El de las matanzas en México no es un tema nuevo.
Las fosas repletas de cadáveres tampoco lo son.
En 1991 murió Toribio Gargallo Peralta, un pistolero que operó en la región de Omealca y Tezonapa -cerca de Córdoba- en la zona montañosa del centro de Veracruz.
Apodado “El Toro” y conocido también por el pseudónimo de “Juan Zavaleta”, Gargallo fue acribillado por la metralla de la Policía Judicial Veracruzana.
En aquel momento Dante Delgado Rannauro era sustituto del gobernador electo Fernando Gutiérrez Barrios y a un año de entregar el poder a Patricio Chirinos Calero ocurrió aquel hecho que marcaría el cuatrienio dantista.
El origen de “El Toro” se remonta a los años 70´s, cuando otro pistolero de la misma región, Tomás Sánchez (a) “El Tomasín”, lo “adoptó” como su “brazo derecho””.
La muerte de Gargallo se interpretó como un “ajuste del sistema”.
¿De cuál sistema?
¿Del político?
¿Del sistema delincuencial?
¿Ambos son lo mismo?
“Tomasín” murió en 1978 durante un enfrentamiento con policías en el puerto de Veracruz y Toribio fue su sustituto.
Ambos personajes se desenvolvían en un ambiente social de injusticias, de zozobra, de cacicazgos y de arreglos de problemas a punta de balazos.
Región cañera, la lucha por un mejor pago a los productores de la gramínea se enlaza con la muerte de un familiar cercano de “Tomasín”, en la misma sierra de Tezonapa y Omealca.
Tras la muerte de su familiar dicho personaje toma las armas, delinque, mata y durante una década es perseguido incluso por el ejército.
Por su parte, Toribio Gargallo decide dedicarse al trabajo de sicario con el pretexto de vengar el asesinato de su padre.
Caciques grandes, chicos, blancos, negros, ricos, pobres, siempre han existido en todo el territorio nacional y el llamado “sistema político” del país los ha utilizado como parte de su engranaje de manejo y control del poder.
El llamado “sistema” opera bajo tal lógica que tras la muerte de “Tomasín” nada cambió.
Simplemente subió al poder su relevo, en este caso su “brazo derecho”: Toribio Gargallo Peralta (a) “El Toro”.
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Toribio sobrevivió 12 años tras la muerte de su jefe “Tomasín” y en 1991 muere acribillado sin haber enfrentado siquiera a la policía.
A Gargallo lo acribilla la policía, pero el pistolero ni siquiera sacó sus armas.
Simplemente lo eliminaron cuando bajaba de Omealca hacia Fortín de las Flores, donde cada tarde bebía y platicaba con amigos, socios, guaruras, operadores y “clientes” en el restaurant Colorines.
Gargallo ordenaba muertes y desapariciones de personas; avalaba violaciones de mujeres, impulsaba despojos de propiedades y obedecía órdenes relacionadas con las “ejecuciones” por las que cobraba.
Lo hizo durante muchos años en una región que por décadas se mató entre sí y donde las autoridades y los dueños del dinero no aplicaron ni justicia ni ley.
El día que mataron a Gargallo, éste se dio cuenta que un retén policiaco se encontraba a su paso y confiado se bajó para saludar a sus amigos: los jefes policiacos.
Acto seguido lo acribillaron junto a sus secuaces y ya.
Lo mataron en caliente, como en los tiempos del porfiriato.
Lo emboscaron; lo ejecutaron.
Murió en manos del “sistema” al que pertenecía; al que le prestaba sus servicios por los que cobraba con cuotas de impunidad: con dinero, poder y sangre.
Eso fue todo.
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Luego vino la inspección de sus ranchos y se encontraron unos pozos artesianos que servían como tumbas para las víctimas del pistolero.
En un pozo hallaron 38 cadáveres y se especuló en la prensa estatal y nacional que en el resto de pozos se habrían ubicado unos 300 cuerpos.
No hubo detalles de las investigaciones oficiales, de fondo, que se hicieron sobre aquellos hechos. Gargallo cometió muchos actos al amparo de sus relaciones con “el sistema político”.
Y sin embargo, otra de las hipótesis sobre su muerte plantea que en una de sus propiedades se encontraron varios kilogramos de cocaína.
