico. Sería una calamidad… no quiero imaginar tales documentos abandonados flemáticamente en una de esas lagunas que se forman en nuestro palacio en estas temporadas de lluvia. Se necesitaría no tener conciencia.
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