COLUMNA: Itinenario Político
Por Ricardo Alemán
En la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, cantantes como Ramón Ayala y bandas como Los Cadetes de Linares —entre otros intérpretes y comediantes— han sido arraigados, son investigados y poco falta para que la PGR extienda certificados de “no ligados al narco”, para que puedan trabajar sin tacha.
Dice la voz popular que los barones del crimen gustan del folclor grupero; escuchar en vivo intérpretes de corridos y música ranchera, sin faltar comediantes consagrados a los que contratan para la diversión y el esparcimiento de los suyos, en fiestas exclusivas. Por eso —y porque el imaginario colectivo supone que los criminales son fiesteros—, se satanizó a gruperos, intérpretes de corridos y hasta comediantes. ¿Por qué?
Por el delito de trabajar para narcos y criminales organizados. ¿Es delito cantar, tocar o contar chistes ante los criminales? No, el delito, en todo caso, sería no denunciar donde vive un criminal para el que trabajó tal o cual grupo. ¿Y qué pasa si un cantante o un cuentacuentos dice a la PGR que trabajó para un criminal, dónde trabajó, quién lo contrató, cuánto le pagaron? Todos saben que manda la ley de “Plata o Plomo”.
Pero el asunto tiene mucho más fondo. En la vorágine de la “guerra” que lanzó el gobierno federal contra las bandas criminales, pocos se han percatado que gremios como los músicos, intérpretes y comediantes son en realidad el eslabón más delgado de una cadena sin fin, en donde los entretenedores son la parte menos importante. ¿Por qué?
Porque si junto con sus familias, los narcotraficantes y criminales organizados reclaman esparcimiento, diversión, risa, baile y fiesta —igual que todos los mortales—, esos mismos narcos y criminales tienen idénticas necesidades sociales que los demás ciudadanos; como viajar, comprar ropa cara, coches caros, casas caras; tener cuentas abultadas en bancos, enviar hijos a la escuela —de primaria a la universidad—, sin faltar, claro, las bodas, bautizos, la misa católica dominical. Sólo por citar lo básico.
Aquí es donde salta la liebre. ¿Por qué la PGR no arraiga e investiga al sacerdote que bautizó al hijo del narco donde tocaron los Cadetes de Linares? ¿Por qué no investiga a la escuela donde estudian hijos de narcos? ¿Por qué no al dueño del banco donde se mueven millonarias cuentas, en pueblos paupérrimos de Chihuahua o Sinaloa? ¿Por qué no al concesionario de camionetas de lujo, que son compradas por cientos en regiones de fuerte influencia del narco? Acaso se deba invertir la pregunta: ¿Quién está limpio del narco? Y vale recordar el refrán: “El dinero y lo pendejo no se pueden ocultar. ¿Por qué no empezar por el dinero? (Tomado de El Universal 21 enero 2010).
Dice la voz popular que los barones del crimen gustan del folclor grupero; escuchar en vivo intérpretes de corridos y música ranchera, sin faltar comediantes consagrados a los que contratan para la diversión y el esparcimiento de los suyos, en fiestas exclusivas. Por eso —y porque el imaginario colectivo supone que los criminales son fiesteros—, se satanizó a gruperos, intérpretes de corridos y hasta comediantes. ¿Por qué?
Por el delito de trabajar para narcos y criminales organizados. ¿Es delito cantar, tocar o contar chistes ante los criminales? No, el delito, en todo caso, sería no denunciar donde vive un criminal para el que trabajó tal o cual grupo. ¿Y qué pasa si un cantante o un cuentacuentos dice a la PGR que trabajó para un criminal, dónde trabajó, quién lo contrató, cuánto le pagaron? Todos saben que manda la ley de “Plata o Plomo”.
Pero el asunto tiene mucho más fondo. En la vorágine de la “guerra” que lanzó el gobierno federal contra las bandas criminales, pocos se han percatado que gremios como los músicos, intérpretes y comediantes son en realidad el eslabón más delgado de una cadena sin fin, en donde los entretenedores son la parte menos importante. ¿Por qué?
Porque si junto con sus familias, los narcotraficantes y criminales organizados reclaman esparcimiento, diversión, risa, baile y fiesta —igual que todos los mortales—, esos mismos narcos y criminales tienen idénticas necesidades sociales que los demás ciudadanos; como viajar, comprar ropa cara, coches caros, casas caras; tener cuentas abultadas en bancos, enviar hijos a la escuela —de primaria a la universidad—, sin faltar, claro, las bodas, bautizos, la misa católica dominical. Sólo por citar lo básico.
Aquí es donde salta la liebre. ¿Por qué la PGR no arraiga e investiga al sacerdote que bautizó al hijo del narco donde tocaron los Cadetes de Linares? ¿Por qué no investiga a la escuela donde estudian hijos de narcos? ¿Por qué no al dueño del banco donde se mueven millonarias cuentas, en pueblos paupérrimos de Chihuahua o Sinaloa? ¿Por qué no al concesionario de camionetas de lujo, que son compradas por cientos en regiones de fuerte influencia del narco? Acaso se deba invertir la pregunta: ¿Quién está limpio del narco? Y vale recordar el refrán: “El dinero y lo pendejo no se pueden ocultar. ¿Por qué no empezar por el dinero? (Tomado de El Universal 21 enero 2010).
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