Los años 70´s fueron una época donde el contrabando marcó buena parte de la relación de México con Estados Unidos: los contrabandistas entraban y salían de Estados Unidos y traían productos ilegales al país que les representaban jugosas ganancias.
En la década de los 80’s el tráfico de cocaína en México era controlado
por Miguel Angel Félix Gallardo, tío de los hermanos Arellano Félix, los jefes de un cártel propio en Tijuana.
Llamado el jefe de jefes, Arellano Félix fue detenido en 1989.
La misma década de los 80´s tuvo otro protagonista en la escena del narcotráfico: Juan García Abrego, quien –según información de la CIA- estaba vinculado a través del Cártel del Golfo con Raúl Salinas de Gortari.
Por aquellos años, el rostro de México entró en una vorágine de cambios que no ha parado hasta hoy.
El trasiego de droga, particularmente de la cocaína, trajo nuevos rostros a la escena del poder en entidades como Veracruz.
Los vínculos de una parte de la clase política con los narcotraficantes sacudió las añejas formas de ejercer el mando ante la sociedad.
Personajes como Toribio Gargallo debían adaptarse o corrían el riesgo de morir.
La droga encontrada en una propiedad de “El Toro” se explicaría por esta nueva lógica.
Fue una realidad que evolucionaba: del contrabando las mafias pasaron al incremento del narcotráfico.
Del tráfico de marihuana se fortaleció el tráfico de cocaína-
Lo de los pozos de Toribio Gargallo hallados en 1991 y llenos de cadáveres, correspondía a una vieja forma del poder en México, la cual nunca ha desaparecido.
La violencia, la corrupción, el tráfico, la relación de la política y las mafias en México nunca ha desaparecido.
Toribio Gargallo murió simplemente porque no se adaptó a las nuevas circunstancias.
Pero el cambio no estriba en que el país sea mejor, no estamos hablando de que las mafias desaparezcan; en realidad todo sigue igual: lo que cambia el producto que se oferta y se demanda; lo que varía son los rostros de los dueños; lo que cambian son las reglas del juego.
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El drama de San Fernando, Tamaulipas, de algún modo se inscribe en esta historia.
Juan García Abrego es de Tamaulipas, la tierra donde su tío Juan Nepomuceno Guerra fundó el Cártel del Golfo.
Las actividades de este grupo delictivo estuvieron ligadas al contrabando en sus iniciales años 70´s.
Hoy, los 145 cadáveres de San Fernando son producto de luchas por el poder económico.
El enfrentamiento es entre mafias, es cierto; allí pelean por territorios para la venta y para el trasiego de su veneno.
Pero el enfrentamiento también es político.
“El sistema” ha evolucionado y hay rostros tricolores, amarillos y azules.
Y unos y otros se disputan el territorio nacional como una cueva de recursos que alguna vez se creyeron inagotables y hoy son más escasos.
Alí Babá y sus cuarenta ladrones no se ponen de acuerdo y hay resultados como el de Tamaulipas, que hoy es tierra de nadie.
La relación de la política con este escenario sangriento explica -por ejemplo- la muerte del candidato del PRI a la gubernatura: Rodolfo Torre Cantú.
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Las fosas llenas de cadáveres que se encontraron en 1991 por el rumbo del rancho “Ojo de Agua” -de donde era originario Toribio Gargallo Peralta- fueron parte del escenario de poder que en México siempre ha estado ligado a la delincuencia y que ha evolucionado durante las últimas cuatro décadas.
Del contrabando al narcotráfico internacional.
De la lucha electoral al ejército en las calles
Los delincuentes han tenido nomás una opción: adaptarse o morir.
¿Y los ciudadanos qué opción tenemos?
Toribio Gargallo no se adaptó y murió frente a sus fosas siniestras.
¿Y los ciudadanos también debemos morir frente a los grupos de poder político siniestro?
Las fosas de San Fernando, en Tamaulipas, surgen de la misma historia y de la misma lógica.
Y en San Fernando como en Omealca, en medio de la sangre de los sicarios y traficantes y en medio de la lucha sin cuartel de la clase política: corren los ríos de la sangre inocente.
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