miércoles, 8 de junio de 2011

Migrantes


Columna: EL ESPACIO DE ATENEA


Por Esperanza Arias Rodríguez

A propósito de la visita a la ciudad el pasado martes 7 de junio del cónsul general de Honduras en México, Raúl Otoniel Morazán, quien afinó detalles con la alcaldesa Fabiola Vázquez Saut sobre la próxima apertura de la Agencia Consular de ese país en esta localidad, vale la pena mencionar, tal como dijo el diplomático, los avances existentes para que en su tránsito por nuestro territorio los centroamericanos indocumentados sufran lo menos posible.
Y a eso contribuye por ejemplo, la reapertura del comedor - desde hace una semana- que las parroquias de Sayula sostienen en Medias Aguas para darle alimentos a los migrantes.
Y es que la crudeza de los percances de decenas de seres humanos que van en busca de la tierra de oportunidades llamada Estados Unidos, es significativa y afecta mayormente a los niños que como consecuencia de la pobreza son obligados a buscar, siguiendo a sus padres o a otros familiares, mejores formas de vida, pero también por necesidad de emplearse como fuerza laboral.Los datos del Comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), Salvador Beltrán del Río Madrid son ilustrativos: en 2009 se realizaron 5,692 eventos de repatriación de extranjeros menores de edad, de los cuales 3,525 viajaban sin la compañía de algún familiar, y de Enero a Septiembre de 2010 se registraron 3,735 repatriaciones de menores de edad, de ellos 2,178 no iban acompañados, pero también proporcionó cifras de niños y niñas adolescentes mexicanos repatriados en 2009: 26,000 y de ellos 15,583 viajaban sin la compañía de sus familiares y en 2010, de Enero a Septiembre, se aseguraron y repatriaron casi 17,000 mexicanos y más de 11,000 viajaban solos.
Los crudos números no revelan, empero, lo que padecen esos niños en su penoso éxodo hacia el país del norte, y es que derivado de datos de organizaciones internacionales, entre 980 mil y un millón 250 mil niños se encuentran sometidos a trata infantil a consecuencia de los desafortunados eventos que les suceden, desde la salida de sus lugares de origen hasta el arribo a sus destinos.
Y ¿qué ‘eventos’ son esos? : mal trato, explotación sexual, trabajo forzado, encarcelamiento y otras deleznables formas de abuso. Y desgraciadamente, a su paso por territorio mexicano, viven todo eso, y sin embargo, no suele registrarse puntualmente, porque el miedo es más fuerte y paralizante, y también, tristemente, por la ignorancia y no saber a dónde acudir en busca de ayuda.
Acerca de la violencia que suele ejercerse sobre los menores, se desprende de un estudio de la UNICEF, lo siguiente: “no se denuncia el abuso (muchas veces sexual) debido al miedo que existe para hacer público lo que se conoce como una situación de honor, en las que las familias se sienten señaladas o estigmatizadas y esa sensación pasa por encima de la seguridad y el bienestar de los niños, en particular cuando se trata de violaciones sexuales o violencia de personas jerárquicamente superiores, como un policía”.
Ante ese panorama, es bienvenido cualquier intento de contrarrestar el sufrimiento de los menores migrantes, con el módulo que se instaló en la estación migratoria del INM: se trata de una estancia, si bien es cierto, de reducida dimensión, dotada con un área de recreación infantil, un cubículo para la atención psicológica y otras áreas, todo diminuto, como los niños. El esfuerzo oficial debe valorarse: ningún esfuerzo por conservar en esos menores algo de su niñez arrebatada dramáticamente, puede menospreciarse. Ojalá se multipliquen los proyectos de esa naturaleza, y aquí vale la pena reconocer la denodada lucha en apoyo a los migrantes que desde hace 10 años lleva a cabo la Diócesis de San Andrés Tuxtla a través de la Casa del Migrante Esposa del Forastero, ubicada dentro de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en esta ciudad.
En esa estancia, la feligresía católica y los clérigos de la Diócesis se han ocupado de darle a los indocumentados centro y sudamericanos un lugar donde reposar brevemente, proporcionándoles alimentos, un área para dormir un par de días, ropa y atención médica si lo requieren. Ese es un auténtico quehacer con sentido cristiano de ayuda a los semejantes.

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