Después de un mes.
Regreso a la normalidad. Bueno, más bien trato de
dar mis primeros pasos a una rutina donde resulta difícil engranarse;
porque ciertamente es como nacer, pero grandote.
La gente no te reconoce.
Son muchas cosas.
No tengo idea de cuántos kilos bajé de peso pero necesité agujerear mi cinturón.
Urge un peluquero para quitarme los pelos de la cabeza y los de la cara.
Algunos conocidos se detienen con expresiones de sorpresa en el rostro. Me muestran el pulgar, en señal típica del
"echale ganas". Imposible un saludo de mano ni de abrazo, cualquier
expresión afectuosa resulta en estos momentos de muy alto riesgo y
tenemos que desacostumbrarnos a mucho de aquello que nuestros padres y
"El Manual de Carreño" trataron de enseñarnos.
Alguien mete reversa
a su auto y baja la ventanilla. Con entusiasmo notable, me dice que
desea tomarse un café con su servidor para celebrar que ya estemos de
regreso: "Por el gusto de saber que sigue con vida, licenciado!"
Eso no tiene precio ni descripción.
En realidad no pensaba asomarme, de hecho tengo que permanecer aislado todavía, hasta el próximo lunes, pero
"nacer grande"
implica que no puedes depender de nadie como cuando tienes para ti los pechos de tu madre.
La mía tiene 88 años y necesita más de mis cuidados que yo los de ella, para seguirla disfrutando.
A mis 63 años, un renacimiento resulta, para comenzar, aceptando que el
mundo no gira a mi alrededor, por el contrario debo incorporarme a la
productividad para resolver aquellos pendientes importantes de mi vida.
Tampoco un "niñote" aunque sea renacido, se puede entusiasmar, con
reunir a todos sus amiguitos. Todos, saben que soy portador de un virus y
deben mantenerse a distancia.
Habrá por ahí personas que hacen chistes y bromas sin sentido de la diferencia ni de la circunstancia.
De todo hay en la viña del Señor.
He dicho que sin Barrabas no habría habido comparación y sin Judas no habría habido crucifixión.
De alguna manera todos traemos un destino y sólo el libre albedrío nos coloca justo en ese lugar que tal vez nos corresponde.
En fin, mis primeros trastabilleos no alcanzaron los 500 metros pero
significan un triunfo. Algunos amigos, que ruego a Dios se recuperen,
todavía no pueden caminar.
Pero van a lograrlo porque resultan como
su servidor, consentidos del que dispone: Suyo es el Reino, suyo es el
poder y la gloria, por siempre. Deseaba ir a la iglesia, alguien, que no
sabe, dijo que estaba cerrada.
Oh, my God!
Debo regresar a mi guarida.
Solamente salí porque deseaba sentir la vida que nos ha ido dejando el Covid.
Aproveché la suerte de una báscula a mi paso para confirmar que solo bajé 12 kilos de peso.
No, no soy el mismo por fuera ni por dentro.
Gracias a Dios.
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