Columna: Déjame que te cuente…
Por Sergio M. Trejo González.
Un libro-navío, que zarpó del Golfo de México hasta el mar negro de Rumania, en un navegar versando… llegó hasta el lugar donde despacho, con otros compañeros (asuntos de asesoría, gestoría y servicios jurídicos profesionales: Calle Francisco Javier Mina número 4) en el corazón de nuestra ciudad, conquistando los océanos, piélagos, charcos… cuando no furtivos lectores; en una aventura literaria que logra capturar a quienes aprecian tal velamen de inspiración, de las féminas que participan en la compilación de Martha Elsa Durazzo, en su obra: “Versarías ondinas y bucaneras”. Poco podríamos intentar con este ensayo, sobre tal libro, si no fuera porque a fojas 27 a la 34 aparecen las escritoras acayuqueñas, María Elena Baruch Fonseca y Graciela Cervantes Espinosa, autoras junto a Ingrid Lemus Ríos (sanjuaneña vecina de nosotros) de sendas estrofas o fragmentos, sin perjuicio ni menoscabo de reconocer que el texto recaba en sus páginas composiciones de formas diversas, con musicalidad poética. Temas, profundidades, tratamientos de la palabra hermosa, metáforas… prístina nitidez en la comunicación y belleza versaria. Nereida, sílfide u ondina, la musa es lo de menos o el soplo, todo es relativo, lo importante son los resultados… Diría la autora, escritora, promotora y periodista: “La travesía culmina con un tesoro literario, el cual sostiene Sergio Trejo en las manos”. La profesora Maria Elena Baruch Fonseca, con todo una trayectoria plagada de reconocimientos en concursos, encuentros, talleres de lectura, “juegos florales” y un primer lugar en “Letras para el corazón” en el año 2009, nos obsequia en esta compilación una muestra de lo que guarda en su cofre de poeta...”Hacer líneas pensando en ti es una sinfonía orgásmica esperada, es abrazarte en el espacio sin tiempo, es trastocar el cielo en la distancia porque esa noche en nuestras lunas hicieron la pirámide del amor y en la cúspide del te quiero mi cuerpo fue el incienso que aromó el infinito con tus manos de acariciado sueño. Disfruté la exquisitez de miel jamás comparada. Cierro mis ojos, que nadie perciba el encanto de ese encuentro. Te amo así, viviendo y muriendo, contigo en la distancia en el etéreo espacio del te quiero”. Y sobre muertes, la hondureña Diana Vallejo expone: “… Cuantas veces somos nadie para alguien…? ¿Cuántas horas durará nuestro recuerdo y nuestra familia con memoria? Somos una horda de ritos. De bullas transmutadas. De abrazos hilvanando un amigo en las fronteras de Dioses, de Dios, de Cosmos o tambores de eternas añoranzas. Somos vivos efímeros con esporas de siempres, muertes y celebraciones. De fiestas, carnavales de voces, de miradas encontradas…” Junto a estas infraternidades se levanta el arco iris del amor, que nace, crece, se reproduce y muere, parafraseo a la ecuatoriana Rita Vargas: Cuando se mata el amor no lloran los hombres ni aúllan los lobos ni tan siquiera se inquietan los perros, pero un silencio de muerte se agita en el pecho y un brillo metálico recorre en el cuerpo, intentando borrar recuerdos y nostalgias… no desparecen los colores ni se secan las flores ni tiemblan los arboles pero el silencio va conquistándonos… y las sombras que somos –que fuimos- se diluyen poco a poco… Porque: ¡Ay! De los amantes que sobreviven a la tragedia de cuando se mata el amor. Termino, con un fragmento de la jarocha Olivares Aldana, mi embeleso por este sonar de cascabeles, muestra de la sonoridad del corazón de innumerable mujeres que participan en la antología que trato de exponer, muestra de una bitácora que otras plumas de Acayucan podrían enriquecer para orgullo de Acayucan, los trabajos literarios de infinidad de mujeres que, sé muy bien, pueden escribir, cuando se les pegue la gana, los versos más tristes y las odas más alegres: “Te dije quedamente que el amor no es pertenencia, sino necesidad anhelante de tocarse en silencio. Sin más palabras que el lenguaje secreto de las almas que se miran como estrellas centellantes, que titilan de emoción por la ternura de un beso, robado en la premura bajo la mirada suspicaz, de los transeúntes ¡eso!, no importa el lugar sino el oleaje de rubor que enciende las mejillas…”
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